El club de las brujas

El club de las brujas

viernes, 2 de marzo de 2012

DIECISIETE: TICKET TO HEAVEN

 
El vejete seguía durmiendo tan ricamente, así que se cambió de vestido en un santiamén. Metió la bolsa en la parte trasera y se instaló de nuevo junto al conductor.

-Tío, qué le pasa a tu jefe, crees que le habrá dado un yuyu con tanto movimiento de caderas? Cómo te llamas? Yo soy Rosalinda.

-My name’s Wilson. He takes pills to sleep, look.

-¡Ay pero si hablas inglés de maravilla! ¿Qué has dicho? Wilson, qué rico, como los esclavos del algodón de las pelis. A ver, a ver, ¡pero si esto mataría a un caballo en mi pueblo! Very strong, men!

-Pills for erection and then relaxation, you understand?

-Por lo poco que comprendo de la composición, esto al abuelete le pone como una moto durante un rato y luego le da el bajón. Suerte que me apliqué más en las clases de formulación química que en las de inglés, algo es algo! Bueno, and now where go? ¿Tiene para mucho sleep el Mister?

-1 hour, I think.

-Pues yo no tengo mucho tiempo que perder. No me gustaría echar aquí la noche, la verdad. A ver, ¿cuánto queda para que se haga oscuro otra vez? When is night?

-You mean for dark? Around six more hours.

-Eso, tú señálamelo con los dedos que así me aclaro. Seis horas para que anochezca, bueno, entonces no es tan diferente al Infierno, sólo que aquí durante el día se puede respirar y la luz brilla, no abrasa. ¿Cómo diantres me las apaño ahora para encontrar un ticket al Cielo? Tengo dinero, tengo el traje, pero ninguna indicación para llegar. Debe de ser hacia arriba, digo yo. El Infierno por abajo, la Tierra por el medio, y Celeste todo recto al Norte, así lo estudiamos en el cole. Pero claro, del dicho al hecho… Y este pájaro que no tendrá ni idea de estas cosas, lo más cerca que ha estado éste del Cielo es el día que su jefe le da libre y se puede ir con la parienta, como si lo viera… Eh, you know to get Heaven?

-Of course, everybody knows!

-¡Ah, mira qué bien! ¡Y yo aquí preocupada! ¡No, si estos humanos van a ser más listos de lo que pensamos por allí abajo! Tell me tell me!

-You die, madame, and you go to Heaven if you are good enough! Otherwise, you go to Hell!- Wilson puso cara de terror cuando dijo “Hell”.

-¡Anda con el lumbrera éste! ¿Eso es lo que os enseñan por aquí? ¿O sea, que si eres good, al Heaven, no? ¡Pero serás ignorante! ¡Hasta yo sé que el Cielo tiene las puertas selladas a cal y canto! Heaven closed!

-Only for bad people. For good people Heaven is the gift after all efforts here, madame.

-¿Y qué es eso de ‘madam’? Si piensas que esto son esfuerzos, rico, espérate a que desciendas al Infierno y te esclavicen de veras, ¡esto es jauja en comparación! Más te vale disfrutar aquí, encanto, y lo comido por lo servido, que decimos nosotros. What is ‘madam’?

-Madame is lady in French.

-¡Acabáramos! ¿Y French?

-What do you mean? French is the language here! Where do you come from?

-Si te lo explico te caes de culo, vamos arranca este trasto, borrom borrrrommm, come on, move!- pues anda, que no se me da mal esto del inglés, se dijo. –He pensado que podemos pasarnos a dar un voltio por el Ritz, a tomar otra copita. Además, corcho, tengo el estómago agujereado, yo no sé cuándo dejaré de tener hambre, quizá al entrar en el Cielo se te pasa…

El coche arrancó otra vez de manera trepidante, pero esta vez Rosalinda se había agarrado bien al asiento así que no la pilló desprevenida. Le estaba tomando gusto al trasto aquél. Y Wilson, después de todo, era un enrollado. Limitado, pero buena pieza. Ella, por su parte, se veía como muy suelta. Hay que ver lo que hace viajar, tener dinero en el bolsillo y una cara hermosa, es que menuda seguridad en sí misma que se le pone a una, hasta le da verborrea. Así que la única forma de ir al Cielo era morirse, vaya, pero, ¿cómo se moría un inmortal? Es que tenía guasa el asunto, si no se hubiera empeñado en pasar por la Tierra de paseíto, pues el camino directo al Cielo quizá hubiera resultado menos costoso, pero claro con aquella pinta de bruja decadente, es que no era plan. Ahora entraría como una madam de veras. ¿Y si fingía una muerte? A ver, se ponía delante de un coche que la atropellara, cosa nada difícil visto cómo conducían aquellos energúmenos, cualquiera diría que estaban deseando palmarla. En un primer momento, el impacto la dejaría inconsciente como si fuera una mortal muerta, y después, para cuando recuperara el raciocinio, podía seguir disimulando un rato más. Todo era esperar que ángeles y demonios vinieran a conquistarla para sus fines, claro que igual ellos tampoco picaban, y era arriesgadísimo, por otra parte, que la descubrieran en tierra de humanos. Tenía que pensar en otra cosa.

El coche dio la vuelta a la manzana siguiente y entró en una plazoleta de lo más elegante. Joyerías, más tiendas, y ¡madre mía, aquéllo sí que era lujazo, el Ritz en todo su esplendor! Era más fastuoso que en el prospecto que tenía Juanorra. De repente, se quedó paralizada y pegada a la tapicería del coche, con los ojos como platos y tiesos los pelillos hasta de las piernas. ¡Oh visión divina, venerada, reverenciada hasta el infinito! El Ritz carecía de importancia ahora que los astros se habían puesto de su parte, y el ser más maravilloso de todo el universo posaba ante ella como si fuera una deidad griega, un coloso llameante, una estructura marmórea sonrosada y semoviente, no hallaba palabras en su haber que abarcaran el placer intestinal que se le puso en marcha. Un primer plano del bello Garcilaso se imponía a cualquier otra visión anterior o posterior. Todo lo eclipsaba. Su padre, en el centro del escenario, en primera persona, sin pantallas protectoras y, oh por Satanás, qué azoro, la estaba mirando.

*

Garcilaso miraba incesante el reloj Cartier de su pulsera izquierda. Lo primero, por admirar el pedazo de joya que le había regalado aquella francesita muerta de amor por él. Lo segundo, porque estaba que ardía, ¿pero dónde demonios se metía Juanorra? Estaba nerviosísimo, temblando como un colegial en el primer día del nuevo curso y con zapatos nuevos que te van grandes. ¿Sería esto el Amor con mayúscula? Porque él, mucho presumir de conquistas aquí y allá, pero lo que es enamorarse en profundidad… nada de nada. Llegó a convencerse de que lo que no tenía era, justamente, profundidad, y que de donde hay no se puede sacar. Así vivió feliz varios milenios, de fiesta en fiesta y acosado por las féminas y machos de todas las especies, era divino y se sentía igual de bien. Sin embargo, Jota le había roto todos los esquemas de la frivolidad en que transcurría su azarosa vida celestial. Era verla y se le erizaba hasta el vello de las orejas. ¡Mira que era fea! Decir fea era decir bien poco para definirla. Era horrenda, tremebunda, paticorta, grasienta, y qué decir de su carácter pérfido y socarrón. ¡Ya se le empinaba el pirindolo otra vez! En definitiva, nunca había visto cosa igual. Al principio fueron unos amoríos de lo más fogosos, todo eran juergas y emborrachamientos que solían acabar en coma etílico. Hasta ahí, todo en su sitio. Lo malo fue cuando empezó a lloriquear en las ausencias de la amada. Que Jota se ponía burra y flirteaba con otros ángeles, pues él, en vez de haberse bebido dos copas con cualquier maromo o maroma y montarse la fiesta por su cuenta, se quedaba en casa enfurruñado y con ganas de lagrimear. Le cantaba canciones que enviaba en cintas prohibidas, y ella tomándoselo a cachondeo puro y poniéndoselas a los amigotes. Y cuanto más le pisoteaba en el orgullo, más orgulloso estaba él de su Amor con mayúscula. Y más temeroso también, porque cuando ya había dado ese sentimiento por perdido en su excelso ser, se le había aparecido furibundo y exaltado. Así que Garci ya no era el mismo. Sus pillerías, sus escapadas furtivas, sus mafias con Deangelis, nada significaban para él sin su Juanorra del alma. Y ahora que, por fin, la había convencido para pasar juntos siete días, con sus noches, en la ciudad del Amor con mayúsculas, ¿dónde corcho se había metido? El plan ideado por su amigo era que se encontrarían en la plaza Vendôme, delante justo del hotel del que tanto le había hablado. Estaba deseando ver la cara de todos aquellos engolados recepcionistas al ver entrar a uno de sus mejores clientes con aquella esperpéntica Mujer con mayúscula. Garci siempre venía acompañando a artistas de la farándula más cotizada, o sino con señoras de la alta aristocracia que querían pasar unos diítas en su compañía, así que en todo momento era bienvenido al hotel. Sin embargo, hoy les pensaba dejar patidifusos. Les diría que Juana era la vedette más afamada del momento, una rusa extravagante y descendiente del Zar Nicolás. Vaya si los dejaría ‘épatés’, como decían ellos.

Seguía mirando su reloj terrestre impaciente. Como fuera cosa del soldadito que la acompañaba, sería carne de tiburones nada más tener conocimiento su amigo Dea. Por cierto, que lo mejor era localizarle cuanto antes y saber qué diantres estaba ocurriendo. ¡No, si todo eran contrariedades, Dea con el gps desconectado! Eso sólo podía significar dos cosas, o bien estaba pasando audiencia con el viejo Satanás, en cuyo caso ninguna interrupción valía, o había pillado una juerga de aquí te espero y dormía la mona. Pero dos juergas en tan poco espacio de tiempo… ¿Y si Jota, viendo aquel ambiente tan engolado, lo dejaba tirado y se daba el piro? Si lo mejor hubiera sido citarla directamente en un antro putrefacto, se lo había advertido Dea, pero él es que no había podido resistir la tentación del pavoneo ante todas sus anteriores conquistas, que vieran lo que era una arpía de veras... En estas disquisiciones seguía Garci, cuando se apareció ante él un ser angelical que le miraba con ojos de gran sorpresa a través del cristal de un coche. Aquella mirada le era tan familiar. Si no fuera porque conocía bien a Juanorra, diría que era su bello retrato, claro que mucho más joven y hermosa a lo convencional. Y sus cabellos rojizos, que se tornaban cobrizos con el reflejo del sol. ¡Únicamente había dos seres en el universo que podían alcanzar esa tonalidad, una era él, y la otra no podía ser más que su propia descendencia! ¡Dios de mi corazón! ¿Y si aquella criaturita era suya? Pero, ¿suya y de quién más? Bueno, aquello no eran más que precipitadas confusiones, fruto de la desazón que le corroía por la espera. Sin embargo, nada le impedía hacer algunas indagaciones mientras llegaba su bruja.

Se apresuró hacia aquel coche, de modo que pudiera abrirle la puerta antes de que se le adelantaran el chófer o el portero del hotel.

-C’est un vrai plaisir, madame- dijo en perfecto francés, sin apartar los ojos de ella ni un segundo.

-Enchantée- dijo Rosalinda balbuceante. Nunca, jamás de los jamases de su vida eternamente circular, se había sentido desfallecer con tanta urgencia. Se asió fuerte de la mano de su padre, en definitiva, y sintió frío al tacto, lo que contrastaba con el fuego interno que, a buen seguro, le había subido a ella hace rato a las mejillas. Pero el tembleque de las cuerdas vocales no era nada comparado con el de manos y piernas. Sintió que se le nublaba la vista y un apagón súbito la dejó en blanco. Rosalinda se había desmayado.

-Garçon, garçon, chico, ¡eh! Por mi mentor, ¿no ves que esta dama se ha quedado in albis? Vamos, rápido, avisa en concièrgerie, que envíen tres o cuatro mozos, allez vite!

Desde luego que el vozarrón enérgico que se gastaba Garci en momentos de crisis contrastaba con su aspecto de príncipe calmado y desafectado. De repente, el desmayo de aquella jovencita le había provocado un malestar fuera de lo común. Lo más cerca que había estado él de un enfermo era con aquel bailarín checo que, a mitad de su mejor pirueta de diez vueltas, inspirada por la musa G, se cayó redondo en medio del Kirov. Y vaya, que no venía nadie a rescatarle en aquel aprieto, así que Terminator se lo cargó a los hombros, al más puro estilo vaquero, lo metió en un coche que paró de urgencias, y lo acompañó hasta un hospital cercano. Lo primero que le había sorprendido era ese olor tan característico de los centros de salud, mezcla de lejía y potingues químicos, pensó. Pero después, cuando comenzó a ver enfermos, sillas de ruedas ocupadas, mascarillas de oxígeno, sangre y camillas, de poco lo tienen que auxiliar a él del grave impacto sensorial que sufrió ante tanta humana realidad. Así que Garci no podía con los enfermos, y menos aún con las enfermedades. No es que fuera un melindroso o algo excepcional, en general era cosa de todos los inmortales esa aversión a la debilidad de la materia. Lo que pasa es que, así como los demonios huían despavoridos porque eran vulnerables a los contagios –véase con la lepra- pues los súbditos del Cielo eran inmunes a cualquier padecimiento físico. Por tanto, simplemente se la solía traer floja, vulgarmente hablando, dicha condición humanoide. En el caso de Garci, más que por miedo, huía de la enfermedad por pura frivolidad; simplemente la fealdad que provocaba ese bicho en los seres humanos le ponía los pelos de punta y hería su sensibilidad artística. Una vez conoció a una hermosa joven modelo que, de una visita para la siguiente, contrajo una disfunción en los ojos que la dejó literalmente vizca. Garci se le acercó por detrás, en uno de sus devaneos de antaño, y le apretujó los pechos con ambas manos, como acostumbraba hacer. Ella gimió de placer, pero cuando tornó la cabeza hacia atrás y le miró con aquellos ojos, que apuntaban uno para Oriente y otro para Occidente, a Garci se le desinflaron los genitales y un sable le atravesó el pecho. No pudo ni besarla, ni acariciarla, ni nada de nada. Y eso por una simple vizquedad en la mirada.

Sin embargo, ahora era distinto. Se sentía enternecido por aquel desvanecimiento repentino de la bella adolescente que tenía en sus brazos. Nada más tocar su piel albergó un escalofrío; no era piel humana. ¿Pero qué era? Podía ser una hada que se hubiera escapado del paraíso, quizá con un amante terrícola y millonario, a juzgar por el cochazo que la condujo hasta el Ritz. Aunque le faltaba un aura de excentricidad y privilegio alrededor del cuello para ser un hada. Tenía, más que otra cosa, mirada de bruja dulce. ¿Pero qué estaba diciendo? ¡Los términos ‘bruja’ y ‘dulce’ eran contradictorios! En fin, tenía que conducirla a una de aquellas habitaciones y descubrir qué se traía entre manos.

-Bon jour, Monsieur Duciel. Votre chambre est prête. Vous voulez qu’on amène la jeune fille a l’enfermerie de l’hotel?

-No. Mejor llévenla a una habitación y que la visite allí el médico- Garci no quería arriesgarse a perderla de vista.

-A votre chambre, doncs?

-No, no. A otra chambre. Yo estoy esperando a otra persona todavía.

-Bien sur. Garçon, la 405, s’il vous plait! Ne vous inquiétez pas, notre docteur sera immédiatement dans la chambre pour la visiter. Vous acompagner madame?

-Oui, certainment.

Lo que había imaginado. Nada más llegar a la habitación, y despedir al botones con unas monedas, se apresuró a hacerle la “prueba del algodón” a la chica inconsciente. Le pinchó con un alfiler el dedo gordo de la mano, y notó un leve estremecimiento en el cuerpo de la chica, pero era una simple reacción química de su parte material. Lo que se temía: nada, ni una gota de sangre humana. Así que en cuanto el doctor asomó por la puerta, le despidió alegando que la jovencita estaba mucho mejor, que había recuperado la conciencia y que todo había sido por falta de alimento. ‘¡Estas adolescentes están todas medio anoréxicas, y así les van las cosas, que no aguantan ni un asalto! Ahora mismo iba a pedir en cocina que le subieran algunas viandas, y listo.’ El doctor se fue con algunos titubeos, todavía insistió un poco en verla, pero Garci fue de lo más convincente y acabó por ahuyentarle. No es que quisiera esconderla, pero desde luego no podía dejar que descubrieran su condición “extraterrestre”, y además un médico de aquí poco podría hacer por una inmortal. Por alguna extraña razón, se sentía protector de aquella muchacha, como unido a ella por vínculos paranormales. Por otra parte, ¿qué había sido del coche que la trajo y sus ocupantes? El Rolls aquél salió despavorido al primer contratiempo, y, ahora que recordaba, el taxista negro que lo conducía es que ni bajó del coche para ayudarla. Está claro que era una bruja, y que había adoptado esa espléndida figura humana para desconcierto del personal. ¡Pero cómo no había caído antes! ¡Aquélla era Juanorra! Dios, ¿pero dónde tenía la cabeza? Por eso sus tribulaciones, su atracción primordial hacia ella, su piel demoníaca, esa mirada incendiaria, y ese cabello sedoso y dorado… sin duda que Juanita le había querido sorprender de lo lindo. ¡Aquella bellaca le había dado su merecido, transformándose en princesa y embaucándole con aquellos encantos de femme fatale espolvoreada y perfumada! Pero, ¿cuál sería el siguiente paso de aquella broma que le quería gastar su amante? El ya la imaginaba, en pleno escarceo amoroso sufriría una transformación a su estado natural, provocándole a él un susto de cortar. ¡Jah! ¡Bien pillada que la tenía! O quizá sólo había querido ponerse a tono con París, en vez de presentarse con su aspecto inmundo en un sitio tan distinguido. A pesar de que esto le extrañaba, porque era mucha Juanorra como para apabullarse por un par de recepcionistas con la nariz estirada. No, no era su estilo amedrentarse; era más bien cosa de una treta que le quería gastar a su enamorado, seguro que por habérsela jugado trayéndola a un lugar tan apestoso para ella, en vez de citarla en los putiferios que ella sugirió. Ahí estaba el mal de fondo.

Pero Garci es que, ni siquiera lo había hecho con mala intención. El lo único que quería era presumir de su erótica fealdad delante de todos aquellos engreídos. Estaba harto de ser un modelo de virtud, de ser el más guapo, el más esbelto, el más bello dandi, y acompañar, a su vez, a longuilíneas y exuberantes divas cuyos huesos podías oler por debajo de la fina carne que las rodeaba. ¡Bellezas sin culo, ni grasa, ni un grano, ni halitosis, ni un mal despertar, y lo peor, sin malicia! Por eso se pirraba por las humanas, que quien más quien menos, algún defectillo tenían. Pero Juana, ¡superaba todas las expectativas! Y ahora, justo, va y se transformaba en cisne, como el patito feo. Cada vez estaba más claro, ¡era una venganza! Y se lo tenía bien merecido, por haberla llevado a un sitio tan cursilón.

Estaba en estas diatribas cuando la bella durmiente despertó.

-¿Eh, dónde estoy?- preguntó de lo más azorada.

‘Cómo puedes fingir tan bien, condenada?’ se dijo Garci maravillado, hasta para esto era una bruja con todo lo que hay que tener de garbo y soltura. ¡Vaya azoro más bien puesto en su mirada, olé! Y sí, había decidido que le seguiría el juego, a ver hasta dónde era capaz de llegar.

-Bon jour, princesa. Espero que se encuentre mejor. ¿Tiene hambre?

-Sí, más de la que quisiera.- comentó con un suspiro. Rosalinda no podía dar crédito, su propio padre y no tenía ni remota idea de quién era ella, seguro. ¡Y qué descanso poder entenderse en un idioma mágico e inmortal, sin tener que recurrir a los vocablos franceses, ingleses…! Por otra parte, ¿descubriría esto su juego? Bueno, qué mas daba, cualquier cosa por poderse comunicar de nuevo con soltura…

-No se hable más. Llamaremos al servicio de habitaciones, y en un santiamén le traerán lo que desee. ¿Unas frutas, quizá, y unos helados?- aquí creyó que la iba a pillar, Jota adoraba los helados con barquillo, se podía comer cuatro de golpe. Pues nada, ni un gesto de anhelo siquiera.

-¿Helados? No, un poco de fruta y chocolate frío, ¿podría ser?- su madre comía tantos helados que le había hecho aborrecerlos. Eso sí, el chocolate la pirraba y además le daría fuerzas para una situación tan difícil.

‘Bueno’, siguió pensando el ángel, ‘es que hubiera sido demasiado fácil caer en esa trampa, qué tonto. Jota es una profesional. Está bien, un tanto a su favor.’ Ordenó las viandas por teléfono y volvió a los pies de la cama, en donde yacía todavía la evanescente impostora. ‘¡Qué pechos se gastaba la muy guarrilla! Se le asomaban dos melones esponjosos por debajo de aquel vestido tan sexy! Casi estaba a punto de caer en la tentación de atacarla sin más prolegómenos, pero hubiera sido muy vulgar por su parte, había que aguantar un poco más para ganarle la partida a este demonio de mujer… sin embargo, una aproximación ladina por los bajos…’

-Me perdonará el atrevimiento, pero me vi obligado a descalzarla al tumbarla en la cama, para que no se le amoratasen los tobillos- ‘vaya excusa más lela se le había ocurrido’ –y si me permite, ¡vaya dedos hermosos que tiene usted!

Al tiempo que lo dijo, le cogió uno de sus piececillos desnudos con ambas manos y comenzó a acariciarlo suavemente. Ahora sí. Juanorra tenía, en su aspecto normal, unos piezotes feos como zancos, pero una sensibilidad en ellos que no podría disimular por más tiempo, ni disfrazada de hada madrina. Le apretó los minúsculos deditos en un dulce masaje y a la diva se le puso toda la piel de gallina pura. Los pezones estaban ahora que se le salían del tiesto. ¡Si es que esta argucia ya sabía él que era infalible!

‘¡Vaya contrariedad, ahora que la tenía medio atontada llamaban a la puerta! ¿Quién molestaba? ¡Claro, la comida!’.

-Voilà, madame, comed un poco que tenéis que recuperar fuerzas. Hay mucho qué hacer- se le escapó una sonrisita delatora, pero ella parecía imperturbable, no le seguía para nada.

Rosalinda tenía un hambre voraz, desde el café con leche de la brasserie matutina que no había probado bocado. Este padre suyo era un caso, no tenía suficiente con citarse con su madre y armarle tantos jolgorios, ¡y ahora quería seducir a la primera jovencita que se le cruzaba en el camino! ¿Pues no decían de él que sólo le pirraban las feas? Ya sabía ella, que lo de la belleza le gustaba a todo quisqui, ¡a buenas horas la miraba con esos ojos de haberla visto en sus buenos tiempos! Vale que su madre triunfaba como la fea más exótica, pero era por su garbo, del cual ya podía haberle pasado un poquito en herencia, ¡pero na de na! Rosamunda salió, para colmo, más sosa y seriota que un funcionario de prisiones. De todos modos, tenía que quitárselo de encima como fuera, no podía estrenarse, como quien dice por eso de la nueva piel, con su propio padre, ni aún sin él saberlo, ni aún siendo bruja por dentro, era una perversidad por encima de sus posibilidades. Claro que… por otra parte, quién mejor que él sería su salvoconducto para entrar en el Cielo?

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