El club de las brujas

El club de las brujas

lunes, 17 de mayo de 2010

UNO: una bruja buena, una bruja mala y un ángel que salía a pasear por los infiernos.




La brujita miró de reojo la pócima, no queriendo ver más que un cacho a través del ojo. No entendía qué es lo que había salido mal. ¿Por qué no iba a romperse un hechizo tan tonto como el del prehistórico tándem ‘paloma-sombrero’? Si sólo era cuestión de puntería, total… un, dos, tres… pum racatacataca pum chim pum… explosión de petardos enfundados en sonoro chicharro del monte… y otra vez racatacataca pum … varita que te crió y… voilà… una carroza y un príncipe todo almidonado y listo para recoger a la princesa. Sí, todo eso sí que había funcionado, más guapo y reluciente que un crisol que estaba el angelito, si exceptuamos alguna pluma blanca que colgaba de las axilas y la boca con cierto aspecto de pico, eso sí, de oro. Claro que la princesa ya era otro cantar. En la pócima hablaba de transformar cucarachas, saltamontes, ranas y culebras, pero no mencionaba por ninguna parte a una bruja embrujada por su propio hechizo convertirse en pavita real estilizada y longuilínea, como si dijéramos.

Es que… ¡ya estaba bien!… mutaciones a gogó, hombres-rana, mujeres-avispa, sapos-hadas… ¿y qué había de la pobre hechicera? ¿Es que nunca podía una darse el gustazo de probar de la propia medicina? En realidad, Rosalinda no era más que un nombre heredado de una vieja tradición milenaria de parientes magos y matronas sobornadas en el día del parto para bautizar a un fetito, como si dijéramos, con nombre de hembra hermosa. No claro, no podía una llamarse así, como si fuera inmortal y bella, y luego resulta que tener verrugas, llagas en las manos, grasa en la papada y ojos de lechuguino acabado. ¡Es que no se podía, y ya está! Por eso ella se hacía llamar Rosamunda, que no sonaba tan discordante con su aspecto de acelga en remojo, en vez de Rosalinda, como le puso su bruja-madre, pensando que un nombre así contrarrestaría las peores malformaciones de una raza tan innoble y poco de fiar.

Y es que una no elegía porque sí ser bruja, o maga, o común mortal. Había un designio estelar, cósmico, decidiendo por cada uno de nosotros. ¡Qué va! No lo sabían los humanos, ¡anda que si lo llegan a saber se iban a conformar con vivir unos cuantos años y después caer en el olvido y la pestilencia de los ataúdes! Las hadas eran otra cosa, ésas sí que tenían suerte… nacían en unos finísimos pañuelos de organza, todas a principios de cada milenio, y se llamaban ‘pimpinela’ o ‘marguerita’ o ‘lizzispilla’ o cosas así, divertidas, y durante los próximos mil años se dedicaban a regalar favores, a conceder deseos… esparcían las pócimas de amor y virtudes… ¡jo, vaya suerte! Y luego, cuando el milenio estaba a punto de expirar, unos minutillos antes comenzaban a desvanecerse como débiles damiselas hasta convertirse en polvillo blanco que se espolvoreaba en los dulces de los niños buenos. Así que desaparecían devoradas, como quien dice, por querubines simpáticos y risueños, con estómagos y corazones de buen grado que hacían las digestiones menos amargas. Luego otra vez volvían, una vez que íbamos por la tercera o cuarta campanada después de las doce de la noche, hora local del año uno del siguiente milenio, y las veías rodando por las burbujas de las botellas de cava y champagne que se descorchaban por doquier. Esa era su primera noche de la siguiente vida, así que burbujeaban un rato entre aromas caros y dulzones y se emborrachaban con el alcohol de los corchos abiertos, hasta que se quedaban dormidas y medio tontas después de haber festejado el Año Nuevo como Dios manda.

Rosalinda por supuesto que no quería ser una aburrida y fugaz mortal, una humana sin mayor ni menor postín. No, claro que no. ¡Ah, pero un hada ya habría sido otro cantar! Lo que pasa es que el físico la acompañó poco desde siempre, desde el principio de los tiempos, cuando ella aterrizó allá por los trogloditas y los primeros simios con forma humanoide y pensamiento crítico. Llegó enfundada dentro de un meteorito que se estrelló contra la Tierra, causando graves daños y eliminando a los dinosaurios, con gran pena por su parte. Y es que había sido un híbrido, ése era el problema, la madre de todos los problemas, diríase. ¿Cómo se explicaba sino que tuviera pensamientos agridulces todo el tiempo, ideas cruzadas y contradictorias? Pero eso no era lo peor, eso no era lo más grave. Ya físicamente se la notaba diferente a las otras brujitas. A todas les salían enseguida unos pechos grandes y desorbitados, pesados como camiones, rebosantes y caídos, o bien todo lo contrario, unas peritas puntiagudas y afiladas sin ninguna gracia. En cambio, los senos de Rosalinda despuntaron apenas cumplió los cinco años (las brujas eran la especie más precoz de todas las inmortales) tersos, esponjosos, redondos como pelotas y con pezones erguidos y cremosos, casi de chocolate. Su madre, fea como ninguna otra de fea, comprendió de inmediato que no podía ser su hija. O sí podía, pero había alguna equivocación, porque la genética era lo único que no podían engañar ni con las técnicas más punteras. Habían sido sus devaneos con Garcilaso, el ángel exterminador, como le llamaban en el reino de los virtuosos. Le apodaban de ese modo tan apocalíptico precisamente porque se caracterizaba por no gustarle ni las princesas ni las diosas siquiera, mucho más elevadas, sino que le iban más que nada las golfas, travestidas, las mujeres-buzo (caras horrendas) y las mujeres-tanque (inmensos traseros). Las carnes sueltas, los muslos deformados, las arrugas como surcos… se pirraba por las féminas defectuosas, en definitiva, así que cada dos por tres estaba dándose un garbeo por la ‘jaula de las feas’ y eligiendo víctimas. Obviamente, Garcilaso era un dechado de virtudes: bien fornido, unos ojos de agua de mar, mejillas sonrosadas, prieto y fibrado, una sonrisa que iluminaba el rostro… un caso así como el Dorian Gray del cuadro imaginado por Oscar Wilde, pero más divino y todo.

Así que ‘Terminator’, como le llamaban por los bajos fondos de los infiernos, las llevaba lo que se dice de calle. Y la madre de Rosalinda fue la víctima más goleada. Es que era verle aparecer y le temblaban las piernas, le batía el corazón, las carnes se le abrían y la boca parecía como si quisiera succionarlo de una chupada. Era tan tan horrenda que Garcilaso, a su vez, se ponía todo en tensión sólo de pensar en poseerla. Hasta que la poseyó una tarde. Mira que era una de las primeras reglas de los reinos del Bien y del Mal: la regla número uno era la de jugar con los humanos y ‘romper mano’, como se dice para los coches, hasta quebrarles los nervios o el corazón, una de dos. Así uno llegaba entrenado antes de relacionarse con las almas inmortales. Siguiendo con el ejemplo automóvil, era como conducir un ford fiesta de tercera, con perdón, antes de tocar el bmw inyección. ¿O no? Y la regla número dos, y no había más reglas, era la de no mezclarse con los otros inmortales, los del reino contrario, más que en las raras y excepcionales ocasiones en que el gran Jefe-Jefa de ambos se hubieran puesto de acuerdo para alguna acción sobrehumana e inmortal, por encima y más allá del entendimiento siquiera de sus propios súbditos. Pero eso era sólo cumplir órdenes, sin saber siquiera en qué podría dañar o beneficiar al cosmos la acción emprendida. Así que, por libre y en caliente, ni mu con los del bando contrario, ángeles unos y demonios los otros.

Garcilaso odiaba las reglas, aunque sólo fueran dos. Bien mirado, quizás no era odio lo que les tenía, porque lo que de verdad le gustaba era saltárselas, y entonces puede que no fuera tan mala idea que existieran, porque, ¿cómo sino obtendría el placer desmesurado que le proporcionaba incumplirlas? Es que se las saltaba a la torera ya de buena mañana, abandonando la cama de alguna incomprendida y desayunando con los cotilleos del otro bando junto a su amigo De Angelis, pura contradicción denominativa para el peor de los diablos que ardía en el infierno. Este era el que le ponía al día de las nuevas pibitas que hubieran estrenado pubertad recientemente. En la lista de las nuevas más malas, las diez mejores se rifaban a todos los monstruosos y nauseabundos satanases. Sin embargo, la top ten siempre elegía a Terminator, esa mezcla de ángel y demonio que las ponía en carambola.

El año que se estrenó la madre de Rosalinda había sido de buena cosecha, así que Garcilaso estaba por tirar la toalla y retirarse al Limbo de vacaciones. Ya tenía muchas muescas en la capa de torero. Pero cuando De Angelis le juró y le perjuró que no podía darse el piro sin haber conocido a Juanorra (así de feo era hasta el nombre) la verdad que le pudo la curiosidad. ¡Qué mente perversa podía haber elaborado un nombre tan horripilante y cómo de angustioso debió ser lo que vio para llamarle de tal modo! Y no le decepcionó. En absoluto. Era todo lo que ya se ha dicho, además de vizca, con grandes patorras (que no piernas) y garras por manos. ¡Mucho peor que cualquier engendro imaginable! Y fue por eso que a Garcilaso se le fue la olla, como quien dice, nada más verla, y sólo quiso que tomarla y adentrarse en sus abruptos pormenores, sin saber si saldría herido y magullado, o algo peor. Y fue peor. Todo lo redonda que Juanorra era por fuera, por dentro era el colmo de puntiaguda y riscosa. A medida que la penetraba, sentía como si los cuchillos se le clavaran en su órgano erecto, y la búsqueda del clímax casi la daba por imposible cuando ¡oh Señor, alabado seas! Un enorme y contagioso chorro salió por sus venas, explotando en un orgasmo que más parecía de gasolina o de oro puro. Nunca antes ni después, más que con ella, experimentó nada parecido.

Y fue así como Garcilaso, el más bello ángel donante de semen, cayó de bruces y a cuatro patas enamorado de la bruja Juanorra, la devorahombres peor surtida y más agarrotada de todas las almas malas. A todo esto, no había profiláctico que no sucumbiera frente a las angulosas y afiladas esquinas del tubo vaginal de la bestia. Por eso no hubo modo de parar la concupiscencia y que de la cópula de dos seres incompatibles surgiera, como si fuera Amor, una fetita de rasgos exóticos, sin embargo, con poderes sobrenaturales. Rosalinda.

Y Rosalinda vivió entre dos mundos inclasificables, intocables, a caballo entre la virtud y el pecado. Pero tampoco entre los inmortales ha dejado de haber machismo, así que ahí te las compongas que Garci siguió con su vida depravada, y Juanorra tuvo que apechugar con la consecuencia del desenfreno. Fue una etapa muy dura. Al principio pudo disimularse bien que Rosalinda fuera hija de Terminator. Alguno hubo que lo insinuó, malas lenguas donde las haya, pero se disiparon muchas dudas al ver los ojos de lechuguino que lucía la pequeña, como los de su madre y también como los de su presunto padre, un pobre diablo hortera pero muy bravucón. Hasta él se lo creyó.

El acabóse fue cuando empezó a despuntar la adolescencia prematura de Rosalinda, y con ella su torneado y hermoso busto. Más que nada, parecían dos montañas del Kilimanjaro, doradas y vírgenes. Ya se reían de ella las otras fetitas de la incubadora, cada vez que su madre gritaba el ridículo nombre de “Rosalinda”, tan asquerosamente dulce. No digamos, pues, lo que fue descubrir que tenía semejantes tortas de pan entre los brazos. La pobre se escondía, sollozaba, languidecía sin saber el porqué de sus contradicciones. Porque no era sólo que sus senos fueran de buen gusto, es que sus ideas también lo eran de cuando en cuando. Y eso sí que era una desgracia. Se había sorprendido a sí misma ni se sabe la de veces pensando en casarse, o en abrazarse a otros niños, y peor fue cuando partió una hogaza de pan que tenía para darla a unos pajarillos hambrientos. Esa fue la definitiva, su madre le arreó un tortazo que le marcó la cara y se la puso del revés. ¡Qué vergüenza más espantosa y qué deshonor para una bruja hecha y derecha ya! Claro que tampoco podía encontrar muchas alternativas a su vida miserable e incomprendida. ¡Si pudiera tan sólo entrar, olisquear, en el mundo de los ángeles! Lo malo era que, aún en el caso de escapar –es un suponer-, es que no la dejarían ni pisar el umbral de lo feorra que la encontrarían.

Pero ya era hora de actuar. Ella, Rosalinda o Rosamunda, como diablos quisieran llamarla, encontraría el elixir de la belleza y se transformaría en la bruja más bella del reino de los malos. Sería la peor arpía disfrazada de caperucita, una torcida y locuaz virgen inmortal. Y rompería, quebraría por fin, todas las inquebrantables reglas que separaban los reinos de los cielos y los infiernos. ¡Qué carajo, y sino a qué haber permitido la sabia naturaleza semejante esperpento, fruto de una cópula prohibida! Se lo debían, alguien por ahí que gustaba de jugar a los cromos con los inmortales y los había mezclado hasta el punto de la procreación, le debía un favor, y ella se lo iba a cobrar, bien merecido que se lo tenía después de tantas humillaciones.

12 comentarios:

  1. Me encanta esa idea de vivir entre dos mundos inclasificables, a caballo entre la virtud y el pecado. Creo que me identifico mucho con esta brujita, jajaja Continúa la historia Manuela, que ya va siendo hora de romper algunos tópicos!

    besitos

    ResponderEliminar
  2. todos estamos llenos de contradicciones, siemrpe entre dos mundos (al menos) bien/mal.... no sé. nada más humano que la contradicción. Imagino que las brujas tambien tienen sus dudas. así que sigue....

    ResponderEliminar
  3. JO GRASS, CARLOS, sí esta bruja es pura ambivalencia, pertenece un poco a ese club de los desclasados, los que no sienten pertenecer del todo del todo ni a este grupo ni a aquél porque su vida está llena de matices y no ven nada ni en blanco ni en negro... ése es el club que quiere formar esta bruja... pero por encima de esas nimiedades ella lo que de verdad quiere es ser hermosa por fuera, porque está convencida que un buen chasis abre muchas puertas...

    ResponderEliminar
  4. Te dejé comentario enseguida, pero está visto que las nuevas tecnologías me han jugado una mala pasada, je, je, je...

    Por supuesto, el comentario era para pedirte que continúes, me encanta la idea de una bruja que se siente fuera de su elemento, como me encanta ese mundo mágico de brujas y diablos que nos has empezado a enseñar, y estoy deseando ver como Rosalinda (me quedo con el nombre "bueno" de momento...) está dispuesta a cobrarse ese favor...

    ResponderEliminar
  5. pues yo tambien intenté opinar pero no pude.Te decía algo así como que la pobre Rosalinda tiene razón y un buen chasis hace mucho..es como el dinero, no da la felicidad pero ayuda a conseguirla.Siguenos contando sus historias..y las de Garcilaso..que menudo elemento...

    ResponderEliminar
  6. JUAN RODRIGUEZ MILLÁN: pues qué bueno porque Rosalinda tiene todavía mucha tela que cortar...

    ANOUK: Rosalinda lo tiene tan claro como tú, sin un buen chasis no hay forma de salir del Infierno, y ella lo que quiere es salir de la pocilga y ver mundo...

    ResponderEliminar
  7. XDXDXDXDXDXDXDXDXDXDXD!!!!!!, por Dios, cómo me he reído. Vaya con la madre de Rosalinda, los escarceos que se traía con el Terminator.
    Esto va a ser la bomba. Sin belleza no hay paraíso...que tetas ya las tiene, y muy bien puestas.
    Un beso

    ResponderEliminar
  8. Brujita me irrita, la gente maldita que trata de hacerte sufrir. Yo los mataría, les arrancaría la piel hasta verlos morir...

    ResponderEliminar
  9. NATI: Juanorra es pura maldad y más fea que cien culebras, pero claro como Terminator siempre está con tías buenas lo que le atrae es la feota de la mamá de Rosalinda, yo tenía una prima que era tan guapa tan guapa en nuestra adolescencia que la divertía mucho más salir con tíos feos, sería para que no la eclipsaran, por pura vanidad, o sería que la aburrían los tíos como ella? nunca le pregunté...

    MONDRAGÓN DE MALATESTA: bienvenido! Rosalinda ya hubiera querido un aliado como tú para acometer las hazañas que se propone...

    ResponderEliminar
  10. me encanta esta historia!! Me he reído mucho, em encantan todos los personajes y, sobre todo, este nuevo "cuento de hadas" con sentido del humor... cuando los personajes no usan profilácticos, nace una Rosalinda, ja ja.
    Sigue escribiendo, Manuela, me encanta

    ResponderEliminar
  11. ANÓNIMO: bueno, verás, es que aunque se usen profilácticos, las curvas interiores de Juanorra tienen tantas puntas que ningún método resiste!!! un poco de comedia siempre va bien, qué bueno que te hayas reído!

    ResponderEliminar
  12. Interesabte historia.
    Ya me hago seguidora.
    Un saludo

    ResponderEliminar

venga venga dile algo a la bruja!