El club de las brujas

El club de las brujas

lunes, 11 de noviembre de 2013

VEINTITRÉS: Juana la novia


‘Dos horas para mi cita’, se dijo Garci, ‘y no sé porqué, tengo una sensación de desasosiego nada habitual, está el ambiente enrarecido. Vale que no he hecho nada para encontrar a la joven impostora que me cameló con sus desmayos. Cierto. Pero tampoco es para tanto, si los sabios locos se entretienen un rato con ella, pues nos dejan tranquilos a los demás. Seguro que la querían para algún experimento de los suyos, pues que les aproveche.’

Guapa era, y más que guapa, lo que le había dejado pillado era ese aire tan familiar que se daba, con los mismos ojos que su abuela y esa melena... En fin, aire, que seguro que era todo un engatusamiento tremendo, y, si me apuras, una treta de los sabios que se la habían puesto como cebo quién sabe con qué fines. Ahora que se había librado de ella, tenía que relajarse y pensar en la fea Juana, su Juanita, que ya estaba bien de intrigas de palacio. ¡Nada ni nadie le distraería de su semana de ocio y amour fou!


Se puso un traje que parecía un modelo del mismísimo Paco Rabanne, o de Dior. Pero quizá algo tan clásico desentonaría demasiado con ella, que a saber con qué pintas se presentaba. Desde luego que los dejaría a todos ‘épatés’ como nunca antes. ¿Mejor un Armani?  Le quedaba que ni pintado, con sus cuatro botones y ese color crudo tan de moda. Pero pensándolo bien, estaba hecho un señor de los años veinte, era también demasiado clásico, necesitaba algo más innovador para una cita tan importante, y además no combinaba con la camisa azulona preferida de Juana. ¿Entonces qué, Jean Paul Gaultier, Kenzo? Tenía un fondo de armario que ni las vedettes de Hollywood, pero es que ser musa tenía sus compensaciones, y los diseñadores no querían perder la inspiración por nada del mundo. Bueno, que la suerte zanjara la cuestión y el traje le escogiera a él. Hizo girar todas las prendas en el armario apretando todos los botones de selección y marcha a la vez, y cuando soltó los mandos con los ojos cerrados y frenó el cachivache en seco, el que quedó en portada fue un modelo YSL de rayas, que con su camisa turquesa iría que ni pintado. Quizá extremado, porque una cosa era epatar en las pasarelas, y otra muy diferente vestirse para salir a la calle. Pero nada, no había marcha atrás, las decisiones del azar tenían estos riesgos. Además, bien mirado, Jota se perdía por los colores vivos, así que quizá no era tan mala idea. Un cuerpo como el suyo podía aguantarlo todo sin doblarse.
 Un come come le seguía agujereando el estómago y las ideas le bailaban confusas, pero quizá era todo producto de la excitación que le producía ver a Juanorra, y nada más que eso. Le había comprado en Chaumet, el joyero más reputado de la plaza Vendôme, un joyón que la volvería loca, un pedrusco del tamaño de un puño hecho de esmeraldas, con un diseño de cortar la respiración. Y Juana muy exquisita no sería, pero las cosas buenas las distinguía de lejos.  Todo eso porque quería declararle su amor de una vez por todas, y pedirle, vamos que no se atrevía ni a pensar en ello siquiera, que se escaparan juntos. La Polinesia era un lugar privilegiado, desde luego, pero además había tantos otros mundos por descubrir en el cosmos. El se los mostraría todos a su novia. ¿Había dicho novia? Era la primera vez en toda su larga existencia que esa palabra le sugería algo positivo. ¡Estaba más enamorado que un colegial!
¿Y si ella se reía de él? ¿Y si no hacía más que mofarse de su propuesta y dejarle en ridículo por su osadía? Pues tanto daba, por primera vez le daba lo mismo quedar como un ingenuo delante de ella, y que pensara que era un sentimental y le acabara despreciando. De todas formas, Juana tenía que tener su piel por debajo de la costra, y seguro que estaba por sus huesitos, aunque no quisiera admitirlo. Y además, qué carajo, llevaban por los siglos de los siglos con esta historia absurda de amantes prohibidos. Que había sido divertido, no se podía negar, incluso lo más divertido que había hecho nunca, pero ya no tenía ganas de seguir saltando de aventura en aventura, cuando con la que estaba deseando pasar los días era con ella. ¡Vaya acelerón que habían pegado las cosas! Por eso cada vez le interesaban menos los planes de dominio del Universo urdidos por su buen amigo Dea. Eran pasado, y se había hartado de constantemente tener que demostrar que era la primera figura del reino. Y de Dios, también se había cansado de El, con todos los debidos respetos. Cada día tenía más achaques y ya no sabía ir solo ni al cuarto de baño, por no ser más soez, que su condición no se lo permitía. La última vez le había pillado sin poder atarse los zapatos, con un enganchón de espalda que no veas. A los demás les hacía creer que estaba en pura levitación día sí día también, y por eso no podían verle, pero donde estaba es en los balnearios, dándose friegas de vigorizante y baños con sales marinas, a ver si le resucitaban las ganas de vivir y mandar.

Así que el bello Garcilaso, de un tiempo a esta parte se le había hecho imprescidible a su Dios, y estaba mal que él lo dijera pero, poco se equivocaba al pensar que le tenía en mente como sucesor para Celeste. ¿Se podía saber qué les pasaba a los Jefes? ¡Estaban en franca decadencia! El uno porque la artrosis, vaya vulgaridad para su condición, le estaba dejando ko, y el otro pirrado por los culos de sus súbditos, ¡desde luego que vaya temporadita! Esto sólo podía ser cosa de la dichosa Energía Oscura ésa que habían descubierto los científicos. Que les estaba haciendo la pascua a todos y trastocando el equilibrio de fuerzas.

El no quería quedarse a ver el fin del imperio. Durante millones de años hubiera dado un brazo, o un pie, por la sucesión. Todo el empeño que había puesto en ser la mano derecha del Divino, y ahora que le llegaba la oportunidad de oro y se la ponían en bandeja, había perdido todo su valor. ¿Estaría enfermando? Era otra de sus grandes preocupaciones, si con tanto ir y venir de tierra de humanos, no se le fuera a pegar ninguna de esas enfermedades tan raras que cogían de tanto en tanto. Mira Dios, ¿a santo de qué se le ponían ahora esos dolores de viejo reumático? Pero bueno, sin distraerse del tema, el caso es que se le habían evaporado las ambiciones como por arte de birli birloque. Todo lo que quería y deseaba ahora tenía nombre de bruja; la muy condenada lo tenía bien pillado por los cataplines.

¿Y si le decía que no? Podía raptarla, pero así no era como quería hacer él las cosas. Claro que Juanorra nunca fue muy profunda; el joyón la volvería loca, y la semanita de pasión también, pero más allá de esos amoríos, ¿cómo la convencía de seguirle en su fuga por el infinito? Nunca la había oído hablar de inquietudes por viajar, o por conocer el más allá o el más acá, así que, ¿cómo la podía embaucar? Pero bueno, ella también tenía que estar harta de no poder escapar a su destino circular, ¿o no? Por pocas vueltas que le diera al tarro, lo de la vida inmortal una y otra vez la tenía que tener hasta el moño, como a todos. Entonces, ¿por qué no? Había que tener confianza en uno mismo, y pensar que no todo iban a ser mofas y risas, quizá por una vez lograra tener una conversación importante con su novia –otra vez esa palabra- y la haría descubrir que ella también estaba loca por él.

Por el que lo sentía es por su amigo Dea. Se iba a quedar muy solito sin ellos dos, y lo peor era no poder decirle nada de nada, no se podía permitir ningún riesgo, y además intuía que no le haría ninguna gracia la escapada. Por una parte, le dejaba el camino expedito para la conquista del Universo pero, por otra parte, hacían un tándem tan exquisito que le sabría muy mal perder a su compañero de contra-fuerza. Por eso mismo no le podía contar cuáles eran sus planes, y bastante que se tenía que morder la lengua. Después estaba aquella frase que le había repetido antes de despedirse de él: “el fin justifica los medios”. Era su consigna, pero a qué venía ahora esa insinuación. ¿Sería que se rumiaba algo? A Dea no se le escapaba una pero,  ¡esta vez hubiera sido demasiado que le hubiera adivinado el pensamiento!

Bueno, pues estaba decidido. Se iría con su bruja al lugar más recóndito donde pudieran llegar, a uno donde ni demonios ni ángeles pudieran jamás buscarles. Lo primero era salir de la Vía Lactea, y después sería pan comido porque allí fuera había mucho para elegir. Al menos eso decían los libros prohibidos. Una vez que hubiera pasado la alarma inicial, digamos en unos cuatrocientos años, podrían volver por suelos conocidos como si tal cosa, y nadie se acordaría de ellos apenas después de varias vidas circulares sin asomar el morro. Eso si quedaba un sitio donde volver, porque la hecatombe final estaba por llegar y, desde luego, a él no le pillaría sin haber hecho los deberes. Lo que sea que tuviera que acontecer, lo experimentaría bien pegadito a su Juana del alma. Lo quisiera ella o no.

Desde luego que se le había ido el santo al cielo, como quien dice, y se habían hecho las siete de la tarde en un pis pas. Qué las siete, ¡las siete y diez ya, cincuenta minutos para la rencontre!

lunes, 4 de noviembre de 2013

VEINTIDÓS: Satán viejo chocho


-Pero dónde se han metido todos mis infieles, ¡por mi padre Lucifer! Ni De Angelis, ni Valenciennes, ni la bruja ésa de la que hablaba mi comandante, nada, ¿es que no hay nadie en este jodido reino?- vociferó Satán, con un berrido tan sonoro que retumbaron los suelos de Oriente hasta Occidente. –¡Es una conspiración, no hay ninguna duda, es un complot para desbancarme! Pero no conocen la fuerza de la mano que mece la cuna, ¡ni a mí ni a mis honorables antepasados nos desbanca una panda de mequetrefes y cuatreros! Antes lo pongo todo patas para arriba y acabo con ellos de un soplido que me dejo pisotear mis galones, ¡eso lo saben hasta los putos príncipes de Celeste!

El maligno estaba rojo de ira maldita, se le habían inflado los carrillos y las venas del cuello se lo pusieron tan grueso que ni siquiera se distinguía del tronco. Echaba espuma por la boca y los ojos le brillaban a fuego lento. Pocas veces se ponía así, pero bien sabían sus súbditos que los presagios que ese estado denostaba eran muy poco halagüeños. Por otra parte, llevaba ya torturados a veinte regimientos y ninguna información de valía les había extraído. Todo era muy confuso, un posible viaje al infinito, otros hablaban de la Tierra, y los de Aduanas que si se habían ido de estrangis al Cielo. ¿Pero qué burla era ésta? Ahora se daba cuenta de que, lentamente, le habían ido comiendo el terreno de poder, y los soldados temían más la ira y las venganzas del comandante De Angelis y del sabio Valenciennes, ¡que la suya propia! Claro, tanto encerrarse en su puesto de mando, tanto viajecito de alta política y tanto juego de cartas con el Bien, habían hecho que se alejara de su pueblo esclavo, así que otros habían asumido su puesto y habían sembrado el terror en su lugar.

Lo que más le aterró fue al salir a dar una vuelta por los alrededores de palacio, y es que fue cruzar la verja exterior, y ninguno de los ciudadanos de a pie le mostraba ninguna reverencia. ¡No le conocían, ni sabían que era el mismísimo Príncipe de las Tinieblas! Le miraban con cara de pocos amigos, como miraban todos en el Infierno por otra parte, y le apartaban de un manotazo como si fuera uno más en el desierto. Y él no podía ir diciéndoles a todos quién era, eso le hubiera restado prestigio. No, mejor era hacerse el loco y pasar a cuchillo a sus dos primeros espadas en cuanto diera con ellos. ¡Las cosas iban a cambiar pero que mucho! Se reciclaría, se pondría las pilas y volvería a ejercer de Jefe Supremo cuya sola presencia hace temblar hasta a los ladrillos. Porque lo que es ahora, ni los perros le tenían ya el más mínimo respeto. Uno se le había puesto a ladrar que casi le arranca el manto púrpura y le deja el culo al aire.

De pronto, se sentó en un banquito de la calle y se sintió de lo más apesadumbrado. La adrenalina por los suelos. ¿Pero a quién quería engañar? Ya no era el apuesto Príncipe maquiavélico de antaño. Sus jugadas maestras habían pasado a la historia. Se le nublaba la vista a partir de la medianoche y se quedaba dormido en los conjuros. ¡Vaya rey de la Oscuridad que estaba hecho! A su padre ya le pasó lo mismo a una edad parecida. El espíritu se le había cansado, decía. Satán se mofaba de él sin entenderle, hasta que un día lo vio tan senil al viejo que no le quedó más remedio que dejarse de putas y juergas y coger el mando que dejaba su padre tristemente. Al principio le costó un poco asumir ciertas funciones, y, más que nada, abandonar otras diversiones para las que no quedaba tiempo. Pero poco a poco, el poder se había ido apoderando de él y sorbiéndole el seso, hasta que no quedó minuto de su existencia que no consagrara al Mal y sus éxitos. Hasta hace poco no había notado apenas achaques de consideración; algún dolor de cabeza aquí y allá, pero nada que no se recuperara con unas horas de sueño. Tanto era así, que pensó que sería diferente a su padre, y que su reinado no tendría fin porque él era invencible. Así que los primeros síntomas de senectud trató de obviarlos, pero ahora ya no había modo. Y una salida furtiva a la rue acababa de confirmarle lo que ya era una evidencia: tenía que retirarse del ruedo antes de que una fatal embestida le pusiera fuera de juego y en evidencia delante de todos.

Estando las cosas como estaban, no iría de un rato que tomara una u otra decisión, así que decidió aprovechar su anonimato para tomar un chocolate con churros de los de antes. Quizá todavía existiera aquella churrería en el barrio donde iba de jovencito a buscar bronca, así que caminó camuflado entre el gentío, que a esta hora en que el sol se había puesto salían como ratones de la ratonera, hasta que pudo dar con la misma barriada de hace millones de años. Lo bueno del Infierno era que el tiempo hacía girar las cosas y a las personas una y otra vez sin que se desvanecieran del todo. Allí estaba la misma mujerona churrera, con los dedos como el material que servía, todo bien calentito. Y el chocolate espeso, que se olía a tres metros por lo menos de la entrada. Decidió hacer la cola como un vulgar cliente más, y se sobresaltó al ver el cartel de los precios y comprobar que no llevaba ni una moneda encima. No importa, como en los viejos tiempos también, sustraería unos cuartos a la ramera que tenía delante. Llevaba unos prominentes bolsillos en el trasero de donde asomaban unos billetitos verdes que serían suyos en un abrir y cerrar de ojos.

-Oiga pero, ¿qué hace restregándose contra mí? ¿Qué quiere, abuelo?
-Mocita, mocita, ¡pero qué rebuena que estás! Esa raja me la comía yo toda con mermelada y a bocaos.
-Vaya con el hambre que traemos, ¿no? Por qué no se calma, viejo verde, que mi novio le va a poner el culo morao como se me siga arrimando, ¿pero no le ve, que mide tres veces usted, chiquilicuatre?
-Ay cómo te ponía yo la melena ésa que te asoma por las nalgas...

Satán ya tenía lo que quería, así que se fue con viento fresco sin probar el chocolate, antes de que la muchacha descubriera que le había birlado los billetes y la iba a dejar sin merienda. Pensándolo bien, tanto daba el chocolate, en realidad tenía poca hambre; lo que le había puesto de buen humor era ver que no había perdido todas sus habilidades aún. Se dirigiría al puerto de aduanas, y haciéndose el longuis se coscaría de lo que se cociera por allí. Mejor eso que las habladurías de cuatro paletas marujonas de barrio.

Mientras caminaba por entre las callejas, se dio cuenta de lo descuidado que estaba todo. Ni flores, ni parques, ni agua limpia, ni música... desde luego que vivir allí debía de ser un infierno, claro que... por otra parte, ¡de eso se trataba! Bueno, decididamente estaba caduco. De pronto, se sintió inmensamente solo. ¿Por qué no se había procurado alguna acompañante que le diera descendencia? Con eso de que le ponían los culos masculinos más que a un tonto un caramelo, se había despreocupado completamente de los asuntos de familia, y ahora cualquiera se ponía a manejarse en mandangas, ¡bueno estaba él! Con estos soliloquios en dos zancadas se plantó en la frontera. Tomaría un chupito de anís en el bar de Julepo que le reanimara el estómago, que a falta de pan buenas son tortas. En ésas que se sentó en un taburete y puso la oreja a ver qué habladurías había por allí.

-¡Eh, deja eso, viejo borracho, o te llevarán los dioses a su reino celestial,  jua jua jua!
-¡O mejor, te llevará Satán a su partida de cartas y te dará un chupetón en la entrepierna!

Todos rieron al unísono, menos él, que de todos modos hubo de mostrar una medio sonrisa para disimular su estupor. ‘¿Pero qué habían hecho con su dignidad? ¡Pisoteado y enterrado cualquier respeto por la autoridad!’.

-Callad desgraciados, ¿estáis locos?- se atrevió a espetarles.
-Como se nota que vienes de alguna zona apartada, pueblerino, no tengas cuidado que aquí se han quedado sordas hasta las urracas.
-¿Y el Príncipe, no puede castigarnos por mofarnos así de él? En mis tiempos tenía una oreja en cada milímetro del Reino.
-Eso era antes, abuelo. Ahora está chocho, y sus sabuesos se han ido de vacaciones, ¡así que no hay más ley que la nuestra! ¡Venga, brindemos, pon otra ronda, Julepo!- gritó uno de los guardianes, para acto seguido caer redondo todo lo largo que era en el suelo.
-Bueno, amigo, no se asuste, que de ahí no pasa. Desde esta mañana que lleva bebiendo, hasta que ha reventado. Me llamo Marciano, ¿y usted?
-Soy Maquiavelo, ¿qué tal? ¿Estaban ustedes celebrando algo?- dijo Satán improvisando.
-Nada de particular. La falta de actividad, supongo. Están las cosas paraditas por aquí. Mucho ajetreo los jefes, y luego se han pirado todos sin decir ni mu.
-¿Los jefes?
-Sí, ya me entiende, el general De Angelis principalmente. Dicen las lenguas de por aquí que salió escopetado hace un rato y que no saben cuándo piensa volver. Se ve que llevaba una cara de no te menees, vamos que no dio pie con bola ni para castigarnos por una fuga que hubo. Y qué cosas, a mí me da en la nariz que se ha ido a París, la ciudad del amor, desde luego que el mundo está del revés!- dijo Marciano con voz de cuchicheo pero haciéndose el interesante.
-Y bueno, ¿qué hay entonces del Príncipe?
-¿Qué príncipe?
-Pues el Maligno, Satán, ya sabe usted.
-Ah, ése.- dijo Marciano con indiferencia –Pues qué quiere que le diga, ni se nota, ni traspasa, ni moja, ni na de na.
-¿Cómo dice usted?- preguntó el propio, de lo más extrañado con el lenguaje que usaba el joven. –No le comprendo.
-Pues que como las compresas ésas que salen por la tele, oiga. Que se lo tragan todo, pues así que para mí se han tragado al Maligno, que hace siglos que no le asoma el rabillo por aquí. Dicen que le ha salido barba y un cuerno en la cabeza que da miedo verlo.
-¿Y eso por qué?
-Pero oiga, ¡sí que viene de un pueblo perdido! ¿No sabe lo que dicen las crónicas? Que anda enculado por el general que no veas, y que no da una a derechas a cuenta de la turbación que eso le provoca. Y para prueba, un botón, la última Cumbre ha sido un desastre.
-Pero bueno, ¿y cómo sabe usted eso? ¿No se supone que esas cumbres del Mal son secretas?- preguntó Satán, boquiabierto de verdad. Ahora sí que se las estaban dando con queso. 
-¡Anda la hostia! Pero baje del árbol que se ha quedado usted enramado, ¡señor mio! ¡Si corre ya por ahí un vídeo pirata que no veas, ahora las retransmiten on line!

‘¡Pero que viva la Pepa!’, pensó Satán. ‘No se puede caer más bajo, ¿pero qué han hecho con mi reino estos piratas que he puesto al mando? Si ya me lo decía mi Padre, no te fíes ni de tu sombra que se volverá para acuchillarte cuando menos te lo esperes. Y es que mi vaguería me la tenía que jugar, he estado tan entretenido con la play station, con mis vuelos simulados, con mis partiditas de black jack, que no queda ni rastro del Príncipe que fui. Al menos mi Padre Lucifer se fue con todos los honores...’

-Pero abuelo, pero qué pasa, oiga, ¿pero qué hace llorando? ¿Es que se le ha metido algo en el ojo o es que chochea usted ya más de la cuenta?
-Mire, le dejo estas perrillas y me voy con viento fresco, que me quedan muchas batallas por librar.
-¿Batallas? Pero oiga, no se vaya, ¡ahora que empezábamos a intimar! Si le había pedido otro chupito de ésos, no me tome en serio lo que le he dicho, que llevo más birras de la cuenta y ni sé lo que largo...


Satán se alejó pesaroso, arrastrando los pies y el alma que no tenía. Eso sí, por sus antepasados que libraría una última batalla antes de darse el piro. ¡A la ciudad del amor le quedaban dos telediarios!

miércoles, 13 de marzo de 2013

VEINTIUNO: ELIXIR DE JUVENTUD


Pero qué ganas de llorar que le venían ahora. Si es que, con lo sobre ruedas que iban sus planes, y ahora se le iba todo al traste, y lo que es peor, ¡la culpa era suya! ¿Quién le mandó dejar la puerta abierta mientras se daba una ducha? Recorcho, en su casa que siempre se cerraba a cal y canto para evitar las pifias de sus hermanos y las bromas de su madre, y aquí va y cae en un error garrafal como ése. Cierto que escuchó unas voces de lejos, pero el chorro de agua le impidió distinguirlas con claridad, y pensó que sería de nuevo su bello padre, ¿quién sino? De repente, se apagaron todas las luces y aquellas bestias la estiraron del pelo hasta sacarla de allí. Le taparon la boca con una toalla y la metieron dentro de un saco, donde pataleó y pataleó hasta que se quedó sin fuerza. Y ahora estaba en aquella otra estancia, tan parecida a la anterior pero más lúgubre, con todas las cortinas cerradas y con aquel olor tan fétido. Primero pensó que sus raptores eran mujeres, por las melenas rubia y pelirroja de cada una. Después, sin embargo, percibió que las voces eran ligeramente masculinas, y no había duda de que las manos no eran las de unas damas. Se les entendía perfectamente, a pesar de que utilizaran una jerga en clave, por lo que tampoco eran mortales.
-¿Pero tú estás seguro de que ella es la elegida?
-¡Si lo sabré yo! ¿Ves estas escamas? Es lo que les pasa a las brujas cuando salen de paseo por el exterior, no cabe duda…

Rosalinda se miró con horror, ¡era cierto que su bella y tersa piel se estaba escamando! No sabía si llorar por su efímera belleza, o porque la hubieran apresado. Pero si lo pensaba bien, nada en el mundo que no fuera su ascenso a Celeste le importaba lo más mínimo, tan sólo ansiaba ser bella como un hada y vivir en el reino de su padre. De no ser eso posible, se uniría a los deseos de Betún de pasar por una común mortal. Y ahora esto, ¡a saber qué querrían de ella!
-¿Tienes preparado ese invento tuyo?
-Extraigo las células reparadoras de las bolsitas del sujetador y estará listo. Hay que inyectarle una dosis bien precisa, no vaya a ser que nos pasemos y se convierta en un bebé de teta. Acómpañame al cuarto de baño, vamos a prepararlo todo.

Las escamas se le pusieron de punta esta vez a la brujilla. ¿Pero qué tenían pensado, qué querían inyectarle? Como si fuera poco todo lo que se había metido ella entre pecho y espalda, y ahora querían utilizarla de conejillo de indias para quién sabe qué experimento. A pesar de tener las muñecas bien apresadas con hilo de alambre, consiguió retorcer su todavía esbelta figura y marcar las tres cifras de la habitación de Garcilaso con los dedos de los pies. Suerte que había memorizado el número de la llave que G llevaba todo el rato colgada del cinturón mientras la acompañó. De otro golpe descolgó el auricular, y así fue como pudo pedirle auxilio, antes de que aquellos dos monstruosos seres volvieran para interrumpirle la conversación. Confiaba en que el frivolón de su padre no se hubiera visto todavía con su madre y le quedara algún atisbo de sentimiento por ella en el corazón, porque era su única esperanza de éxito.

Aquellos dos indeseables la abofetearon y trataron de sonsacarle con quién diablos hablaba, la muy ladina. Vieron que no había marcado el número de la habitación en donde la encontraron, sino otro bien distinto. En un momento sacaron una máquina digital de última generación y accedieron al sistema informático del hotel, con lo que tenían localizado a Monsieur Duciel en menos de dos minutos. ¡Qué tíos más listos! Su padre y Angelis tenían lo que quisieras de fuerza bruta, espadachines, cuerpo a cuerpo, pero para la tecnología punta, qué cosas, era como si hubieran llegado tarde. Les repelía, y fíjate cómo se demostraba ahora que más valía maña que fuerza. Hay que ver lo rápido que le habían fichado, con dos teclas de nada y ya ves tú, ¡no somos nadie!, pensó Rosalinda.

-Dinos, mi querida niña, ¿pero qué temes de nosotros? ¿Dónde pensabas ir de paseo, eh? Quizás a flirtear con algún apuesto soldado y a sacarle unas compritas con su última paga, ¿sí? Dinos quién es, guapa, y no te pasará nada de nada. Somos inofensivos, pero no podemos dejarte aquí, desprotegida, entre humanos salvajes y animales que están por domesticar. ¿No entiendes el peligro que corres? Si supiéramos quién es tu novio, pues eso ayudaría a esclarecer las cosas. Es más, me atrevo a decir que podremos satisfacer tus ansias consumistas con cuantos vestiditos quieras, siempre y cuando nos cuentes la verdad y toda la verdad…
-Mi papá es poderoso. El más poderoso de los inmortales, y cuando sepa lo que habéis hecho la ira divina caerá sobre vosotros como una losa. Ya os he advertido.
-¿Tu papá? ¡Ay qué risa!
-Cállate y déjame a mí, Val, que lo vas a estropear todo, y para conseguir el éxito del experimento es mejor contar con su voluntad que sin ella- le cuchicheó Archifranco.
-¿Tu papá es quien te acompañó en el viaje? ¿Es acaso un militar tu papá?
-¡Mi papá no es de este mundo ni del vuestro, patanes!
-¿Monsieur Duciel es tu papá? 
-¿Eh?- Rosalinda no tenía ni idea de ese apodo de su padre en parisino.
-Ya veo que no le conoces por ese nombre. Me temo que tu papá tiene otras muchas ocupaciones antes que tú, brujita. Lo que no acierto a averiguar es cómo has conseguido ese físico tan estupendo. Ahora, que no eres la primera que lo intenta. ¿Qué es lo que pretendes? Permanecer en la Tierra y vivir una vida con principio y fin, ¿es eso lo que te gustaría?
Te advierto, pequeña, que la belleza es efímera, y también aquí se te acabará, por mucha fórmula que te aprendas. Los años de juventud de una común mortal son tan duros como los de una bruja. Duran un poco más, con los tratamientos de belleza, los gimnasios, las operaciones, pero te advierto que desde los veinte la cuenta atrás no perdona a ninguna de ellas, y se pasan el resto de su corta y absurda vida tratando de ganarle la partida al paso del tiempo. Y para ellas un segundo de más es una célula que no se regenera, así hasta que la piel se les arruga toda y, en el mejor de los casos, mueren de viejas. ¿Es eso lo que deseas?

A Rosalinda se le pusieron los pelillos de punta. ¿Era así con todas? ¿Con las modelos con las que salía su padre también? Archifranco pareció que le leyera el pensamiento.
-Sí, también esas guapas vedettes de revista. Se aguantan con liposucciones y estiramientos, pero una vez que pasan los cuarenta, raro es que las vuelvas a ver delante de una cámara. Y pensar que nosotros, de entre todas las brujas del reino del mal, te habíamos elegido a ti para la prueba piloto jamás estrenada. Sí, no me mires con esa cara. Lo de pasar de una vida a otra lo habéis intentado todas antes o después. ¿O crees acaso que tu madre no intentó rebelarse contra su destino? Pues también ella fue joven y soñadora, muchachita, aunque no puedas imaginarlo ahora, que danza con ese buche insaciable y los surcos le comen el rostro. Y una tras otra, vais fracasando y volviendo a vuestras vidas circulares miserables. Sin embargo, tú ahora tienes la oportunidad que todas ellas querrían arrancarte de las manos. ¿No irás a desperdiciarla?
-¿Qué oportunidad?- balbució Rosalinda.
‘Ha picado’, se dijo Val, admirándose de la perorata que le estaba cascando su amigo a la chica.
-Te aplicaremos una dosis de un elixir de juventud. Y podrás combatir al destino circular por fin, ser eternamente joven, menor de veinte, y de esta forma nunca caerás en la decadencia que te espera a partir de esa edad. Los chicos te codiciarán indefinidamente, y el mundo estará a tus pies por siempre jamás. A cada síntoma que notes del peso de los años, una gotita apenas te bastará para regenerar las células y retroceder un pasito, y así una y otra vez.

‘Pues ya tengo la solución ideal para mi prima Betún’, se dijo la bella presa. ‘Esto le gustará mucho más que una vulgar y común vida mortal; ahora que para mí un churro, de eso nada. Pero qué se habrá pensado éste que se me ha perdido a mí en esta tierra, ¡si es un sin vivir! Claro que, tanto hacerme la rosca, algo muy gordo deben de querer de mí para no haberme encerrado a estas horas ya en una mazmorra. Así que negociemos, como en las pelis’.
-Bueno, y a cambio de servirles de cobaya para su experimento, a ver, ¿qué saco yo de vuelta?
-¿Pues qué va a ser? ¡La eterna juventud! ¿Te parece poco?
-Si ustedes me inyectan esas bolitas, retrocederé en el tiempo, ¿es así?
-Así es.
-Pues eso de ninguna manera. Aquí donde me ven, yo he sido más fea que un pecado toda mi vida, y no puedo permitir que me vuelvan a mi estado original. Cualquier condena será mejor que eso.
El trato es éste. Yo les hago de cobaya, y a cambio ustedes me regalan un frasco de ésos para una prima mía que da miedo verla de lo reguapa que es, y para mí con un viaje de ida a Celeste bastará- les espetó con voz resuelta.

-¿Quéeeeeee?- los dos al unísono dieron un respingo, ¡nunca se hubieran imaginado una salida como ésa!
-¿Pero qué sacrilegio es ése? ¿Acaso no sabes cuál es la regla sagrada? “No transgredirás las leyes del Bien y del Mal. Lo que está a un lado a ese lado permanecerá. La oscuridad y la luz no se tocarán.” ¡Sería el fin si permitiéramos este tipo de transgresiones!
-¡Pues no hay trato!- les espetó Rosalinda envalentonada.
-Espera, amigo Archi. Quizá no sea tanta locura esa petición. Al fin y al cabo, un ser híbrido como ella no es como los demás, y quizá merezca un trato diferente.
‘¡Bravo, alguien que reconocía su condición. Aún había esperanza!’
-Pero qué estás diciendo, ¿es que te has trastornado?- le cuchicheó Archifranco.
-Que no, de eso nada. Estoy más cuerdo que nunca. ¿Pero es que no lo ves?- le llevó a un aparte para sisear- Ella nos conducirá hasta su padre…
-¿Y para qué queremos a su padre? ¡Yo al menos le tengo muy visto!
-¡Déjame terminar, cascarrabias! Y su padre, hasta la pérfida Juanorra. ¿Y cuál será la cabeza que cortaré y serviré en bandeja al Boss? Eso rematará mi jugada maestra, y a partir de ese momento yo mismo haré la reserva para el ingreso de Angélico en la leprosería más exquisita de cuantas se hallen en el reino maléfico.
-Vale, okey, ¿pero para qué necesitas conducir a la cría a Celeste? Si su padre y su madre están en estos momentos deambulando por este hotelito, ¿a qué alejarse tanto?
-Lo que importa es que nos ganemos su confianza, despistado. Si cree esa patraña de que la conduciremos a ver a las hadas y las musas y le regalaremos una piel divina, seguirá nuestro plan a pie juntillas. Un paseo por Diviniland y la tendremos bien pescada en el bote.
-Chico, no me extraña nada que te doctoraras cum laudem en malevagia, ¡eres el puto amo! Vaya, esta palabrota me costará una confesión a la vuelta a casa, pero después de todas la fechorías en que andamos metidos una cosita arriba o abajo no cambiará mucho mi mala conciencia…ummm…- dijo Archi admirado.

‘¿Qué andarían cuchicheando esas savandijas? Si su padre no venía pronto a rescatarla la iba a recoger con un rastrillo a trocitos, ¡porque en menudas manos había ido a caer! Por otra parte, quizá aquel trato diera resultados, porque a ver, ¿qué iba a hacer sino? Si era cierto lo que dijeron, unos días más de paseo por la Tierra y no sólo las piernas, sino el cuerpo entero, se le llenaría de escamas como si fuera un pez. Y así, ¿cómo diablos pedía ella un pase para el Cielo? Y su precioso y terso rostro, con los pómulos tan archidefinidos… ¿y si acababa teniendo cara de pez? Más le valía pues aceptar cualquier trato medianamente honroso, que sentarse a esperar la decadencia. Si al menos su padre fuera alguien en quien poder confiar. Pero no podía fiarse de él, un día estaba loco por su madre y otro día no paraba de perseguirla a ella, no era un valor seguro…’.

-Bueno, hay que decidirse, que el tiempo apremia.
-¿Y qué hay de mis peticiones?- inquirió Rosalinda todavía desafiante. ‘De pérdidos, al río’, se dijo.
-Aquí tienes el frasco para tu prima. Un solo frasco le dará para, si no lo derrocha ni lo vende, un centenar de veces por lo menos. Que lea las instrucciones, una gota y nada más que una en cada toma, y no abusar en las dosis o en vez de ir hacia atrás irá hacia delante. ¡Es muy importante! Comer poco también ayuda...
-¿Y después de las cien tomas qué le pasará?
-Oh, para entonces seguro que lo venden libremente en algún establecimiento. Que busque en los Estados Unidos a través de algún estraperlista, no tendrá problemas.
-Eso si por entonces todavía existe un Orden que no hayamos desbancado…
-¿Eh? No entiendo. Bueno, es lo mismo. Aquí tienen su dirección exacta, se lo harán llegar cuanto antes, ¿verdad? Cumplió los veinte hace pocas semanas y me gustaría que no llegásemos tarde.
-Yo mismo lo depositaré en manos de esa bella joven, descuide. ¿Alguna nota?
-Dígale que lo trajo un hada. Ella entenderá.
-Okey.
-¿Y qué hay de lo mio?- a Rosalinda se le puso un aire triste. Nunca volvería a ver a los suyos. De repente, su prima le pareció un ser adorable. Se le olvidaron todas las picaduras de malaria que le contagió de pequeñas, a propósito, y la vez que la tiró por la ventana sujetándola por las trenzas hasta que se las arrancó de cuajo estampándole la crisma contra el suelo, y tantas otras. La recordaba solamente con aquellos ojos de gato tan tristes de la última tarde, cansada de vivir en círculos y de ver en el futuro más canas, más soledad y más miserias… Bueno, al menos que su escapada hubiera tenido un final feliz para alguien…
-Primero tendrás que tragar este suero, mientras cierras los ojos y escuchas música celestial. Hay mucha parafernalia que seguir, los ritos que el Cielo impone para todo, ya sabes… Después de que lo hayas ingerido, sentirás una serenidad interior que se traducirá en calma total. Y, pequeña, vas a ver el mundo de las hadas y los duendes, y a Dios paseándose por sus infinitos jardines, y a las musas sobrevolando sus castillos encantados, y chorros de agua bendita mojando a los querubines que tocan flautas… todo eso es el Cielo, ¿de veras quieres verlo?
-Toda mi vida la enfoqué a conseguir un destino: volar alto y seguir a mi padre. Y la belleza…
Rosalinda comenzaba a caer en un profundo sueño del que no sabía si despertaría. A medida que iba hablando, una aguja larga como una antena de televisión le fue penetrando por el lateral derecho. Apenas notó deslizarse los dedos fríos del profesor Archifranco, y un pellizco que en verdad fue una incisión. De inmediato la embargó un sopor dulzón y pesado, a la vez que sentía de los pies a la cabeza como si el agua le fluyera por dentro, arriba y abajo, como si un manantial la poseyera y una carrera de coches se hubiera apoderado de sus venas. Lo siguiente fue la inconsciencia.
-¡Ha quedado ko, amigo!- palmoteó Valenciennes. –¡Eres el mejor mago de la especie! ¿Qué le has puesto?
-He mezclado el elixir celular junto con la toxina y tres relajantes musculares. Dormiría a un elefante.
-¿Y la toxina?
-Tiene mucho que sudar con los años que perderá, y la toxina le ayudará a eliminar las impurezas junto con la grasa animal. Ayúdame a cubrirla con las mantas. Ahora pasará por la fase típica de convulsiones de toda transformación, y después caerá en un sueño todavía más profundo, donde algunos órganos de su cuerpo dejarán de funcionar, para que las células regeneradoras puedan trabajar con eficacia...
-¿Tenemos para un rato, entonces?
-Nunca es igual, el tiempo que se tome depende mucho de su estructura osea y muscular, de la calidad de la sangre, y además es la primera bruja con la que pruebo...
-¡Vamos, que nos pueden dar las uvas! Pensé que tu experimento era coser y cantar.
-Ya te dije que había muchas incógnitas todavía por resolver. La prisa es mala consejera de la magia, al menos de la magia blanca. De todos modos, también lleva un acelerante reparador, no te inquietes, yo espero que en una o dos horas tengamos resultados. ¿Salimos a tomar el aire?
-¿Y la dejamos aquí sola? ¡Mira, se le han abierto los ojos, por poco me da un espasmo!
-Sí, es una reacción habitual en algunos pacientes, pero no quiere decir nada. Mientras esté bajo los efectos de la fórmula, ninguno de sus sentidos de la realidad está activado, así que ni siente, ni huele, ni oye, ni padece… ni tampoco ve nada que sea de este mundo.
-¿Y qué le diremos de su paseo por las nubes de Celeste que le habías prometido?
-Ahora mismo está paseándose por allí y viendo todas las hermosas cosas que le describí, una especie de viaje astral a lo bestia… Sin embargo- prosiguió –me queda una duda. Cuando dijo que ella antes era fea como un demonio, ¿crees que se refería a que hubiera sufrido una transformación mágica voluntariamente provocada?
-Las brujas estudian esa clase de cosas en el escolario. Quizás haya aplicado alguna de las fórmulas magistrales y prohibidas. ¿Por qué, tiene mucha importancia ahora?
-Depende. Tan sólo rezo para que no haya cruce de efectos, que siempre resultan imprevisibles. Es probable que llevara ya aquí un tiempo, y más de cuarenta y ocho horas entre pócima y pócima son suficientes para haberlas asimilado correctamente. En otro caso…
-En otro caso, ¿qué?
-No quieras saberlo. Podría tornarle la consciencia dentro de la inconsciencia, y decidirse a no despertar.
-¿Te refieres a un coma voluntario?
-Y eterno. Anda, demos un paseo. Lo inevitable está por llegar.
-Suenas apocalíptico, salgamos que me estoy mareando.