Garci se resistía a volver a mirar
por su pantalla digital mientras esperaba el comienzo del espectáculo. ‘¿Qué
hora era?’ se dijo nervioso, ‘pues más de las ocho, las ocho y dos minutos,
¿qué estaba pasando? Preguntó a un garçon, que sudaba por todos los poros de su
piel, y le contestó que ‘siempre había un margen de cinco minutos para crear
expectación, monsieur’.
-¡Pues esta vez como sigamos
creando expectación vamos a salir nadando!
-Certainment, monsieur.
‘Desde luego que estos camareritos
venían de buenas escuelas de hostelería, porque no perdían la compostura ni con
estos calores en pleno mes de enero.’ No se podía seguir resistiendo a echar
una ojeada a la pantalla digital, y más le valdría no haberlo hecho. El Sena se
había desbordado por completo y las aceras tenían medio metro de agua por lo
menos, sin que pareciera que las tragaderas de las alcantarillas estuvieran haciendo
ningún papel esencial. Giró en dirección hacia las montañas y se quedó
estupefacto. Era época de invierno, los Alpes se suponían nevados y bien
nevados, y sin embargo sólo veía ríos de agua bajando por las laderas y
llevándose por delante niños, perros, casas y coches. ¿Pero qué espantoso juego
había en marcha? Era un deshielo en toda regla, solo que fuera de temporada y
en plan catastrófico. Los polos, no se hacía con los polos de la Tierra en
ninguno de los campos visuales, y por doquier se encontraban temperaturas
altísimas peores que las del Infierno; era como si el mismísimo Satanás le
hubiera dado a los mandos de jaque mate a la humanidad. Y De Angelis sin mover
ficha ni mostrarse en escena. ¿Podía ser que se la hubiera jugado él también?
Entonces sí que era el fin de los tiempos...
De repente, una voz en off anunció
a La Faraona. ¡Esa tenía que ser su Juana, vaya que sí! Se bebió el whisky de
dos lingotazos y se dirigió a la primera fila, que no se dijera que él no
estaba allí el primero de todos, aunque fuera lo último que hiciera en este
agotado mundo. Sin embargo, no pudo llegar porque le cortaron el paso dos
especie de orangutanes humanos. La primera fila estaba reservada en su
totalidad por un viejo jeque árabe y su séquito.
-¿Pero qué séquito? ¡Si está él
solo!
-Déssolé, monsieur Duciel, les instructions sont assez
précises. Il ne peut pas être derangé.
En estas
disquisiciones estaba Garci cuando salió la Faraona en todo su esplendor de
carnes y pelambreras. ¡Qué poderío, pero qué reguapa estaba! A la porra con la
humanidad y sus problemas, tenía que perder este exceso de responsabilidad tan
incómoda, ¡más aún si quería darse a la fuga con su novia!
-¡Bravo,
olé!- exclamó Garci, perdiendo absolutamente todas sus elegantes formas.
El jeque de
la primera fila se giró, mirándole con cara de pocos amigos. Pero bueno, ¡si no
tenia ninguna pinta de árabe! A ése le tenía él visto, vamos, como que era uno
de los soldaditos comandados por Angelis. ¿Habría entonces guardado la primera
fila con el único fin de proteger a su amada? ¡Vaya embrollo! Lo que tenía que
hacer era sacarla de allí cuanto antes y buscar un lugar seguro para la huida.
Le haría señas como sólo él sabía hacer para que no se despistara con el jeque
y se le aproximara con disimulo. Pero voilà, el jeque se le volvía a adelantar
y le ofrecía una botella de champagne a su salud. Jota, que se ponía a beber a
morro de la botella sin ningún decoro. Ahora estaría como unas cabras de
contenta, si no había más que darle una copita de Moet Chandon y ya la tenías
bailando flamenco y por soleares hasta las tantas. ¡Con esto no la sacaban del
tablao ni con el agua al cuello. Estaban perdidos!
*
Dea se
movía como un perro enjaulado de parte a parte del pasillo. Ese cabrón de
soldadito seguro que se había emborrachado, eran más de las ocho y cuarto y
seguían sin aparecer. Según sus cálculos no quedaban más que unos minutos para
que un torrente de agua inundara los bajos del hotel Ritz, así que, o venían
con más prisa que vergüenza, o iban a quedar todos como pollos en remojo. Y un
demonio mojado era más inofensivo que un gato sin uñas ni dientes. Al cuerno
con sus planes triunfales pues de apresar a la dichosa Energía oscura. ¿Sería
verdad entonces lo del efecto invernadero, que se estaba quemando el planeta
Tierra y todas esas mandangas que tantas risas les habían causado a él y al
jefe?
No sabía ni
qué hacer ni, lo que es peor, a quién recurrir. A Satán no podía venirle con
menudencias de este tipo, máxime cuando la había pifiado con él hasta el fondo
y tenía su honra de comandante por limpiar. A Garci no le podía contar sus
planes porque le tildaría de rastrero, lameculos, egoísta y traidor. ¿Y si
echaba para atrás y urdía un plan con él de conquista universal? Quizás era el
mejor momento de darse el piro los dos juntitos, y desde algún lugar lejano
preparar un golpe de estado comme il faut. ¡Sí! Esa podía ser una estrategia de
futuro. Además, ¿a quién quería engañar? ¡El no era más que un cero a la
izquierda sin el terremoto de Garci! Sus dos cerebros se complementaban, se
necesitaban y se repelían al tiempo, como la sal y el azúcar, o el aceite y el
agua. Nunca lo conseguiría dándole la espalda, ¿cómo había estado tan ciego de
protagonismo para no darse cuenta de tamaña evidencia?
Así que se
apresuró al bar del hotel. Todavía llegaba a ver parte del espectáculo a su
lado, le contaría lo que había visionado por pantalla sobre catástrofes
naturales por doquier, y pensarían en una escapada conjunta fuera de los
confines del Bien y del Mal. El solo no podía hacer algo así, pero Garci tenía
poderes suficientes como para viajar por el Universo sin ser visto ni atrapado,
y si todavía estaban a tiempo, le convencería para llevarle con él. Lo malo era
que no querría alejarse de Juanorra así como así, o quizá cuando viera la
seriedad del asunto se le pasarían los amoríos de un plumazo. Notó como si los
pies se le hundieran en el fango al andar, y comprobó con horror que las
moquetas del primer piso ya estaban encharcadas por completo. Le rechinaron los
dientes al notar el agua calándose por sus calcetines, y comenzó a pegar
grititos como una rata asustada mientras corría hacia el bar. Las pestilencias
de las cloacas atufaban el pasillo tal que si estuviera paseando por Nowhere’s
land un día cualquiera; ¡desde luego que Juanorra debía de sentirse como en
casa!
*
-¡Tengo
miedo, mamáaaaa! Por Satanás que esa pareja de zafios me las pagará, ¿pero
quién nos manda a nosotros meternos en este fandango? Pero si tú y yo, querido
Archi, somos ratas de biblioteca, estudiosos del Cosmos, teóricos del Universo
y sus principios. ¡Por todos los maleficios, sáquennos de aquíiiiii! ¡Dale a
los botones otra vez!
-¡Anda que
vaya gallina estás hecho! ¡Mucho querer desbancar al general De Angelis, y mira
como te pones al primer contratiempo! Total, por un ascensor parado y unas
lluvias... Yo, si no fuera por estos calores, que los llevo fatal, pues me
hacía una siestecita incluso aquí en el ascensor, aprovechando la oscuridad...
Lo único que me tiene preocupado es si despierta la chiquilla, ¡anda que vaya
momento, desde luego!
-Si tú
tuvieras estos dolores que me entran a mí con el agua, estoy que no doy pie con
bola, necesito aire acondicionado que me reseque o me va a salir un reuma de
tres pares de narices. Si continúo viendo agua me crujirán todas las
articulaciones... ¡es desesperante! ¡Quién lo hubiera dicho, en enero y contra
todas las predicciones metereológicas!
-De eso
nada, que ya habíamos advertido y requetedicho que el calentamiento global era
un fenómeno muy, pero que muy, serio. Y hala, los de arriba que si quieres
arroz...
-Pero
venga, Archi querido, ¿no me digas que a ti no te han venido a ver los
políticos del ala progresista para que extremaras tus teorías más de lo debido?
-Bueno,
algún sobornillo me ha caído, pero digamos que un cincuenta por ciento de lo
que dije tenía buena parte de razón... y fíjate tú, ¡vamos que nos quedamos
cortos!
-Tanto
teorizar, tanto teorizar sobre la energía expansiva, la vis atractiva de la
fuerza gravitatoria, el big bang y el big crunch... y ya sería triste que
pereciéramos sin ver el final, aquí, en un triste ascensor de técnicas
rudimentarias. ¿Y si nos evaporamos por arte de magia? Yo estoy perdiendo mis
poderes por momentos con tanta agua, pero tú...
-Podríamos
salir de este mundo terrenal en un pis pas, pero no me voy yo de aquí sin esa
brujita, ni mucho menos. Anda, que canta ella sobre nuestros propósitos, y date
por desterrado al país de nunca jamás, a vagar por el universo como si fueras
una pulguita en constante ir y venir. ¿Recuerdas lo que les pasó a los últimos
traidores?
-Demasiado
bien. Tu jefe y mi boss se pusieron a jugar con sus cabezas a las canicas, y lo
mismo iban en una dirección que en otra, hasta que pidieron clemencia divina y
tu Dios les acogió, todo amor y virtud. Claro que para lo que quedaba de ellos,
quién sabe si les hizo un favor o no. Tienes razón, no podemos dejar ningún
cabo suelto. Aguantaré este dolor de articulaciones como un jabato y a ver si
nos sacan pronto de este trasto, como si fuéramos dos ciudadanos más de a pie.
Pero te advierto que me estoy haciendo pis.
*
A Satán le había entrado una
tremenda modorra, con tanta cerveza y el aire acondicionado al mínimo, así que
se durmió, en medio del caos generalizado que había formado con su sed de
venganza. Si es que estaba volviéndose un viejo chocho, no había más que verle,
tirado en el sofá multimandos, con la baba caída y sorbiendo mocos entre
ronquido y ronquido. Y mientras, el panorama no era muy alentador. El mundo
terrenal agonizando: muertes por asfixia, incendios en los bosques, ríos que se
salían del tiesto... la gente amedrentada se apiñaba en los techos de las casas
o en los pisos más altos, hasta que una ola o un vendaval los arrastraba a
ellos y sus enseres engulliéndolos con voracidad. Por Oriente y por Occidente
se escuchaban plegarias desesperadas, rezos, ritos, invocaciones a Dios y al
Diablo, gritos de hosana y suicidios colectivos en nombre de la naturaleza... Y
no digamos las cosas por el Infierno cómo se estaban poniendo: allí se habían
echado los diablos y las brujas a la calle y estaban sembrando el terror de
esclavos y animales, sin concierto ni orden ninguno. Los rumores de que los
jefes habían desaparecido, y Satán andaba borracho otra vez en su alcoba,
habían despertado a todos los camorristas y eternos cuatreros de cuarta fila,
que se estaban haciendo con el mando de la jungla por primera vez.
*
El único sitio donde se conservaba
la calma total era en Celeste. Aquí sí que ni muertes, ni guerras, ni
catástrofes naturales. El reino celestial es que no se había inmutado con tanto
padecimiento ajeno, y ninfas, hadas y espíritus benignos continuaban hastiados
en su armonía habitual. Brillaba un ligero sol nada molesto, las aguas placían
calladamente entre músicas de Mozart y los ángeles cantores entonaban risueñas
melodías. En cuanto a Dios, yacía cómodamente en una de sus tumbonas, con un
daikiri y un habano apagado, escuchando un partido de rugby y adormecido con la
brisa tan agradable que soplaba. Hoy se había despertado sin tanta artrosis
como otros días y había querido que le diera el solecito, y de paso mostrarles
a sus fieles que seguía al pie del cañón aunque le flaquearan las piernas de
vez en cuando. Le fastidiaba un tanto la ausencia de su mano derecha y chico
para todo, el bello Garcilaso. Sin embargo, bien sabía de los desahogos
seminales de ese golfillo, así que no debía preocuparse por una juerga más o
menos; ya volvería a presentarle sus respetos cuando se le acabaran los
escarceos amorosos, como siempre hacía. El ángel y primera guardia del reino
era una pieza clave en la defensa del orden cósmico, pero no se le podía atar
corto o se volvería contra El.
En esas estaba cuando vinieron a
incordiarle, pero como era todo misericordia y oidos para los que gritan, se quitó
los auriculares dignamente y escuchó lo
que tenía que decirle una musa que mostraba cara de honda preocupación.
-Mi Señor, ¿ha ordenado su Bondad
el fin del mundo?
Dios le miró sin contestar, pero
visiblemente alterado por la pregunta.
-Mi Señor, sobrevolaba cerca de la
Tierra para acercarme a una misión artística y he debido suspenderla con gran
dolor de corazón. El hombre que clamaba mi presencia ha perecido ahogado, y así
muchos más lo han hecho. Entonces decidí acercarme más para saber qué estaba
pasando allí, pero el sol está abrasando la Tierra con tal fuerza y
persistencia que, de acercarme otro kilómetro, me hubiera desintegrado.
Dios no dijo nada, tan sólo miró al
siervo con infinita melancolía, quizá temiéndose lo peor, y se retiró con su bastón
hacia sus aposentos. Desde el principio de los tiempos en que todo fue creado,
y, más aún, desde que inventó a los hombres o sufrieron una forma evolucionada
tan racional, ya no sabía si fue el huevo o la gallina quien precedió al otro,
era consciente de que la humanidad tenía un principio y un fin. Sin embargo,
ahora se había hecho viejo en el mando y sentía frío. Le invadió un desasosiego
sordo, y echó de menos alguien con quien hablar antes de tomar una decisión.
Quizá Garcilaso hubiera sido su esperanza de continuidad. Pero estaba a sus
cuitas, se había vuelto mundano y no podía contar con él desgraciadamente para
hazañas bélicas de tanta importancia. Y lo mismo ocurría con la sucesión.
Ponerse a la cabeza del reino del Bien, en justo contrapunto con las fuerzas
del Mal, requería una dedicación exquisita y absoluta. Como había sido la de
El. No cabía más ni menos que todo el Amor con mayúsculas al servicio de su
reino, y en pro de los hombres que le mostraran la debida consideración. Y
siempre al acecho, no fuera a ser que al Maligno, ese viejo carcamal, se le
ocurriera alguna barbaridad.
Una vez se enamoró. Se llamaba
Venus e irradiaba energía positiva. ¿Pero qué es el Todopoderoso si no se
dedica a todos sus súbditos por igual? ¿Cómo podía agasajarla sin perder el
control y cojear en su misión bíblica? Y así se había tenido que olvidar de
amantes singulares para concentrarse en la salvación del mundo. ¡Pero qué solo
se estaba en la cumbre!
Invocó desde su santuario al único
ser sobre la faz del mundo que estaba tan solo como El, a su enemigo acérrimo
el Príncipe de las Tinieblas, porque tenía que saber si era el Maligno quien
había estado provocando estragos e incendiando el único planeta que se tenían
repartido entre las fuerzas sobrenaturales del Bien y del Mal, o bien la
dichosa Energía Oscura, de la que todos los sabios hablaban, se había destapado
en todo su esplendor. De uno u otro modo, le pillaba la catástrofe con pocas
ganas de combatir a quien fuera el artífice. Tanto habían hablado de un retiro,
voluntario antes que forzoso, que ya se había hecho a la idea de pasar a mejor
vida en otra galaxia donde no le conocieran como el Padre de todas las
criaturas, y pudiera desprenderse de la pesada carga de la responsabilidad por
el devenir humano.
Satanás, el viejo cascarrabias,
debía estar tumbado a la bartola sin comunicación ninguna, porque no conseguía
conectar con él, claro que se había quedado sordo como una tapia últimamente,
así que bien podría ser que estuviera roncando después de alguna fechoría
monumental.
Si el planeta Tierra se iba a hacer
puñetas, Universo habría claramente ganado la partida, con o sin aliados
extranjeros como esa extraña Energía, o las supernovas, que se habían puesto
tan de moda en el ciclo vital. El no entendía mucho de cosmología, para eso
tenía a los técnicos, pero lo que sí sabía cierto es que un hombre es igual a
un cliente potencial, a ganar o a perder frente a las fuerzas del Mal. Y sin
hombres con fe que potenciar, no hay eternidad que se resista a diluirse entre
consignas más inmediatas y pragmáticas, como ser feliz aquí y ahora, vive y
deja vivir, o haz el amor y no la guerra. Que no eran del todo equivocadas, y
orientadas correctamente podían incluso conducir a las creencias del Más Allá,
pero lo cierto es que se habían descuidado mucho de fidelizar a las gentes de
bien, y éstas se habían refugiado en convicciones que fueran palpables.
En fin, entonar el mea culpa, en
definitiva, y hacer examen de conciencia, eran todos ellos factores positivos
antes de retirarse, pero la verdad es que se estaba encantando en su propio
soliloquio, mientras había tanto que hacer allí abajo. Pues nada, a despertar,
manos a la obra y a arremangarse que venían curvas. Por El no iba a quedar. Si
se iba lo haría honrosamente, como correspondía a su misericordia infinita
harto proclamada. Puso el televisor de onda larga y se estremeció ante los
gritos de miles de familias que lloraban implorándole clemencia para sus almas
de bien. ¡A El! Se sintió tan mal que sólo le quedaba una salida, aunque le
fuera en ello la poca salud que le quedaba: despojarse de sayas y túnicas
doradas, para hacer lo que antaño le era tan familiar, el trabajo de campo.