El club de las brujas

El club de las brujas

miércoles, 15 de junio de 2016

VEINTICUATRO: llegando el apocalipsis

    

El Príncipe de las Tinieblas había retornado a su estado primitivo. Los suelos temblaron a cada una de sus zancadas de vuelta a palacio, y nadie, absolutamente nadie, dudó ni por un momento que había visto al Maligno cuando aquellos ojos encendidos se posaron en cualquiera de los paseantes. Una traición como ésta no tenía parangón. No se lo esperaba de sus mejores espadas, y menos aún de De Angelis que de nadie. El, como un imbécil, se había conformado con unas cuantas mamaditas de tanto en tanto, sin percatarse de que se estaba haciendo con todos sus contra-valores uno a uno. Tanto es así que se las tenía que componer sin casi fieles. Los demonios ya casi dudaban de obedecer órdenes que no vinieran del primer comandante. ¡Como si el Infierno fuera cosa suya, podría decirse!

¿Qué había dicho aquel ser pequeño e ignorante? ¿Que “el jefe” estaba en París? ¿París era aquella estúpida ciudad llena de puentes y enamorados? ¡Pues inundada iba a quedar en menos de una hora, por sus mismísimos, y con todos los demonios dentro! No hallarían ni una pizca de compasión en el Príncipe de la Oscuridad. El preocupándose de aquella maldita Energía oscura que les tenía sorbido el seso, y el general De Angelis, mientras tanto, pegándosela con propósitos traicioneros. Ya ni la lepra era suficiente castigo, porque con los favores que le debían por ahí es que le venderían hasta un antídoto para evitar el contagio. Nada, nada, ¿qué es lo que un demonio puede odiar más que todo? El agua, pues ración doble. Además, ningún demonio podía nadar, ni los más espabilados habían podido aprender, tal era la aversión que le tenían a las humedades. Así que serían los primeros en perecer. No había peor castigo que un buen chapuzón por los tiempos de los tiempos, y por su padre el honorable Lucifer que De Angelis no iba a salir del agua ni pidiendo clemencia ni invocando ningún maleficio. ¡Y pobre desgraciado del que contara con darle una mano!

Nunca había conseguido ver París. Por pitos o flautas, cada vez que se había acercado a esa ciudad para darse un garbeo por el Folies Bergère, del que tanto le habían hablado, había surgido algún inconveniente de última hora que le había apartado de su objetivo. Así que odiaba esa ciudad por partida doble, con su Torre Eyffel y su Bois de Boulogne lleno de guapos travestidos. Nada, nada, todo quedaría bajo las aguas desbordadas del Sena y pasaría a ser historia. La cuestión que quedaba por cerrar era si Dios no se metería en ese fandango para tratar de impedirlo. Vale que estaba despistado, pero una perrería de esta dimensión llamaría su atención seguro, y no tenía ganas de una batalla campal por la supremacía a estas alturas. Particularmente cuando tenía que pelear más solo que un perro abandonado. ¿Y si le llamaba para pactar antes la desgracia? Seguro que si le contactaba, le tocaba hacer concesiones pre-catástrofe, como salvar a los niños o alguna otra sensiblería. Pero mejor eso que perder por goleada, ahí estaba el quid. Por otra parte, si se arriesgaba a emprenderla en solitario, pues luego quizá podían pactar en medio del asedio, que siempre se siente uno más presionado que por adelantado. Decidido pues, primero atacar y después pactar.

Y una cosa más. Puestos a provocar, por qué no un calentamiento global, no ya sólo de las nieves que iban a parar al hermoso Sena, sino de todas las montañas del mundo mundial. ¿No decían las previsiones de los ecologistas que el efecto invernadero estaba causando verdaderos estragos? Pues él no había todavía logrado entender qué carallo significaban esas palabrejas, pero de lo que sí sabía era de añadir calor al ambiente. Si se daba prisa con los conjuros, en escasos minutos tenía toda la nieve del planeta Tierra derritiéndose como si fuera nata líquida, y a las personas más les valía ponerse unos flotadores estilo submarino, o acabarían espantosamente mojadas. Es más, podía manejar ese trasto que le habían regalado para ver la pantalla en tres dimensiones, y sentarse en su mejor sillón a contemplar el hundimiento de un mundo que le había dejado de ser fiel. Sólo era cuestión de esperar a que Dios viniera implorándole misericordia para los suyos. Tenían un pacto de no agresión que era la única cosa que respetaba por los tiempos de los tiempos, para preservar el Orden. Sin embargo, ¿qué era un rey maligno si no sabía romper los pactos por sorpresa y a traición?
Así las cosas, rodeó su endolorido culo de almohadones, y le dio al botón de play, o jugar. Eran las siete de la tarde en París, así que para antes de la hora de la cena ya les habría servido un buen susto de aperitivo.
*
-¡Garçon cabrón! ¿Dónde se ha metido todo el mundo en este jodido hotel? ¡Hace un calor de mil demonios, es peor que Nowhere’s land en hora punta! ¿Es que no tienen aquí refrigeraciones como está mandado?- gritó una Juanorra más enfurecida que un monstruo de siete cabezas.
-Señora, por decir algo, ¿pero no ve que estamos escondidos en las cocinas? Ya se ha zampado usted siete canelones, dos tartas de chocolate y tres botellas de vino, ¿y no quiere tener calor?
-Eso no es nada para este buche serrano, soldadito imberbe...
-¿Y no cree usted que, tanto engullir, se le va a atragantar la noche de pasión con su amante?
-De eso nada, con unos pedetes lo soluciono en un santiamén, y mi Garci tan contento.
-¡Puahhh, y yo que pensaba que los ángeles eran seres exquisitos! En fin, manos a la obra que no queda nada para el espectáculo. La verdad, que ahora que lo dice, sí que parece como si la temperatura ambiente estuviera subiendo a marchas forzadas... Umm... Tome, se me pone este atuendo de camarera y que Satán nos asista junto con todas sus fuerzas oscuras, porque vaya hazaña que nos espera. Vamos, que esto lo cuento yo en el regimiento y me toman por enajenado, tanto estudiar para acabar así...
-¿Eso me has buscado? ¡Pero si es un mantel!
-¿Y qué quería? Acaso piensa que hay alguna camarera en este hotel con su tallaje, ¿eh? Y, aún así, tendremos que juntar dos manteles para darle la vuelta al tronco y atarlo bien.
-Bueno, qué remedio, menos mal que en cuanto entre mi Garci por la puerta yo me suelto los nudos con los dientes si es necesario y le bailo una por soleares con las carnes al aire. ¡Se va a quedar que ni pa respirar le dará! ¿Has conseguido la música?
-Es para lo único que he podido utilizar mis técnicas estudiantiles. Mi chip accedió al sistema informático del hotel y para esta noche figura una petición muy especial de flamenco español por parte de unos príncipes saudíes.
-¿Quiénes?
-Ud. déjelo de mi cuenta. El hotel se ha pensado que esta noche tiene unos invitados muy particulares de un reino lejano, y como pagan con petrodólares cualquier petición suya es bendecida en el país de los deseos. Así que tendrá flamenco para dar y vender. Ahora, que príncipes saudíes sólo habrá uno, que seré yo. Esta performance no tiene precio, y pensar que ninguno de mis mayores estará aquí para apreciarlo, tan sólo ese absurdo ángel...
-¿Eh??? ¿Cómo te atreves a hablar de la primera figura de Celeste? ¡Mentecato, vete de aquí, que no quiero verte!
-Será un placer, sí señora, por una vez estamos de acuerdo. Me voy con viento fresco y la veré en el bar dentro de cuarenta y cinco minutos. Usted será anunciada como “la faraona” a las ocho en punto, así que no olvide rondar por allí y presentarse en el escenario a la hora prevista. Yo estaré en primera fila vestido de príncipe saudí. Me estoy afixiando, desde luego que vaya calores que me han entrado, debe de ser el malestar general que arrastro...
*
Garci estaba que se subía por las paredes. El hotel más lujoso de la ciudad y que tuvieran el sistema de aire acondicionado estropeado, ¡era increíble! Claro que, bien mirado, el director estaba en lo cierto al decir que las previsiones para un mes de enero no avistaban, ni de lejos, temperaturas rondando los cuarenta grados centígrados. ¡Dios, ni en sus peores viajes por los bajos del Infierno había sudado tanto! Iba por la cuarta muda en menos de media hora, y se acercaban las ocho sin nada seco que ponerse, la ropa chorreaba humedad y él entraba y salía de la ducha sin notar ningún cambio de ambiente. Con la de ropa provocativa que tenía en el armario, pero estos calores reventaban cualquier expectativa de elegancia.
-Sí, ¿quién es?
-Servicio de habitaciones, monsieur, ¿llamó usted?
-Sí, pase enseguida y a ver si consigue abrir esas malditas ventanas, que están atascadas.
-Pero monsieur, le entrarán los humos de los coches, el calor asfixiante del exterior...
-Abra, abra, quizá corra una brizna de viento... ¡Ahhh, es aún peor, cierre, cierre otra vez!
-Ya le dije. Si es que yo vengo de la calle y no hay forma de resistirlo, es como si el sol nos estuviera cayendo encima, la gente se ha metido en el río, y en los parques no queda una fuente que no esté repleta de niños chapoteando.
-¿Me puede decir qué hora es?
-Las ocho menos veinte de la noche. ¿Ve usted el sol? Parece una bola incandescente que fuera a devorarnos, ¿no lo ve más cerca de lo normal? Además, a estas horas el sol tiene que dar paso a la luna, y aún parece mediodía... Si ya lo dicen en la tele, que el cambio climático está haciendo estragos...
-Gracias, es suficiente- Garci le dio una buena propina a la camarera para que se marchara de una vez.  Aquí estaban pasando cosas muy raras, estos calores eran anormales, así que había gato encerrado. Llamó a Dea, pero nada, fallo en la comunicación otra vez. Pues no había más remedio que avisar a Dios y ponerle en alerta porque, o mucho se equivocaba, o aquí estaba pasando algo gordo... Bueno, quizá antes podía echarle un vistazo a la situación climática de distintas áreas geográficas de la Tierra, antes de alarmar innecesariamente al jefe. Se quedó anonadado: en la pacífica Polinesia había comenzado un maremoto, los caudales de los ríos del Sudeste asiático desbordados y comiendo terreno... ¿Pero qué estaba pasando? Se frotó los ojos por si la pantalla le había jugado una mala pasada y volvió a conectar el programa, pero no había errores. Siguió pulsando, zona tras zona, y donde no había un desastre en marcha había otro. Y lo peor, ¡ni rastro de los glaciares en los Polos!

Tenía que hacer saltar las alarmas de Celeste y poner rumbo hacia allí para tomar los mandos porque, a buen seguro, que esto era una treta del Infierno, que nunca jugaba limpio. ¿Acaso sabría algo Dea y por eso se había mostrado tan misterioso? El pensando que si le habría descubierto sus planes, pero quizá iba desencaminado y a lo que se refería con eso de “el fin justifica los medios” era a la catástrofe que se les avecinaba. 

De golpe reaccionó de su acelerón. Pero bueno, ¿y todo esto tenía que pasar justo ahora, que iba a abandonar el reino y fugarse con su amada? ¿Y si era el final de los tiempos y no llegaban a escapar? Pues él se saldría con la suya, y ni cien, ni mil glaciares derretidos le harían cambiar de opinión. Es más, ahora o nunca, porque aquello podía ser un apocalipsis, y por lo tanto el mejor momento para darse el piro sin que nadie siquiera reparara en ellos. Y para cuando Dios le buscara ya no le encontraría en estos lares. ¡Sí! Pensándolo bien, ¿qué informe ni qué puñetas? Por once in his life sería un irresponsable y no alertaría a nadie, que movieran el culo si querían enterarse en Celeste de lo que pasaba por sus dominios, y sino es que les importaba un carajo, así que tanto daban unos cuantos seres humanos más o menos. Desaparecidos todos los súbditos creyentes, Celeste dejaría de tener adeptos que lo sustentaran con su fe y reinaría sin sentido hasta su destrucción, como si fuera un sodoma y gomorra. ¿Y a él qué? ¡Que se preocupara Dios por una vez de los suyos!

Salió a todo meter con unos pantalones de naylon color beige y una camiseta estilo calvin klein que le caía redonda. Sin zapatos, ni colonia, ni corbata...
*
Vaya, ¿quién establecía conexión ahora? ¡Ahh, pero si era el jefe de todos los jefes, el mismísimo general De Angelis! ¡Por fin! Igual le sacaba de todo aquel atolladero y podía contarle los planes de aquella bruja loca...
-Sí, mi general, ¡soldado raso Jones a sus órdenes!
-Puñetero Jones, ¿dónde estaban metidos?
-Ehh... mm... es una larga historia, mi general, esa bruja...
-No importa, le necesito ipsofacto. Tenemos que apresar a la vieja bruja, ¿está con usted todavía?
-Pues... verá... como decía, es una larga historia, pero el caso es que ahora mismo no está conmigo...
-¿Ehhh, es posible que la haya dejado usted marchar sin vigilancia?
-No, mi general. Verá, se empeñó en montar un show para ese ángel que la trae loca, y es cosa de pocos minutos que me reúna con ella en el bar del hotel Ritz.
-Sí, algo he oido de eso. Necesito que la aprese usted en medio del show y hay que llevársela de allí en volandas.
-¡Sí mi general!- respondió muy ufano el soldado. Aunque pensándolo bien, vaya tarea, ¡era casi peor que ejercer de príncipe saudí! Con suerte, bajo el disfraz de árabe multimillonario los demás clientes y la dirección del hotel pensarían que era un capricho suyo, y le dejarían raptarla como si tal cosa. Incluso podía conseguir que un camarero le llevara una botella de champagne a “la faraona” antes de empezar la actuación, y con eso tenían garantizado que perdía el sentido y se le iba la fuerza por la boca... –No le fallaré, mi general.
-Eso espero, yo les recojo a eso de las ocho y cuarto con un vehículo blindado a las puertas de las cocinas. ¿Sabe dónde están las cocinas?
-Demasiado bien, mi general. Pero, si me permite, necesitaremos que el ambiente se caldee un poco antes de actuar, así que, ¿le parece si son las ocho y media?- estaba sembrado, ¡dándole ideas al mismísimo De Angelis!
-Ni un minuto más. Adiós.

Dea temblaba de pensar en los planes y en la dificultad de los mismos. A pesar de su voz resolutiva, su ánimo estaba por los suelos, como si algo se le estuviera escapando. Siempre discutía sus estrategias con Garci, y entre los dos ataban todos los cabos, así que esto de no poder consultarle le fastidiaba por partida doble; por un lado, desconfiaba de sus habilidades para trabajar en solitario, y por otro, le asaltaba la congoja por la traición. ¡Al diablo! Quizá no eran más que estos calores infernales que no le dejaban pensar. Iría a por el vehículo para tenerlo preparado, y se metería un buen lingotazo que le acallara la conciencia que no pensaba poseer. Además, estos sudores sólo podían combatirse con un chorro de aire bien frío, así que pondría el motor en marcha y el aire acondicionado conseguiría relajarle.

Con estos pensamientos estaba cuando salió por la puerta de los comedores del servicio, y de poco se pone a meter alaridos como una ratita asustada. ¡Había medio metro de agua cubriendo la calzada, y unos veinte pasos para llegar hasta el coche que les llevaría hasta la nave! Era rarísimo, había requetemirado las previsiones climáticas antes de partir hacia París, y anunciaban un frío que pela de invierno y un sol de cortar. Pues sol sí, ¿pero el frío? ¿Qué estaba pasando? Volvió a consultar su relojera digital, y esta vez sí que se quedó blanco de estupor: temporales a diestro y siniestro, y más concretamente, ¡el Sena desbordado y arrasando la ciudad! Tenía unos treinta y cinco minutos, como mucho, para salir escopeteado de allí, eso si los motores de la nave no estaban calados hasta los huesos, y sin contar con que ningún vehículo motorizado le podría conducir por la calzada inundada. Tendría que utilizar un truco desintegrador de materia, para él y para Juanorra. Porque, eso sí, mejor llevado por las aguas que juzgado por Satán... ¡Qué hacer, y rápido!
*
-¡Aúpame más, viejo chocho, que se me mojan las nalgas, vaya idea que has tenido de que nos fuéramos a dar una vuelta!
-¡Calla, furcia barata! Tú no sabes qué disgusto tengo, mis mejores sandalias de Charles Jourdan para tirar a la basura. ¡Además, que me estás clavando las uñas, maldito diablo, eres peor que un gato mojado!
-¡Pues claro que soy peor! No quieras saber lo que nos ocurre a los demonios si nos pasas por agua, nos duelen los cartílagos hasta decir basta por meses y meses, y el reuma te deja baldado... eso sin contar con que no sabemos nadar...
-Vamos, que te ahogas en un vaso de agua. Bueno, ya estamos a pocos metros del hotel, esa suerte que tienes porque yo sino es que te dejaba caer aquí mismo, ya no puedo más... Veremos si la cría ha despertado, y cómo...
-Pues espero que bien, porque si sigue llegando agua yo me voy de estas tierras cagando leches, ¡con o sin ella!
-¡Pero qué mal hablado eres! ¿Y nuestro experimento? Te recuerdo que me he dignado a dejar Celeste con el único propósito de probar el éxito de mi elixir celular... Córcholis, sí que hace calor, sí... cómo echo de menos a los abanicadores... Hala, qué descanso, entre el sol, el agua fétida y lo que pesas estoy para pegarme un baño en la piscina...
-¡Qué piscina, qué piscina, vamos directos a la chambre que aún se nos escapará el engendro ése! Si ha decrecido lo justo y suficiente, será manipulable y podremos usarla sin más tardar como moneda de cambio con su madre. Sus secretos serán nuestros secretos, y no tendrá más remedio que pactar con nosotros un sucio y miserable trato...
-Prefiero no escucharte, qué malvado resultas... Cojamos el ascensor que me flaquean las piernas. ¡Qué horas éstas, las ocho menos cinco ya! ¿Pues no era a las ocho cuando nuestros amigos se daban cita? Si vamos a por la chica aún nos perderemos el asunto, así que tú subes a buscarla y yo me voy a ver cómo van los preparativos. ¿Eh, qué le pasa a este ascensor?
-No lo sé, pero nos hemos quedado sin luz alguna. ¿Tienes un mechero?
-Pues no, pero tengo una linterna en el reloj. Dale a la alarma. Vaya, tampoco suena, ¿qué es esto, una confabulación en nuestra contra?
*

-¡Jua jua jua! En la vuestra y en la de toda la sucia especie. ¡Vais a saber lo que es temblar de miedo, malditos!- Satán paró el vídeo para irse a buscar una cervecita bien fría, antes de manipular a su conveniencia el final del espectáculo.