El club de las brujas

El club de las brujas

lunes, 13 de diciembre de 2010

ONCE: PARIS MON AMOUR


Juanorra todavía tardó varios días más que De Angelis en levantar el trasero de la cama. Cierto que le oyó marchar, ella se preciaba por tener el oído más fino del reino, pero emitió un gruñido por despedida y volvió a estirar las patas todo lo larga (o corta) que era, emitiendo graznidos, ronquidos y otras variaciones de sonidos nasales y guturales que le hacían el sueño de lo más animado. A veces roncaba tan pesada y fuertemente, que ella misma se llegaba a despertar sobresaltada, pero le duraba poco el susto y seguía hasta quedarse afónica.

Cuando por fin consiguió incorporarse, el sol estaba en pleno apogeo y la alcoba se había infectado de ratas y gatos que corrían unos tras otros maullando y gritando más que la propia Jota.

-¡Pero qué estruendos, todos fuera de aquí o les corto los cataplines, jodidos!

Los animales salieron más veloces que una cometa, porque el lenguaje de Jota era inteligible para todas las bestias del reino animal, con quienes, por otra parte, tenía tanto que ver. ‘¿Qué hora sería, de qué día?’. ‘¡Rosamunda, engendro, fea caperuza, dónde coño te has metido, por qué no has encendido los ventiladores, las cámaras frigoríficas están apagadas, cerda, verás cuando te coja!’. Siguió desgañitándose las amígdalas pero allí no aparecía ni su hija ni la sirvienta, y no había más que animales, suciedad, mal olor... y el viejo zorro, que también se fue por patas hacía mucho tiempo. Volvió a pensar en él, ¿qué fue lo que le dijo antes del polvete? ¿Pues no fue que le citó con el rey de su amor en París? ¿Y para cuándo sería eso? Bueno, alguna noticia le llegaría, sólo que tenía que tener cuidado para que no diera con ella la envidiosa de su hija, que menuda era, todo el día estaba hablando de ir a la Tierra, de ver sitios bonitos, vamos que se enteraba de que su madre iba para allá y le iba a dar la murga para que la llevara con ella, y eso ni mucho menos, era una chiquilla y bueno, que ella a su edad estaba todavía fregando que te fregarás suelos y comiendo pollas por doquier. En cambio, Rosamunda siguiendo estudios, saliendo de juerga, ¡jo, cómo habían cambiado las cosas! Ahora que, menuda tunda de palos se llevaba en cuanto la encontrara, quizá es que por fin se había comido algún polvorón, cosa dudosa porque entre lo feota que había salido y el poco salero... su madre le auguraba pocos amoríos...

Jota tenía un hambre voraz, como siempre que se levantaba después de haberse pegado un juergón, y nada que comer en la cocina, más que unos ratolines que correteaban por las baldosas entre escondrijo y escondrijo. De buena gana se asaría uno al horno, ¿pero de dónde sacaba un horno limpio? Mejor hacerse un guisote en el bar de enfrente que la dejara colmada de una vez. Y luego adecentaría ella misma el cristo que había montado en su casa, ahora que, ¡bueno le iba a poner el culo a la sirvienta como tuviera la desfachatez de asomar el morro por allí! ¿Dónde se metería esa condenada avispa?

Bajó los escalones como pudo, así, sin vestirse más que con una bata de guata que había en el armario y que le estaba a explotar de prieta.

-¡Jacinto, ponme un guisote que vengo que me tiemblan las piernas de hambre!

-¡Marchando, Jota! Hace días que no se te ve el pelo, ¿a quién tenías amordazado en la cama? Confiesa, ¿es verdad lo que dicen las malas lenguas?

-A todo un pelotón de infantería, Jacinto, que uno a uno han ido entrando y haciéndome la corte hasta que pasé a unos cuantos por la piedra. A unos cuantos yo, y a otros cuantos mi hija Rosamunda.- amor de madre, se dijo, sino la defiendo yo frente a las habladurías de su extrema sosez no habrá quien la pretenda y no me la saco de encima...

-¿Un pelotón entero? Eso no es lo que se cuece en el barrio, Jota, que dicen que tus amoríos son con uno y no con cientos, ¡y vaya uno!

-¡El guisote, Jacinto, y menos cotilleos!

-Pero... anda dime sólo si ése cascarrabias la tiene dura y te invito al guisote...

-¿Serán unas gachas con champagne del caro?

-¡Serán! Venga, suelta por esa boca ...

-Uff, hablar con el estómago vacío no se me da nada bien, y no digamos con la lengua como una lija de seca y rasposa...

Jacinto se frotó las manos y marchó en un santiamén unas gachas, un pan con tomate, unas patatas estofadas con rabo de toro y un cuenco del champagne más carete que tenía. A Jota no la podía estafar, ¡menudo paladar tenía!

Juanorra devoró sin descanso y bebió hasta ponerse a bailar como una peonza de beoda que iba. Jacinto entonces se dio cuenta de que se había pasado de confianza, siempre se la jugaba la bruja, le prometía algo pero luego se ponía tan ciega de comer y beber que se iba rodando a su casa y no se acordaba de nada de lo prometido. Pero esta vez no la dejaría irse hasta que largara algo de lo sucedido con el viejo comandante, su amigo de la infancia y que ahora ni lo miraba en la cara, con tantos galones como llevaba. ¡Pero bien que le tenía contadas la de veces que se citaba con Jota en el barrio, a saber que se traían entre manos esos dos!

-Venga, Jota, no te hagas la sorda ahora, suelta algo o no te fío ni un duro más, ni aquí ni en el super ni en la pollería.

-El zorrón ése tiene cosquillas, muchas cosquillas, en los pies y en los sobacos sobretodo. Basta que le hagas así con el plumero de limpiar el polvo, y se pone más chocho que un algodón.

-¿Y se le pone la cosa empinada todavía, o de eso nada, como dicen por ahí?

-Más que un palo seco, Jacinto.

Juanorra ya estaba revolcándose por los suelos de la risa. Menos mal que la había puesto a comer en un sitio apartado, sino la conocería él. Cuando empezaba con las risotadas ya no había nada qué hacer, no le sacaría más que mentiras y anécdotas para escandalizarle, así que la tumbó a dormir la mona en un sofá para que no montara el espectáculo con los otros clientes.

Mientras tanto, Garcilaso no paraba de mirar la hora. ¿Pero dónde se había metido la cachonda de Jota? De Angelis le dijo que ella estaría al tanto para una conferencia visual a esa hora en su casa, pero que si quieres arroz, ya sabía él que Juanorra no estaría a la hora convenida en el sitio justo, ¿así cómo iban a planear la escapada? Pues él tenía que encontrarla, es que se ponía enfermo, seguro que estaba jugando una partida, o con una melopea de tres pares de narices, ¡cómo se ponía de pensar en ella!

-De Angel, cariño, ¿qué fue de tu eficacia? ¡Mi amor no contesta a la videoconferencia, si ya sabía yo!- dijo, localizando a su amigo.

-Todo controlado, tortolito, tú no te muevas que te la encuentro en un periquete, esa zorrilla está hinchando el buche, ya verás...

-¡Ay que me pasan las horas y se me acortan las vacaciones, búscala deprisa!

Al minuto después tenían un soldado aporreando la puerta del restaurante de Jacinto. El propio barman se había decidido a echar una siestecita después de cerrar el bar, y allí que estaban los dos duerme que te dormirás.

-¡Está cerrado!-gritó-¡vuelva para la hora de la cena!

-¡Busco a Juana Expósito Fundador!

-¡Corcho Jota, que te llaman ahí fuera!-le espetó a la bruja dándole un buen codazo.

-¡Rayos, Jacinto, púdrete en tus agobios y diles que no estoy!

-¡Aquí no hay nadie con ese nombre!

-Dígale a la hembra Expósito Fundador que la esperan para una videoconferencia, y por todos los infiernos que tenemos que encontrarla.

-¿Una videoconferencia?-Jota pegó un brinco que aplastó las finas nalgas de Jacinto y le dejó los huevecillos hechos papilla-¡voy pitando!

Como no encontraba la bata se colocó un mantel cubriéndole las partes más pudendas, y salió con las carnes al aire y el pelo alborotado y grasiento. El pobre soldado que había dado el aviso pegó un salto atrás al ver aquello, que más que una mujer parecía un animal salvaje.

-¿Qué pasa? ¡Tú eres igual de feo y yo no me espanto, vaya con estos críos de tres al cuarto, tendríais que haber visto cómo eran las brujas de los buenos tiempos en que los niños se hacían caca sólo de verlas! ¿Dónde vamos?

-Me han encargado que la conduzca hasta una furgomóvil, y desde allí la contactarán enseguida vía digital.

-¿Está lejos ese furgón o puedo ir así?

El soldado le echó una mirada. Juanorra iba descalza, una vasta pelambrera le cubría casi todo el cuerpo y el chichi se lo había tapado con un mantel de color rojo, además de aquel olor indescifrable...

-¡Vale, vale, no digas nada, espérame aquí que voy por unas pantuflas y un chaquetón.

‘Y date una ducha’ pensó el chaval, pero calló prudentemente. Sin embargo, Juanorra bajó con el mismo hedor que había subido, y que, aunque él no lo supiera, formaba parte de ella y su atractivo. Tan sólo cuando iba a ver a su amado pluscuamperfecto se embadurnaba de perfumes caros y cremas, pero sin ducharse tampoco. Garci decía que aquellas pestilencias le ponían cachondo, ¡ése sí que era un macho!

Partieron enseguida, y después de bajadas y subidas por las callejas del barrio llegaron a un descampado donde lucía un flamante camión verduzco del ejército satánico. De Angelis sabía cómo organizar las cosas, desde luego.

-Bueno, pues ahora entra ahí dentro, y se queda esperando mientras contactan con Ud. No pueden tardar mucho.

-¿Y tú?

-Yo estaré aquí fuera vigilando, por si las moscas, además no se me permite escuchar ni ver la videoconferencia.

Era un camión todo confort, anda que los militares no se lo montaban del todo mal. Ella sólo había visto las carracas que danzaban por Nowhere’s land, y desde luego no vestían este cuero, asientos mullidos, música high tech, ¡juahh! El remolque era aún más lujoso... asientos abatibles y consolador incorporado, ¡así no había quien pegara ojo! Había un montón de libros y revistas, pero estaban en inglés, a buenas horas, era demasiado sofisticado para su culturilla de tres al cuarto. ‘¿Hablarían en París como aquella criaducha que tuvo tan refinolis?’, empezó a elucubrar. ¡Bah, al cuerno! El lenguaje del folleteo se comprendía en todas partes por lo mismo.

Escuchó un leve siseo y pensó que habría animales espiándola. Pero no, era el vibrador encima de la mesa, aquello más que un remolque parecía el salón de la casa de los Thyssen que salía en las revistas. Cogió el vibrador con la mano. ¡Jua jua! Hacía cosquillas. Empezó a apretar botones a ver qué más sabía hacer aquel condenado, y de pronto se oyó:

-¡Coño Juanorra, quieres dejar de jugar!

Se pegó un susto de muerte y se dio la vuelta. Así como por arte de magia la pared se había convertido en una gran pantalla multiforme y coloreada.

-¡Viejo zorro! ¿Qué haces tú ahí? ¿Dónde está mi bello y feroz amante?

-Pues anda, que si no es por mí, ahora se pone, ahora...

-¡Princesa, cochinilla, miel de mis amores...!

Jota ya empezaba a ponerse las manos en las partes bajas y a chillar como una rata en celo.

-Espera, espera, tenemos que hablar. Luego podemos pasar a la acción, pildorita.

-Dime, ángel de amor. Mi pubis es todo oídos.- dijo todas las palabras finolis que sabía.

-Nuestro encuentro se acerca, y ese chochito será del Bello Garcilaso en menos que canta un gallo. Tienes que prepararte y partir esta noche. Ahora tengo que irme antes de que me descubran pero sigue las instrucciones del soldadito que te hemos enviado y no lo pierdas de vista, es tu salvoconducto.

-¿Ese imberbe?

-¡No discutas vieja bruja, que bastante difícil me lo habéis puesto ya, es lo menos arriesgado que he podido encontraros! Ninguno quería ir contigo porque están rencorosos de lo mal que pagas los favores... -dijo De A metiendo baza.

-¡Zorro, ésta era una conversación privada! Pero está bien, sólo por una vez me pondré solícita y dócil. ¡Nos vemos en París, amor de mis amores! No sin antes... mírame a los ojos... ¡ay por Satán y por todos los diablos que me voy que me voy que me voy...!

Se escucharon bufidos y rebufos en todos los auriculares, en unos más finos que en otros, y hasta el servidor del correo suspiró de gusto. ¡Endiablada hembra!

Ahora había que darse prisa y salir de allí en volandas, la noche estaba al caer y no podía perder ni un minuto más antes del encuentro.

-¡Tú, soldadito, vamos, partamos sin dilación!- espetó Juanorra sacando sus robustas patorras del megacamión.

-¡Shhssshhhss, señora, por su padre, no grite!

Jota recordó que había prometido a Terminator que sería gentil y buena viejita hasta llegar a puerto. Luego ya tendría tiempo de desmelenarse en los antros parisinos. Así que sonrió al crío aquél, mostrándose desdentada y con cuatro fundas de oro falso. El chico pensó que este marrón le había caído encima porque era su año de prácticas, pero bien sabía él que era una misión importante, y que como tuviera algún fallo lo dejaban tuerto y alguna cosa más. ¡Ya podía esmerarse porque la misión no era moco de pavo!

-¡Partamos!

martes, 9 de noviembre de 2010

DIEZ: SOLDADO ROSALINDA



‘Mírate’, se decía Rosalinda para sí, ‘desde que te has convertido a las alturas es que no das una, ahora has fastidiado hasta la bata de mamá, ahhgggrrr, ¡maldito militar de tres al cuarto!’.

Así que no le quedaba más remedio que ir al riachuelo y lavar los manchurrones, con lo que se demoraba todavía más su salida. Lo mejor hubiera sido esperar a que se apagara un poco la luz del campo, pero nada podía detenerla ya, porque las horas corrían en su contra. Había estado leyendo, en el corto espacio de tiempo que tuvo entre que se sentó en aquel banco y la pasada de la tanqueta de aquel idiota, que antes de medianoche tenía que estar pisando firme fuera del Infierno, lo que se dice de forma literal. En otro caso, todo el esfuerzo habría sido en vano y la princesa sin carroza se convertiría otra vez en Cenicienta, como en el cuento que de muy pequeñas les leían a ella y a la prima Betún. De hecho, ya entonces cuando escuchaba la voz de su tía describiendo las bondades de Cenicienta, ella se sentía tan identificada con la protagonista que siempre le caía una lagrimita, escondiéndose para no ser burlada por la insensible de su prima. ¡Quién le hubiera dicho luego que Betún iba a resultar tan profunda, lo que eran las cosas! Por cierto, que tendría que pensar en ella y sus pedimentos en algún momento, sólo que todavía era pronto, primero tenía que conseguir salir de aquel lugar infernal.

El sol seguía tan tórrido como de costumbre, y si no hubiera sido por el chal con el que se cubría la cabeza, Rosalinda hubiera fenecido de sopor, pero eso, en definitiva, era un tanto a su favor, porque la ribera del río no se llenaría de corrillos de brujas cotillas hasta que bajara el sol; no había un minuto que perder. A medida que se acercaba al agua, pudo observar que, efectivamente, con el sol tan alto como estaba, sólo las esclavas se postraban arrodilladas en las orillas lavando las enaguas coloreadas de las madames del barrio. Nadie más que ellas aguantaba el agua tan helada como estaba a estas horas. Incluso podía distinguir, ¡horror!, a Liliana, la pobre muchachita que atendía a su madre los domingos. Era la misma que había visto azotar en varias ocasiones por pillarla in fraganti probándose los vestidos de Juanorra, y desde entonces cumplía el castigo de lavarle bragas, sostenes y sallones a la vera del río, en la hora que más picara el calor de los días de asueto. Su madre desde luego que no se andaba con chiquitas cuando se trataba de un castigo.

Se escondió de ella por si distinguía la bata de moaré de Jota, toda plateada y cantarina como era de inconfundible, pero no había cuidado, la pobre criatura estaba tan enfangada en sus arduas faenas que no levantaba la vista del agua. ¡Uff! A Rosalinda se le puso el estómago malo de verle las manos amoratadas y de pasa que se le habían quedado a fuerza de frotar toda esa ropa sucia con el agua como cubitos de hielo. Porque el primer barrio por el que pasaba el río bajando los deshielos de los montes altos era Nowhere’s Land; hasta en esto tenían mala suerte, contra lo que se hubiera podido pensar, porque significaba que hasta lo menos las ocho de la tarde el agua no se calentaba lo suficiente como para que los habitantes del barrio se pasearan por allí, al olor de pis de viejo que era como les privaba el ambiente. Todo esto bien lo sabía la brujilla, así que se tenía que dar buena prisa en lavar la bata y salir pitando.

Algunas de las lavanderas se la quedaron mirando extrañadas cuando se desvistió y se puso a frotar las prendas, sin una muesca de dolor por otra parte. Una bruja hubiera aullado de mojarse a esas horas, pero es que además aquella intrigante andaba desnuda y su torso era redondeado y esbelto, y eso sí que las dejaba de una pieza. Así que inmediatamente pensaron que era una esclava más y se le acercaron para confraternizar.

-¡Eh! ¿Tú eres nueva por aquí? ¿Cómo te llamas? ¿Cuándo has llegado? ¿A quién sirves? – se apilaron a su alrededor acosándola a preguntas, algunas incluso amenazantes, por lo que suponía una boca más a chupar en el barrio.

Sin embargo, en cuanto se apartó ligeramente el pañuelo que le cubría el hermoso cabello ondulado, y se le adivinó por debajo la piel de leprosa, pegaron un buen respingo y salieron de allí pegando alaridos. Rosalinda empezó a reír a carcajadas, viendo que dejaban abandonadas hasta las ropas de las señoras, lo que les valdría una buena tunda de palos al llegar a casa con las manos vacías. Pero estaba claro que la aprensión por las enfermedades contagiosas que experimentaban los demonios se la habían inculcado bien a todas estas terrícolas muertas y esclavizadas. Con asombro pudo observar, sin embargo, que la buena de Liliana no se había movido ni un milímetro de su sitio y seguía absorta en sus labores lavativas. Desde luego, o su madre la había conseguido domar a base de palos, o la chica carecía de pudor o aprensión alguna.

-¡Eh, chica! ¿Y tú, no te vas, no te doy miedo?



La sirvienta ni se inmutó, ni siquiera levantó la vista. Rosalinda hizo entonces una prueba más para confirmar lo que ya sospechaba hacía tiempo pero su madre nunca quiso creer, y lanzó una piedrecilla que voló por encima de Liliana y aterrizó en el agua salpicándola, con lo que por primera vez la chica se sobresaltó y comenzó a mirar a su alrededor para entender lo que pasaba, pero no vio a nadie, pues la bruja estaba escondida detrás de una maleza. ¡Voilà, era sorda! Esa era la explicación a tantas preguntas, a tantos azotes que le habían propinado a sus espaldas por no escuchar las alertas ni las reprimendas, y la razón de que siempre que llegaba su madre la pillara haciendo algo indebido. Las demás criadas hacían ídem de ídem, pero nunca las cogían en falso porque al menor ruido de llaves o portazos cambiaban de actitud y volvían a sus tareas laborales.

Rosalinda sintió una inmensa pena por aquella chiquilla indefensa y solitaria. Sin embargo, ahora no podía ayudarla, ya pensaría en algo cuando consiguiera ser una auténtica hada. Mientras tanto, su bata de moaré estaba seca y reluciente otra vez, e incluso aprovechó los abandonos de las demás sirvientas para servirse de algunas ropas más que metió en su hatillo antes de partir, por si todavía le surgía algún otro imprevisto. ¡Con el día que llevaba había que pensar en todos los infortunios posibles!

El siguiente pensamiento era cómo saldría de los confines del reino de Mal. Con Cabeza Rota y Cabeza Cortada ya no podía contar, le habrían delatado enseguida por lo mal que los trató en su despedida a la entrada de la casa de Betún, así que ni por el forro. Por otra parte, el libro de los hechizos contaba una teoría de escapada que a ella la tenía intrigadísima. Si funcionaba sería la pera, pero si no salía bien podía arder en las hogueras de palacio por los siglos, o ser desterrada a las frías montañas, o, peor aún, ser entregada a su familia materna y dejarla a la suerte de los suyos. De todas las condenas ésta era la peor, bien sabía ella de qué hablaba y se le revolvió el cuerpo pensándolo. Bueno, de todos modos había que considerar la opción como la óptima en caso de éxito, y rápida de ejecución. Así que seguiría el plan diseñado en el libro, que de todos modos era el único del que tenía conocimiento. Manos a la obra.

Escarbando entre la tierra fangosa, encontró uno de los orificios que conducían a las salidas del barrio, pero era de lo más angosto. Claro que ahora que era fina y delgada, podía permitírselo, sólo tenía que envolverse bien toda ella en el pañuelo que le cubría la cabeza, y reptar y reptar por las madrigueras de los bichos hasta que encontrara algún simpático centinela que la dejara continuar. Sucedía que los barrios, y especialmente el desprestigiado vecindario de Nowhere’s Land, estaban bien separados y circundados para que no tuvieran acceso a las zonas vip del reino, donde sólo un puñado de elegidos tenía acceso. Las entradas y salidas estaban harto restringidas, por miedo a contagio de enfermedades de las clases bajas, y era el tema tan serio que por cada centinela que cogían negociando una recompensa por el paso libre, cien de ellos eran capados y retirados a la vida apartada del único monasterio trapense del Infierno, otra de sus paradojas, y lo peor que le podía pasar a un convicto para el resto de sus días. Así que nada de achucharlos con regalos, con viandas o manjares, siquiera con un chupetón bien dado, porque se habían hecho inmunes a todas las tretas a fuerza de asistir, y ver con sus propios ojos, los castigos públicos y ejemplarizantes de sus predecesores. Pero ése no era el plan de Rosalinda y su libro de fórmulas mágicas.

Comenzó a reptar por un tortuoso camino, envuelta en el pañuelo de seda fina, ‘demasiado fina’, pensó, y trataba de mover el culo y las caderas tal y como le habían enseñado a hacerlo en los dibujos del libro, pero desde luego no era nada, pero nada, fácil. ¡Y menos para ella que estaba verde en actividades gimnásticas, por mucho cuerpazo que tuviera ahora! El espacio del camino engusanado le venía justo para mover las caderas y avanzar tirando con las puntitas de los pies, pero desde luego era de lo más claustrofóbico, especialmente porque no podía levantar la cabeza más de dos palmos del suelo sin toparse con el techo. Y aún no había pasado lo peor. Llegaron zonas de humedades y notó cómo el pelo de la cabeza se le llenaba de un pringoso liquidillo que olía –y sabía- a rayos. ¿Seguro que este método era el más indicado? ¡Madre mía! El túnel parecía no tener fin, y ahora se arqueaba hacia abajo, ahora se inclinaba hacia la derecha, después hacia la izquierda… Rosalinda llegó a estar hecha una serpiente retorcida y babosa, pero no podía quedarse allí, y aún con unos lagrimones así de grandes, mitad sudor mitad impotencia, tuvo que seguir moviéndose entre la viscosidad del ambiente y ayudada por todas las extremidades de que disponía su agilizado cuerpo. Desde luego que con su antiguo aspecto no hubiera tenido nada que hacer en aquel agujero, vamos que ni siquiera hubiera podido entrar en él con ese culo y esas pantorrillas que la caracterizaban, así se comprendía, por otra parte, que ninguna bruja deforme y anquilosada, como se ponían todas en cuanto rozaban la adolescencia, pudiera escapar por semejantes recovecos. Pero no sólo había ganado en figura, sino que sus huesos y músculos parecían más bien los de una atleta, de otro modo no se explicaba que siguiera moviendo las nalgas a un ritmo tan caliente sin que se le hubieran quedado paralizadas ya del esfuerzo.

Estaba en estos pensamientos cuando, para su fortuna, el camino comenzó milagrosamente a ensancharse. Se pudo poner de cuclillas, dejó de sentirse entre humedades malolientes, y no sólo eso, ¡se veía luz al final del camino! Claro que también se veía un pedazo de guardia con un tricornio de los que llevaban en la tele y una espada más afilada que las uñas de los pies de su madre. ¡Que ya era decir!

Se quedó agazapada un escaso minuto y sacó el libro del bolsillo para volver a repasar la lección. ¡Oh vaya, otra contrariedad, el libro se había mojado tanto que las letras se habían quedado de lo más borrosas y apenas se podían pasar las páginas! No importaba; repasó mentalmente los pasos a seguir que había memorizado antes y se santiguó como primera medida, no porque ya se hubiera convertido a la religión de Celeste, sino porque así lo requería el hechizo. ‘¡Merde!’, se dijo.

Se desató el pañuelo y se quitó la careta igualmente, ahora no le serviría de mucho ir de leprosa.

-¡Alto ahí o me la desenvaino! ¿Quién osa? ¡Contraseña militar o la espada te clavo, rápido!

-Mírame bien o tú enfermarás, mírame bien o tú enfermarás, mírame bien o tú enfermarás…- Rosalinda continuó agujereando el sonido con estas palabras y una voz grave tirando a rasposa. Muy seria muy seria, escrutaba con las pupilas muy redondas y muy grandes al centinela, que se había quedado con la mirada en blanco. No se quería despistar, pero tuvo que ocultar una sonrisa de triunfo al ver lo requetebién y rápido que había funcionado la hipnosis. Ese despiste casi le vale la desgracia, porque el guardia volvió en sí por un momento y desenfundó la espada con un fuerte chasquido estremecedor.

-Mírame mírame mírame, o tú enfermarás, mírame o tú enfermarás…- ¿qué había pasado? ¡De pronto el centinela no respondía y venía hacia ella espada en alto! Gritó todavía con más fuerza y vehemencia, hasta que sus ojos se incendiaron y el guardia cayó desmayado creyendo haber visto su perdición en ellos.

Por poco se desmaya ella también, había estado a punto de dar al traste con todas las enseñanzas mágicas, ¡todo por un despiste de un segundo en que se vanaglorió de su triunfo antes de tiempo!

Le arrebató al guardia todos sus atuendos en un santiamén y lo dejó con los calzones y una sonrisa de atontolinado que debía ser parte del hechizo. Una vez vestida, esta vez de soldado raso, salió a una dimensión del Infierno desconocida para ella, tanto como París o las puertas de Celeste.

Desde luego se podía decir que allí fuera reinaba la confusión, más que en su propio barrio. Estaba comenzando a anochecer, así que según sus cálculos le quedaban unas pocas horas para escapar. El primer paso de la huída había funcionado a las mil maravillas, a pesar de que, tenía que reconocer que mientras reptaba por aquellos tortuosos caminos consiguió desesperarse y le faltó la respiración. Desde luego, esperaba que no todo el camino hasta el reino del Bien fuera tan fatigoso, o llegaría para el arrastre. De repente, la invadió un ligero abatimiento y las dudas la asaltaron. Desde que vio a su padre por un cachito de ventanuco que había entre su alcoba y la de su madre, una vez que vino a visitarla, le pareció tan condenadamente apuesto y guapetón, que se propuso que ella sería igual o más lista que su madre a la hora de buscarse un novio. Claro que, pronto se dio cuenta de que con aquel desdichado físico que se le había concedido, y un híbrido por corazón, cualquier esperanza de triunfo resultaba irrisoria. Su madre era fea como diez demonios pero, si cabe, era aún más pérfida que fea, así que ése era su atractivo para aquel ángel virtuoso. En cambio, ¿qué tenía este patito feo de original? ¿En qué podía residir su exotismo, en un corazón tan frágil como el papel de fumar? ¿O en un cuerpo corrientucho y del montón? Porque ni siquiera en fealdad había resultado extremada. Cuando algún ángel travieso y escapado de sus confines había tratado de aproximarla, atraído quizá por sus ojos de pájaro espín, o su nariz como una trompa de elefante, enseguida había huido desilusionado al tocar los pechos esponjosos y como dos mantecados de que disponía la pequeña Rosamunda. ¡De ésos pechos había a cientos en Celeste! El había esperado tocar algo verdaderamente desagradable, ¡como corresponde a una bruja de verdad! Así que la abandonaban al momento en busca de experiencias verdaderamente mórbidas, ¿de qué valía sino la escapada? Y en cuanto a los demonios, además de ser horrendos por dentro y por fuera, y de darle aprensión en su mayoría, ¡no paraban de sobarle las tetitas como si fueran las únicas que hubieran visto en su vida!

Así que su determinación desde que alcanzó la adolescencia había sido tremendamente firme: de mayor quería ser hada y, además, conquistada por un príncipe, un ángel o un artista del cine. Sería tan condenadamente guapa, que todos se la disputarían. Una cosa así como Scarlett O’Hara cuando decía aquello de: “...nunca volveré a pasar hambre”. Sí, decididamente un novio, así como Clark Gable, no estaría nada mal. No era tan bello como su papá Garcilaso, pero daba el pego perfectamente, y aunque fuera humano y se muriera un día daba lo mismo, ella se encargaría de salvarlo después y esclavizarlo a su servicio, así que serían eternamente felices. Vamos, que lo tenía todo archiprevisto. Sólo le faltaba una cosa, la apariencia exterior. No se figuraba ella a todo un Clark Gable, por poner un ejemplo, con un fetito de criatura del brazo. Así que, cuando tuvo todo el plan diseñado en su cabeza, se lo confesó a su madre. Juanorra nunca había sido de gran ayuda para sus hijos, sino más bien tirando a una madre desconsiderada, despiadada y despegada. Sin embargo, no tenía otra que ésa en quien confiar, así que allá fue. Y nada más espetarle la idea, siquiera un esbozo, le cayó un sopapo tal que le partió tres dientes, la nariz y el labio superior. Tal era la fuerza que imponía un manotazo de la legendaria Jota, su madre. La tuvo a pan y ajo picante hasta que expió sus culpas, encerrada en un cuarto húmedo y sin luz mientras no se arrepintió de todo lo que había dicho y juró nunca, nunca, intentar siquiera cambiarse de bando. Pero a cada día que Rosamunda pasó encerrada y lloricosa, más se ciñó a su espíritu de superación y determinó que día que pasaba, día que restaba para su huída.

Y he aquí y ahora que le venían las dudas y las tribulaciones. Con la vida tan cómoda que podía haber llevado, ahora que le llegaba la época de las iniciaciones en todos los campos, el divertimento máximo de una bruja por estrenar que se llevaba a término de los dieciocho a los veinte. Pero bien, ya le había comentado Betún, que para eso le llevaba casi tres años, que a los veinte llegaba la decadencia, y así pasaba tiempo y tiempo hasta que volvían a partir de cero, inconscientes otra vez. Nada, ¿a qué estas lágrimas? No había que concederse ninguna tregua y ya no había camino de vuelta atrás.

Miró a su alrededor otra vez y descubrió que el reino del Mal tenía un montón de atractivos lugares donde desfogarse un soldado, como el que vestía y calzaba ahora Rosalinda. El rostro cubierto por el tricornio le disimulaba la dulzura de sus pómulos y lo carnoso de sus labios, pero aún así no estaba del todo segura de poder despistar al patio comme il le faut. De buena gana se hubiera metido un lingotazo de champagne para acallar el nerviosismo, pero no había tiempo. Tenía que aparentar conocimiento del terreno, así que trató de repasar mentalmente el mapa que había estudiado antes de entrar por el pasadizo. Se suponía que estaba en el barrio militar que lindaba con las aduanas, y tenía que ir aproximándose lentamente hacia éstas como si hubiera terminado su guardia y se fuera a pegar un trago antes de dormir. No sabía medir cuál era su verdadero riesgo, puesto que el hechizo no le había aclarado por cuánto rato seguiría adormilado el centinela, ni qué imprevistos podían surgir si, por ejemplo, le llamaban del mando central, o algún otro pasajero utilizaba el mismo atajo que ella y descubría el estado del soldado, así que aire y venga con el plan, que seguía quedando mucho qué hacer y poco atardecer por delante. El hatillo se lo había guardado entre la casaca militar y atado al cinturón, así que parecía un barrilete dentro del traje, además de que todo el le venía inmensamente grande, en talla y altura.

Se llegó a la aduana y fue a trabar amistad con los policías de servicio, a ver qué información podía pillar de última hora.



-¿Qué tal? ¿Podríais decirme qué salidas tenéis previstas para esta noche? Me mandan de DEA&CO para un trabajito. ¿Qué me decís?- dijo la invertida soldado con suficiencia, y depositó acto seguido un fajo de billetes encima de la mesa. Mientras la primera parte del plan de huída, que se titulaba “hipnosis”, explicaba con todo lujo de detalles las palabras a formular, y hasta lo ilustraban con un dibujo de las facciones a emular y la fiereza que debía mostrar la mirada del hipnotizador, ahora, por el contrario, la segunda parte se titulaba “soborno en aduanas” pero no daba ni palota de detalles sobre el cómo y el con quién. Así que a Rosalinda se le ocurrió que era el momento de sacar a relucir los billetes que le había robado a De Angelis y hacerlos valer. A buen seguro que aquellos guardias tenían que estar acostumbrados a tratar con contrabandistas, y no cabía duda de que De A tendría un nombre bien prestigioso en aquellos menesteres. Enseguida se dio cuenta de que había hecho bingo y el plan funcionaba a las mil maravillas, a juzgar por la carota de sorpresa y susto que pusieron los dos imbéciles del mostrador al ver aquel fajo de billetes del Angel Redentor. Tanto fue el asombro, que RosaLinda empezó a arrepentirse de haber mostrado una cantidad quizá desmesurada.

-¡Lejos se ve que te quieres marchar si te manda DEA con todo eso encima! Pero bueno, ¿no ves que con que nos mostraras uno bastaba? No es éste sitio de hacer alardes, ¡se nota que eres nuevo!, así que hala, espera ahí y subirás en el primer navío seguro que despegue.

Cuchicheando entre ellos se dijeron ‘no entiendo, éste DEA cada día manda pipiolos más inexpertos para misiones imposibles, teniendo yo primos y hermanos mucho más espabilados para estos servicios de entrenamiento, ¿será verdad que está perdiendo liderazgo?’, ‘pues no me extrañaría’, le respondió el otro por lo bajo igualmente, ‘dicen las malas lenguas que lo pierden las faldas de Nowhere’s land y que le han puesto falta en la última Cumbre archisecreta a que asistía el mismísimo Satanás.’ ‘¡Pero eso es gravísimo, a ver si le decapitan antes de que me suban a mí el sueldo y entonces sí que la hemos fastidiado, con todos los esfuerzos que he hecho yo por salvarle la cara siempre!’. ‘Pues así están las cosas, que pintan bastos, amigo, malos tiempos se avecinan...’.

Rosalinda había aguzado el oído, que lo tenía casi tan fino como su madre, pero nada de todo aquello le importaba un comino, ella sería libre como un pájaro para cuando apresaran al malvado De Angelis, o le decapitaran o lo que fuera. Es más, deseaba que lo hicieran pronto, así no podría seguir interfiriendo en las relaciones entre su madre y su padre. Lo cierto es que, no se había parado mucho a pensar con tanto ajetreo, pero ¿cómo rayos podía su madre hacerle alegrías a aquel bastardo después de haber conocido a Garcilaso? ¡Era inexplicable, ella en su lugar... a buenas horas! Pero su madre era todo un caso, era una enferma, tenía ni se sabe la de vicios y, desde luego, ningún sentido del buen gusto, excepto en lo que a su bello papá se refería, ¡eso sin duda!

Salió al exterior y dio un rodeo para comprobar las posibilidades de vuelo que había. Lo que no entendía muy bien es que los piratas aquellos habían hablado de un “navío”. ¿Pero no se había imaginado ella siempre saliendo del Infierno en una aeronave teledirigida hacia arriba? No quiso preguntar para no alarmar a los aduaneros más de la cuenta. Ya se habían dado cuenta de que era un inexperto bocas, pero no hacía falta seguir metiendo la pata. ¿Y por qué no se habrían quedado el dinero? ¡En todas las películas la palabra “soborno” significa que exhibes discretamente una suma sustancial, y el “sobornado” mira a la derecha, después a la izquierda, y sigilosamente la guarda en la manga o en el bolsillo, lo que esté menos a la vista! Sin embargo, aquellos dos parecían saber muy bien de qué iba el cotarro, y no habían querido ni una parte siquiera del pastel. Bueno, como todo era nuevo para ella tenía que aceptarlo así, aparentando normalidad.

Tenía un hambre atroz, pero a ver cómo compraba ella ahora uno de esos humeantes bocatas de arroz y rana que estaban cocinando tan ricamente en el mostrador de las salidas. Claramente no podía enseñar los billetes de contrabando a una simple cocinera, y con las prisas y el cambio de ropa había olvidado hasta las monedillas. ¿Y robando uno? Tampoco podía arriesgarse a que la apresaran por tan poca cosa, así que tragó saliva y aguantó el tirón. ¡Pues no decían que las hadas no tenían hambre ni necesidad de comer! Debían ser los últimos efectos de la brujería en su cuerpo intermedio todavía...

-¡Eh soldado, ven aquí!- le gritó el policía. ¿Ves aquel navío que está arribando? Pues ése es el tuyo, ése te llevará.

-¿Y cómo sé dónde va?

-Pero bueno, ¿de qué oficina de instrucción sales tú?- le cuchicheo al oido-. Por la mitad de todo ese dinero el capitán te llevará a ti solo a donde TÚ le digas, ¿estás seguro que no quieres que te acompañe tu mamá, nenaza?

Se escucharon las risas de sus otros compañeros. ¡Uff, si no se iba rápido de allí la cosa se le iba a complicar mucho! Volvió a poner voz de suficiencia.

-¡Ya está bien, ya es suficiente he dicho! ¿Es que acaso no te has dado cuenta, idiota, de que mientras me hablabas había un energúmeno avizor y que no nos despegaba la oreja para saber de qué iba este cotarro, eh? ¡Estaba disimulando para despistarle, cabeza hueca!

-Eh, yo no he visto a nadie, umm...-, se rascó el cogote como los muñecos de los dibujos animados. Menos mal que estos aduaneros no tenían dos dedos de frente, había que contar al menos con esta ventaja para que no la pillaran en falso. ¡Fff, menos mal!

Sin volverles a mirar a la cara, a fin de no dar pie a más comentarios, enfiló hacia la nave sin más demora. Caminó por la pasarela con aire decidido, pura apariencia nomás, y preguntó por el capitán al primer tripulante que se encontró vestido de blanco. Le indicaron que estaba llegando a proa y, en un atisbo de confianza, se dirigió a la derecha: “No, soldado, hacia el otro lado”. ‘¡Vaya’, seguían diciéndose los policías de aduanas desde la frontera mientras le seguían los pasos, ‘un traficante que no sabe ni dónde está la proa, apañados vamos con la nueva generación de nenitas de DEA&CO, es la perdición del cuerpo!’. Y sin poder darle más vueltas al asunto, se volvieron a enfangar en sus asuntos, que no eran más que una larga cola de desarrapados llegados de todas partes y que llamaban a las puertas del Infierno buscando un visado de entrada que les alejara de la muerte, sumado a los turistas nikkeis que eran la última moda. Se ve que, hartos de ver París, la torre de Pisa, la luna y Marte como novedades, habían descubierto que por un puñado de valiosos yenes apostados en la bolsa se podía ganar un viaje de “non retour” al reino de la perversión y la especulación voraz, y aquí estaban, hastiados de su vida terrenal y dispuestos a pecar sin descanso. Todos desconocían, sin embargo, cuál era el verdadero destino que les esperaba.

-Buenos días, mi capitán- afirmó con resolución el soldado Rosalinda, sin quitarse el sombrero y con una casaca que le venía pisando los talones. ‘Qué especimenes tan raros manda mi viejo amigo De A últimamente, ¿será verdad que el sexo le está afectando la salud mental?’, pensó en seguida el capitán.

-Mi misión me debe conducir a la Tierra. Más concretamente a la capital de Francia, París.- prosiguió, como si supiera de lo que estaba hablando y hubiera estado allí mil y una veces.

-La mitad ahora y la mitad a la llegada.

-¿Eh?

-Que me des cincuenta mil ahora y cincuenta mil al llegar, soldadito. ¿O prefieres pagar en especie?

-Claro, claro.- Rosalinda empezó a sudar. ¡Cincuenta mil era una burrada, no sabía si llevaría tanto! Empezó a contar los billetes con los dedos en el bolsillo de la casaca, sin querer sacarlos para que el capitán no supiera de cuánto disponía. Mil, dos mil, tres mil ... veinticinco mil...

-¿Qué, estamos o no?

-Treinta y cinco treinta y seis ... cincuenta! Tome, aquí está.- ‘aún queda un buen fajo’, se dijo para sus adentros.

-Bueno, pues trazo el rumbo y salimos. Puedes ir a la cocina y prepararte tú mismo alguna cosa. En los viajes de la “compañía” vamos siempre con tripulación reducida, por razones de seguridad.

-Claro, claro- otra vez ese tono de suficiencia.

-Así que help yourself, zarpamos en media hora.

‘¿Qué habría querido decir con aquello?’ Se lamentaba ahora de haberse saltado casi todas las clases de inglés, pero ya era tarde, de todos modos en París hablarían parisino, así que de poco le iba a servir su inglés patatero allí. A lo que íbamos:

-¿Por dónde dijo que se iba a la cocina?

-Baja por esa escalera del fondo, las cocinas están al lado de las calderas, hijo. Tienes allí todas las viandas que ha dejado la tripulación anterior, y como te decía antes help yourself que la tripulación escasea.

‘¡Otra vez con aquella frasecita anglosajona! ¿Y cómo fuera alguna clave, algún acertijo para probarle? ¡Pues ya la habíamos vuelto a fastidiar!’. Sólo se le ocurrió decir “yes Sir”. Y debió gustarle al capitán porque respondió “así me gusta muchacho, y con el debido respeto me voy a poner en marcha”.

Había superado el primer trago, y el segundo y el tercero. ¡En unos pocos minutos estarían rumbo a la Tierra! ¡Era increíble, qué destreza se había gastado, si es que ella valía para espía, siempre lo había dicho! Había tenido dos o tres accesos de pánico, a qué no admitirlo, pero bien salvados al final. Ahora a las cocinas, fuera lo que fuera que había dicho aquel señor, lo que sí había entendido era lo de que había cosas para jalar allí abajo, y mejor comer ahora, que luego con todo el movimiento del artefacto aquel igual le daba el yuyu. Pensándolo un momento, ella no había navegado por agua más que en la corriente de la bañera de su casa con una barquita hinchable, cuando era pequeña, y le cogió un miedo atroz porque su madre la hundía y simulaba ahogarla mientras se desternillaba de risa.

Se desplazó por los pasillos y llegó hasta las cocinas, y se encontró con más de lo que podía desear: pasteles de nata y chocolate, barquillos de crema tostada, helados de ron y pasas, y plátanos, y sandías, y melones... un manjar de cosas dulces, un alivio para el estómago y un deleite, porque a las brujas lo que más las pirraba de todo eran las comidas azucaradas; en realidad todas padecían de diabetes, otra de las enfermedades importadas de la Tierra, pero como no sabían lo que era pues no se medicaban y tenían siempre una necesidad de azúcar que las volvía locas de contentas cuando lo comían. Rosalinda devoraba a dos carrillos.

viernes, 15 de octubre de 2010

NUEVE: MISTERIOSA ENERGÍA OSCURA


De Angelis escuchó un portazo que le sonó a rayos y retumbó en su cabezota como si fuera un trombón. ¿Dónde estaba? ¿Qué hora era? De pronto lo entendió todo, ¡había caído en las garras de la invencible Juanorra! Se incorporó a duras penas y comprobó que tenía el pitirrín empequeñecido y que parecía un escupitajo. ¡A saber qué tretas utilizó la muy loba esta vez! ¡Ya sabía que esta visita no le traería nada bueno, con la de trabajo que tenía! ¿Trabajo? ¿Había dicho trabajo? Una punzada de hielo le atravesó el corazón que no tenía. ¡Por Satán! ¿Qué día era? Buscó entre las botellas de güisqui, los potes de mermelada, la miel llena de avispas ¡tupido velo, a saber qué habían estado haciendo! hasta que encontró su billetera y su reloj interplanetario. ¡No! ¡Era imposible que hubieran pasado siete días y siete noches desde que llegó allí! ¡Siete días a pierna suelta, Satán no se lo perdonaría nunca! No sólo había perdido a los japos del trapicheo, sino algo mucho peor, ¿y la Cumbre que habían estado preparando? ¡Era su ruina!

Se fue trotando y farfullando, con los pantalones a medio subir y rezumando a sudor, a alcohol, a jugo vaginal... Pegó cuatro gritos por las escaleras y para cuando salió al exterior se encontró un panorama desolador. Pestilencias, cuerpos desnudos e inconscientes, ratones y cucarachas haciendo el agosto... Prefirió no seguir con el espectáculo, él mismo conduciría la camioneta hasta el cuartel y enviaría a otro de sus batallones a recoger aquel desaguisado. ¡Tenía que echarles a todos a patadas del regimiento, no eran dignos de ser un batallón de primer nivel!

Todavía pudo verle pasar Rosalinda desde el banquito en que se había aposentado a leer el libro de los hechizos. Es más, por poco le atropella sus lindas piernas (bien cubiertas, eso sí) con el pedazo de tanque que conducía a trancas y barrancas. Y, aunque se apartó tímidamente, no logró evitar que el charco en el que patinó la rueda la llenara de barro y pestufo.

-¡Ah, maldito bribón, hasta el último momento jodiendo la marrana!- Rosarillo se quedó paralizada al escuchar su propia voz emitiendo semejante palabrerío a grito pelado. Tanto fue el vociferio, que De Angelis hizo chirriar los neumáticos del frenazo que pegó, con el consiguiente remojo de la víctima por segunda vez, sólo que ahora callada y enmudecida.

De Angelis la miró fíjamente con ojos desorbitados e inyectados en sangre:

-¿Qué has dicho, vieja leprosa?

-¡Oh, nada … yo … que maldito bombón, y qué vaya pedazo de banana!

-¡Ah, si no fueras una infectada apestosa lo que haría esta “banana” por ti! ¿Pero oye, no eres tú la que … acaso no te dije que apartaras tu carne leprosa de mi vista? ¡Sí, sí, sal corriendo pero ay de ti si mis ojos vuelven a cruzarse con los tuyos! ¡Haré que te arrastren del pelo y la poca carne que te queda se perderá por los caminos, óyeme bien!

La presunta leprosa se dijo ‘piernas para qué os quiero’ y salió disparada por una pequeña bocacalle en donde no la pudiera perseguir la tanqueta del general. ¡Pero qué desastre, qué desfachatez, qué cúmulo de malas chances! Y lo peor de todo era que le habían vuelto a estropear el disfraz, ¿qué iba a hacer ahora?

De Angelis salió farfullando como el que más y se apresuró en poner la tercera y luego la cuarta y luego la quinta, de modo que el bólido aquél volara por los caminos polvorientos hasta el palacio de Satán. Claro que con esta pinta, mejor pasaba antes por el cuartel a darse un buen duchón. Olía a perro desnudo y encabronado, lo que era ¡vaya!

Una vez se hubo repeinado los cuatro pelos que le quedaban y que, a buen seguro, Satán le arrancaría de una paliza, se encaminó a verle sin más tardanza. Los malos tragos había que pasarlos cuanto antes, ése era su lema, que bien alto le había puesto siempre los galones. Claro que esto era otra cosa, si es que no podía deshacerse en favores para su mejor amigo Terminator sin acabar mal, en especial con Juanorra de por medio. Era una loca viciosa y no era de extrañar que Term no encontrara la paz ni en el reino de los mismísimos dioses teniendo a esa ninfómana en la cabeza. Por otra parte, ahora en frío tenía que empezar a considerar muy seriamente cómo le “vendería” a Satán una ausencia pacata como la suya en un día crucial para los ejes divinos y malignos. ¿Cómo se las habría arreglado sin él? Bien sabía De Angelis que Satán no tenía un pelo de tonto y que labia no le faltaba, pero una cosa era labia y otra currar. Y de esto segundo es que el Jefe ni palota. El se daba a las grandes relaciones, a idear esto o aquello, pero sin herramientas con las que ejecutar sus pensamientos, estaba perdido. Vamos, que necesitaba apuntador, como un vendedor necesita mercancía o un sastre el traje o, peor, un maître a un camarero que lleve y traiga los platos. Y especialmente delicadas eran las sesiones en donde acudía Dios como interlocutor máximo. ¡Si lo sabría él! Cuando los Jefes parloteaban entre ellos de sus cosas eran como dos fieras enfrente la una de la otra. Entre el energético Amor que desprendía uno, y la Ira maldita que irradiaba el otro, eran dos campos electromagnéticos en constante pugna y se les salían los ojos de las órbitas de sólo mirarse. Por eso hacían falta otros ponentes de menor nivel y con más sintonía para cortar la onda y abrir debate. C’est á dire, el bello Garcilaso y De Angelis el terrible. Y en esta ocasión, con más razón si cabe, puesto que los sabidillos querían desbancarles con teorías científicas y ecuaciones…

¿Cómo no se le había ocurrido antes? Tenía, antes que nada, que llamar a su bello amigo e informarse previamente de los pormenores. ¡Garci le debía eso y mucho más! Además, tenía muchas noticias para él y muy sabrosas… ‘¡Garci, viejo delfín, deja de sobar a pierna suelta y ponme al día, que estoy fuera de mí!’, le inquirió desde su moderna pantalla digital.

-¿Dónde te has metido requetechocho? No, si ya me lo imagino, todo lo que digas es poco para calmar mi sed de suculentas news. Pero tu Jefe quiere echarte, y ni la mejor de las fellatios que le propongas calmará su sed de mal. ¡Esta vez Juanita te la ha jugado pero bien! Y eso que Satán no sabe que estuviste con esa vieja bruja, porque no soporta que te vayas con mujeronas y se le pone el pito tieso de pensarlo, vamos que no ha rechistado ni un soldado raso de la guardia oficial. ¡Ah, pero los ha hecho capar a todos, te has quedado sin segundo ni tercer regimiento, y espera a ver lo que hace con los de primera línea cuando los encuentren! En cuanto a ti, no quiere ni mentarte, está incendiario, chico, ¡no sé cómo vas a salir de ésta! Si no fuera el mismísimo Satanás, el rey del mal, de los injustos, de la herejía y la destrucción, diría que lo tienes más enamorado que un pimpollo en primavera. Hasta tal punto se le ha visto descompuesto y desvariando en la Cumbre, que por tierras celestiales ya es la comidilla, y se comenta si los cambios climatológicos no habrán hecho mella en él y se estará convirtiendo al Bien.

-¡Tan grave no puede ser!

-Sólo un detalle. Cada vez que yo te mentaba en una de mis ponencias, en que largo y tendido hube de explicar nuestras razones para una confabulación inminente, todos pudimos observar cómo tu nombre le ponía de color amarillento enfermizo y, te diré más, se le hinchaban los pezones y los genitales igualmente.

De Angelis permanecía mudo de asombro, no podía articular ni gesticular nada. Estaba aterrado.

-Por lo demás, yo me llevé todos los honores. Mi Jefe está exultante de triunfo y virtud más que nunca, y me he ganado unas vacaciones sin hacer de musa de artistas currantes, ni aguantar a pelmas beodos ni angelicales hadas, ¡solos yo y el mundo por montera! Puesto que se avecina una buena entre tu reino y el mio, Dios, que es tan considerado y sabe lo duro que es pensar, me deja a mi libre albedrío para ir unos días a donde yo elija, al sitio más placentero y menos divino que se me ocurra, a …

-¡A París! ¡Irás a París!

-¿A París? ¿A la ciudad del Amor con mayúsculas, de los poetas y los pintores? ¡Ni hablar del peluquín! Había pensado en un sitio gris, neutro, que no inspire a nadie, donde ningún artista recalaría para crear nada, yo no sé, algún limbo debe de haber…

-¡Que no, diantre! Irás a París y te reunirás allí con tu chochita, ¡atontado!

-¿Qué me dices? ¿Pero qué me dices? ¿Pasear yo con mi Juanita por las calles de un París atestado de enamorados, flores, lujo y arte? ¡Ese sueño sí es mi sueño! ¡Lucir a una fea vieja patata como ésa en medio de tanta virtud! ¡Sería el colofón de una vida llena de soles, enseñarla al mundo de los amargados terrícolas, que vean cómo el Bello Garcilaso presume y se contonea al lado de una vieja cotorra con patas de cerdo y garras por manos! ¡Oh, no imagino más bello espectáculo y mejor desplante a las damiselas que otrora me piropeaban! ¡Pasen y vean, señoras de la alta costura, quién es la que se lleva este pastel envenenado! ¿De qué os valdrán ahora los vestidos caros, los gimnasios y la silicona? ¡Nunca podréis igualar a este corazón helado, que me mira con ojos saltones y me rasga la piel a tiras con un solo dedo! ¡Ah, efímera y aburrida belleza la vuestra mes chéries!

-¡Eh, que se te va la olla! Juanorra no paseará contigo a la luz del día por Feabourg Saint Honoré o por Champs Elysées ni aunque la pagaras con una visa oro. ¡Si la conoceré a esa vieja! ¡Vomitó en mi camisa de comandante de sólo mentarle la idea! Dijo que quiere algo rematadamente sórdido en Paris la nuit, confundirse entre las putas, el alcohol de los borrachos y los proxenetas de Pigalle. ¿Qué tal así?

-Mais bien sur, mon ami. ¡Será como quiera mi reina! Le mostraré todos los pormenores de una ciudad sin ley, y todos los prostíbulos y las meretrices de la noche estarán a nuestro servicio, ¡faltaría plus! ¿Qué más te dijo?

A veces se preguntaba cómo narices una bruta como J se había enamorado tan perdidamente de aquel cursi. Es más, se admiraba tanto de eso como de que fuera amigo de él, su único amigo para ser más exactos. Estaba dotado de inteligencia, eso sí que era incuestionable, y ésta no atendía a signos políticos ni ejes positivos o negativos. La inteligencia era lo que les permitía dominar el jodido mundo de los mortales, y daba igual que Terminator fuera un cursi, un relamido, un pastelazo en definitiva. Y Juanorra, pues quizá les gustaba tanto a los dos por eso mismo; era una burra, pero una burra con talento, perspicaz y larga como ninguna otra. Y, a la fin y a la postre, eran sus ambivalencias y contrastes los que les habían unido en esta confabulación amoral y sin fronteras. Si lo pensaba bien, hasta le daba envidia que fueran a encontrarse como dos tortolitos esos dos viejos zorros. Y él nada, a dos velas.

-¡Eh, eh! ¿Qué contestas a mis cuitas?

-¿A tus cuitas?- dijo De Angelis disimulando su ensimismamiento – nada, nada, ¿qué voy a contestar? ¿Quieres de una vez decirme qué pasó en la Cumbre?

-¡Pues qué quieres! Fue descafeinada, desde que tu jefe se ha enamorado… ya no es lo que era, las fuerzas del Mal estaban debilitadas y así no hay quien pille un buen encuentro, pero bueno, que los científicos hicieron su trabajo, expusieron sus sabias teorías y cada uno adujo sus razones. Lo que pasa es que cuando se ponen a hablar ellos, ni Dios ni San Pedro se enteran de nada, y yo venga que darles codazos a uno y otro para que no reclinaran el asiento, que ya me los conozco, un buen vinito fresco y hala, que Garci se lo curre y ellos a dormir a pierna suelta. De lo que pude yo comprender, sin ser más que un iniciado, como tú, la cosa está así. El puto Universo cosmológico, infinito y aséptico como una bola de grasa sin sal y neutralizada, nos gana terreno, esa es la gran cuestión a combatir, y mucha teoría y mucha gaita, pero allí nadie se mojaba para decir qué solución ponerle a esto. Como siempre, my friend, los unos cardan la lana y los otros tienen la fama. Quiero decir que allí todos marisabilllos y extremadamente cultos, pero de hincarle el diente al problema, nada de nada. Nos lo tendremos que currar tú y yo al final, como todas las cocinas en que nos metemos, ya se sabe. De hecho, si lo piensas bien, es la única alternativa que tienes para salvarte del sermón y las torturas que te propinará tu jefe por el plante que le has dado. El sabe que no puede confiar en nadie sino en ti para echarle unos buenos eggs al asunto y ponerse manos a la obra.

-Sí, ahí siempre somos imbatibles. Ni Archifranco ni Valenciennes, que son de los mejores ideólogos que tienen nuestros jefes, les sacan luego las castañas del fuego cuando vienen dobladas…

-¡Jahh, a esos dos teóricos los quisiera ver yo en el frente! ¡Ratas de biblioteca!

-Y si lo piensas, son los que mejor viven, de telescopio en telescopio, todo el día observando el cosmos, viajando por las constelaciones, tomando notas, haciendo experimentos…

-Sí, riesgos ninguno, pero ¿y las juergas que nos pegamos tú y yo después de un buen combate cuerpo a cuerpo? ¿Y nuestras luchas encarnizadas por conseguir adeptos tras una guerra cruenta o un desastre natural? Ahí, ahí tenían que estar, verse en una de ésas, pisar el fango y ponerse de sangre hasta las botas para saber lo que es el mundo real, y no esos rollitos que se traen, que si las supernovas, que si la Vía Lactea… ¡idiotas! ¿De qué te ríes?

-Estaba pensando en la que les jugamos a esos dos necios en aquella reunión interestelar donde tenían que brillar como dos luceros parlanchines, es que cada vez que me acuerdo…

-Sí, la noche anterior María la sapo y Beatrice nos dieron un buen golpe de mano, ¡les hicieron olvidar hasta el santo de su nombre!

-Así que al día siguiente, empinados aún que iban, no se acordaban de dónde tenían sus papeles, y tú y yo amablemente les ayudamos a encontrarlos, claro, ¡sólo que intercambiados! ¡Acuérdate la cara de Satán cuando vio que Valenciennes defendía ardientemente las razones del Cielo, vamos, con toda su efervescencia!

-¿Y el papel de Archifranco? ¡Con esa cara angelical y balbuceante todavía, propinando dardos envenenados contra el Bien y sus amores!

-Nos la tienen jurada desde entonces. De hecho, en la Cumbre desde luego que Valenciennes trató de lucirse más de lo habitual en él, y estaba rojo de esplendor al ver que tú faltabas en tamaño evento. Te puedo decir que hasta le tocaba la entrepierna a Satán mientras escuchaban mis argumentos.

-¿Usurpando mis labores?

-¡Como lo oyes! Y más que eso, deberías verlo, le doy al enter y te paso la grabación, que ya está lista. Así al menos podrás estar al tanto de todo antes de vértelas con todos esos pajarracos. Enviado. Y ahora tengo que dejarte, luego nos hablamos, por cierto que te entretuve a unos nikkeis…no sé si te podrás acordar pero tenías un negociete entre manos…en fin, te lo cuento después, cambio y corto.

De Angelis le dio al enter y se dispuso a darle una rápida ojeada a más de lo mismo, siempre esos vanidosos dándole vueltas a la caída del higo chumbo, pero no había más remedio que ver el debate, si quería saber con qué contaban y cómo salirles al encuentro…

“… damos comienzo a la decimonovena Cumbre de la sexta era del período clavicémbalo, instrumento del siglo dieciocho según el período humano año ciento cincuenta millones. Han hecho acto de presencia ya los jefes supremos, con lo que damos por iniciada la primera sesión a las horas diez del noveno día de la fecha indicada…”

‘Buff’, pensó De Angelis, ‘¡cuánta parafernalia, cómo se nota cuando vienen los grandes jefes! Paso un trozo que esto ya me lo sé de memoria y vamos al meollo de la cuestión…aquí está, la primera intervención del cosmólogo Maggiore, captado de la Firenze de los Medici, ¡éste no me lo pierdo!’

“…sus señorías, hemos inaugurado esta Cumbre con un propósito bien preciso que a nadie se nos escapa. Iré al grano, no me gusta andarme con florituras: nos estamos quedando sin seguidores. Silencio sepulcral y varias toses. Prosiga, profesor. Sí, señoría. ¡Pero bueno! ¿Y esas caras de estupor? ¿A qué ahora con esa sorpresita en la mirada de ‘yo no he roto este jarro’? No me miren así, lo que digo es más que una conjetura, no está sacado de las estadísticas, es sólo la verdad aplastante. ¿Qué les choca? ¿Mi tono burlón, el apremio de mi voz, o han dado un paso más y han ido hasta el fondo de mis palabras? Aunque por otra parte, no debería yo asombrarme de su asombro, de su incredulidad. ¿Cuánto hace que no se pasean por la Tierra? ¿Cuándo fue la última vez que ‘pescaron’ un cliente? ¡Ahí está! Ustedes, señorías, se han dedicado al dolce far niente, dijo mirando al ala blanca de la derecha, y en cuanto a ustedes, ala oscura, ¡pecattori!, entre fiesta y jolgorio han descuidado tentaciones, mentes turbadas y embrujamientos de otrora. ¿Pues qué piensan? ¿Acaso creen que subsistirán si Ellos desaparecen? ¿Si todos los creyentes se extinguen allá en la Tierra sin pedir amparo ni asilo? ¿Si no hay más seres humanos que crean en ustedes? ¡Mentecatos! Las fuerzas del Bien y del Mal están en receso, es un hecho; los mortales no tienen tiempo que perder y todo lo que hacen es vivir el día a día sin pensar en su muerte. Viven cada vez más alegremente, y entre sus preocupaciones no se encuentra, créanme, el Más Allá. Es más, han dejado de invertir en su futuro y piensan que cuando exhalen su último soplo de vida terrenal, lo demás no importará. Verdaderamente, es una tragedia. Cuando yo llegué a Celeste, a regañadientes, todo sea dicho, y muy contra mi voluntad, las cosas en la tierra que dejé eran bien distintas. A los que nos habíamos negado a tomar en serio la existencia de Dios, nos llamaban herejes y nos quemaban en la hoguera de las vanidades. Pero de ese mundo que yo dejé hace más de cinco siglos, o seis qui lo sa, ya no queda ni gota. Ahora las modas son otras, y quien castiga con el fuego eterno es objeto de burlas hasta por parte de los infantes. Nadie ve a las meigas, ni quedan niños poseídos, ni las madres engendran fetos demoníacos… ni siquiera los curas infunden el temor de antaño ni hablan de Lucifer el honorable… si acaso las videntes, en su mayoría timadoras, y los curanderos de pueblo, ésos son los únicos que conservan algo de autoridad en cuestiones de brujerías magias y otras supersticiones. ¡Es el fin!

¡Clongk! Pasa la palabra al emérito y nunca suficientemente valorado profesor Archifranco. ‘Mira que le tienen pelota a éste los de la redacción’, se dijo para sus adentros De Angelis mientras comprobaba absorto cómo se habían desarrollado las intervenciones. Le dio al ‘pause’ para hacer un pis y volvió a darle al ‘play’.

“Profesor Archifranco, proceda. Distinguida audiencia y señorías todas, muy buenas tardes. ‘¡Mira que era redicho!’, tentado estaba de darle a la tecla de ‘pasa rápido’. Nuestro distinguido compañero y bien amado colega Dott. Maggiore nos ha ilustrado, como nos tiene acostumbrados, con una de sus imponentes charlas, calurosa, entretenida y sobretodo muy popular. ¡Pero señoras y señores, no estamos aquí reunidos todos los sabios del Bien y del Mal para andar con reprimendas y clases de párvulos! ¡Por favor, somos científicos, no representantes de teatro, seamos serios!

Ciertamente que hay motivos de alarma. Fueron esos mismos motivos los que provocaron que el grupo de prestigiosos cosmólogos, entre los que tengo el placer de hallarme, fuéramos convocados por sus majestades el Divino y el Maligno, aquí presentes, para encomendarnos una misión secreta y estrambótica por sus métodos y fines. En definitiva, lograr unir nuestras siempre contrapuestas fuerzas e intercambiar los conocimientos que, hasta ahora, habíamos ocultado con celo a nuestro mayor adversario. Se nos pidió, pues, que nos sentáramos alrededor de una misma mesa en aras de un fin que se hallaba por encima del Bien y del Mal: nuestra pervivencia.

Héme aquí ahora, con un paquete de conclusiones que me honra trasladaros, sus señorías. No os aburriré con cifras y fórmulas matemáticas, que demasiado conocéis; todo cuanto relato lo hallaréis perfectamente documentado en los chips que habéis recibido y que son, huelga decirlo, personales e intransferibles. Los asimilaréis al poco de su inyección. Os haré pues un breve resumen, más ilustrativo y gráfico que otra cosa.

Dicho lo cual, Archifranco y sus secuaces se pusieron a dibujar durante dos largas horas en la gran pizarra que tenían a sus espaldas. Mientras, los científicos debatían y se fumaban largos puros habanos para combatir el abatimiento de que estaban siendo presa, a medida que los chips implantados iban transportándoles a la horrible realidad de las conclusiones encontradas.

Bien, estos dibujos son una buena ilustración de lo que está pasando. Durante millones de años hemos vivido con la sana y esperanzadora ilusión de que Universo, como tal, no ocupaba más que un espacio banal y no determinante en nuestra honorable eternidad. Sumergidos en la burbuja del placer y el divertimento, cada ala a su manera, formábamos parte de un cosmos, más que otra cosa, virtual. ¿Qué nos había preocupado a nosotros más o menos si un día u otro la naturaleza fue creada, y si eso o aquello fue antes o después? Dios estaba ahí, el padre de todas las criaturas, vivas o inertes, y en El radicaba cualquier explicación. Nos hicimos, poco a poco, una cabida en el pensamiento de los humanos. Y nos sentíamos cómodos en esa tesitura.

Dios, mi Señor, por su parte, no sé qué dirá de esto, pero ha tenido siempre una postura fría y distante en estas cuestiones, y si eran o no eran de ese modo, no parecía preocuparle. Nos mantuvo, en cualquier caso, en la ignorancia mientras pudo. ¿Quizá por no preocuparnos más de la cuenta? Archifranco le dirigió una mirada y la cámara se dirigió hacia la celestial figura, sin embargo nada halló porque Dios se encontraba transformado en una pura energía dorada y poco más podíasele ver. ‘¡Era exasperante!’, pensó De Angelis. ‘Este individuo se quitaba de en medio a la menor confrontación. ‘¡Cuán difícil debía de ser trabajar para él!’.

Sea como fuere, hemos vivido en un limbo del conocimiento, haciéndonos en esto semejantes a los humanos del ayer. ¡Ah, pero los humanos nos han tomado la delantera y se han puesto a investigar de una forma imparable! ¿Y qué nos ha tocado hacer? Después de que nos llegaran anónimas voces de alarma, por no mentar la falta de vocaciones para entrar en nuestros lares, decidimos descender a sus dominios y comprobar lo que estaba pasando. Ha sido un proceso largo, arriesgado, donde han debido perder la identidad algunos de nuestros compañeros, y otros han contraído enfermedades incurables. Sin embargo, a todos nos ha unido la ilusión de un futuro posible. ‘Cabrón’, se dijo De Angelis, ‘cómo se nota que no es a ti a quien han contagiado’. Veo en vuestras caras cómo estáis notando ya penetrar en la sangre las conclusiones que hemos dibujado. En definitiva, las supernovas han confirmado lo que los hombres ya denunciaban, algunos hombres al menos, hace apenas unos decenios. Que la vida no es constante y uniforme, que materia y energía están en constante evolución y transformándose la una en la otra, que Universo es un globo que se hincha lo mismo que se deshincha, que, entre las galaxias, la fuerza gravitacional pugna con la fuerza electromagnética, de modo que una a la otra igual se neutralizan que se ganan la partida. ¡Así que hoy y ahora, nos atrevemos a decir con contundencia que la teoría del Universo estacionario es una patraña!”

De Angelis era lego en estos temas y no entendía ni jota. Ya se lo había advertido Garci, por otra parte, pero desde luego parecía que esto del Universo en expansión y en recesión era de lo más preocupante. ¡A él que le dieran un buen batallón de soldados bien pertrechados de lo que había que tener, y a buenas horas mangas verdes! ¡Estos científicos a veces se pasaban de listos! Tenía que ir a ver a Satanás cuanto antes y advertirle de que había que retomar el curso de los acontecimientos o el poder, el verdadero poder, se les iría de las manos con tanta labia. No le gustaba nada lo que estaba viendo, pero bueno, seguiría avanzando un poco más por si cambiaba de cariz el asunto. No dio crédito, desde luego, las imágenes hablaban por sí solas.

Valenciennes, el hombre de ciencia más apegado al Mal y fiel detractor de todas las teorías del proff. Archifranco, ¡le aplaudía! Las cámaras tomaron inmediatamente nota del gesto, para tomar después el pulso de la mesa donde radicaba el Poder. Satán, desde luego, estaba rojo de ira que daba pena verlo, sin poder articular palabra, balbuceante, ¡pero qué pena, por el Señor!, y en cuanto al Ser celestial, se había tornado azulado y una aureola de estrellitas rodeaba su cabezota, estaba más ausente que nunca, como si todo aquello no fuera con su Excelencia.

¡Clongk! Rogamos al eminente doctor Valenciennes que tome la palabra.

“-Por una vez en toda mi larga trayectoria, no puedo más que estar de acuerdo con el Dott. Archifranco. Otra cosa sería imposible, puesto que juntos hemos ideado el plan de aterrizaje y aprendizaje en la Tierra, y del mismo modo hemos redactado las trágicas conclusiones que hoy nos unen. Universo no es estacionario. Universo tuvo un origen, y puede tener un final. En nuestras inmersiones en los laboratorios hemos hablado con las mayores eminencias de la materia, y les hemos abordado desde diversos puntos de vista hasta convencernos de lo que estamos diciendo. La teoría del big bang ha ganado adeptos y goza del mayor prestigio en la comunidad internacional, y a esta teoría denominada del ‘huevo cósmico’, o comienzo por explosión energética convertida en materia, hay que ponerle un colofón, todo lo que comienza tiene un final. Las teorías oscilan entre quienes sostienen que el big crunch está por llegar, apenas unos escasos ciento cincuenta millones de años más y estamos ante la hecatombe de la reconducción al huevo cósmico por arte de la magia gravitatoria que nos unirá y nos destruirá. O bien la teoría del Universo en constante expansión, ganándole la partida recientemente a la anterior, con lo que, en pura teoría, las constelaciones se estarían paulatinamente distanciando las unas de las otras hasta dejar de verse ni tocarse. Esta teoría de que Universo se expande de forma cada vez más acelerada gana más y más adeptos, y la explicación se la dan a una llamada ‘energía oscura’, que es la que está provocando su extensión ad infinitum.”

‘Esta comida de tarro se merece, decididamente, un güisqui doble’, se dijo De Angelis mientras se frotaba los ojos y luchaba para no quedarse dormido. Veía borroso, y es que siete días y siete noches con Juanorra no se olvidaban así de fácil.

“Nos preocupan varias cuestiones en todo esto, como habéis adivinado ya. Al principio, creímos, ingenuos, que la llamada ‘Energía oscura’ era una especie de energía del Mal, creada y fabricada por nuestros esclavos en revancha por sus trabajos, inmerecidos y desagradecidos, por supuesto. Una burla, eso pensamos. Así que inmediatamente nos pusimos a investigar sobre la misma, pero para nuestro mucho pesar, los pobres desgraciados que trabajan para nuestros fines no podrían crear nada parecido. De ser capaces, nos habrían desbancado hace tiempo. Descartamos, por tanto, esa idea que tan felices nos había puesto. La segunda y única esperanza era que nuestro Dueño supremo estuviera metido en algún complejo y experimental proyecto del que nada nos hubiera mencionado, sus razones tendría. Y fuimos a preguntarle, pero tampoco su respuesta pudo satisfacernos. Así que nada hemos podido hallar acerca de esta Energía que todo parece absorberlo, y que es más fuerte que la propia fuerza gravitatoria y atractiva por definición de la materia.

Las disyuntivas que planteamos son: ¿si la evolución universal está en su nueva compresión y torno al estado inicial, transformándose de nuevo en ‘huevo cósmico’, y con ello en energía pura, habrá un nuevo estallido o big bang que nos devuelva la materia, los planetas, las estrellas, las galaxias, otra Tierra, y otra vida inteligente, en definitiva? O, por el contrario, si la teoría de la constante expansión de Universo es la verdadera, ¿quién es esa Energía oscura, cómo se presenta, con qué armas combatirla a fin de no ser engullidos y superados por ella?”

‘Rectifico, dos güisquis dobles no serán suficientes, lo mejor será bajarse al bar, pedir una botella y dormir la mona en consecuencia. Si la cosa es tan seria, se dijo De A, a estas horas Satán no se acuerda ni del santo de mi nombre. Seguro que cuando me despierte se me habrá ocurrido alguna idea que, quizá no sea tan archisabionda como la de aquellos listillos, pero a buen seguro que será más ocurrente y le dará a Satán para reír, cuanto menos. ¡Hala, a beber y comer que mañana será otro feliz e incoherente día, razón de más para aprovecharlos bien si era verdad esa tontería de la energía oscura y el huevo clínico o como demonios lo hubieran llamado!’.

http://sophimania.blogspot.com/2008/11/la-fuerza-oscura-s-existe-postulan.html