Habíamos dejado a la soldado ROSALINDA embellecida por una pócima mágica y a borde de un navío que la llevaría del Infierno a la Tierra, al París en donde su padre Garcilaso, ángel bello donde los hubiera, se encontraría con la feota de su madre, la bruja Juanorra, o Jota para los bajos fondos. Aquí vuelven después de un corto período vacacional... Rosalinda tiene que convencer al capitán del navío de que es un soldado profesional, y no una brujita asustada que nunca antes salió de su casa...
A saber qué llevaban aquellas viandas que se había tomado. Fue atracarse de dulces y salados, y caer inmersa en un profundo sueño que la había dejado baldada. Tenía el cuerpo hecho unos zorros, como si hubiera pasado por galaxias y tiempos pretéritos presentes y futuros, que, pensándolo bien, debía ser más que una sensación. Ella que se había hecho ilusiones con ver las estrellitas por las ventanas, o los pececitos si iban por mar, como todo hijo de vecino que viaja de nuevas, y se había quedado roque como una tonta provinciana. ¡Qué valor! ¿Qué hora sería? ¿Qué época y qué estación del año? En el Infierno siempre hacía un espantoso calor y los tiempos circulares te hacían perder la costumbre de preguntar en qué año vivías, al fin y al cabo, la eternidad era un bloque y podías saltar de un espacio a otro del calendario a tu antojo sin que cambiara nada. Pero tenía entendido que la Tierra era otro cantar, y que todo evolucionaba poco a poco y ordenadamente.
Un golpe en la puerta la sacó del atontamiento que llevaba:
-¡Misión cumplida!
¡Vaya! Tenía que vestirse rápido otra vez con aquellas ropas viejas y sudadas, aplastarse bien sus esponjosas tetas y recogerse el cabello debajo de la boina verde de soldadito. Una vez que estuvo lista/o se apresuró a salir del camarote. ¿Cuánto tiempo había permanecido allí dentro?
-¿Cuánto ha durado el viaje?- preguntó al capitán, que alegremente leía la prensa en cubierta, fumaba una pipa y bebía café. Parecía estar de mucho mejor humor que al partir del Infierno.
-Hola, chico. Desayuna un poco, debes de tener el estómago agujereado. ¡Qué manera de dormir!
-Sí-contestó Rosalinda toda azorada/o- no sé qué me pasó.
-Tranquilo. Es lo normal. Estos viajes ultrasónicos te dejan hecho papilla, el cuerpo se resiente tanto que sufres un desmayo apenas salimos de nuestros confines, y viniendo a la Tierra más aún, porque este planeta tiene una fuerza de gravedad que nuestra naturaleza desconoce. ¡Puta Tierra que te atrapa en sus redes!
-¿Eh?- dijo la blanca flor desubicada/o.
-Digo que aquí, en confianza, cuando has probado a vivir en la Tierra, esto engancha, muchacho, ya lo comprobarás por ti mismo. Hay muchos que vienen a una misión, como tú, y luego no hay quien los encuentre para la vuelta a casa. Se encuentran con que este planeta es jauja, y su ventaja de ser inmortales, ¡la pera, vamos! ¡Y las pibitas, pues más guapas que las brujas, por descontado, y menos divas que las hadas, así que… ya comprobarás en tus carnes si miento o no!
‘¡Menudo lobo de mar que estaba hecho el capitán!’, pensó. ‘A mí me van a pillar en estos menesteres, vamos, que yo en cuanto elija el traje me las piro para los reinos divinos, anda que he sufrido yo las vicisitudes de la transformación para quedarme con los vulgares humanos, ja!’ Sin embargo, no quiso contradecirlo y asintió con una dulce sonrisa, olvidando por un momento que era un mozalbete y no una princesa. El capitán, por su parte, pensó que aquel soldado era de lo más afeminado, pero con De Angelis nunca se podía saber, porque tanto le daba a la leche que al café.
-¿Estaban ricos los bollos, hijo? Anda, ahora tienes que prepararte, que en unos minutos te dejo en el mismísimo centro de París. Deberán ser las cuatro o cinco de la mañana, están con las primeras luces, ideal para desembarcar.
-¿De qué año? ¿De qué siglo? ¿Llegaremos a algún puerto?
-¿Puerto de mar en París? Oye, tú eres de los que se quedaste dormido en las clases teóricas de la instrucción, n’est-ce pas? Bueno, ahora te vas a enterar de lo que vale un peine, porque los gabachos no perdonan a los intrusos y se lo hacen pasar fatal. Ya te puedes buscar una pibita que acepte tus rudas caricias y te allane el camino, o no podrás llevarte ningún gato al agua.
‘Este tío es que tenía un lenguaje de lo más enrevesado, ¿n’est-ce qué? ¿pibita? ¿gato al agua? Bueno, no entendía ni jota, pero tanto le daba porque ella lo que quería es ir de tiendas y con dinero se llega a todas partes.’
-¿Y en qué parte de París me dejarás?- dijo para cambiar de tema.
-Lo más seguro es aterrizar bajo tierra. Utilizan unos cachivaches muy prácticos que atraviesan todos los bajos de la ciudad en esta época, así que te deposito en una boca de metro y santas pascuas. Allí te compras un mapa y saldrás en un periquete a la zona que quieras.
-¿Y esta nave puede hacer eso?
-Mi nave hace maravillas, bebito. Lo mismo va por aire que por mar que bajo tierra, incluso se deshace en partículas radiactivas en un momento de crisis. A nosotros no nos afectaría ni un ápice, pero a los humanos los desintegramos en un santiamén. Bueno, pues ponte un traje de paisano y arreando.
-No tengo.- todos los vestidos que Rosalinda/o había camuflado en el hatillo eran de mujer.
Empezó a sonar con insistencia una alarma que surgía del control de mandos.
-¡Mi capitán! Una llamada urgente de Control de Aduanas.
La soldado se levantó con horror de un respingo. ¡Qué contrariedad! ¿Y si la habían descubierto? Tenía que salir de allí cuanto antes, no se fueran al traste sus planes, ahora que había estado tan cerca. La nave ya había enfilado en dirección al centro de París, pero las compuertas estaban herméticamente cerradas, y cualquiera sabía la clave para escapar de aquel tanque. Claro que un descubierto a estas alturas sería su fin, como bruja, como hada, y como soldado, acabarían con ella. Pero, por otra parte, el capitán parecía un tío enrollado, aunque si su cabeza estaba en juego… En ésas estaba cuando el capitán volvió a aparecer por la puerta.
-Bueno, caballerito, ahora entiendo alguna cosa más- dijo con rintintín.-¿Así que en misión especial, eh? Me han llamado de la central, que eres un prófugo y que has robado billetes de la compañía de DEA. Y ya sabes, el que roba a un ladrón… ¡es un cabrón, ja ja ja!
-¡No me denuncie, se lo suplico! Le contaré la verdad, se lo juro.
-Empieza a largar, y veremos qué puedo hacer contigo. De momento, atadle unos grilletes a los pies, tú y tú, como medida de prudencia.
-Yo soy un pobre diablo. Me he enamorado perdidamente de una francesita mortal, no podía dejar de pensar en ella, y aquí estoy, arriesgando el culo por estar con ella. ¡Sólo serán unos días, y volveré! ¡Pasaré por todas las esclavitudes y prisiones que haga falta para purgar mis pecados, pero se lo ruego, primero déjeme verla, tan sólo dos días en tiempo humano! Eso será suficiente, y después todos los castigos y puniciones que me inflijan, ya no me importarán.
El capitán se enjugó las lágrimas.
-¡Ay, que te has enamorado! ¡Yo viví una cosa parecida por Marlene! ¡Qué piernas, qué poderío, qué lengua, qué mujer! Lo dejé todo, arriesgué mi brillante carrera militar, hubiera sido un alto cargo, y a mi mando esperaban las tropas del primer regimiento. De Angelis nunca hubiera ascendido a ese puesto de estar yo en mis cabales. Pero todo lo dejé marchar por esa alemana, la gloria, los honores, las cruces…
-¿Y qué pasó?- preguntó Rosalinda, conteniendo la respiración.
-Marlene me utilizó, y una vez caí a sus pies, me dejó por una mujer española, ¡por una mujer! Yo había ya perdido todos mis galones, y aquí me tienes, en un vulgar puesto de mando de trapicheos. ¡Así es el amor por una mortal! Hijo, ten mucho cuidado, cautela. Mas no puedo impedirte partir. Son malas, son perversas, no lo olvides, tú crees que volverás y que dominarás la situación, pero no es así, ella te envolverá en perfumes, en un amor como sólo ellas lo saben hacer, y te hechizará más que cientouna brujerías tuyas. Pero vete, sé que en una tesitura así serías imparable, y yo ya estoy viejo para pelear con un soldadito y sufrir daños.
-¿Pero, y si no me capturas, qué será de ti?- Rosalinda había conseguido enternecerse y casi los trajes no eran nada comparados con que aquel sentimental fuera castigado por su culpa.
-Mentiré como en mis buenos tiempos, me saldré por la tangente, ve sin cuidado que el viejo zorro me debe muchos sobornos a estas alturas. ¡Faltaría más! Dime, ¿dónde piensas llevar a la pibita?
-De tiendas- dijo Rosalindo sin pensarlo siquiera. ‘Las mujeres siempre quieren ir de tiendas, digo yo, aquí en la Tierra como en el Infierno, así que en esto no me pilla’.
El capitán palmoteó. -¡Excelente idea, llegarás lejos soldadito! Pero prepárate a rascarte los bolsillos, en esta ciudad no te fiarán como en tu pueblo. ¿Cómo te las arreglarás con el dinero?
-Llevo un buen fajo de los billetes de DEA- dijo ella en confianza.
-¡Ignorante provinciano! ¿Y con eso piensas llevarla de compras? ¡Vas a hacer el ridículo!
-¿Por qué?- Rosalindo no había siquiera puesto en duda que De Angelis era una eminencia en cualquier lugar del mundo, y que su dinero corrupto sería bienvenido en todas partes. Sin embargo, ahora pensándolo dos veces, era la clásica trampa en que caería un pueblerino como él –o como ella- que jamás ha salido de su casa. Así que se sonrojó muchísimo.
-¡Anda que si no te llego a preguntar! Pero no te azores, que yo cometí errores peores en mi primera escapada. Menos mal que aquí estoy yo para sacarte del aprieto. Mira, chico, el dinero de contrabando, con franqueza, te lo voy a cobrar caro, así que tú decides, pero como no sea así, mal te veo la luna de miel con tu tortolita…
‘Estaba claro que le iban a dar sopas con ondas, pero, ¿qué remedio le quedaba?’ Le miró con ojos desamparados mientras el capitán, sin ninguna delicadeza, le echó mano al bolsillo para sacarle los billetes y cobrarse su botín. Era una forma un poco brusca de decirle que no se fiaba de él, y como no se lo esperaba, hasta le dio una carcajada con el toqueteo. Es más, si no llega a ser porque el capitán estaba a lo suyo y no le interesaban otros pormenores, a punto estuvo de descubrir la falta de hombría de su protegido.
-Cincuenta, sesenta, setenta mil…bien, me quedo cien billetitos y no se hable más.
-¡Pero ése es todo mi capital!- no era verdad, llevaba otros cincuenta de reserva en el calcetín, pero había que pelear hasta el último centavo, tal y como se estaban poniendo las cosas.
-No rechistes, que ya sabes lo que puedo hacer. Yo, a cambio, te paso todos estos francos franceses, que bien podrán darte para comer unos días.
-¿Y para las tiendas de mi corazoncito?
-Tu corazoncito tendrá que vestirse en las tiendas de Pigalle, que bien picantes que son. Ya verás qué picardías, no has visto nada igual en tu vida.
-¿Refinados?- dijo ella, pensando en su entrada triunfal en los Cielos.
-¡Uy, ni te lo imaginas!- para un paleto de pueblo, pensó, es más que suficiente, y todo lo demás que vieras y gastaras sería un desperdicio en tus manos. –Por cierto, ¿dónde vive esa lindeza? ¿Tendrás su dirección?
-¿Eh?- ¡vaya despiste, eso no lo había pensado. –Pues en Pigalle.
‘Si ya lo decía yo, se ha ligado a un putón verbenero con ganas de marcha loca’.
-¡Qué fenomenal! Pues bueno, no se hable más, allí que te deposito en un santiamén. Ponte este chisme, es para saltar en marcha, porque mi nave no se puede detener y a la velocidad que iremos más te valdrá haber sacado buena nota en los cursos de pilotaje y planeo de la escuela superior.
‘¡Ahhhggg, pero si esas clases sólo las tomaban los chicos! Las brujitas estudiaban seducción, encandile, embrujo, y a cambio ellos las llevaban en sus aeroplanos. Como mucho como mucho, a ir en escoba aprendían, y no todas porque, al menos en Nowhere’s land, las escobas a motor eran la última moda y no había quien quisiera seguir las durísimas clases de vuelo simulado. Pensándolo bien, vaya machismo que imperaba en las profundidades del Mal, pero a ella tanto le daba ya. Claro que si ahora se tenía que estrellar y acabar vulgarmente con su belleza otra vez por culpa de un accidente… ¡vaya mala suerte sería!’
-¿No me lo digas? ¡No sabes planear, lo leo en tu cara de pavor! ¿Pero qué tipo de soldado eres tú? ¡A ver, que ya me estoy mosqueando más de la cuenta, quítate la chaqueta, que quiero ver qué cruz gamada llevas en el pecho! Una cosa es ayudar a un soldado bravo pero díscolo, como yo lo fui, y otra muy distinta a un impostor, que ni sabe de instrucción ni de nada…¡Venga, o te quitas la chaqueta o te la arranco yo!
‘¿Pero cómo diantres se salía de ésta? ¡Con lo suave que estaba el capitán y la había tenido que fastidiar otra vez! A éste no le podía venir con que tenía la lepra, porque lo pasaba a cuchillo en menos que canta un gallo después de haber pasado tantas horas juntos en la misma nave.’
-Pero no puedo hacer eso. Se moriría Ud. del olor putrefacto que despediría si me desnudase.
-¿Es que no te duchas, cerdo? Bueno, aquí he visto de todo, así que no tumbarás a este lobo de mar ni con olor a pies ni a sobaco. Así que vamos. Si la cruz no está grabada en sangre, serás un traidor y te llevaré de patitas por delante a la mazmorra más podrida que encuentre.
‘No dio clases de planeo, es evidente, pero sí que las dio de embrujos de última hora y emergencia. Así que había que ponerse manos a la obra y jugarle una mala pasada al capitán. Por otra parte, él lo había querido.’ Lo miró con ojos de cordero degollado, acercándole el aliento a las barbas y tratando de no vomitar. Él sí que olía mal.
-¿Eh, pero qué haces? ¿Por qué me miras así?
-Mi capitán, si quería que me desnudara tenía que haberlo dicho antes. ¿Pero no había notado mi anhelo por Ud. desde hace un buen rato?
Rosalinda/o se desabrochó el botón de la bragueta y le quitó el cinturón al capitán, que no salía de su asombro. El aliento gastado del soldado lo estaba dejando ko, y no sabía por qué. El nunca había sido maricón, o quizá una o dos veces de joven que le tocó por obligación, pero por gusto jamás de los jamases. Sin embargo, aquel embaucador tenía algo especial, desprendía las mismas feromonas que las brujas. Mientras Rosalinda le hacía cosquillas al capitán en el cogote, exhalaba un vaho caliente por la boca que dejó toda la habitación impregnada de aroma de eucaliptus. Era la mejor performance de brujería que había ejercido en toda su inmortal vida. El capitán fue lentamente cerrando los ojos y comenzó a emitir unos sonoros ronquidos que retumbaron en toda la cámara. Después se cayó todo lo largo que era en los brazos de la audaz soldado, que lo depositó en el suelo sigilosamente mientras se felicitaba de su éxito. ‘Pronto, ahora tienes que cambiar de voz y hablarles por los altavoces a los arribadores, para que lleguen a destino sin que noten la ausencia del capitán’. Se había fijado en cómo él manejaba los mandos, así que le imitó lo mejor que pudo. Lo difícil era silenciar los fuertes ronquidos que sonaban de fondo.
-Rumbo Pigalle, como estaba previsto. ¡Ejem! Avisen cuando todo esté listo.
-A la orden, mi capitán. Dos minutos y cuatro segundos para saltar.
‘¿Dónde coño habría un protector, o un airbag, en fin, alguna cosa para amortiguar el leñazo que se iba a pegar?’. Lo único que pudo encontrar fue una sombrilla de sol. ‘¿Y si se la llevaba por si acaso? En alguna película terrícola de Mary Poppins había visto a los humanos volar con aquel cachivache lo mismo que ellas con las escobas, así que más valía probar. ¿Y qué sería un metro?’. Sonó la alarma, así que era el momento. Incluso el capitán comenzaba a abrir los ojos, así que tenía unos pocos segundos antes de que toda su furia cayera sobre él/ella.
‘Hala, allá voy’. Una compuerta trasera se abrió como por arte de birli birloque, debía ser su momento, y allá que se lanzó de culo y sin mirar, eso sí, antes le robó un pequeño fajo de billetes franceses más al capitán. Era lo justo.
Notó cómo el aire caliente la envolvía en el viaje, todo eran humos y miserias. ‘¡Buahh, vaya pedazo de cochinada era la Tierra!’. Antes de que se diera cuenta de nada, ni pudiera pensar en abrir la sombrilla entre tanta negrura, se pegó un buen porrazo contra un elemento metálico en veloz movimiento. Entre su caída libre y aquel objeto que parecía avanzar perpendicular a ella, el mamporro la dejó medio sin sentido, así que por poco no lo cuenta. Sin embargo, Rosalinda era dura de pelar, y en cuanto se vio que aquello corría como un gusano endiablado, decidió tumbarse encima y quedar pegada a su piel hasta que cesara el movimiento. Lo peor eran las paradas que hacía aquel bicho. Cada dos por tres pegaba un terrible frenazo y se quedaba quieto. Entonces, cuando ella pensaba que el peligro había cesado y podía bajar sana y salva, el condenado chisme se volvía a poner en marcha frenética como antes. Tenía un mareo que ya le flaqueaban las fuerzas, y en uno de los traquetreos de arranque, se le deslizaron las manos y todo su cuerpo cayó rodando a los andenes. No sabía qué era aquello, pero si toda la Tierra olía así de mal, como a gas asfáltico, y estaba tan oscuro, no entendía muy bien esa pasión del capitán por este planeta. Seguro que todo lo había dicho para sacarle los cuartos. ¡Y ella que se sintió enternecida con la historia de Marlene! Desde luego que se tenía que apartar del Infierno, porque todo lo que tenía antes de fea –que no ahora- lo tenía de tonta, y así qué carrera iba a haber hecho ella.
Se quedó alucinada de lo que vio con sus ojos. Piojosos durmiendo, borrachos en cajas de cartón apiñados y con una botella en la mano, una loca y sucia mendiga que le quería robar de los bolsillos. ¡Pero si era mucho más asqueroso que Nowhere’s land en hora punta! ¡Así que la Juanorra ponía los ojos de chiribitas cuando le hablaban de darse un garbeo por la Tierra! Debía ser un exitazo su madre por allí.
-¡Eh, quita vieja chocha!
-¡Mignon, mignon, viens ici, n’échappe pas!
¡Por Satán, no entendía ni palota! Y todos los carteles que pillaba por las paredes de aquel antro estaban en parisino, debía ser. Había que ver, y eso que en el cole le enseñaron que con el inglés se iba a todas partes. ¡Je! Su madre tuvo una criada que venía de París una vez. ¡Pues no presumía ni nada Juanorra con aquello! Incluso tomó algunas clases su madre, que mira que era negada para aprender idiomas, ¿cómo era aquello que se le quedó grabado y repetía a todas horas? ‘Enchantée’. ¡Eso era! ¿Qué querría decir? Sonaba refinadísimo y su madre parecía otra cuando decía esa palabrota, pero claro, a saber si era un insulto, un agravio, con su madre nunca se sabía…
En eso que vio a unos chiquillos correr. Los críos siempre sabían todos los escondites buenos, así que podía seguirlos y ver dónde iban a parar. Tenían unas canicas de colores. Si en el fondo esto de la Tierra era como de estar por casa, ¡la de veces que había visto ella a sus hermanos con las canicas! Iban dándoles rebotes cada vez más lejos, y se pegaban unas corridas que Rosalinda estaba acabando su paciencia. Aquello era un laberinto de pasadizos iluminados por tubos de neón y gente maloliente, con un calor muy similar al de su morada. ¿Y si todo era una tomadura de pelo y seguía en el Infierno? No podía ser que todo fuera tan parecido, aunque la lengua que hablaban aquellas personas… Su aspecto, desde luego, no desdecía mucho de lo que ella conocía ya, pero aquella lengua. En el Infierno nunca había oído decir que hablaran más de un idioma, si no fuera el inglés para comunicarse con los esclavos. Le siguieron entrando más y más dudas, y justo cuando estaba a punto de rendirse y preguntar a los niños cómo se llamaba aquel endiablado barrio, los vio dirigirse a unas escaleras empinadísimas y mecánicas. Parecía que fueran a salir de aquellos pasadizos, así que se esperaría todavía unos minutos. Y no había terminado su pensamiento, cuando la luz la dejó casi cegata de tanto esplendor. ¡Demonios, mierda, su madre, vaya jodida! ¿Esa luz era el Cielo mismo o qué? Rosalinda no había visto tanta claridad nunca jamás, y hasta le dolían los ojos y se puso a lloriquear de picor que sentía.
Se terminaron las escaleras y cayó de bruces en el asfalto. Pero esta vez no era piedra maloliente ni humeante, como abajo, sino unos adoquines grisáceos de lo más elegantes. Caían unas gotas que más parecían hilos de lluvia que lluvia de verdad, a juzgar por lo poco que molestaban, y la luz del primer sol escondido la tenía más embaucada que cien aventuras de corsarios y piratas. En la tele había visto cosas así alguna vez, pero la realidad desbancaba todas las imágenes del celuloide. Miró a su alrededor: una hermosa plaza, agua en una fuente, pocas personas caminando, un perro, unos gatos, sobrios edificios que no parecían de cartón sino de cemento, y hasta un bar con mesas en una esquina, donde algunos transeúntes se paraban a leer la prensa y tomar café. ¡Mejor que en el cine! Se quedó así mirando un buen rato. Y desde luego, que el calor sofocante de los bajos no tenía nada que ver con el clima de aquí arriba, ¡ufff! Se respiraba que daba gusto y, es más, hasta se estaba quedando un poco fría a pesar de las muchas prendas que llevaba encima. ¿Cómo le sentaría un café al cuerpo serrano que se gastaba? No sabía cómo llamarían a aquello, pero desde luego tenía la misma pinta que el de su casa, así que lo diría en inglés que seguro que la tenían que entender. Y sino, lo señalaría con el dedo.
Se apresuró a entrar en la tienda y pidió a una señora que servía cigarrillos también:
-¿Coffee, please?
-C’est de l’autre coté, madame.
-¿What? –alcanzó a decir.
-Other side, madame.
‘¿Eso quería decir…? Vale, si me lo señalas es más fácil, encanto, que me vaya al otro lado de la barra, ¡pues claro!’.
Finalmente le pusieron el condenado café. Y le cobraron por ello un billete entero. Ah, no, calla, que le daban unas monedas de cambio. Bueno, estos tíos eran más rápidos cobrando que Jacinto en su restaurante de la calle de los Milagros. Ahora, que sabía un millón de veces mejor, eso también había que reconocerlo. Estaba cremoso y dulzón de tanto azúcar que le echó, sabía riquísimo. Bueno, tenía que empezar a pensar. ¿Cuál era su plan?
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