El club de las brujas

El club de las brujas

lunes, 24 de septiembre de 2018

VEINTISEIS: LA CUENTA ATRÁS DEL FIN DEL MUNDO



Garci se resistía a volver a mirar por su pantalla digital mientras esperaba el comienzo del espectáculo. ‘¿Qué hora era?’ se dijo nervioso, ‘pues más de las ocho, las ocho y dos minutos, ¿qué estaba pasando? Preguntó a un garçon, que sudaba por todos los poros de su piel, y le contestó que ‘siempre había un margen de cinco minutos para crear expectación, monsieur’.
-¡Pues esta vez como sigamos creando expectación vamos a salir nadando!
-Certainment, monsieur.
‘Desde luego que estos camareritos venían de buenas escuelas de hostelería, porque no perdían la compostura ni con estos calores en pleno mes de enero.’ No se podía seguir resistiendo a echar una ojeada a la pantalla digital, y más le valdría no haberlo hecho. El Sena se había desbordado por completo y las aceras tenían medio metro de agua por lo menos, sin que pareciera que las tragaderas de las alcantarillas estuvieran haciendo ningún papel esencial. Giró en dirección hacia las montañas y se quedó estupefacto. Era época de invierno, los Alpes se suponían nevados y bien nevados, y sin embargo sólo veía ríos de agua bajando por las laderas y llevándose por delante niños, perros, casas y coches. ¿Pero qué espantoso juego había en marcha? Era un deshielo en toda regla, solo que fuera de temporada y en plan catastrófico. Los polos, no se hacía con los polos de la Tierra en ninguno de los campos visuales, y por doquier se encontraban temperaturas altísimas peores que las del Infierno; era como si el mismísimo Satanás le hubiera dado a los mandos de jaque mate a la humanidad. Y De Angelis sin mover ficha ni mostrarse en escena. ¿Podía ser que se la hubiera jugado él también? Entonces sí que era el fin de los tiempos...

De repente, una voz en off anunció a La Faraona. ¡Esa tenía que ser su Juana, vaya que sí! Se bebió el whisky de dos lingotazos y se dirigió a la primera fila, que no se dijera que él no estaba allí el primero de todos, aunque fuera lo último que hiciera en este agotado mundo. Sin embargo, no pudo llegar porque le cortaron el paso dos especie de orangutanes humanos. La primera fila estaba reservada en su totalidad por un viejo jeque árabe y su séquito.
-¿Pero qué séquito? ¡Si está él solo!
-Déssolé, monsieur Duciel, les instructions sont assez précises. Il ne peut pas être derangé.
En estas disquisiciones estaba Garci cuando salió la Faraona en todo su esplendor de carnes y pelambreras. ¡Qué poderío, pero qué reguapa estaba! A la porra con la humanidad y sus problemas, tenía que perder este exceso de responsabilidad tan incómoda, ¡más aún si quería darse a la fuga con su novia!
-¡Bravo, olé!- exclamó Garci, perdiendo absolutamente todas sus elegantes formas.
El jeque de la primera fila se giró, mirándole con cara de pocos amigos. Pero bueno, ¡si no tenia ninguna pinta de árabe! A ése le tenía él visto, vamos, como que era uno de los soldaditos comandados por Angelis. ¿Habría entonces guardado la primera fila con el único fin de proteger a su amada? ¡Vaya embrollo! Lo que tenía que hacer era sacarla de allí cuanto antes y buscar un lugar seguro para la huida. Le haría señas como sólo él sabía hacer para que no se despistara con el jeque y se le aproximara con disimulo. Pero voilà, el jeque se le volvía a adelantar y le ofrecía una botella de champagne a su salud. Jota, que se ponía a beber a morro de la botella sin ningún decoro. Ahora estaría como unas cabras de contenta, si no había más que darle una copita de Moet Chandon y ya la tenías bailando flamenco y por soleares hasta las tantas. ¡Con esto no la sacaban del tablao ni con el agua al cuello. Estaban perdidos!
*
Dea se movía como un perro enjaulado de parte a parte del pasillo. Ese cabrón de soldadito seguro que se había emborrachado, eran más de las ocho y cuarto y seguían sin aparecer. Según sus cálculos no quedaban más que unos minutos para que un torrente de agua inundara los bajos del hotel Ritz, así que, o venían con más prisa que vergüenza, o iban a quedar todos como pollos en remojo. Y un demonio mojado era más inofensivo que un gato sin uñas ni dientes. Al cuerno con sus planes triunfales pues de apresar a la dichosa Energía oscura. ¿Sería verdad entonces lo del efecto invernadero, que se estaba quemando el planeta Tierra y todas esas mandangas que tantas risas les habían causado a él y al jefe? 
No sabía ni qué hacer ni, lo que es peor, a quién recurrir. A Satán no podía venirle con menudencias de este tipo, máxime cuando la había pifiado con él hasta el fondo y tenía su honra de comandante por limpiar. A Garci no le podía contar sus planes porque le tildaría de rastrero, lameculos, egoísta y traidor. ¿Y si echaba para atrás y urdía un plan con él de conquista universal? Quizás era el mejor momento de darse el piro los dos juntitos, y desde algún lugar lejano preparar un golpe de estado comme il faut. ¡Sí! Esa podía ser una estrategia de futuro. Además, ¿a quién quería engañar? ¡El no era más que un cero a la izquierda sin el terremoto de Garci! Sus dos cerebros se complementaban, se necesitaban y se repelían al tiempo, como la sal y el azúcar, o el aceite y el agua. Nunca lo conseguiría dándole la espalda, ¿cómo había estado tan ciego de protagonismo para no darse cuenta de tamaña evidencia?
Así que se apresuró al bar del hotel. Todavía llegaba a ver parte del espectáculo a su lado, le contaría lo que había visionado por pantalla sobre catástrofes naturales por doquier, y pensarían en una escapada conjunta fuera de los confines del Bien y del Mal. El solo no podía hacer algo así, pero Garci tenía poderes suficientes como para viajar por el Universo sin ser visto ni atrapado, y si todavía estaban a tiempo, le convencería para llevarle con él. Lo malo era que no querría alejarse de Juanorra así como así, o quizá cuando viera la seriedad del asunto se le pasarían los amoríos de un plumazo. Notó como si los pies se le hundieran en el fango al andar, y comprobó con horror que las moquetas del primer piso ya estaban encharcadas por completo. Le rechinaron los dientes al notar el agua calándose por sus calcetines, y comenzó a pegar grititos como una rata asustada mientras corría hacia el bar. Las pestilencias de las cloacas atufaban el pasillo tal que si estuviera paseando por Nowhere’s land un día cualquiera; ¡desde luego que Juanorra debía de sentirse como en casa!
*
-¡Tengo miedo, mamáaaaa! Por Satanás que esa pareja de zafios me las pagará, ¿pero quién nos manda a nosotros meternos en este fandango? Pero si tú y yo, querido Archi, somos ratas de biblioteca, estudiosos del Cosmos, teóricos del Universo y sus principios. ¡Por todos los maleficios, sáquennos de aquíiiiii! ¡Dale a los botones otra vez!
-¡Anda que vaya gallina estás hecho! ¡Mucho querer desbancar al general De Angelis, y mira como te pones al primer contratiempo! Total, por un ascensor parado y unas lluvias... Yo, si no fuera por estos calores, que los llevo fatal, pues me hacía una siestecita incluso aquí en el ascensor, aprovechando la oscuridad... Lo único que me tiene preocupado es si despierta la chiquilla, ¡anda que vaya momento, desde luego!
-Si tú tuvieras estos dolores que me entran a mí con el agua, estoy que no doy pie con bola, necesito aire acondicionado que me reseque o me va a salir un reuma de tres pares de narices. Si continúo viendo agua me crujirán todas las articulaciones... ¡es desesperante! ¡Quién lo hubiera dicho, en enero y contra todas las predicciones metereológicas!
-De eso nada, que ya habíamos advertido y requetedicho que el calentamiento global era un fenómeno muy, pero que muy, serio. Y hala, los de arriba que si quieres arroz...
-Pero venga, Archi querido, ¿no me digas que a ti no te han venido a ver los políticos del ala progresista para que extremaras tus teorías más de lo debido?
-Bueno, algún sobornillo me ha caído, pero digamos que un cincuenta por ciento de lo que dije tenía buena parte de razón... y fíjate tú, ¡vamos que nos quedamos cortos!
-Tanto teorizar, tanto teorizar sobre la energía expansiva, la vis atractiva de la fuerza gravitatoria, el big bang y el big crunch... y ya sería triste que pereciéramos sin ver el final, aquí, en un triste ascensor de técnicas rudimentarias. ¿Y si nos evaporamos por arte de magia? Yo estoy perdiendo mis poderes por momentos con tanta agua, pero tú...
-Podríamos salir de este mundo terrenal en un pis pas, pero no me voy yo de aquí sin esa brujita, ni mucho menos. Anda, que canta ella sobre nuestros propósitos, y date por desterrado al país de nunca jamás, a vagar por el universo como si fueras una pulguita en constante ir y venir. ¿Recuerdas lo que les pasó a los últimos traidores?
-Demasiado bien. Tu jefe y mi boss se pusieron a jugar con sus cabezas a las canicas, y lo mismo iban en una dirección que en otra, hasta que pidieron clemencia divina y tu Dios les acogió, todo amor y virtud. Claro que para lo que quedaba de ellos, quién sabe si les hizo un favor o no. Tienes razón, no podemos dejar ningún cabo suelto. Aguantaré este dolor de articulaciones como un jabato y a ver si nos sacan pronto de este trasto, como si fuéramos dos ciudadanos más de a pie. Pero te advierto que me estoy haciendo pis. 
*
A Satán le había entrado una tremenda modorra, con tanta cerveza y el aire acondicionado al mínimo, así que se durmió, en medio del caos generalizado que había formado con su sed de venganza. Si es que estaba volviéndose un viejo chocho, no había más que verle, tirado en el sofá multimandos, con la baba caída y sorbiendo mocos entre ronquido y ronquido. Y mientras, el panorama no era muy alentador. El mundo terrenal agonizando: muertes por asfixia, incendios en los bosques, ríos que se salían del tiesto... la gente amedrentada se apiñaba en los techos de las casas o en los pisos más altos, hasta que una ola o un vendaval los arrastraba a ellos y sus enseres engulliéndolos con voracidad. Por Oriente y por Occidente se escuchaban plegarias desesperadas, rezos, ritos, invocaciones a Dios y al Diablo, gritos de hosana y suicidios colectivos en nombre de la naturaleza... Y no digamos las cosas por el Infierno cómo se estaban poniendo: allí se habían echado los diablos y las brujas a la calle y estaban sembrando el terror de esclavos y animales, sin concierto ni orden ninguno. Los rumores de que los jefes habían desaparecido, y Satán andaba borracho otra vez en su alcoba, habían despertado a todos los camorristas y eternos cuatreros de cuarta fila, que se estaban haciendo con el mando de la jungla por primera vez.
*
El único sitio donde se conservaba la calma total era en Celeste. Aquí sí que ni muertes, ni guerras, ni catástrofes naturales. El reino celestial es que no se había inmutado con tanto padecimiento ajeno, y ninfas, hadas y espíritus benignos continuaban hastiados en su armonía habitual. Brillaba un ligero sol nada molesto, las aguas placían calladamente entre músicas de Mozart y los ángeles cantores entonaban risueñas melodías. En cuanto a Dios, yacía cómodamente en una de sus tumbonas, con un daikiri y un habano apagado, escuchando un partido de rugby y adormecido con la brisa tan agradable que soplaba. Hoy se había despertado sin tanta artrosis como otros días y había querido que le diera el solecito, y de paso mostrarles a sus fieles que seguía al pie del cañón aunque le flaquearan las piernas de vez en cuando. Le fastidiaba un tanto la ausencia de su mano derecha y chico para todo, el bello Garcilaso. Sin embargo, bien sabía de los desahogos seminales de ese golfillo, así que no debía preocuparse por una juerga más o menos; ya volvería a presentarle sus respetos cuando se le acabaran los escarceos amorosos, como siempre hacía. El ángel y primera guardia del reino era una pieza clave en la defensa del orden cósmico, pero no se le podía atar corto o se volvería contra El.
En esas estaba cuando vinieron a incordiarle, pero como era todo misericordia y oidos para los que gritan, se quitó los auriculares dignamente y escuchó lo  que tenía que decirle una musa que mostraba cara de honda preocupación.
-Mi Señor, ¿ha ordenado su Bondad el fin del mundo?
Dios le miró sin contestar, pero visiblemente alterado por la pregunta.
-Mi Señor, sobrevolaba cerca de la Tierra para acercarme a una misión artística y he debido suspenderla con gran dolor de corazón. El hombre que clamaba mi presencia ha perecido ahogado, y así muchos más lo han hecho. Entonces decidí acercarme más para saber qué estaba pasando allí, pero el sol está abrasando la Tierra con tal fuerza y persistencia que, de acercarme otro kilómetro, me hubiera desintegrado.
Dios no dijo nada, tan sólo miró al siervo con infinita melancolía, quizá temiéndose lo peor, y se retiró con su bastón hacia sus aposentos. Desde el principio de los tiempos en que todo fue creado, y, más aún, desde que inventó a los hombres o sufrieron una forma evolucionada tan racional, ya no sabía si fue el huevo o la gallina quien precedió al otro, era consciente de que la humanidad tenía un principio y un fin. Sin embargo, ahora se había hecho viejo en el mando y sentía frío. Le invadió un desasosiego sordo, y echó de menos alguien con quien hablar antes de tomar una decisión. Quizá Garcilaso hubiera sido su esperanza de continuidad. Pero estaba a sus cuitas, se había vuelto mundano y no podía contar con él desgraciadamente para hazañas bélicas de tanta importancia. Y lo mismo ocurría con la sucesión. Ponerse a la cabeza del reino del Bien, en justo contrapunto con las fuerzas del Mal, requería una dedicación exquisita y absoluta. Como había sido la de El. No cabía más ni menos que todo el Amor con mayúsculas al servicio de su reino, y en pro de los hombres que le mostraran la debida consideración. Y siempre al acecho, no fuera a ser que al Maligno, ese viejo carcamal, se le ocurriera alguna barbaridad.
Una vez se enamoró. Se llamaba Venus e irradiaba energía positiva. ¿Pero qué es el Todopoderoso si no se dedica a todos sus súbditos por igual? ¿Cómo podía agasajarla sin perder el control y cojear en su misión bíblica? Y así se había tenido que olvidar de amantes singulares para concentrarse en la salvación del mundo. ¡Pero qué solo se estaba en la cumbre!
Invocó desde su santuario al único ser sobre la faz del mundo que estaba tan solo como El, a su enemigo acérrimo el Príncipe de las Tinieblas, porque tenía que saber si era el Maligno quien había estado provocando estragos e incendiando el único planeta que se tenían repartido entre las fuerzas sobrenaturales del Bien y del Mal, o bien la dichosa Energía Oscura, de la que todos los sabios hablaban, se había destapado en todo su esplendor. De uno u otro modo, le pillaba la catástrofe con pocas ganas de combatir a quien fuera el artífice. Tanto habían hablado de un retiro, voluntario antes que forzoso, que ya se había hecho a la idea de pasar a mejor vida en otra galaxia donde no le conocieran como el Padre de todas las criaturas, y pudiera desprenderse de la pesada carga de la responsabilidad por el devenir humano.
Satanás, el viejo cascarrabias, debía estar tumbado a la bartola sin comunicación ninguna, porque no conseguía conectar con él, claro que se había quedado sordo como una tapia últimamente, así que bien podría ser que estuviera roncando después de alguna fechoría monumental.
Si el planeta Tierra se iba a hacer puñetas, Universo habría claramente ganado la partida, con o sin aliados extranjeros como esa extraña Energía, o las supernovas, que se habían puesto tan de moda en el ciclo vital. El no entendía mucho de cosmología, para eso tenía a los técnicos, pero lo que sí sabía cierto es que un hombre es igual a un cliente potencial, a ganar o a perder frente a las fuerzas del Mal. Y sin hombres con fe que potenciar, no hay eternidad que se resista a diluirse entre consignas más inmediatas y pragmáticas, como ser feliz aquí y ahora, vive y deja vivir, o haz el amor y no la guerra. Que no eran del todo equivocadas, y orientadas correctamente podían incluso conducir a las creencias del Más Allá, pero lo cierto es que se habían descuidado mucho de fidelizar a las gentes de bien, y éstas se habían refugiado en convicciones que fueran palpables.
En fin, entonar el mea culpa, en definitiva, y hacer examen de conciencia, eran todos ellos factores positivos antes de retirarse, pero la verdad es que se estaba encantando en su propio soliloquio, mientras había tanto que hacer allí abajo. Pues nada, a despertar, manos a la obra y a arremangarse que venían curvas. Por El no iba a quedar. Si se iba lo haría honrosamente, como correspondía a su misericordia infinita harto proclamada. Puso el televisor de onda larga y se estremeció ante los gritos de miles de familias que lloraban implorándole clemencia para sus almas de bien. ¡A El! Se sintió tan mal que sólo le quedaba una salida, aunque le fuera en ello la poca salud que le quedaba: despojarse de sayas y túnicas doradas, para hacer lo que antaño le era tan familiar, el trabajo de campo.

martes, 7 de agosto de 2018

VEINTICINCO: Y POR FIN... CELESTE


Playa, Bebidas, Caribe, Cóctel, Beber, Exóticas, Vidrio
¡Pero qué aspecto más estupendo tenía todo! Era más de lo que había podido soñar jamás, vamos que no tenía parangón siquiera con ninguna de las series de la tele, y es que, a fin de cuentas, los hacedores de películas ni habían asomado el morro por aquellas vistas celestiales jamás. Desde luego, lo que era venir con enchufe, nadie, absolutamente nadie, le había cuestionado sus credenciales de entrada, ni siquiera le habían pedido un carnet, ni una contraseña, ni nada de nada. Simplemente se miraron el uno al otro, los guardianes de la puerta, y le espetaron una sonrisa como si la conocieran de toda la vida. ¡Y el aspecto que se traía! Ni en las mejores tiendas de París habia visto unas telas tan lujosas como las que la arropaban ahora, ¡quién sabe por qué misteriosas razones se había encontrado con ese atuendo y a las puertas de Celeste! Lo último que recordaba era una habitación de un hotel en París y una ducha bien fría, pero le parecía indescifrable el camino que había seguido desde entonces hasta aquí. ¿Quizá lo había deseado tanto que su ansiedad lo tornó posible? Y este aspecto inmejorable, con la piel tersa de un hada, el pelo cobrizo y ensortijado como el de Garci, las manos refinadas y con esos dedos largos de pianista, y las piernas de gacela... no daba crédito a su suerte.

Nada más traspasar las ornamentadas puertas de oro macizo se encontró con el paraíso. Su cuerpo material dejó de pesarle y se le mostró transparente, mitad azulado mitad rosáceo. Esto casi la molestó, con lo que se había empeñado en poseer una silueta de top model y cintura de avispa, allí arriba parecía que lo corpóreo careciera de entidad y las almas vagaran libres entre nubes, terrenos verdosos y ausencia de fuerza gravitatoria. Poco a poco se le acopló la visión a las agualosas incertidumbres de palacio. Las hadas, que tanto había imaginado como vedettes del mundo de la moda, eran marmóreas y de una belleza tan gélida como perfecta. No eran formas de silicona ni muslos carnívoros lo que las caracterizaba, sino que estaban dotadas de una fuerza atractiva que la pobre Rosalinda no sabría cómo describir a la vuelta, su vuelta, si es que había un retorno, claro. Pero de eso nada, toda la vida, su eterna vida circular, ansiando este momento de exaltación, y ahora no hacía más que temblar de miedo.

Ciertamente que no era como lo había esperado, un circo de seres apetentes y fuentes de las que emanara coca-cola y champagne francés, y bellos querubines haciéndole la corte con románticos gestos, y tartas de trufa coronadas de nata para torsos estilizados e inengordables... Hedonismo, culto al cuerpo, relax y vacaciones permanentes, y corazones que no te la fueran a jugar apenas les hubieras dado la espalda...

Celeste, sin embargo, resultaba ser un lugar etéreo e infranqueable, de difícil descripción. Lo que no era, desde luego, un espacio ruidoso, salvo por los sones de Bach y flautas que se escuchaban de fondo, como en hilo musical. Preguntó si había alguna playa, porque se pirraba por una cervecita mirando al mar, como en las películas otra vez. Pero bueno, que ni había mar ni servían alcohol, le dijo un ángel espantado de tanto mal gusto.  ‘Bueno relájate, estás demasiado agitada todavía’, se dijo Rosalinda, ‘y estas cosas digo yo que llevan su tiempo’. En realidad, la brujita no había salido nunca, no ya del Infierno, sino de su barrio Nowhere’s, así que no era de extrañar que la hubiera embargado un sentimiento de melancolía mezclado con secreta añoranza por los lugares comunes. Si ya lo decía el refrán, que más vale malo conocido... ‘y yo empeñada’, se dijo, ‘vamos emperrada, en salir de mi casa y correr aventuras. Pues toma aventuras, aquí estoy, como un canario en medio del océano y, lo que es peor, sin billete de vuelta’.

Se miraba y remiraba la piel, pero transparentaba de una forma que no había manera de saber si era bella por fuera o por dentro, todo colores y formas voluptuosas. Lo que sí, una sensación de calma total y de sueño. Más que de sueño, de adormecimiento consciente. ¿No habría ningún bar en la zona en donde le sirvieran un café frappé? Vaya, ahora le había dado esta especie de antojo humanoide, ¿a santo de qué venían ahora deseos tan materiales en medio de la delicia del paraíso? Preguntó a unos ángeles que la rodearon haciendo volteretas en el aire, pero no supieron contestarle y, como si hubiera dicho una tontería, se fueron corriendo entre sonrisas y cantos de sirena. Desde luego qué gente más alejada de las cosas terrenales. ‘Claro, también tú’, se dijo, ‘que estás en Celeste, ¿qué quieres?’ Según había leído era el reino de los deseos cumplidos, más bien de la ausencia de deseos puesto que todo lo que se podía anhelar ya estaba al alcance de uno. Vale, eso estaba bien, pero ella tenía ganas de probar un café helado y no había Dios, por cierto de mentarlo, que le dijera cómo conseguir uno.

‘Esta bien’, se dijo, ‘me tranquilizo como sea. ¿Y si me doy un bañito en esa piscina tan apetecible que se divisa desde aquí?’ Se quiso encaminar hacia allí, pero no sabía cómo avanzar. Piernas no se veía ningunas, ni tronco ni manos, así que, ¿cómo se movía uno en estas circunstancias? Observó el movimiento de unas hadas que pasaban por allí y llegó a la certeza de que no había más que tener voluntad de hierro y mirar hacia el lugar deseado. Primero fue avanzando a trompicones, pero poco a poco recobró un paso virtual más relajado y apenas en unos instantes estaba pegada a un bello lago repleto de cisnes. ¡Vaya, allí los únicos que tenían una forma dibujada con precisión parecían ser los animales! Pocos había, la verdad, pero eran bellos por fuera, como ella había imaginado que sería todo en Celeste.

Entrar en el agua se le hacía más difícil, y más que entrar, disfrutarla, porque, sin cuerpo que refrescar, ya me dirás qué necesidad tenía de mojarse. Pero, más que nada, era por probar si verdaderamente había perdido su condición brujeril y había mutado en hada de todas todas. Si así era, al tocar el agua sentiría un placer refrescante, como siempre había soñado. Pero si aún quedaban resquicios de su condición anterior, le rechinarían los dientes invisibles de dolor al contacto con el elemento líquido más odiado en el Infierno, tanto más cuanto más fría estuviera. Los demonios huían del agua tanto como los gatos; sólo se lavaban en casos contados, con agua caliente y preparada con cal, pero nunca en mar abierto, ni siquiera piscinas naturales o lagos, y menos sin tocar fondo puesto que no sabían nadar. ¡Así se les quedaba la piel!

En la ducha de su madre ya probó con el agua fría antes de iniciar el viaje, y no le desagradó en absoluto, pero no dejaba de ser agua calcárea. Y en el río, cuando fue a lavar la bata después de quedar a tope de barro por culpa del general De Angelis, tampoco sintió dolor, pero sólo se mojó las manos. Así que todavía no las tenía todas consigo de haber mutado de veras, y la prueba le daba un miedo horroroso, pero tenía que hacerlo. Se sumergió sin pensarlo más tiempo, y notó, para su regocijo, un frescor inmediato. Nada, no sentía ningún dolor ni muscular ni óseo. ¡Bravo, era un hada como la mejor! ¡Hurra, victoria, maravilla sexual de la naturaleza! Quiso palmotear y chapotear como si fuera un pato, pero como le faltaba cuerpo, o sea entidad física, se contentó con pensar en el sonido que daban las palmas de las manos al chocar entre sí. Ahora, que se sintió un tanto compungida por la falta de sensación táctil que experimentaba. Estaba visto que tenerlo todo era imposible, aquí como en los Infiernos. 

¡Uy, vaya atractivo angelote que le había rozado la pierna derecha! Pero bueno, ¿qué pierna? Si ella no se veía ninguna, y sin embargo, había notado aquel roce como si fuera pura electricidad...

-¿Eres nueva por aquí, preciosa?- le espetó de golpe. ¿Pero de dónde había surgido aquel ente gaseoso tan apañado? Tenía la voz de un “castrato”, pero las formas de un gentleman y el look interesante, aunque difuminado, como todos los seres que veía en Celeste. Aún así, era el primer ser vivo que le dirigía la palabra por allí.
-Soy un hada- probó a decir.
-¿Y tu aura dorada?
-¿Qué aura?- aquí se sintió pillada por las circunstancias, ¿de qué le hablaban?
-¡Jah, vaya hada estás hecha! ¿A quién quieres engañar? Eres una infiltrada, si lo sabía en cuanto te he visto moverte como un pato mareado. Apuesto a que has llegado con el grupo de turistas que entró ayer por la tarde y te has despistado de ellos para vivir la experiencia por tu cuenta, ¿eh? Pues yo te puedo poner las pilas que necesites...- dijo con tono socarrón y rozándole otra vez la pierna que no tenía.

¿Qué era mejor, seguirle la corriente o mandarle a tomar viento fresco? Claro que, era su único amigo allí, y digamos que andaba algo necesitada de contactos. Mejor entonces echarse el rollo con él y utilizarle para unas cuantas lecciones prácticas de cómo moverse en Celeste. Además, que era tan marmóreo como las hadas que había visto paseando por los jardines, pero había química con él, le daba buen feeling cósmico.

-Eres muy hábil, comotellames.
-Soy Cóndor, ¿y tú, bella turista intrépida?
-Soy Melanina.
-¡Anda, vaya nombre tan tonto, pero si eso es un pigmento de las células animales! Aquí es muy apreciado porque nos da un color de lo más chic. Ya sabrás que los habitantes de los cielos somos paliduchos, entre violáceos y rosáceos según las alturas, pero básicamente nos pirramos por coger colorcillo mundano, últimamente es muy fashion. En fin, yo sólo digo que con ese nombre no llegarás muy lejos por aquí.

‘Vaya, quería haber dicho Melanie, como la actriz de la tele, pero demasiado tarde’.
-Bueno, ¿y cómo debería llamarme, según tú?
-Ni nombre de diosa ni de hada, que les cogen muchos cabreos, pero algo así como una actriz megafamosa, ¿qué te parece Audrey?
-¿Au qué?
-Pero bueno, ¿es que no has visto ‘Desayuno con diamantes’? Audrey, ¡como Audrey Hepburn! Aquí hasta las diosas la imitan, y le hicimos una estatuilla con aura dorada cuando murió y la trajimos para el paraíso, ¡que ríete tú de los oscars de Hollywood!
-¿Y qué tal Rosalinda?- dijo ella tímidamente, esperando una risotada o algo peor.
-¡Me gusta! Es discreto, quizá un pelín cursi, pero te va bien, te imprime carácter. Y otra cosa importante, no está muy visto así que te mirarán con curiosidad cuando lo pronuncies. ¿Piensas quedarte mucho tiempo por aquí?
-Lo justo, ya veremos.
-Claro, claro, ¿oye, no serás periodista? Paparazzi, ya sabes.
Cada vez estaba más perdida con la conversación.
-¿Papa qué?
-No, ya veo que no. Es que yo me pirro por salir en uno de esos programas de famoseo de tu tierra. Aquí estamos enganchados, ¡vamos lo que daría yo por darme un garbeo por allí y salir en la tele, aquí se morirían de envidia! Pero sólo las musas viajan...- suspiró lamentándose.

Era un poco mundano este angelote, pero aquí tenía una buena oportunidad para entrar en materia.
-¿Las musas? Y tú, ¿no eres una musa?
-Uff, tienes que estar muy cerca de Dios para eso, y qué quieres, yo soy corrientito, pero no como esos modelines que le van detrás todo el día mariposeando, moviendo las alitas al viento...
-¿Que le hacen la pelota?
-Eso cuando menos. Además, que es muy cansado lo de ser musa, todo el día viajando de aquí para allá, con el bip colgado de la oreja y al servicio de cualquier artista impertinente y narcisista. Si llama la inspiración pues hala, ni que estés en medio de la siesta o ligando con una pibita, tienes que salir disparado y ponerte al servicio de las artes.
-Sí, sí, ya será menos, seguro que hay maneras de escaquearse y echar una canita al aire...- dijo ella, pensando nada más que en el jeta de su padre.
-¡No, por menos de nada el Creador te pega un sopapo y te baja el rango! ¡Anda que no hay disciplina en Celeste! Solamente hay un príncipe que está a la derecha del Padre, y hace con El lo que le viene en gana, pero los demás, anda que se van a desmelenar...
-¿Y quién es ése?- dijo Rosalinda con orgullo, esperándose la respuesta.
-Se llama Garcilaso, y es el ejemplar más bello de todos los ángeles musa del reino. Lo parieron y rompieron el molde, se dice por aquí. Mira, que se me eriza el vello de pensar en él.
-Pensaba que te gustaban las pibitas, como dijiste.
-Y así es. Pero la erótica del poder y la belleza es hermafrodita. El bello Garcilaso no tiene porqué ser solo un macho o una hembra, es mucho más que todo eso, como Dios, como todos los grandes.
-Pero también tendrá un sexo, ¿o no?
-Sexo múltiple, así son las musas. Y Garcilaso con más razón. Hasta a Dios lo tiene embobado con su labia, sus maneras, su discreción; aunque, de un tiempo a esta parte, anda perdido por las fuerzas del Mal, y eso no le traerá nada bueno... Pero estamos hablando demasiado, ¡vaya confianzas, no sé qué me has dado, niña! Es que tienes unos ojos que me han hipnotizado, ¡pero ni que fueras una bruja... buff... tiempo! ¿Quieres que salgamos del agua?
-Está bien, pero me temo que no tengo nada para secarme, y por poca consistencia que tenga creo que tendré frío.
-Claro, vamos corriendo a mi casa, ahí enfrente, y te daré algo para secarte. Como veo que no te aclaras mucho con el movimiento, si me permites te llevo en volandas. Después te doy alguna clave sobre cómo desplazarse en este mar de nebulosas.
-¿Siempre tenéis este paisaje tan gaseoso?
-Esto está muy alto, may dier, y suerte tenemos de que se conserve este microclima que hace que ni llueva mucho ni haga demasiado frío ni calor. Afuera de las puertas del paraíso hace una rasca de mil demonios, con perdón. De todos modos, lo de las neblinas es consustancial al medioambiente de estos parajes. Ahora, en los días señalados del calendario santo se nos ofrecen claros y soles que da gusto vernos, todos brincando por aquí con nuestros cuerpos materializados y desnudos.
-Ah, ¿entonces lo de la pérdida de materia no es definitivo?- Rosalinda pegó un respiro.
-Pero pensabas que... no, claro, es cosa del medioambiente, como te decía, miss. Verás dentro de casa como te ves divina. Bueno, cuando te aclimates también gaseosa te encontrarás divina, claro, pero lleva más tiempo acostumbrarse a los outdoors.

‘Anda que no le gustaba ni nada a este cursi hablar con anglicismos. En la Tierra casi era un descanso que supieran inglés, porque el parisino era imposible de comprender, pero aquí como que no hacía falta... ¿“outdoors” qué puñetas querría decir?’.

-Bueno, ya estamos chez moi. Anda, sécate esa bella cabellera con esta toalla. ¡Pero bueno, si pareces una princesita!

Rosalinda se miró asombrada. De repente a la luz artificial había recuperado su torso esbelto, y la mata de cabello como los chorros del oro, y un cutis terso de porcelana... ¡y su cintura de avispa! ¡Ahora sí que se sentía como la Cenicienta del cuento, preparada para el baile de palacio! Y vaya con el angelote, pues no estaba nada mal tampoco. ¡Sólo esperaba que no se deshiciera el hechizo con las campanadas de la medianoche!

miércoles, 15 de junio de 2016

VEINTICUATRO: llegando el apocalipsis

    

El Príncipe de las Tinieblas había retornado a su estado primitivo. Los suelos temblaron a cada una de sus zancadas de vuelta a palacio, y nadie, absolutamente nadie, dudó ni por un momento que había visto al Maligno cuando aquellos ojos encendidos se posaron en cualquiera de los paseantes. Una traición como ésta no tenía parangón. No se lo esperaba de sus mejores espadas, y menos aún de De Angelis que de nadie. El, como un imbécil, se había conformado con unas cuantas mamaditas de tanto en tanto, sin percatarse de que se estaba haciendo con todos sus contra-valores uno a uno. Tanto es así que se las tenía que componer sin casi fieles. Los demonios ya casi dudaban de obedecer órdenes que no vinieran del primer comandante. ¡Como si el Infierno fuera cosa suya, podría decirse!

¿Qué había dicho aquel ser pequeño e ignorante? ¿Que “el jefe” estaba en París? ¿París era aquella estúpida ciudad llena de puentes y enamorados? ¡Pues inundada iba a quedar en menos de una hora, por sus mismísimos, y con todos los demonios dentro! No hallarían ni una pizca de compasión en el Príncipe de la Oscuridad. El preocupándose de aquella maldita Energía oscura que les tenía sorbido el seso, y el general De Angelis, mientras tanto, pegándosela con propósitos traicioneros. Ya ni la lepra era suficiente castigo, porque con los favores que le debían por ahí es que le venderían hasta un antídoto para evitar el contagio. Nada, nada, ¿qué es lo que un demonio puede odiar más que todo? El agua, pues ración doble. Además, ningún demonio podía nadar, ni los más espabilados habían podido aprender, tal era la aversión que le tenían a las humedades. Así que serían los primeros en perecer. No había peor castigo que un buen chapuzón por los tiempos de los tiempos, y por su padre el honorable Lucifer que De Angelis no iba a salir del agua ni pidiendo clemencia ni invocando ningún maleficio. ¡Y pobre desgraciado del que contara con darle una mano!

Nunca había conseguido ver París. Por pitos o flautas, cada vez que se había acercado a esa ciudad para darse un garbeo por el Folies Bergère, del que tanto le habían hablado, había surgido algún inconveniente de última hora que le había apartado de su objetivo. Así que odiaba esa ciudad por partida doble, con su Torre Eyffel y su Bois de Boulogne lleno de guapos travestidos. Nada, nada, todo quedaría bajo las aguas desbordadas del Sena y pasaría a ser historia. La cuestión que quedaba por cerrar era si Dios no se metería en ese fandango para tratar de impedirlo. Vale que estaba despistado, pero una perrería de esta dimensión llamaría su atención seguro, y no tenía ganas de una batalla campal por la supremacía a estas alturas. Particularmente cuando tenía que pelear más solo que un perro abandonado. ¿Y si le llamaba para pactar antes la desgracia? Seguro que si le contactaba, le tocaba hacer concesiones pre-catástrofe, como salvar a los niños o alguna otra sensiblería. Pero mejor eso que perder por goleada, ahí estaba el quid. Por otra parte, si se arriesgaba a emprenderla en solitario, pues luego quizá podían pactar en medio del asedio, que siempre se siente uno más presionado que por adelantado. Decidido pues, primero atacar y después pactar.

Y una cosa más. Puestos a provocar, por qué no un calentamiento global, no ya sólo de las nieves que iban a parar al hermoso Sena, sino de todas las montañas del mundo mundial. ¿No decían las previsiones de los ecologistas que el efecto invernadero estaba causando verdaderos estragos? Pues él no había todavía logrado entender qué carallo significaban esas palabrejas, pero de lo que sí sabía era de añadir calor al ambiente. Si se daba prisa con los conjuros, en escasos minutos tenía toda la nieve del planeta Tierra derritiéndose como si fuera nata líquida, y a las personas más les valía ponerse unos flotadores estilo submarino, o acabarían espantosamente mojadas. Es más, podía manejar ese trasto que le habían regalado para ver la pantalla en tres dimensiones, y sentarse en su mejor sillón a contemplar el hundimiento de un mundo que le había dejado de ser fiel. Sólo era cuestión de esperar a que Dios viniera implorándole misericordia para los suyos. Tenían un pacto de no agresión que era la única cosa que respetaba por los tiempos de los tiempos, para preservar el Orden. Sin embargo, ¿qué era un rey maligno si no sabía romper los pactos por sorpresa y a traición?
Así las cosas, rodeó su endolorido culo de almohadones, y le dio al botón de play, o jugar. Eran las siete de la tarde en París, así que para antes de la hora de la cena ya les habría servido un buen susto de aperitivo.
*
-¡Garçon cabrón! ¿Dónde se ha metido todo el mundo en este jodido hotel? ¡Hace un calor de mil demonios, es peor que Nowhere’s land en hora punta! ¿Es que no tienen aquí refrigeraciones como está mandado?- gritó una Juanorra más enfurecida que un monstruo de siete cabezas.
-Señora, por decir algo, ¿pero no ve que estamos escondidos en las cocinas? Ya se ha zampado usted siete canelones, dos tartas de chocolate y tres botellas de vino, ¿y no quiere tener calor?
-Eso no es nada para este buche serrano, soldadito imberbe...
-¿Y no cree usted que, tanto engullir, se le va a atragantar la noche de pasión con su amante?
-De eso nada, con unos pedetes lo soluciono en un santiamén, y mi Garci tan contento.
-¡Puahhh, y yo que pensaba que los ángeles eran seres exquisitos! En fin, manos a la obra que no queda nada para el espectáculo. La verdad, que ahora que lo dice, sí que parece como si la temperatura ambiente estuviera subiendo a marchas forzadas... Umm... Tome, se me pone este atuendo de camarera y que Satán nos asista junto con todas sus fuerzas oscuras, porque vaya hazaña que nos espera. Vamos, que esto lo cuento yo en el regimiento y me toman por enajenado, tanto estudiar para acabar así...
-¿Eso me has buscado? ¡Pero si es un mantel!
-¿Y qué quería? Acaso piensa que hay alguna camarera en este hotel con su tallaje, ¿eh? Y, aún así, tendremos que juntar dos manteles para darle la vuelta al tronco y atarlo bien.
-Bueno, qué remedio, menos mal que en cuanto entre mi Garci por la puerta yo me suelto los nudos con los dientes si es necesario y le bailo una por soleares con las carnes al aire. ¡Se va a quedar que ni pa respirar le dará! ¿Has conseguido la música?
-Es para lo único que he podido utilizar mis técnicas estudiantiles. Mi chip accedió al sistema informático del hotel y para esta noche figura una petición muy especial de flamenco español por parte de unos príncipes saudíes.
-¿Quiénes?
-Ud. déjelo de mi cuenta. El hotel se ha pensado que esta noche tiene unos invitados muy particulares de un reino lejano, y como pagan con petrodólares cualquier petición suya es bendecida en el país de los deseos. Así que tendrá flamenco para dar y vender. Ahora, que príncipes saudíes sólo habrá uno, que seré yo. Esta performance no tiene precio, y pensar que ninguno de mis mayores estará aquí para apreciarlo, tan sólo ese absurdo ángel...
-¿Eh??? ¿Cómo te atreves a hablar de la primera figura de Celeste? ¡Mentecato, vete de aquí, que no quiero verte!
-Será un placer, sí señora, por una vez estamos de acuerdo. Me voy con viento fresco y la veré en el bar dentro de cuarenta y cinco minutos. Usted será anunciada como “la faraona” a las ocho en punto, así que no olvide rondar por allí y presentarse en el escenario a la hora prevista. Yo estaré en primera fila vestido de príncipe saudí. Me estoy afixiando, desde luego que vaya calores que me han entrado, debe de ser el malestar general que arrastro...
*
Garci estaba que se subía por las paredes. El hotel más lujoso de la ciudad y que tuvieran el sistema de aire acondicionado estropeado, ¡era increíble! Claro que, bien mirado, el director estaba en lo cierto al decir que las previsiones para un mes de enero no avistaban, ni de lejos, temperaturas rondando los cuarenta grados centígrados. ¡Dios, ni en sus peores viajes por los bajos del Infierno había sudado tanto! Iba por la cuarta muda en menos de media hora, y se acercaban las ocho sin nada seco que ponerse, la ropa chorreaba humedad y él entraba y salía de la ducha sin notar ningún cambio de ambiente. Con la de ropa provocativa que tenía en el armario, pero estos calores reventaban cualquier expectativa de elegancia.
-Sí, ¿quién es?
-Servicio de habitaciones, monsieur, ¿llamó usted?
-Sí, pase enseguida y a ver si consigue abrir esas malditas ventanas, que están atascadas.
-Pero monsieur, le entrarán los humos de los coches, el calor asfixiante del exterior...
-Abra, abra, quizá corra una brizna de viento... ¡Ahhh, es aún peor, cierre, cierre otra vez!
-Ya le dije. Si es que yo vengo de la calle y no hay forma de resistirlo, es como si el sol nos estuviera cayendo encima, la gente se ha metido en el río, y en los parques no queda una fuente que no esté repleta de niños chapoteando.
-¿Me puede decir qué hora es?
-Las ocho menos veinte de la noche. ¿Ve usted el sol? Parece una bola incandescente que fuera a devorarnos, ¿no lo ve más cerca de lo normal? Además, a estas horas el sol tiene que dar paso a la luna, y aún parece mediodía... Si ya lo dicen en la tele, que el cambio climático está haciendo estragos...
-Gracias, es suficiente- Garci le dio una buena propina a la camarera para que se marchara de una vez.  Aquí estaban pasando cosas muy raras, estos calores eran anormales, así que había gato encerrado. Llamó a Dea, pero nada, fallo en la comunicación otra vez. Pues no había más remedio que avisar a Dios y ponerle en alerta porque, o mucho se equivocaba, o aquí estaba pasando algo gordo... Bueno, quizá antes podía echarle un vistazo a la situación climática de distintas áreas geográficas de la Tierra, antes de alarmar innecesariamente al jefe. Se quedó anonadado: en la pacífica Polinesia había comenzado un maremoto, los caudales de los ríos del Sudeste asiático desbordados y comiendo terreno... ¿Pero qué estaba pasando? Se frotó los ojos por si la pantalla le había jugado una mala pasada y volvió a conectar el programa, pero no había errores. Siguió pulsando, zona tras zona, y donde no había un desastre en marcha había otro. Y lo peor, ¡ni rastro de los glaciares en los Polos!

Tenía que hacer saltar las alarmas de Celeste y poner rumbo hacia allí para tomar los mandos porque, a buen seguro, que esto era una treta del Infierno, que nunca jugaba limpio. ¿Acaso sabría algo Dea y por eso se había mostrado tan misterioso? El pensando que si le habría descubierto sus planes, pero quizá iba desencaminado y a lo que se refería con eso de “el fin justifica los medios” era a la catástrofe que se les avecinaba. 

De golpe reaccionó de su acelerón. Pero bueno, ¿y todo esto tenía que pasar justo ahora, que iba a abandonar el reino y fugarse con su amada? ¿Y si era el final de los tiempos y no llegaban a escapar? Pues él se saldría con la suya, y ni cien, ni mil glaciares derretidos le harían cambiar de opinión. Es más, ahora o nunca, porque aquello podía ser un apocalipsis, y por lo tanto el mejor momento para darse el piro sin que nadie siquiera reparara en ellos. Y para cuando Dios le buscara ya no le encontraría en estos lares. ¡Sí! Pensándolo bien, ¿qué informe ni qué puñetas? Por once in his life sería un irresponsable y no alertaría a nadie, que movieran el culo si querían enterarse en Celeste de lo que pasaba por sus dominios, y sino es que les importaba un carajo, así que tanto daban unos cuantos seres humanos más o menos. Desaparecidos todos los súbditos creyentes, Celeste dejaría de tener adeptos que lo sustentaran con su fe y reinaría sin sentido hasta su destrucción, como si fuera un sodoma y gomorra. ¿Y a él qué? ¡Que se preocupara Dios por una vez de los suyos!

Salió a todo meter con unos pantalones de naylon color beige y una camiseta estilo calvin klein que le caía redonda. Sin zapatos, ni colonia, ni corbata...
*
Vaya, ¿quién establecía conexión ahora? ¡Ahh, pero si era el jefe de todos los jefes, el mismísimo general De Angelis! ¡Por fin! Igual le sacaba de todo aquel atolladero y podía contarle los planes de aquella bruja loca...
-Sí, mi general, ¡soldado raso Jones a sus órdenes!
-Puñetero Jones, ¿dónde estaban metidos?
-Ehh... mm... es una larga historia, mi general, esa bruja...
-No importa, le necesito ipsofacto. Tenemos que apresar a la vieja bruja, ¿está con usted todavía?
-Pues... verá... como decía, es una larga historia, pero el caso es que ahora mismo no está conmigo...
-¿Ehhh, es posible que la haya dejado usted marchar sin vigilancia?
-No, mi general. Verá, se empeñó en montar un show para ese ángel que la trae loca, y es cosa de pocos minutos que me reúna con ella en el bar del hotel Ritz.
-Sí, algo he oido de eso. Necesito que la aprese usted en medio del show y hay que llevársela de allí en volandas.
-¡Sí mi general!- respondió muy ufano el soldado. Aunque pensándolo bien, vaya tarea, ¡era casi peor que ejercer de príncipe saudí! Con suerte, bajo el disfraz de árabe multimillonario los demás clientes y la dirección del hotel pensarían que era un capricho suyo, y le dejarían raptarla como si tal cosa. Incluso podía conseguir que un camarero le llevara una botella de champagne a “la faraona” antes de empezar la actuación, y con eso tenían garantizado que perdía el sentido y se le iba la fuerza por la boca... –No le fallaré, mi general.
-Eso espero, yo les recojo a eso de las ocho y cuarto con un vehículo blindado a las puertas de las cocinas. ¿Sabe dónde están las cocinas?
-Demasiado bien, mi general. Pero, si me permite, necesitaremos que el ambiente se caldee un poco antes de actuar, así que, ¿le parece si son las ocho y media?- estaba sembrado, ¡dándole ideas al mismísimo De Angelis!
-Ni un minuto más. Adiós.

Dea temblaba de pensar en los planes y en la dificultad de los mismos. A pesar de su voz resolutiva, su ánimo estaba por los suelos, como si algo se le estuviera escapando. Siempre discutía sus estrategias con Garci, y entre los dos ataban todos los cabos, así que esto de no poder consultarle le fastidiaba por partida doble; por un lado, desconfiaba de sus habilidades para trabajar en solitario, y por otro, le asaltaba la congoja por la traición. ¡Al diablo! Quizá no eran más que estos calores infernales que no le dejaban pensar. Iría a por el vehículo para tenerlo preparado, y se metería un buen lingotazo que le acallara la conciencia que no pensaba poseer. Además, estos sudores sólo podían combatirse con un chorro de aire bien frío, así que pondría el motor en marcha y el aire acondicionado conseguiría relajarle.

Con estos pensamientos estaba cuando salió por la puerta de los comedores del servicio, y de poco se pone a meter alaridos como una ratita asustada. ¡Había medio metro de agua cubriendo la calzada, y unos veinte pasos para llegar hasta el coche que les llevaría hasta la nave! Era rarísimo, había requetemirado las previsiones climáticas antes de partir hacia París, y anunciaban un frío que pela de invierno y un sol de cortar. Pues sol sí, ¿pero el frío? ¿Qué estaba pasando? Volvió a consultar su relojera digital, y esta vez sí que se quedó blanco de estupor: temporales a diestro y siniestro, y más concretamente, ¡el Sena desbordado y arrasando la ciudad! Tenía unos treinta y cinco minutos, como mucho, para salir escopeteado de allí, eso si los motores de la nave no estaban calados hasta los huesos, y sin contar con que ningún vehículo motorizado le podría conducir por la calzada inundada. Tendría que utilizar un truco desintegrador de materia, para él y para Juanorra. Porque, eso sí, mejor llevado por las aguas que juzgado por Satán... ¡Qué hacer, y rápido!
*
-¡Aúpame más, viejo chocho, que se me mojan las nalgas, vaya idea que has tenido de que nos fuéramos a dar una vuelta!
-¡Calla, furcia barata! Tú no sabes qué disgusto tengo, mis mejores sandalias de Charles Jourdan para tirar a la basura. ¡Además, que me estás clavando las uñas, maldito diablo, eres peor que un gato mojado!
-¡Pues claro que soy peor! No quieras saber lo que nos ocurre a los demonios si nos pasas por agua, nos duelen los cartílagos hasta decir basta por meses y meses, y el reuma te deja baldado... eso sin contar con que no sabemos nadar...
-Vamos, que te ahogas en un vaso de agua. Bueno, ya estamos a pocos metros del hotel, esa suerte que tienes porque yo sino es que te dejaba caer aquí mismo, ya no puedo más... Veremos si la cría ha despertado, y cómo...
-Pues espero que bien, porque si sigue llegando agua yo me voy de estas tierras cagando leches, ¡con o sin ella!
-¡Pero qué mal hablado eres! ¿Y nuestro experimento? Te recuerdo que me he dignado a dejar Celeste con el único propósito de probar el éxito de mi elixir celular... Córcholis, sí que hace calor, sí... cómo echo de menos a los abanicadores... Hala, qué descanso, entre el sol, el agua fétida y lo que pesas estoy para pegarme un baño en la piscina...
-¡Qué piscina, qué piscina, vamos directos a la chambre que aún se nos escapará el engendro ése! Si ha decrecido lo justo y suficiente, será manipulable y podremos usarla sin más tardar como moneda de cambio con su madre. Sus secretos serán nuestros secretos, y no tendrá más remedio que pactar con nosotros un sucio y miserable trato...
-Prefiero no escucharte, qué malvado resultas... Cojamos el ascensor que me flaquean las piernas. ¡Qué horas éstas, las ocho menos cinco ya! ¿Pues no era a las ocho cuando nuestros amigos se daban cita? Si vamos a por la chica aún nos perderemos el asunto, así que tú subes a buscarla y yo me voy a ver cómo van los preparativos. ¿Eh, qué le pasa a este ascensor?
-No lo sé, pero nos hemos quedado sin luz alguna. ¿Tienes un mechero?
-Pues no, pero tengo una linterna en el reloj. Dale a la alarma. Vaya, tampoco suena, ¿qué es esto, una confabulación en nuestra contra?
*

-¡Jua jua jua! En la vuestra y en la de toda la sucia especie. ¡Vais a saber lo que es temblar de miedo, malditos!- Satán paró el vídeo para irse a buscar una cervecita bien fría, antes de manipular a su conveniencia el final del espectáculo. 

lunes, 11 de noviembre de 2013

VEINTITRÉS: Juana la novia


‘Dos horas para mi cita’, se dijo Garci, ‘y no sé porqué, tengo una sensación de desasosiego nada habitual, está el ambiente enrarecido. Vale que no he hecho nada para encontrar a la joven impostora que me cameló con sus desmayos. Cierto. Pero tampoco es para tanto, si los sabios locos se entretienen un rato con ella, pues nos dejan tranquilos a los demás. Seguro que la querían para algún experimento de los suyos, pues que les aproveche.’

Guapa era, y más que guapa, lo que le había dejado pillado era ese aire tan familiar que se daba, con los mismos ojos que su abuela y esa melena... En fin, aire, que seguro que era todo un engatusamiento tremendo, y, si me apuras, una treta de los sabios que se la habían puesto como cebo quién sabe con qué fines. Ahora que se había librado de ella, tenía que relajarse y pensar en la fea Juana, su Juanita, que ya estaba bien de intrigas de palacio. ¡Nada ni nadie le distraería de su semana de ocio y amour fou!


Se puso un traje que parecía un modelo del mismísimo Paco Rabanne, o de Dior. Pero quizá algo tan clásico desentonaría demasiado con ella, que a saber con qué pintas se presentaba. Desde luego que los dejaría a todos ‘épatés’ como nunca antes. ¿Mejor un Armani?  Le quedaba que ni pintado, con sus cuatro botones y ese color crudo tan de moda. Pero pensándolo bien, estaba hecho un señor de los años veinte, era también demasiado clásico, necesitaba algo más innovador para una cita tan importante, y además no combinaba con la camisa azulona preferida de Juana. ¿Entonces qué, Jean Paul Gaultier, Kenzo? Tenía un fondo de armario que ni las vedettes de Hollywood, pero es que ser musa tenía sus compensaciones, y los diseñadores no querían perder la inspiración por nada del mundo. Bueno, que la suerte zanjara la cuestión y el traje le escogiera a él. Hizo girar todas las prendas en el armario apretando todos los botones de selección y marcha a la vez, y cuando soltó los mandos con los ojos cerrados y frenó el cachivache en seco, el que quedó en portada fue un modelo YSL de rayas, que con su camisa turquesa iría que ni pintado. Quizá extremado, porque una cosa era epatar en las pasarelas, y otra muy diferente vestirse para salir a la calle. Pero nada, no había marcha atrás, las decisiones del azar tenían estos riesgos. Además, bien mirado, Jota se perdía por los colores vivos, así que quizá no era tan mala idea. Un cuerpo como el suyo podía aguantarlo todo sin doblarse.
 Un come come le seguía agujereando el estómago y las ideas le bailaban confusas, pero quizá era todo producto de la excitación que le producía ver a Juanorra, y nada más que eso. Le había comprado en Chaumet, el joyero más reputado de la plaza Vendôme, un joyón que la volvería loca, un pedrusco del tamaño de un puño hecho de esmeraldas, con un diseño de cortar la respiración. Y Juana muy exquisita no sería, pero las cosas buenas las distinguía de lejos.  Todo eso porque quería declararle su amor de una vez por todas, y pedirle, vamos que no se atrevía ni a pensar en ello siquiera, que se escaparan juntos. La Polinesia era un lugar privilegiado, desde luego, pero además había tantos otros mundos por descubrir en el cosmos. El se los mostraría todos a su novia. ¿Había dicho novia? Era la primera vez en toda su larga existencia que esa palabra le sugería algo positivo. ¡Estaba más enamorado que un colegial!
¿Y si ella se reía de él? ¿Y si no hacía más que mofarse de su propuesta y dejarle en ridículo por su osadía? Pues tanto daba, por primera vez le daba lo mismo quedar como un ingenuo delante de ella, y que pensara que era un sentimental y le acabara despreciando. De todas formas, Juana tenía que tener su piel por debajo de la costra, y seguro que estaba por sus huesitos, aunque no quisiera admitirlo. Y además, qué carajo, llevaban por los siglos de los siglos con esta historia absurda de amantes prohibidos. Que había sido divertido, no se podía negar, incluso lo más divertido que había hecho nunca, pero ya no tenía ganas de seguir saltando de aventura en aventura, cuando con la que estaba deseando pasar los días era con ella. ¡Vaya acelerón que habían pegado las cosas! Por eso cada vez le interesaban menos los planes de dominio del Universo urdidos por su buen amigo Dea. Eran pasado, y se había hartado de constantemente tener que demostrar que era la primera figura del reino. Y de Dios, también se había cansado de El, con todos los debidos respetos. Cada día tenía más achaques y ya no sabía ir solo ni al cuarto de baño, por no ser más soez, que su condición no se lo permitía. La última vez le había pillado sin poder atarse los zapatos, con un enganchón de espalda que no veas. A los demás les hacía creer que estaba en pura levitación día sí día también, y por eso no podían verle, pero donde estaba es en los balnearios, dándose friegas de vigorizante y baños con sales marinas, a ver si le resucitaban las ganas de vivir y mandar.

Así que el bello Garcilaso, de un tiempo a esta parte se le había hecho imprescidible a su Dios, y estaba mal que él lo dijera pero, poco se equivocaba al pensar que le tenía en mente como sucesor para Celeste. ¿Se podía saber qué les pasaba a los Jefes? ¡Estaban en franca decadencia! El uno porque la artrosis, vaya vulgaridad para su condición, le estaba dejando ko, y el otro pirrado por los culos de sus súbditos, ¡desde luego que vaya temporadita! Esto sólo podía ser cosa de la dichosa Energía Oscura ésa que habían descubierto los científicos. Que les estaba haciendo la pascua a todos y trastocando el equilibrio de fuerzas.

El no quería quedarse a ver el fin del imperio. Durante millones de años hubiera dado un brazo, o un pie, por la sucesión. Todo el empeño que había puesto en ser la mano derecha del Divino, y ahora que le llegaba la oportunidad de oro y se la ponían en bandeja, había perdido todo su valor. ¿Estaría enfermando? Era otra de sus grandes preocupaciones, si con tanto ir y venir de tierra de humanos, no se le fuera a pegar ninguna de esas enfermedades tan raras que cogían de tanto en tanto. Mira Dios, ¿a santo de qué se le ponían ahora esos dolores de viejo reumático? Pero bueno, sin distraerse del tema, el caso es que se le habían evaporado las ambiciones como por arte de birli birloque. Todo lo que quería y deseaba ahora tenía nombre de bruja; la muy condenada lo tenía bien pillado por los cataplines.

¿Y si le decía que no? Podía raptarla, pero así no era como quería hacer él las cosas. Claro que Juanorra nunca fue muy profunda; el joyón la volvería loca, y la semanita de pasión también, pero más allá de esos amoríos, ¿cómo la convencía de seguirle en su fuga por el infinito? Nunca la había oído hablar de inquietudes por viajar, o por conocer el más allá o el más acá, así que, ¿cómo la podía embaucar? Pero bueno, ella también tenía que estar harta de no poder escapar a su destino circular, ¿o no? Por pocas vueltas que le diera al tarro, lo de la vida inmortal una y otra vez la tenía que tener hasta el moño, como a todos. Entonces, ¿por qué no? Había que tener confianza en uno mismo, y pensar que no todo iban a ser mofas y risas, quizá por una vez lograra tener una conversación importante con su novia –otra vez esa palabra- y la haría descubrir que ella también estaba loca por él.

Por el que lo sentía es por su amigo Dea. Se iba a quedar muy solito sin ellos dos, y lo peor era no poder decirle nada de nada, no se podía permitir ningún riesgo, y además intuía que no le haría ninguna gracia la escapada. Por una parte, le dejaba el camino expedito para la conquista del Universo pero, por otra parte, hacían un tándem tan exquisito que le sabría muy mal perder a su compañero de contra-fuerza. Por eso mismo no le podía contar cuáles eran sus planes, y bastante que se tenía que morder la lengua. Después estaba aquella frase que le había repetido antes de despedirse de él: “el fin justifica los medios”. Era su consigna, pero a qué venía ahora esa insinuación. ¿Sería que se rumiaba algo? A Dea no se le escapaba una pero,  ¡esta vez hubiera sido demasiado que le hubiera adivinado el pensamiento!

Bueno, pues estaba decidido. Se iría con su bruja al lugar más recóndito donde pudieran llegar, a uno donde ni demonios ni ángeles pudieran jamás buscarles. Lo primero era salir de la Vía Lactea, y después sería pan comido porque allí fuera había mucho para elegir. Al menos eso decían los libros prohibidos. Una vez que hubiera pasado la alarma inicial, digamos en unos cuatrocientos años, podrían volver por suelos conocidos como si tal cosa, y nadie se acordaría de ellos apenas después de varias vidas circulares sin asomar el morro. Eso si quedaba un sitio donde volver, porque la hecatombe final estaba por llegar y, desde luego, a él no le pillaría sin haber hecho los deberes. Lo que sea que tuviera que acontecer, lo experimentaría bien pegadito a su Juana del alma. Lo quisiera ella o no.

Desde luego que se le había ido el santo al cielo, como quien dice, y se habían hecho las siete de la tarde en un pis pas. Qué las siete, ¡las siete y diez ya, cincuenta minutos para la rencontre!

lunes, 4 de noviembre de 2013

VEINTIDÓS: Satán viejo chocho


-Pero dónde se han metido todos mis infieles, ¡por mi padre Lucifer! Ni De Angelis, ni Valenciennes, ni la bruja ésa de la que hablaba mi comandante, nada, ¿es que no hay nadie en este jodido reino?- vociferó Satán, con un berrido tan sonoro que retumbaron los suelos de Oriente hasta Occidente. –¡Es una conspiración, no hay ninguna duda, es un complot para desbancarme! Pero no conocen la fuerza de la mano que mece la cuna, ¡ni a mí ni a mis honorables antepasados nos desbanca una panda de mequetrefes y cuatreros! Antes lo pongo todo patas para arriba y acabo con ellos de un soplido que me dejo pisotear mis galones, ¡eso lo saben hasta los putos príncipes de Celeste!

El maligno estaba rojo de ira maldita, se le habían inflado los carrillos y las venas del cuello se lo pusieron tan grueso que ni siquiera se distinguía del tronco. Echaba espuma por la boca y los ojos le brillaban a fuego lento. Pocas veces se ponía así, pero bien sabían sus súbditos que los presagios que ese estado denostaba eran muy poco halagüeños. Por otra parte, llevaba ya torturados a veinte regimientos y ninguna información de valía les había extraído. Todo era muy confuso, un posible viaje al infinito, otros hablaban de la Tierra, y los de Aduanas que si se habían ido de estrangis al Cielo. ¿Pero qué burla era ésta? Ahora se daba cuenta de que, lentamente, le habían ido comiendo el terreno de poder, y los soldados temían más la ira y las venganzas del comandante De Angelis y del sabio Valenciennes, ¡que la suya propia! Claro, tanto encerrarse en su puesto de mando, tanto viajecito de alta política y tanto juego de cartas con el Bien, habían hecho que se alejara de su pueblo esclavo, así que otros habían asumido su puesto y habían sembrado el terror en su lugar.

Lo que más le aterró fue al salir a dar una vuelta por los alrededores de palacio, y es que fue cruzar la verja exterior, y ninguno de los ciudadanos de a pie le mostraba ninguna reverencia. ¡No le conocían, ni sabían que era el mismísimo Príncipe de las Tinieblas! Le miraban con cara de pocos amigos, como miraban todos en el Infierno por otra parte, y le apartaban de un manotazo como si fuera uno más en el desierto. Y él no podía ir diciéndoles a todos quién era, eso le hubiera restado prestigio. No, mejor era hacerse el loco y pasar a cuchillo a sus dos primeros espadas en cuanto diera con ellos. ¡Las cosas iban a cambiar pero que mucho! Se reciclaría, se pondría las pilas y volvería a ejercer de Jefe Supremo cuya sola presencia hace temblar hasta a los ladrillos. Porque lo que es ahora, ni los perros le tenían ya el más mínimo respeto. Uno se le había puesto a ladrar que casi le arranca el manto púrpura y le deja el culo al aire.

De pronto, se sentó en un banquito de la calle y se sintió de lo más apesadumbrado. La adrenalina por los suelos. ¿Pero a quién quería engañar? Ya no era el apuesto Príncipe maquiavélico de antaño. Sus jugadas maestras habían pasado a la historia. Se le nublaba la vista a partir de la medianoche y se quedaba dormido en los conjuros. ¡Vaya rey de la Oscuridad que estaba hecho! A su padre ya le pasó lo mismo a una edad parecida. El espíritu se le había cansado, decía. Satán se mofaba de él sin entenderle, hasta que un día lo vio tan senil al viejo que no le quedó más remedio que dejarse de putas y juergas y coger el mando que dejaba su padre tristemente. Al principio le costó un poco asumir ciertas funciones, y, más que nada, abandonar otras diversiones para las que no quedaba tiempo. Pero poco a poco, el poder se había ido apoderando de él y sorbiéndole el seso, hasta que no quedó minuto de su existencia que no consagrara al Mal y sus éxitos. Hasta hace poco no había notado apenas achaques de consideración; algún dolor de cabeza aquí y allá, pero nada que no se recuperara con unas horas de sueño. Tanto era así, que pensó que sería diferente a su padre, y que su reinado no tendría fin porque él era invencible. Así que los primeros síntomas de senectud trató de obviarlos, pero ahora ya no había modo. Y una salida furtiva a la rue acababa de confirmarle lo que ya era una evidencia: tenía que retirarse del ruedo antes de que una fatal embestida le pusiera fuera de juego y en evidencia delante de todos.

Estando las cosas como estaban, no iría de un rato que tomara una u otra decisión, así que decidió aprovechar su anonimato para tomar un chocolate con churros de los de antes. Quizá todavía existiera aquella churrería en el barrio donde iba de jovencito a buscar bronca, así que caminó camuflado entre el gentío, que a esta hora en que el sol se había puesto salían como ratones de la ratonera, hasta que pudo dar con la misma barriada de hace millones de años. Lo bueno del Infierno era que el tiempo hacía girar las cosas y a las personas una y otra vez sin que se desvanecieran del todo. Allí estaba la misma mujerona churrera, con los dedos como el material que servía, todo bien calentito. Y el chocolate espeso, que se olía a tres metros por lo menos de la entrada. Decidió hacer la cola como un vulgar cliente más, y se sobresaltó al ver el cartel de los precios y comprobar que no llevaba ni una moneda encima. No importa, como en los viejos tiempos también, sustraería unos cuartos a la ramera que tenía delante. Llevaba unos prominentes bolsillos en el trasero de donde asomaban unos billetitos verdes que serían suyos en un abrir y cerrar de ojos.

-Oiga pero, ¿qué hace restregándose contra mí? ¿Qué quiere, abuelo?
-Mocita, mocita, ¡pero qué rebuena que estás! Esa raja me la comía yo toda con mermelada y a bocaos.
-Vaya con el hambre que traemos, ¿no? Por qué no se calma, viejo verde, que mi novio le va a poner el culo morao como se me siga arrimando, ¿pero no le ve, que mide tres veces usted, chiquilicuatre?
-Ay cómo te ponía yo la melena ésa que te asoma por las nalgas...

Satán ya tenía lo que quería, así que se fue con viento fresco sin probar el chocolate, antes de que la muchacha descubriera que le había birlado los billetes y la iba a dejar sin merienda. Pensándolo bien, tanto daba el chocolate, en realidad tenía poca hambre; lo que le había puesto de buen humor era ver que no había perdido todas sus habilidades aún. Se dirigiría al puerto de aduanas, y haciéndose el longuis se coscaría de lo que se cociera por allí. Mejor eso que las habladurías de cuatro paletas marujonas de barrio.

Mientras caminaba por entre las callejas, se dio cuenta de lo descuidado que estaba todo. Ni flores, ni parques, ni agua limpia, ni música... desde luego que vivir allí debía de ser un infierno, claro que... por otra parte, ¡de eso se trataba! Bueno, decididamente estaba caduco. De pronto, se sintió inmensamente solo. ¿Por qué no se había procurado alguna acompañante que le diera descendencia? Con eso de que le ponían los culos masculinos más que a un tonto un caramelo, se había despreocupado completamente de los asuntos de familia, y ahora cualquiera se ponía a manejarse en mandangas, ¡bueno estaba él! Con estos soliloquios en dos zancadas se plantó en la frontera. Tomaría un chupito de anís en el bar de Julepo que le reanimara el estómago, que a falta de pan buenas son tortas. En ésas que se sentó en un taburete y puso la oreja a ver qué habladurías había por allí.

-¡Eh, deja eso, viejo borracho, o te llevarán los dioses a su reino celestial,  jua jua jua!
-¡O mejor, te llevará Satán a su partida de cartas y te dará un chupetón en la entrepierna!

Todos rieron al unísono, menos él, que de todos modos hubo de mostrar una medio sonrisa para disimular su estupor. ‘¿Pero qué habían hecho con su dignidad? ¡Pisoteado y enterrado cualquier respeto por la autoridad!’.

-Callad desgraciados, ¿estáis locos?- se atrevió a espetarles.
-Como se nota que vienes de alguna zona apartada, pueblerino, no tengas cuidado que aquí se han quedado sordas hasta las urracas.
-¿Y el Príncipe, no puede castigarnos por mofarnos así de él? En mis tiempos tenía una oreja en cada milímetro del Reino.
-Eso era antes, abuelo. Ahora está chocho, y sus sabuesos se han ido de vacaciones, ¡así que no hay más ley que la nuestra! ¡Venga, brindemos, pon otra ronda, Julepo!- gritó uno de los guardianes, para acto seguido caer redondo todo lo largo que era en el suelo.
-Bueno, amigo, no se asuste, que de ahí no pasa. Desde esta mañana que lleva bebiendo, hasta que ha reventado. Me llamo Marciano, ¿y usted?
-Soy Maquiavelo, ¿qué tal? ¿Estaban ustedes celebrando algo?- dijo Satán improvisando.
-Nada de particular. La falta de actividad, supongo. Están las cosas paraditas por aquí. Mucho ajetreo los jefes, y luego se han pirado todos sin decir ni mu.
-¿Los jefes?
-Sí, ya me entiende, el general De Angelis principalmente. Dicen las lenguas de por aquí que salió escopetado hace un rato y que no saben cuándo piensa volver. Se ve que llevaba una cara de no te menees, vamos que no dio pie con bola ni para castigarnos por una fuga que hubo. Y qué cosas, a mí me da en la nariz que se ha ido a París, la ciudad del amor, desde luego que el mundo está del revés!- dijo Marciano con voz de cuchicheo pero haciéndose el interesante.
-Y bueno, ¿qué hay entonces del Príncipe?
-¿Qué príncipe?
-Pues el Maligno, Satán, ya sabe usted.
-Ah, ése.- dijo Marciano con indiferencia –Pues qué quiere que le diga, ni se nota, ni traspasa, ni moja, ni na de na.
-¿Cómo dice usted?- preguntó el propio, de lo más extrañado con el lenguaje que usaba el joven. –No le comprendo.
-Pues que como las compresas ésas que salen por la tele, oiga. Que se lo tragan todo, pues así que para mí se han tragado al Maligno, que hace siglos que no le asoma el rabillo por aquí. Dicen que le ha salido barba y un cuerno en la cabeza que da miedo verlo.
-¿Y eso por qué?
-Pero oiga, ¡sí que viene de un pueblo perdido! ¿No sabe lo que dicen las crónicas? Que anda enculado por el general que no veas, y que no da una a derechas a cuenta de la turbación que eso le provoca. Y para prueba, un botón, la última Cumbre ha sido un desastre.
-Pero bueno, ¿y cómo sabe usted eso? ¿No se supone que esas cumbres del Mal son secretas?- preguntó Satán, boquiabierto de verdad. Ahora sí que se las estaban dando con queso. 
-¡Anda la hostia! Pero baje del árbol que se ha quedado usted enramado, ¡señor mio! ¡Si corre ya por ahí un vídeo pirata que no veas, ahora las retransmiten on line!

‘¡Pero que viva la Pepa!’, pensó Satán. ‘No se puede caer más bajo, ¿pero qué han hecho con mi reino estos piratas que he puesto al mando? Si ya me lo decía mi Padre, no te fíes ni de tu sombra que se volverá para acuchillarte cuando menos te lo esperes. Y es que mi vaguería me la tenía que jugar, he estado tan entretenido con la play station, con mis vuelos simulados, con mis partiditas de black jack, que no queda ni rastro del Príncipe que fui. Al menos mi Padre Lucifer se fue con todos los honores...’

-Pero abuelo, pero qué pasa, oiga, ¿pero qué hace llorando? ¿Es que se le ha metido algo en el ojo o es que chochea usted ya más de la cuenta?
-Mire, le dejo estas perrillas y me voy con viento fresco, que me quedan muchas batallas por librar.
-¿Batallas? Pero oiga, no se vaya, ¡ahora que empezábamos a intimar! Si le había pedido otro chupito de ésos, no me tome en serio lo que le he dicho, que llevo más birras de la cuenta y ni sé lo que largo...


Satán se alejó pesaroso, arrastrando los pies y el alma que no tenía. Eso sí, por sus antepasados que libraría una última batalla antes de darse el piro. ¡A la ciudad del amor le quedaban dos telediarios!