El club de las brujas

El club de las brujas

lunes, 24 de septiembre de 2018

VEINTISEIS: LA CUENTA ATRÁS DEL FIN DEL MUNDO



Garci se resistía a volver a mirar por su pantalla digital mientras esperaba el comienzo del espectáculo. ‘¿Qué hora era?’ se dijo nervioso, ‘pues más de las ocho, las ocho y dos minutos, ¿qué estaba pasando? Preguntó a un garçon, que sudaba por todos los poros de su piel, y le contestó que ‘siempre había un margen de cinco minutos para crear expectación, monsieur’.
-¡Pues esta vez como sigamos creando expectación vamos a salir nadando!
-Certainment, monsieur.
‘Desde luego que estos camareritos venían de buenas escuelas de hostelería, porque no perdían la compostura ni con estos calores en pleno mes de enero.’ No se podía seguir resistiendo a echar una ojeada a la pantalla digital, y más le valdría no haberlo hecho. El Sena se había desbordado por completo y las aceras tenían medio metro de agua por lo menos, sin que pareciera que las tragaderas de las alcantarillas estuvieran haciendo ningún papel esencial. Giró en dirección hacia las montañas y se quedó estupefacto. Era época de invierno, los Alpes se suponían nevados y bien nevados, y sin embargo sólo veía ríos de agua bajando por las laderas y llevándose por delante niños, perros, casas y coches. ¿Pero qué espantoso juego había en marcha? Era un deshielo en toda regla, solo que fuera de temporada y en plan catastrófico. Los polos, no se hacía con los polos de la Tierra en ninguno de los campos visuales, y por doquier se encontraban temperaturas altísimas peores que las del Infierno; era como si el mismísimo Satanás le hubiera dado a los mandos de jaque mate a la humanidad. Y De Angelis sin mover ficha ni mostrarse en escena. ¿Podía ser que se la hubiera jugado él también? Entonces sí que era el fin de los tiempos...

De repente, una voz en off anunció a La Faraona. ¡Esa tenía que ser su Juana, vaya que sí! Se bebió el whisky de dos lingotazos y se dirigió a la primera fila, que no se dijera que él no estaba allí el primero de todos, aunque fuera lo último que hiciera en este agotado mundo. Sin embargo, no pudo llegar porque le cortaron el paso dos especie de orangutanes humanos. La primera fila estaba reservada en su totalidad por un viejo jeque árabe y su séquito.
-¿Pero qué séquito? ¡Si está él solo!
-Déssolé, monsieur Duciel, les instructions sont assez précises. Il ne peut pas être derangé.
En estas disquisiciones estaba Garci cuando salió la Faraona en todo su esplendor de carnes y pelambreras. ¡Qué poderío, pero qué reguapa estaba! A la porra con la humanidad y sus problemas, tenía que perder este exceso de responsabilidad tan incómoda, ¡más aún si quería darse a la fuga con su novia!
-¡Bravo, olé!- exclamó Garci, perdiendo absolutamente todas sus elegantes formas.
El jeque de la primera fila se giró, mirándole con cara de pocos amigos. Pero bueno, ¡si no tenia ninguna pinta de árabe! A ése le tenía él visto, vamos, como que era uno de los soldaditos comandados por Angelis. ¿Habría entonces guardado la primera fila con el único fin de proteger a su amada? ¡Vaya embrollo! Lo que tenía que hacer era sacarla de allí cuanto antes y buscar un lugar seguro para la huida. Le haría señas como sólo él sabía hacer para que no se despistara con el jeque y se le aproximara con disimulo. Pero voilà, el jeque se le volvía a adelantar y le ofrecía una botella de champagne a su salud. Jota, que se ponía a beber a morro de la botella sin ningún decoro. Ahora estaría como unas cabras de contenta, si no había más que darle una copita de Moet Chandon y ya la tenías bailando flamenco y por soleares hasta las tantas. ¡Con esto no la sacaban del tablao ni con el agua al cuello. Estaban perdidos!
*
Dea se movía como un perro enjaulado de parte a parte del pasillo. Ese cabrón de soldadito seguro que se había emborrachado, eran más de las ocho y cuarto y seguían sin aparecer. Según sus cálculos no quedaban más que unos minutos para que un torrente de agua inundara los bajos del hotel Ritz, así que, o venían con más prisa que vergüenza, o iban a quedar todos como pollos en remojo. Y un demonio mojado era más inofensivo que un gato sin uñas ni dientes. Al cuerno con sus planes triunfales pues de apresar a la dichosa Energía oscura. ¿Sería verdad entonces lo del efecto invernadero, que se estaba quemando el planeta Tierra y todas esas mandangas que tantas risas les habían causado a él y al jefe? 
No sabía ni qué hacer ni, lo que es peor, a quién recurrir. A Satán no podía venirle con menudencias de este tipo, máxime cuando la había pifiado con él hasta el fondo y tenía su honra de comandante por limpiar. A Garci no le podía contar sus planes porque le tildaría de rastrero, lameculos, egoísta y traidor. ¿Y si echaba para atrás y urdía un plan con él de conquista universal? Quizás era el mejor momento de darse el piro los dos juntitos, y desde algún lugar lejano preparar un golpe de estado comme il faut. ¡Sí! Esa podía ser una estrategia de futuro. Además, ¿a quién quería engañar? ¡El no era más que un cero a la izquierda sin el terremoto de Garci! Sus dos cerebros se complementaban, se necesitaban y se repelían al tiempo, como la sal y el azúcar, o el aceite y el agua. Nunca lo conseguiría dándole la espalda, ¿cómo había estado tan ciego de protagonismo para no darse cuenta de tamaña evidencia?
Así que se apresuró al bar del hotel. Todavía llegaba a ver parte del espectáculo a su lado, le contaría lo que había visionado por pantalla sobre catástrofes naturales por doquier, y pensarían en una escapada conjunta fuera de los confines del Bien y del Mal. El solo no podía hacer algo así, pero Garci tenía poderes suficientes como para viajar por el Universo sin ser visto ni atrapado, y si todavía estaban a tiempo, le convencería para llevarle con él. Lo malo era que no querría alejarse de Juanorra así como así, o quizá cuando viera la seriedad del asunto se le pasarían los amoríos de un plumazo. Notó como si los pies se le hundieran en el fango al andar, y comprobó con horror que las moquetas del primer piso ya estaban encharcadas por completo. Le rechinaron los dientes al notar el agua calándose por sus calcetines, y comenzó a pegar grititos como una rata asustada mientras corría hacia el bar. Las pestilencias de las cloacas atufaban el pasillo tal que si estuviera paseando por Nowhere’s land un día cualquiera; ¡desde luego que Juanorra debía de sentirse como en casa!
*
-¡Tengo miedo, mamáaaaa! Por Satanás que esa pareja de zafios me las pagará, ¿pero quién nos manda a nosotros meternos en este fandango? Pero si tú y yo, querido Archi, somos ratas de biblioteca, estudiosos del Cosmos, teóricos del Universo y sus principios. ¡Por todos los maleficios, sáquennos de aquíiiiii! ¡Dale a los botones otra vez!
-¡Anda que vaya gallina estás hecho! ¡Mucho querer desbancar al general De Angelis, y mira como te pones al primer contratiempo! Total, por un ascensor parado y unas lluvias... Yo, si no fuera por estos calores, que los llevo fatal, pues me hacía una siestecita incluso aquí en el ascensor, aprovechando la oscuridad... Lo único que me tiene preocupado es si despierta la chiquilla, ¡anda que vaya momento, desde luego!
-Si tú tuvieras estos dolores que me entran a mí con el agua, estoy que no doy pie con bola, necesito aire acondicionado que me reseque o me va a salir un reuma de tres pares de narices. Si continúo viendo agua me crujirán todas las articulaciones... ¡es desesperante! ¡Quién lo hubiera dicho, en enero y contra todas las predicciones metereológicas!
-De eso nada, que ya habíamos advertido y requetedicho que el calentamiento global era un fenómeno muy, pero que muy, serio. Y hala, los de arriba que si quieres arroz...
-Pero venga, Archi querido, ¿no me digas que a ti no te han venido a ver los políticos del ala progresista para que extremaras tus teorías más de lo debido?
-Bueno, algún sobornillo me ha caído, pero digamos que un cincuenta por ciento de lo que dije tenía buena parte de razón... y fíjate tú, ¡vamos que nos quedamos cortos!
-Tanto teorizar, tanto teorizar sobre la energía expansiva, la vis atractiva de la fuerza gravitatoria, el big bang y el big crunch... y ya sería triste que pereciéramos sin ver el final, aquí, en un triste ascensor de técnicas rudimentarias. ¿Y si nos evaporamos por arte de magia? Yo estoy perdiendo mis poderes por momentos con tanta agua, pero tú...
-Podríamos salir de este mundo terrenal en un pis pas, pero no me voy yo de aquí sin esa brujita, ni mucho menos. Anda, que canta ella sobre nuestros propósitos, y date por desterrado al país de nunca jamás, a vagar por el universo como si fueras una pulguita en constante ir y venir. ¿Recuerdas lo que les pasó a los últimos traidores?
-Demasiado bien. Tu jefe y mi boss se pusieron a jugar con sus cabezas a las canicas, y lo mismo iban en una dirección que en otra, hasta que pidieron clemencia divina y tu Dios les acogió, todo amor y virtud. Claro que para lo que quedaba de ellos, quién sabe si les hizo un favor o no. Tienes razón, no podemos dejar ningún cabo suelto. Aguantaré este dolor de articulaciones como un jabato y a ver si nos sacan pronto de este trasto, como si fuéramos dos ciudadanos más de a pie. Pero te advierto que me estoy haciendo pis. 
*
A Satán le había entrado una tremenda modorra, con tanta cerveza y el aire acondicionado al mínimo, así que se durmió, en medio del caos generalizado que había formado con su sed de venganza. Si es que estaba volviéndose un viejo chocho, no había más que verle, tirado en el sofá multimandos, con la baba caída y sorbiendo mocos entre ronquido y ronquido. Y mientras, el panorama no era muy alentador. El mundo terrenal agonizando: muertes por asfixia, incendios en los bosques, ríos que se salían del tiesto... la gente amedrentada se apiñaba en los techos de las casas o en los pisos más altos, hasta que una ola o un vendaval los arrastraba a ellos y sus enseres engulliéndolos con voracidad. Por Oriente y por Occidente se escuchaban plegarias desesperadas, rezos, ritos, invocaciones a Dios y al Diablo, gritos de hosana y suicidios colectivos en nombre de la naturaleza... Y no digamos las cosas por el Infierno cómo se estaban poniendo: allí se habían echado los diablos y las brujas a la calle y estaban sembrando el terror de esclavos y animales, sin concierto ni orden ninguno. Los rumores de que los jefes habían desaparecido, y Satán andaba borracho otra vez en su alcoba, habían despertado a todos los camorristas y eternos cuatreros de cuarta fila, que se estaban haciendo con el mando de la jungla por primera vez.
*
El único sitio donde se conservaba la calma total era en Celeste. Aquí sí que ni muertes, ni guerras, ni catástrofes naturales. El reino celestial es que no se había inmutado con tanto padecimiento ajeno, y ninfas, hadas y espíritus benignos continuaban hastiados en su armonía habitual. Brillaba un ligero sol nada molesto, las aguas placían calladamente entre músicas de Mozart y los ángeles cantores entonaban risueñas melodías. En cuanto a Dios, yacía cómodamente en una de sus tumbonas, con un daikiri y un habano apagado, escuchando un partido de rugby y adormecido con la brisa tan agradable que soplaba. Hoy se había despertado sin tanta artrosis como otros días y había querido que le diera el solecito, y de paso mostrarles a sus fieles que seguía al pie del cañón aunque le flaquearan las piernas de vez en cuando. Le fastidiaba un tanto la ausencia de su mano derecha y chico para todo, el bello Garcilaso. Sin embargo, bien sabía de los desahogos seminales de ese golfillo, así que no debía preocuparse por una juerga más o menos; ya volvería a presentarle sus respetos cuando se le acabaran los escarceos amorosos, como siempre hacía. El ángel y primera guardia del reino era una pieza clave en la defensa del orden cósmico, pero no se le podía atar corto o se volvería contra El.
En esas estaba cuando vinieron a incordiarle, pero como era todo misericordia y oidos para los que gritan, se quitó los auriculares dignamente y escuchó lo  que tenía que decirle una musa que mostraba cara de honda preocupación.
-Mi Señor, ¿ha ordenado su Bondad el fin del mundo?
Dios le miró sin contestar, pero visiblemente alterado por la pregunta.
-Mi Señor, sobrevolaba cerca de la Tierra para acercarme a una misión artística y he debido suspenderla con gran dolor de corazón. El hombre que clamaba mi presencia ha perecido ahogado, y así muchos más lo han hecho. Entonces decidí acercarme más para saber qué estaba pasando allí, pero el sol está abrasando la Tierra con tal fuerza y persistencia que, de acercarme otro kilómetro, me hubiera desintegrado.
Dios no dijo nada, tan sólo miró al siervo con infinita melancolía, quizá temiéndose lo peor, y se retiró con su bastón hacia sus aposentos. Desde el principio de los tiempos en que todo fue creado, y, más aún, desde que inventó a los hombres o sufrieron una forma evolucionada tan racional, ya no sabía si fue el huevo o la gallina quien precedió al otro, era consciente de que la humanidad tenía un principio y un fin. Sin embargo, ahora se había hecho viejo en el mando y sentía frío. Le invadió un desasosiego sordo, y echó de menos alguien con quien hablar antes de tomar una decisión. Quizá Garcilaso hubiera sido su esperanza de continuidad. Pero estaba a sus cuitas, se había vuelto mundano y no podía contar con él desgraciadamente para hazañas bélicas de tanta importancia. Y lo mismo ocurría con la sucesión. Ponerse a la cabeza del reino del Bien, en justo contrapunto con las fuerzas del Mal, requería una dedicación exquisita y absoluta. Como había sido la de El. No cabía más ni menos que todo el Amor con mayúsculas al servicio de su reino, y en pro de los hombres que le mostraran la debida consideración. Y siempre al acecho, no fuera a ser que al Maligno, ese viejo carcamal, se le ocurriera alguna barbaridad.
Una vez se enamoró. Se llamaba Venus e irradiaba energía positiva. ¿Pero qué es el Todopoderoso si no se dedica a todos sus súbditos por igual? ¿Cómo podía agasajarla sin perder el control y cojear en su misión bíblica? Y así se había tenido que olvidar de amantes singulares para concentrarse en la salvación del mundo. ¡Pero qué solo se estaba en la cumbre!
Invocó desde su santuario al único ser sobre la faz del mundo que estaba tan solo como El, a su enemigo acérrimo el Príncipe de las Tinieblas, porque tenía que saber si era el Maligno quien había estado provocando estragos e incendiando el único planeta que se tenían repartido entre las fuerzas sobrenaturales del Bien y del Mal, o bien la dichosa Energía Oscura, de la que todos los sabios hablaban, se había destapado en todo su esplendor. De uno u otro modo, le pillaba la catástrofe con pocas ganas de combatir a quien fuera el artífice. Tanto habían hablado de un retiro, voluntario antes que forzoso, que ya se había hecho a la idea de pasar a mejor vida en otra galaxia donde no le conocieran como el Padre de todas las criaturas, y pudiera desprenderse de la pesada carga de la responsabilidad por el devenir humano.
Satanás, el viejo cascarrabias, debía estar tumbado a la bartola sin comunicación ninguna, porque no conseguía conectar con él, claro que se había quedado sordo como una tapia últimamente, así que bien podría ser que estuviera roncando después de alguna fechoría monumental.
Si el planeta Tierra se iba a hacer puñetas, Universo habría claramente ganado la partida, con o sin aliados extranjeros como esa extraña Energía, o las supernovas, que se habían puesto tan de moda en el ciclo vital. El no entendía mucho de cosmología, para eso tenía a los técnicos, pero lo que sí sabía cierto es que un hombre es igual a un cliente potencial, a ganar o a perder frente a las fuerzas del Mal. Y sin hombres con fe que potenciar, no hay eternidad que se resista a diluirse entre consignas más inmediatas y pragmáticas, como ser feliz aquí y ahora, vive y deja vivir, o haz el amor y no la guerra. Que no eran del todo equivocadas, y orientadas correctamente podían incluso conducir a las creencias del Más Allá, pero lo cierto es que se habían descuidado mucho de fidelizar a las gentes de bien, y éstas se habían refugiado en convicciones que fueran palpables.
En fin, entonar el mea culpa, en definitiva, y hacer examen de conciencia, eran todos ellos factores positivos antes de retirarse, pero la verdad es que se estaba encantando en su propio soliloquio, mientras había tanto que hacer allí abajo. Pues nada, a despertar, manos a la obra y a arremangarse que venían curvas. Por El no iba a quedar. Si se iba lo haría honrosamente, como correspondía a su misericordia infinita harto proclamada. Puso el televisor de onda larga y se estremeció ante los gritos de miles de familias que lloraban implorándole clemencia para sus almas de bien. ¡A El! Se sintió tan mal que sólo le quedaba una salida, aunque le fuera en ello la poca salud que le quedaba: despojarse de sayas y túnicas doradas, para hacer lo que antaño le era tan familiar, el trabajo de campo.

martes, 7 de agosto de 2018

VEINTICINCO: Y POR FIN... CELESTE


Playa, Bebidas, Caribe, Cóctel, Beber, Exóticas, Vidrio
¡Pero qué aspecto más estupendo tenía todo! Era más de lo que había podido soñar jamás, vamos que no tenía parangón siquiera con ninguna de las series de la tele, y es que, a fin de cuentas, los hacedores de películas ni habían asomado el morro por aquellas vistas celestiales jamás. Desde luego, lo que era venir con enchufe, nadie, absolutamente nadie, le había cuestionado sus credenciales de entrada, ni siquiera le habían pedido un carnet, ni una contraseña, ni nada de nada. Simplemente se miraron el uno al otro, los guardianes de la puerta, y le espetaron una sonrisa como si la conocieran de toda la vida. ¡Y el aspecto que se traía! Ni en las mejores tiendas de París habia visto unas telas tan lujosas como las que la arropaban ahora, ¡quién sabe por qué misteriosas razones se había encontrado con ese atuendo y a las puertas de Celeste! Lo último que recordaba era una habitación de un hotel en París y una ducha bien fría, pero le parecía indescifrable el camino que había seguido desde entonces hasta aquí. ¿Quizá lo había deseado tanto que su ansiedad lo tornó posible? Y este aspecto inmejorable, con la piel tersa de un hada, el pelo cobrizo y ensortijado como el de Garci, las manos refinadas y con esos dedos largos de pianista, y las piernas de gacela... no daba crédito a su suerte.

Nada más traspasar las ornamentadas puertas de oro macizo se encontró con el paraíso. Su cuerpo material dejó de pesarle y se le mostró transparente, mitad azulado mitad rosáceo. Esto casi la molestó, con lo que se había empeñado en poseer una silueta de top model y cintura de avispa, allí arriba parecía que lo corpóreo careciera de entidad y las almas vagaran libres entre nubes, terrenos verdosos y ausencia de fuerza gravitatoria. Poco a poco se le acopló la visión a las agualosas incertidumbres de palacio. Las hadas, que tanto había imaginado como vedettes del mundo de la moda, eran marmóreas y de una belleza tan gélida como perfecta. No eran formas de silicona ni muslos carnívoros lo que las caracterizaba, sino que estaban dotadas de una fuerza atractiva que la pobre Rosalinda no sabría cómo describir a la vuelta, su vuelta, si es que había un retorno, claro. Pero de eso nada, toda la vida, su eterna vida circular, ansiando este momento de exaltación, y ahora no hacía más que temblar de miedo.

Ciertamente que no era como lo había esperado, un circo de seres apetentes y fuentes de las que emanara coca-cola y champagne francés, y bellos querubines haciéndole la corte con románticos gestos, y tartas de trufa coronadas de nata para torsos estilizados e inengordables... Hedonismo, culto al cuerpo, relax y vacaciones permanentes, y corazones que no te la fueran a jugar apenas les hubieras dado la espalda...

Celeste, sin embargo, resultaba ser un lugar etéreo e infranqueable, de difícil descripción. Lo que no era, desde luego, un espacio ruidoso, salvo por los sones de Bach y flautas que se escuchaban de fondo, como en hilo musical. Preguntó si había alguna playa, porque se pirraba por una cervecita mirando al mar, como en las películas otra vez. Pero bueno, que ni había mar ni servían alcohol, le dijo un ángel espantado de tanto mal gusto.  ‘Bueno relájate, estás demasiado agitada todavía’, se dijo Rosalinda, ‘y estas cosas digo yo que llevan su tiempo’. En realidad, la brujita no había salido nunca, no ya del Infierno, sino de su barrio Nowhere’s, así que no era de extrañar que la hubiera embargado un sentimiento de melancolía mezclado con secreta añoranza por los lugares comunes. Si ya lo decía el refrán, que más vale malo conocido... ‘y yo empeñada’, se dijo, ‘vamos emperrada, en salir de mi casa y correr aventuras. Pues toma aventuras, aquí estoy, como un canario en medio del océano y, lo que es peor, sin billete de vuelta’.

Se miraba y remiraba la piel, pero transparentaba de una forma que no había manera de saber si era bella por fuera o por dentro, todo colores y formas voluptuosas. Lo que sí, una sensación de calma total y de sueño. Más que de sueño, de adormecimiento consciente. ¿No habría ningún bar en la zona en donde le sirvieran un café frappé? Vaya, ahora le había dado esta especie de antojo humanoide, ¿a santo de qué venían ahora deseos tan materiales en medio de la delicia del paraíso? Preguntó a unos ángeles que la rodearon haciendo volteretas en el aire, pero no supieron contestarle y, como si hubiera dicho una tontería, se fueron corriendo entre sonrisas y cantos de sirena. Desde luego qué gente más alejada de las cosas terrenales. ‘Claro, también tú’, se dijo, ‘que estás en Celeste, ¿qué quieres?’ Según había leído era el reino de los deseos cumplidos, más bien de la ausencia de deseos puesto que todo lo que se podía anhelar ya estaba al alcance de uno. Vale, eso estaba bien, pero ella tenía ganas de probar un café helado y no había Dios, por cierto de mentarlo, que le dijera cómo conseguir uno.

‘Esta bien’, se dijo, ‘me tranquilizo como sea. ¿Y si me doy un bañito en esa piscina tan apetecible que se divisa desde aquí?’ Se quiso encaminar hacia allí, pero no sabía cómo avanzar. Piernas no se veía ningunas, ni tronco ni manos, así que, ¿cómo se movía uno en estas circunstancias? Observó el movimiento de unas hadas que pasaban por allí y llegó a la certeza de que no había más que tener voluntad de hierro y mirar hacia el lugar deseado. Primero fue avanzando a trompicones, pero poco a poco recobró un paso virtual más relajado y apenas en unos instantes estaba pegada a un bello lago repleto de cisnes. ¡Vaya, allí los únicos que tenían una forma dibujada con precisión parecían ser los animales! Pocos había, la verdad, pero eran bellos por fuera, como ella había imaginado que sería todo en Celeste.

Entrar en el agua se le hacía más difícil, y más que entrar, disfrutarla, porque, sin cuerpo que refrescar, ya me dirás qué necesidad tenía de mojarse. Pero, más que nada, era por probar si verdaderamente había perdido su condición brujeril y había mutado en hada de todas todas. Si así era, al tocar el agua sentiría un placer refrescante, como siempre había soñado. Pero si aún quedaban resquicios de su condición anterior, le rechinarían los dientes invisibles de dolor al contacto con el elemento líquido más odiado en el Infierno, tanto más cuanto más fría estuviera. Los demonios huían del agua tanto como los gatos; sólo se lavaban en casos contados, con agua caliente y preparada con cal, pero nunca en mar abierto, ni siquiera piscinas naturales o lagos, y menos sin tocar fondo puesto que no sabían nadar. ¡Así se les quedaba la piel!

En la ducha de su madre ya probó con el agua fría antes de iniciar el viaje, y no le desagradó en absoluto, pero no dejaba de ser agua calcárea. Y en el río, cuando fue a lavar la bata después de quedar a tope de barro por culpa del general De Angelis, tampoco sintió dolor, pero sólo se mojó las manos. Así que todavía no las tenía todas consigo de haber mutado de veras, y la prueba le daba un miedo horroroso, pero tenía que hacerlo. Se sumergió sin pensarlo más tiempo, y notó, para su regocijo, un frescor inmediato. Nada, no sentía ningún dolor ni muscular ni óseo. ¡Bravo, era un hada como la mejor! ¡Hurra, victoria, maravilla sexual de la naturaleza! Quiso palmotear y chapotear como si fuera un pato, pero como le faltaba cuerpo, o sea entidad física, se contentó con pensar en el sonido que daban las palmas de las manos al chocar entre sí. Ahora, que se sintió un tanto compungida por la falta de sensación táctil que experimentaba. Estaba visto que tenerlo todo era imposible, aquí como en los Infiernos. 

¡Uy, vaya atractivo angelote que le había rozado la pierna derecha! Pero bueno, ¿qué pierna? Si ella no se veía ninguna, y sin embargo, había notado aquel roce como si fuera pura electricidad...

-¿Eres nueva por aquí, preciosa?- le espetó de golpe. ¿Pero de dónde había surgido aquel ente gaseoso tan apañado? Tenía la voz de un “castrato”, pero las formas de un gentleman y el look interesante, aunque difuminado, como todos los seres que veía en Celeste. Aún así, era el primer ser vivo que le dirigía la palabra por allí.
-Soy un hada- probó a decir.
-¿Y tu aura dorada?
-¿Qué aura?- aquí se sintió pillada por las circunstancias, ¿de qué le hablaban?
-¡Jah, vaya hada estás hecha! ¿A quién quieres engañar? Eres una infiltrada, si lo sabía en cuanto te he visto moverte como un pato mareado. Apuesto a que has llegado con el grupo de turistas que entró ayer por la tarde y te has despistado de ellos para vivir la experiencia por tu cuenta, ¿eh? Pues yo te puedo poner las pilas que necesites...- dijo con tono socarrón y rozándole otra vez la pierna que no tenía.

¿Qué era mejor, seguirle la corriente o mandarle a tomar viento fresco? Claro que, era su único amigo allí, y digamos que andaba algo necesitada de contactos. Mejor entonces echarse el rollo con él y utilizarle para unas cuantas lecciones prácticas de cómo moverse en Celeste. Además, que era tan marmóreo como las hadas que había visto paseando por los jardines, pero había química con él, le daba buen feeling cósmico.

-Eres muy hábil, comotellames.
-Soy Cóndor, ¿y tú, bella turista intrépida?
-Soy Melanina.
-¡Anda, vaya nombre tan tonto, pero si eso es un pigmento de las células animales! Aquí es muy apreciado porque nos da un color de lo más chic. Ya sabrás que los habitantes de los cielos somos paliduchos, entre violáceos y rosáceos según las alturas, pero básicamente nos pirramos por coger colorcillo mundano, últimamente es muy fashion. En fin, yo sólo digo que con ese nombre no llegarás muy lejos por aquí.

‘Vaya, quería haber dicho Melanie, como la actriz de la tele, pero demasiado tarde’.
-Bueno, ¿y cómo debería llamarme, según tú?
-Ni nombre de diosa ni de hada, que les cogen muchos cabreos, pero algo así como una actriz megafamosa, ¿qué te parece Audrey?
-¿Au qué?
-Pero bueno, ¿es que no has visto ‘Desayuno con diamantes’? Audrey, ¡como Audrey Hepburn! Aquí hasta las diosas la imitan, y le hicimos una estatuilla con aura dorada cuando murió y la trajimos para el paraíso, ¡que ríete tú de los oscars de Hollywood!
-¿Y qué tal Rosalinda?- dijo ella tímidamente, esperando una risotada o algo peor.
-¡Me gusta! Es discreto, quizá un pelín cursi, pero te va bien, te imprime carácter. Y otra cosa importante, no está muy visto así que te mirarán con curiosidad cuando lo pronuncies. ¿Piensas quedarte mucho tiempo por aquí?
-Lo justo, ya veremos.
-Claro, claro, ¿oye, no serás periodista? Paparazzi, ya sabes.
Cada vez estaba más perdida con la conversación.
-¿Papa qué?
-No, ya veo que no. Es que yo me pirro por salir en uno de esos programas de famoseo de tu tierra. Aquí estamos enganchados, ¡vamos lo que daría yo por darme un garbeo por allí y salir en la tele, aquí se morirían de envidia! Pero sólo las musas viajan...- suspiró lamentándose.

Era un poco mundano este angelote, pero aquí tenía una buena oportunidad para entrar en materia.
-¿Las musas? Y tú, ¿no eres una musa?
-Uff, tienes que estar muy cerca de Dios para eso, y qué quieres, yo soy corrientito, pero no como esos modelines que le van detrás todo el día mariposeando, moviendo las alitas al viento...
-¿Que le hacen la pelota?
-Eso cuando menos. Además, que es muy cansado lo de ser musa, todo el día viajando de aquí para allá, con el bip colgado de la oreja y al servicio de cualquier artista impertinente y narcisista. Si llama la inspiración pues hala, ni que estés en medio de la siesta o ligando con una pibita, tienes que salir disparado y ponerte al servicio de las artes.
-Sí, sí, ya será menos, seguro que hay maneras de escaquearse y echar una canita al aire...- dijo ella, pensando nada más que en el jeta de su padre.
-¡No, por menos de nada el Creador te pega un sopapo y te baja el rango! ¡Anda que no hay disciplina en Celeste! Solamente hay un príncipe que está a la derecha del Padre, y hace con El lo que le viene en gana, pero los demás, anda que se van a desmelenar...
-¿Y quién es ése?- dijo Rosalinda con orgullo, esperándose la respuesta.
-Se llama Garcilaso, y es el ejemplar más bello de todos los ángeles musa del reino. Lo parieron y rompieron el molde, se dice por aquí. Mira, que se me eriza el vello de pensar en él.
-Pensaba que te gustaban las pibitas, como dijiste.
-Y así es. Pero la erótica del poder y la belleza es hermafrodita. El bello Garcilaso no tiene porqué ser solo un macho o una hembra, es mucho más que todo eso, como Dios, como todos los grandes.
-Pero también tendrá un sexo, ¿o no?
-Sexo múltiple, así son las musas. Y Garcilaso con más razón. Hasta a Dios lo tiene embobado con su labia, sus maneras, su discreción; aunque, de un tiempo a esta parte, anda perdido por las fuerzas del Mal, y eso no le traerá nada bueno... Pero estamos hablando demasiado, ¡vaya confianzas, no sé qué me has dado, niña! Es que tienes unos ojos que me han hipnotizado, ¡pero ni que fueras una bruja... buff... tiempo! ¿Quieres que salgamos del agua?
-Está bien, pero me temo que no tengo nada para secarme, y por poca consistencia que tenga creo que tendré frío.
-Claro, vamos corriendo a mi casa, ahí enfrente, y te daré algo para secarte. Como veo que no te aclaras mucho con el movimiento, si me permites te llevo en volandas. Después te doy alguna clave sobre cómo desplazarse en este mar de nebulosas.
-¿Siempre tenéis este paisaje tan gaseoso?
-Esto está muy alto, may dier, y suerte tenemos de que se conserve este microclima que hace que ni llueva mucho ni haga demasiado frío ni calor. Afuera de las puertas del paraíso hace una rasca de mil demonios, con perdón. De todos modos, lo de las neblinas es consustancial al medioambiente de estos parajes. Ahora, en los días señalados del calendario santo se nos ofrecen claros y soles que da gusto vernos, todos brincando por aquí con nuestros cuerpos materializados y desnudos.
-Ah, ¿entonces lo de la pérdida de materia no es definitivo?- Rosalinda pegó un respiro.
-Pero pensabas que... no, claro, es cosa del medioambiente, como te decía, miss. Verás dentro de casa como te ves divina. Bueno, cuando te aclimates también gaseosa te encontrarás divina, claro, pero lleva más tiempo acostumbrarse a los outdoors.

‘Anda que no le gustaba ni nada a este cursi hablar con anglicismos. En la Tierra casi era un descanso que supieran inglés, porque el parisino era imposible de comprender, pero aquí como que no hacía falta... ¿“outdoors” qué puñetas querría decir?’.

-Bueno, ya estamos chez moi. Anda, sécate esa bella cabellera con esta toalla. ¡Pero bueno, si pareces una princesita!

Rosalinda se miró asombrada. De repente a la luz artificial había recuperado su torso esbelto, y la mata de cabello como los chorros del oro, y un cutis terso de porcelana... ¡y su cintura de avispa! ¡Ahora sí que se sentía como la Cenicienta del cuento, preparada para el baile de palacio! Y vaya con el angelote, pues no estaba nada mal tampoco. ¡Sólo esperaba que no se deshiciera el hechizo con las campanadas de la medianoche!