El club de las brujas

El club de las brujas

lunes, 7 de noviembre de 2011

DIECISÉIS: CONSEGUIRSE UN BUEN LOOK


Rosalinda se fue al espejo del primer toilette que pudo identificar, no porque entendiera de términos escritos en ese idioma tan raro, sino por los dibujitos, que eran iguales a los de los bares de su barrio. ¡Qué descanso! Allí se pudo descalzar, ¡puagg hay que ver cómo le olían los pies con esas botas de asno que se había tenido que colocar! ¡Con los piececitos tan monos que tenía ahora, vaya pena estropeárselos así! Y los pechos al aire, sin aquella casaca horrible y aprisionadora. Estaba tan cómoda que no se percató de que en el cuarto de baño estaban entrando otras señoras, que al verla desvestirse y el tufo que despedía, se salieron de inmediato tapándose la nariz. ¡Pues que les dieran morcilla, ella tenía para rato! Se puso los pies a remojo, de cuclillas encima del lavabo. Es más, atrancó la puerta por si las moscas. Se lavó los sobaquillos y los pies, al menos eso, ya que el chichi no sabía cómo ponerlo para que le llegara el agua, pero eso aún se podía esconder hasta que pillara una ducha o una fuente.

Las ropas del viejo soldado las metió en el hatillo y ella se colocó la bata de moaré de su madre, arrugada y maloliente como lo demás pero, al menos, le daba aspecto de mujer. Sacó del calcetín el fajo de billetes de DEA que le quedaban, y de la pechera los que le robó al capitán en francos franceses. Al menos tenía para pasar unas horas deambulando y tomarse un par de helados ricos, coca-colas y unos berberechos. Siempre que veía los anuncios de la tele, sacaban esas cosas que comían los humanos a todas horas, y ella para un rato que iba a estar en la Tierra tenía que probarlos, a ver si sabían igual que los que vendían en su pueblo o no. Aunque en esta ciudad nada podía saber igual que en su pueblo, ¡era todo tan bonito! Si el Cielo era todavía más sobrecogedor, desde luego que tenía que haberse transformado antes en hada, ¡había estado perdiendo todos estos años!

Salió del lavabo y vio que se había formado una cola de impresión. Tres o cuatro señoras que la miraron con cara de lobo feroz y que ya estaban por tirar la puerta abajo. Pensándolo bien, lo de no entender nada tenía sus ventajas, porque a ella plim todos esos insultos que seguro le estaban propinando, no entendía ni palota.

Se terminó el café, que de todas formas estaba más frío que un congelador, y salió otra vez a respirar a la calle. Es que vaya diferencia, eran casi las ocho y media de la mañana, el sol no brillaba, sino que se escondía entre nubes, seguía lloviznando finamente y la brisa era sugerente y fresca. Así podía uno pensar, pasear, irse de tiendas, charlar, y no como en casa que los calores ya le ponían a una los pelos de punta desde buena mañana y la desquiciaban por completo. ¡Esto era otra cosa!

Bueno, tenía que recapacitar sobre varios asuntos, pero todos de primordial importancia. Lo primero, conseguirse un atuendo estupendo para entrar triunfante en el Cielo. Lo segundo, un billete de non retour para el reino del Bien. Y entremedio, no podía perderse aquel hotelito del que se enamoró desde que vio un folleto escondido en los cajones de su madre. Se llamaba “Ritz”, imposible de olvidar porque era igual que las galletas, ¡y era tan exquisito! Ni Juanorra ni ella habían imaginado nunca que podrían conocerlo de cerca. Claro que a su madre no parecía importarle ni un rábano salvo para pavonearse ante las visitas. Tenía aquel tríptico porque se lo había entregado Garci en uno de sus encuentros, y ella no tiraba a la basura nada que le hubiera regalado él, aunque fuera un chicle usado; pero, por lo demás, no parecía que le pusiera demasiado cachonda. A su madre esas cursilerías le daban risa; en cambio, a Rosamunda siempre le acomplejaba ver aquellos lugares y pensar en que nunca tendría acceso. Se había imaginado cientos de veces entrando en ese hotel de la mano de su padre, tan bello, y ella con un traje largo y una corona de diamantes, y la cara cubierta por un velo para que no se le viera lo fea que era. Pero ahora todo era distinto; si se presentaba en ese hotel puede que incluso la dejaran pasar de la puerta, y con la de dinero que tenía, pediría una habitación y se quedaría allí horas y horas, como si fuera una marquesa. ¡Cuánto cambiaba el panorama de uno teniendo buen aspecto!

-Please, hotel Ritz?

Preguntó a unos señores con unas cámaras y ojos alargados, pero no entendió nada de su respuesta. Después preguntó lo mismo a una señora muy pizpireta, pero pasó de largo sin responderle. Y finalmente, un hombre con maletín y bastón pareció querer ayudarle.

-Certainment, madame, on vous amène là-bas?

‘Ni pajolera idea, coleguita’. Enchantée –contestó Rosalinda, una de las pocas palabras que sabía decir en parisino.

El hombre pareció muy contento con la respuesta, y cogiéndola del brazo le indicó un coche que había delante, donde acto seguido un negro con gorra de lo más elegante le abrió una portezuela. ¿Qué podía hacer? Igual era costumbre llevar a la gente a los sitios, y aquel hombre parecía educadísimo, con esos pelos escasos y grisáceos. Igual tenía la edad de su tío Jacinto, unos cuarenta y pico de años, o cincuenta, pero había que ver cómo cambiaban las personas con dinero, si su tío Jacinto llega a tener chófer y maletín de ésos, otro gallo le hubiera cantado.

Volvió a decir ‘enchantée’ y se metió en el coche de un salto. A ver por qué se iba a negar un capricho como éste. Es más, ¿quién sabe si no le daría una mano aquel hombrecito para ir de compras también? Quizá primero podían ir de tiendas y después aparecer en el hotel Ritz, más deslumbrante que con aquella bata de moaré pestilente. Claro que con el chichi sin lavar irse de probatorios le daba no sé qué. Estaba en estas disquisiciones cuando se quedó patitiesa. ¡El cochazo aquél es que tenía de todo! El abuelete no reparaba en gastos, abrió una nevera y le ofreció chocolates, refrescos, licores… Le preparó una copichuela que sabía a rayos, pero estaba fresquita y se agradecía después del café con leche. ‘Thé à la mente’ le dijo, quién sabe, pero a beber que son dos días. Ahora que, algún licor le tuvo que meter porque Rosalinda es que se puso loca de contenta en un santiamén, y veía al hombre hasta más guapo que antes de subir. Vio cómo le metía la mano por debajo de la bata de moaré y le entró la risa, mientras el hombre le tocaba los pechos con un ansia que no había visto ella jamás. ¡Si nunca había provocado ningún tipo de pasión! ¡Esto de ser tan guapa es que era la bomba!

El bólido corría que se las pelaba, tal fue el arranque que hizo el trasto que el trasero de Rosalinda quedó pegado al asiento como si tuviera pegamento y los pelos se le pusieron tiesos de la velocidad. El vejete siguió entretenido con sus tetazas un buen rato, y mientras tanto ella se fue aclimatando al ambiente y le siguió dando a las copichuelas como si nada. ¡Aquéllo era vida y lo demás cuentos! Aún iba a tener razón el capitán de la nave, que tanto le advirtió de los peligros de la Tierra. Aunque, bien pensado, si los humanos eran todos así de sobones y estaban tan cascaditos como aquél, vaya que no se iba a pirar rápido al reino de los Cielos. ¡Qué manos tenía el condenado, estaban por todas partes!

-Mister, mister- alcanzó a espetarle como pudo la brujilla –shopping! ‘que me lleves de tiendas, so sobón’, pensó para sus adentros.

-Après, après…-le contestó, mientras arrimaba su pantorrilla a la de ella y se frotaba con fruición.

-Mister, que le va a dar un soplo el corazón, que ya no tiene edad, mire cómo se le ponen desorbitados los ojos, esto no puede ser bueno para usted…

-Pardon?

Aquel dinosaurio no entendía ni palabra.

-No good, your heart.

-Combien madame? Dites moi, je vous en prie. J’ai jamais vu une beauté comme la votre. Je paierai tou ce qu’il vous faut.

-Pues no hay quien le comprenda a usted, mister, pero ese fajo de billetes que saca del bolsillo me vienen que ni pintados para mis fines, así que déme, déme que yo se los guardaré en la pechera mismamente. Esto en mi pueblo se llama ‘prostituirse’, pero ya querrían aquellas ignorantes de Nowhere’s Land encontrarse con un mancebo archiforrado con coche de lujo en el centro de París, ¡je! Toca, toca, ancianete, que ahora si te da el colapso ya es otra cosa.

Después de dos horas de tejemanejes, Rosalinda empezaba a cansarse de tanto arriba y abajo. Aquél enano era el mismísimo ‘duracel’, tenía más marcha que su madre con un pelotón de infantería. Y claro, aquellos pavos que le había regalado valían su precio en oro, ¡cualquiera le cerraba la válvula de escape ahora! Sin embargo, después de un buen rato más de dale que te pego, Rosalinda notó un cuerpo muerto encima de sus nalgas, la baba caída y unos sonoros ronquidos que le supieron a gloria. ¡Por fin!



El coche seguía incansable dando vueltas por las calles y avenidas parisinas. Rue de tal y rue de cual, ¡estaba mareada! Tocó un mando que parecía el de la tele, y milagrosamente se abrió el espejo que los separaba de los asientos delanteros, así que se encontró con el chófer negro fuma que te fumarás y con la radio a toda virolla. El tío se asustó en el primer momento pensando que le habían pillado in fraganti, pero en cuanto miró por el retrovisor que el viejo seguía roncando, subió más la música y pegó un acelerón que aplastó otra vez a Rosarillo contra el asiento. ‘Vaya’, pensó, ‘pues el negrazo éste tiene cien veces mejor pinta que su dueño. Quizá sea un esclavo, pero está requetebién el condenado, y visto que ya tengo los billetes en la pechera…’. Ni corta ni perezosa, de un salto trepó al asiento delantero y le cogió un cigarro al chófer del bolsillo de la camisa, en un gesto del todo provocativo. Desde luego, vaya soltura que le daba un cuerpo sensual como el suyo ahora, sino de qué este desparpajo en la fea Rosamunda de otrora.

-T’a n’a pas assez avec le vieux, ma belle?

-Shopping- repitió, a ver si esta vez tenía más suerte.

-Shopping? Bien sur, pas de problème!

Dieron otro viraje de ciento ochenta grados en medio de un bulevar archirepleto de coches y peatones, y una vez en dirección contraria, se dirigieron hacia una avenida lujosísima, que se llamaba Avenue Montaigne. ¡Quién sabe qué rayos querría decir! ¿Sería el barrio ése, Pigalle, de que le habló el capitán de la nave? Ni idea, pero a buen seguro que allí tendrían trapitos a mansalva, y de los que dan ‘caché’. Otra palabra que usaba su madre cuando se empolvaba la nariz con las amistades. ‘¡Para, para, stop, stop! Me caminar, darme un garbeo, you stop aquí’. Si no llega a ser porque con los dedos hizo una uve hacia abajo y simuló dos patitas marchando, aquel negrazo ni papa de inglés, oye, ¡vaya con los parisinos que no hablaban más que su endiablado merengue empalagoso e indescifrable! Bueno, pero el lenguaje de los gestos es universal, así que pas de problema, que decía el hombre todo el rato.

Se arregló un poco la bata de moaré y se hizo un moño como pudo con su larga melena pelirroja. Bien bonita que era, pero ya empezaba a necesitar un buen chapuzón con champú incluido. Las medias se las había roto aquel viejo degenerado, pero es igual, se las quitó antes de bajarse del coche igualmente, ante el estupor del chófer que ya se iba poniendo de lo más cachondo con tanto arremangamiento. Lista. Descendió una de sus esbeltas piernas, y después la otra, tratando de no caer de bruces con aquellos altos tacones que se gastaba. Tenía que parecer distinguida a más no poder, si la vieran sus compañeras de clase, hubieran estallado de envidia, y no digamos su madre, que hasta se hubiera sentido orgullosa de ella, ¡por fin el patito feo acometiendo una obra de nivel! Paseo arriba paseo abajo, si no se decidía ya por alguna butic, como decía el chófer, la iban a acabar confundiendo de señora en fulana, tanto peinar la calle. Leyó a duras penas el rótulo de una tienda más bien discretita; mejor no entrar en plan ‘pretty woman’ aquélla, no fueran a verle el plumero y a humillarla, así que cabeza baja y paso corto, ‘allá voy, Inés de la Fresange o como quiera que te llames’.

-Good morning. Inés de la Fresange, thank you.

-Excusez moi, madame, vous demandez par Madame de la Fresange?

-Enchantée, yes.

-Oh, je suis desolée, madame. Mme. de la Fresange est absente cette semaine. Est-ce que je peut vous aider peut-être? Vous êtes une cliente habituelle?

Vaya pedorrez! Aquella tipa no le quitaba ojo, la miraba de arriba abajo con cierto aire de superioridad. Y luego aquel acento tan cursi, y esa melodía de su voz dulce. ¿Eran así todas las parisinas? ¡Pues no se correspondían en absoluto con los hombres de la ciudad que ella estaba conociendo, vulgares y corrientes a más no poder y un tanto golfetes! Por otra parte, normal que estuvieran reprimidos con aquellas damas tan archieducadas y altivas, vamos que ni el engolado de su padre en día de ceremonia era tan estudiado. ¡Y encima se empeñaba en hablarle en aquella lengua incomprensible y tan espesa!

-Night dress, ok?

-Oh, vous desirez un deshabillé?

-Traje de noche, de fiesta, ¿nos entendemos?

-Pour la nuit de noces? Mais bien sur que je peut vous aider! Venez avec moi, madame.

¡Qué manía tenía aquella maniquí perfecta de decir eso de ‘madam’! Era la palabra que más repetía, ¿qué diantres querría decir? Le hizo un gesto de seguirla y la siguió, no sin antes mirar por la ventana a ver si el negrazo y su coche seguían allí aparcados. Pas de problema, allí estaban. Le hizo un gesto de esperar y se adentró en la fabulosa tienda con aquella cursi de patas largas y finas, más finas que las de ella incluso.

¡Vaya, por todos los diablos! ¿Aquellos trajes se gastaban las fifis para ir de fiesta? ¡Pero si eran más despechugados que los vestidos de las rameras! Eso sí, tenían un estilo que para qué. Se probó tres modelos archifinolis, a cual más transparente que el anterior. El blanco le quedaba demasiado estrecho, aún con la cintura de avispa que se le había quedado después del hechizo, era un vestido de muñecas. El azul le hacía parecer el hada madrina concededeseos, le faltaba la varita mágica. Y por fin, el fucsia. Entre bordados y transparencias, más que un vestido parecía un picardías de los de antes, pero si eso era lo que se llevaba en París para las fiestas, no había más que hablar. Señaló a la señorita que era su preferido.

-Oui madame, c’est un très bon choix, risqué mais très chic. Votre mari va certainment vous adorer la nuit de noces!

-No sé qué dices de la noche, pero espero haber acertado, monada, porque este modelito me tiene que servir para entrar al Ritz y también para acceder al Cielo, así que como no tenga éxito vengo aquí otra vez y te corto esa lengua tan endiablada que tienes.

-Oh la la! Le Ritz! Super bon marriage que vous faites!

-No te entiendo nada, encanto, ¿cuánto money?- le hizo un gesto con los dedos, de esos que también son universales. Eso lo entendió a la primera, y marcó hasta tres. ¿Serían tres monedas? Le dio tres monedas.

-Quel bon humeur, madame!

Otra vez aquello de ‘madame’, ¡mecachis! ¿Y ahora por qué se reía aquella tonta, se mofaba de ella?

-No good?

-Trois mil francs, madame.

Bueno, pues saco un fajo de billetes y listo. Era un corte ahora tener que sacar los cuartos de la pechera, pero no había previsto la hora de los pagos, así que no quedaba más remedio. La dependienta se la quedó mirando alucinada, como si no hubiera visto nunca una cosa igual. O quizá eran sus tetas, que la dejaban estupefacta. En fin, le tendió un manojo de los billetotes que le había dado el vejete para que ella escogiera. La chica empezó a contar hasta tres mil veces, vaya, no sabía cuánto valdría aquello, pero seguro que era muy caro porque se había quedado con casi toda su pasta. Bueno, luego le soplaría algún otro dinerillo al abuelo y listo.

Salió ufana por la puerta con un pedazo de bolsa archimolona, sintiéndose, por primera vez en su vida, toda una dama de la alta sociedad o jet-set, como decían siempre por la tele. Primer paso, misión cumplida. Ahora no tenía más que aproximarse con aquel cochazo y el vestido de gasa al hotel Ritz, y a ponerse el mundo por montera por primera vez en su sosa vida. No se cansaba de repetírselo: ¡lo que cambiaban las cosas con un buen look!

miércoles, 26 de octubre de 2011

QUINCE: EN PARIS POR SOLEARES


-Pero bueno, ¿este viaje es que no tiene fin o qué? Yo quería pegarme un buen revolcón, pero esto es peor que ir al fin del mundo. No recordaba tantas dificultades desde los tiempos de la Reconquista española. ¡Y tú eres un inútil! ¿Cómo puedes salir en misión sin un whiskito, unas patatitas bravas, unos atunes en vinagre…? Llegamos al paraíso terrenal y no se te ocurre más que meterme unas píldoras de largo recorrido, ¿pero qué te he hecho yo? Además, creo que estas mierdas me han inhibido el deseo sexual, o como diablos llames tú a las ganas de follar. Sólo tengo que gases y pedorretas.

-¡No hace falta que lo jure, señora! ¡Está el ambiente cargado a tope! Pero las pastillas se las di para combatir la melopea que se traía en la frontera, menos mal que le confiscaron los vigilantes la petaca. El alcohol le hubiera hecho explotar las vísceras y hubiera sacado por la boca hasta la primera papilla en la nave. ¡Anda que, vaya modales!

-¿No lo dirás por cómo te he tratado, gañán?

-Si no fuera por mi jefe el primer comandante, bien lo saben los Infiernos que no hubiera podido resistirme a pasarla a cuchillo, ¡vamos, qué humillación!

-¡Jua jua! Te revolvías como un cochinillo cuando te até al volante de la nave y te hice cosquillas en los cataplines. No me divertía tanto desde que vi a una esclava bailar encima de las brasas el verano pasado.

-Es usted una descerebrada, si llego a mover un ápice de mi rumbo con las convulsiones que me entraron, estamos ahora en Plutón o estrellados contra el Sol, quién sabe. Si ya sabía yo que una misión así, tan importante, dármela a mí que soy novato, tenía gato encerrado. Bueno, milagrosamente estamos aquí, en menos de una hora la habré depositado en su destino, y podré irme feliz perdiéndola de vista.

-Necesito que follemos, me pica el chichi.

-¿Pero no había dicho que…? Es igual, eso no está entre mis obligaciones de soldado. Aguante un poco, mujer, que estamos en medio de la calzada y nos detendrían por escándalo público.

-¿Es que aquí no se puede follar a tutti plen cuando se te antoje? ¡Pues vaya escondite al que me trae Garci!

-¡Shh, sin gritar! En los espacios públicos los mortales son muy pudorosos, que aquí el sexo es cosa de intimidad y no para airearlo a los cuatro vientos. Al menos eso me enseñaron en la academia, señora, así que deje mi bragueta tranquila y no me ponga la mano en el culo, ¡por todos los demonios! ¿No ve que si seguimos así nos vamos a perder? Y esta condenada ciudad es muy grande.

-Y asquerosamente bella. ¿Dónde están los prostíbulos, la gente de mal vivir, los chulos y las putas? Si es que ya sabía yo que a París no teníamos que venir porque me encontraría rara… Además, estoy harta de andar, ¿y si nos teletransportamos a otro lugar?

-No podemos hacer eso, porque nos descubrirían. El hotel Ritz tiene que estar a menos de una manzana ya. Aguante un poco más.

-Tengo sed, quiero un vinito o una cervecita, ¡por tu padre! Este Angelis me va a oír, vamos que te han educado en un campo de concentración a ti, o eres más espartano que un romano de los de antes. Pero yo sé lo que te pasa, con ese acento tan de vaca española en francés, pues te da vergüenza que no te entiendan.

-¿De vaca española?

-Si tú supieras, ¡qué poca culturilla de a pie que tienes! En mis tiempos mozos tuve yo una criadita que venía de París, y la de cosas que me enseñó. No veas cómo voy a quedar con las amistades de Garci, no se espera él lo refinada que me va a encontrar. Y los gabachos cuando alguien habla mal su idioma pues le dicen que lo habla como una vaca española, yo qué sé porqué.

-La verdad que con la ropa que le hemos puesto en la Aduana, que ha quedado mucho más presentable. Aunque hubiera ayudado que se hubiera dado una ducha antes. Yo no tendré culturilla de ésa, pero lo de los jabones y la limpieza es universal, y hasta los demonios se cuidan cada día más en la cosa de la higiene personal. ¡Es que echa un tufo!

-¿Qué sabrás tú? Pues a mi Garci le ponen estos efluvios, así que chitón, ajo y agua.

-¿Ajo y agua? Otra de sus frases, seguro, pero no me lo diga. ¡Mire, ahí está!

-No puede ser, no puede ser, no puede ser.

-Bien clarito que lo dice, “hotel Ritz”, y es la plaza Vendôme, como decía el mapa. Mi trabajo me ha costado pero de equivocaciones nada. Ahora que, mirándolo bien, es muy lujoso, ¿verdad?

-¿Muy lujoso? ¡Pero si no me dejarían entrar ahí ni en cien años!

-Con estas lentejuelas… si no fuera porque ha roto las medias y se ha cargado los tacones, la cosa podía pasar, digo yo, y con una recomendación del ángel ése…

-No me dejarán entrar y será un bochorno. Este amor mío es que tiene salidas de peteneras. Una cosa es que esté enamorado, y otra que me confunda con una princesa. Pero la tía Jota encontrará la solución. ¡Ahora lo veo! Esto es un reto, como Garci sabe que me van las cosas estrafalarias, pues se ha propuesto invitarme al sitio más retro y más chic de toda la ciudad, y bien sabe él que conseguiré entrar, aunque tenga que marcarme un baile flamenco. ¿He dicho flamenco? ¡Claro, entraremos disfrazados de artistas!

-¿Escucho ‘entraremos’? ¿Por qué tengo la sensación de que no me iré de vacaciones en media hora?

-Si quiere jugar, va a saber lo que es bueno. No sólo me vestiré de faralaes sino que tendremos un gran éxito. Venga, saca la pasta, nos vamos a comprar ropa de sarao, niño.

-Un momento, un momento. ¿Por quién me ha tomado? ¡Yo soy un soldado, un militar, y mi misión ha terminado!

-¿Me crees tan imbécil de dejarte marchar estando yo en apuros? ¡Tú no te largas hasta que yo haya entrado por la puerta de la chambre de Garci y lo haya desnudado con mis propias manos! Tu misión está incompleta por ahora, así que da gracias de que no tienes que inventarte un plan de acción porque ya lo tengo yo. ¡Venga, a disfrazarse!

-¿Y dónde encontraremos un atuendo de baile español?

-Pues en un tablao flamenco. Si vieras la de noches que me han palmeado a mí en mis buenos tiempos, teníamos un abuelo gitano que compramos a unos bereberes y que nos cantaba por soleares. Así empezó la afición, ¡y en menuda bailaora que me convertí!

-¿Usted bailaora de flamenco?

-A mi Francisco le dio por comprar gitanos andaluces para el negocio, y montó un chou que no veas el éxito que tenía. ¡Era el novamás de Nowhere’s land! Y claro, con tanto cante jondo y tanta sevillana, no me resistí a ponerme encima del tablao yo también. “Las noches de la Juana”, pues no era conocida ni na, pregunta, pregunta a tu padre, seguro que se acuerda de esta vieja leyenda. Les comía la oreja a los gitanos aquellos que los tenía locos de contentos. Y los clientes, ¿pa qué te voy a contar?

-Bueno, que se nos va la pelota. Visto que baila usted de mil demonios, ¿qué sugiere?

-Entremos a ese bar, nos tomamos un aperitivito de nada y consultamos la guía local, a ver si localizamos un tablao que haya por aquí. Vamos allí, chingamos unos trajes, y nos presentamos en el hotelazo como Amaya y Jacarandó.

El soldado, que también se estaba quedando con la lengua seca de tanto palique y marcha, accedió por fin a tomarse un respiro en aquel bar humano, así que entraron y pidieron unos tentenpies.

-Y claro, vestidos de luces y con esos nombres, ¿nos admiten?- prosiguió el soldado, ya con la boca más fresca.

-En los hoteles siempre hay un bar, pedazo de cabeza hueca. Tú y yo entramos por la puerta del servicio, y una vez dentro, nos ponemos los vestidos y ¡hala, a montar el sarao en el bar!

-¡Pero nos sacarán de allí a patadas, será una humillación!

-No, si mi bello Garci está en el ajo. ¡Menudas influencias tiene, es el mandamás del Ritz, como si lo viera! Yo le envío un mensaje misterioso a su chambre y le digo que tiene que estar en el bar del hotel a las ocho en punto, pongamos, sin especificarle nada más. ¡Y si quería sorprenderme, será él quien se quede prendao de mi ingenio, je!

-Desde luego, señora, ya empiezo a entender por qué la llaman “la leyenda”, es usted una caja de sorpresas. Mucho le tiene que gustar ese Garci para tanta parafernalia.

-No es una cuestión de gusto, cariñito, es que tiene un salero y un savoir faire, que tú no lo tendrás ni aunque vivas cien años.

-Al final me voy a pensar que sabe más francés usted que yo. ¿Savuarfer?

-Eres un apolillado estudiante y rata de biblioteca, te hacía falta salir por ahí con la Juanorra para saber lo que es la vida. ¡Tanto estudio, tanto estudio, estos pollitos de la escuela militar es que no sabéis hacer la O con un canuto!

Comenzaron a mirar en la guía, y buscaron por “flamenco”, por “tablao”, por “sevillanas”, vamos, que aquello era más difícil que comerse unos chopitos con tomate. Y, a punto de desistir, a Juanorra se le ocurrió una idea todavía más loca. Saldrían a bailar sin ropa. Jua jua, aquello sí que no se lo esperaba Garci…¡Y a ver cómo la sacaba de ésta! Pues no le había hecho una encerrona citándola en un sitio tan finolis, ¡se iba a enterar de cómo las devolvía la vieja! Igual acababan en la cárcel, o en la “prison” que era lo mismo, con unos gendarmes de la gendarmerie francesa. A ella tanto le daba mientras pudieran estar juntos, y pensándolo bien, mejor una putrefacta celda llena de olores y meaditas, que estos lujos tan incómodos para ella. Mira que le dijo que quería ver los putiferios de los barrios bajos, pero él nada, a ponerla a vomitar de tanta cursilería. ¡Ya cambiarían las tornas dentro de un rato, ya!

El soldadito estaba horrorizado, pero, de uno u otro modo, veía cercano el final de su misión, y no tendría que seguir aguantando a aquella arpía más que unas cuantas horas ya. Aunque, para ser del todo sincero consigo mismo, cosa que hacía pocas veces, aquella bruja no era tan malvada como se la habían pintado. Incluso se podría decir que le había decepcionado ligeramente, con tantos miramientos por un ángel. El los odiaba y tenía que combatirlos a todos. Es más, todavía se estaba pensando si eliminar a éste o, como le había dicho el Redentor, saltarse las reglas y dejarle en paz en manos de Juanorra. Angelis le convenció diciéndole que sería la propia bruja la que, después de cepillárselo por delante y por detrás, le daría una buena estocada en su ego peor que la muerte. Pero él estaba empezando a dudar, porque veía a la bruja demasiado enamoriscada para hacerle sangre al angelito ése. Bueno, en cualquier caso, hacía bien en quedarse a vigilar. Si no era ella quien después de los polvorones le hiciera daño, él mismo se encargaría de empuñar la espada que lo destruyera, y así lograr su primera victoria frente al Bien. Si se paraba a analizarlo, puede hasta que fuera su primera misión para probarle, para ver si tenía las agallas suficientes de su rango y graduación, así que no podía permitir que las cosas quedaran a medias, y Angelis se sentiría orgulloso de que le hubiera traicionado en aras de una victoria para el Reino.

Seguiría bien de cerca a los tortolitos después del chou, y más le valía a Juanorra pegarse la juerga pronto, porque él no permitiría que aquel pretencioso siguiera triunfante por mucho tiempo, burlándose de los Infiernos como si tal cosa. Después de poner la colita a remojo, como quien dice, se las vería con el combatiente soldado Herr Jones Krugger, y de ahí al estrellato. Fama y gloria le esperaban después de derribar al temido Terminator. Eso, y unos buenos billetes que había prometido el sabio Valenciennes, su mentor en el último curso de la escuela de cadetes, para el más bravo de los graduados que lograra vencer a los príncipes de Celeste.

martes, 27 de septiembre de 2011

CATORCE: ETERNAMENTE JOVEN


Valenciennes tenía bien pegado el oído a las puertas de la alcoba de Satán, y no daba crédito a lo que había escuchado. Él sabía de buena tinta que lo de Nowhere’s land había sido una bacanal de tomo y lomo, y que la vieja Juanorra era una bruja cuya única virtud era la de ser más fea que un pecado, pero de ahí a ser una científica y fabricar la Energía oscura… era mucho suponerle. No se lo creía, que no y que no, tenía que ser un chanchullo del Angel Redentor, uno más para no perder su buena estrella al lado del anticristo. Lo que más le dolía en las vísceras es que ahora que casi le había pillado el asiento, le vencía con otra idea genial, no era justo.

Por otra parte, de los días gloriosos de Satán no quedaba ni la sombra. El viejito estaba quemando sus últimos cartuchos y ahora se contentaba con cualquier truco. En sus buenos tiempos De Angelis hubiera sido pasado a cuchillo, y sus cataplines ofrecidos a los tiburones para que se los arrancaran de cuajo. Y ahora, ¡una mamadita y hala, a descansar! Estaba cantada la decadencia del imperio si seguían por este camino; por muchas energías oscuras que consiguieran derrotar, sin un buen Jefe aquello se convertiría en un reino de taifas sin cuartel ni mando. Pero él tenía otros planes, y no permitiría que nadie le tomara la delantera. Eso sí, tenía que desenmascarar a la vieja bruja de los barrios bajos y a su amigo el Redentor, antes de que le pisaran los talones con sus farsas. Tenía que descubrir qué se traían entre manos y, una vez que lo supiera, le ofrecería a Satán la cabeza de su primer comandante en finas rodajitas.

Llamó a su homólogo en el Cielo, Archifranco, para contrastar cotilleos y sabidurías:

-Mi buen colega, ¿qué te trae por estas ondas rítmicas?

-Tengo buenas news. ¿Tú te acuerdas de aquella vieja bruja con quien se acostaba el gañán de Garcilaso?

-¡Oh, no seas tan duro! El bello Garcilaso es toda una institución por aquí y podría estar escuchándonos. En el Cielo no hay secretos, mi buen amigo.

-Te llamo por línea restringida, un invento de mis ingenios que no falla, así que puedes estar tranquilo que no peligra tu integridad.

-Pues siendo así, hablemos en confianza, como siempre hemos hecho. No soy partidario de las críticas, no me lo permite mi condición, bien lo sabes. Sin embargo, ese pretencioso es inaguantable, cada día más. Y lo peor es que está a partir un piñón con el Jefe. Tú lo tienes mejor ahora, con la ausencia de Angelis en el Congreso te has ganado unos puntos que no veas…

-¡Qué va! Se ha inventado una patraña y Satán se la ha comido con patatas, pero yo le desenmascararé. ¿Te acuerdas entonces de aquella vieja bruja?

-¿De Juanorra, la leyenda? ¡Cómo olvidarla! Es más, te diría que sigue siendo la amante de Garcilaso casi sin ninguna duda. Se cuecen noticias aquí y allá de sus amoríos y encuentros furtivos, hasta el punto de que el colectivo de musas está que arde porque Garci está empalmado cada dos por tres pensando en ella, y deja abandonados a los artistas a su suerte y riesgo.

-¡No te fastidia! Cada vez me exaspero más. ¿Pues no tuvieron una niñita endemoniada?

-Cuentos de viejas. Yo creo que lo que tuvieron fue un fetito que se abortó por sí solo.

-Que no, que no, estás equivocado. En Nowhere’s land corren rumores de que la pequeña Rosamunda es hija de Garcilaso, y te diré que está a punto de cumplir los dieciocho. Es un engendro más feo que un pie de pato, pero con unas tetitas que ríete tú de la silicona. Son algodón puro.

-¿Y qué?

-¿Pues que dónde has visto tú en el Infierno unos pechitos tan apañados? Eso es cosa de brujería prohibida, y no puede más que ser lo que estamos buscando.

-No te sigo, pero para nada.

-A veces eres tan bien pensado que me asombro de que podamos ser amigos. La “tetitas” es nuestra baza de conquista, la oportunidad que estamos esperando. No había pensado en ello, pero la idea va cobrando vida propia a medida que mi excelso pensamiento se acelera. Ella tiene las partículas del bien y las partículas del mal, ¿no te parece fascinante?

-Y prohibido.

-Ése es otro frente a atacar, ¡sí Señor, a veces tu integridad suma puntos! Si llega a oídos de nuestros Jefes que sus primeros espadas joden en casa del contrario, apuesto a que los pelos se les ponen de punta.

-El mío nos tiene ligeramente preocupados, ahora que le traes a colación. Dios está de subidón y no para de levitar y tornarse de colores. Le estás hablando y lo mismo se pone rojo bermellón que color canela, todo menos contestarte una pregunta. Lo de la Energía oscura le ha dejado perplejo y me da que se aburre sólo de pensar en ello. Creo adivinarle detrás de aquellos ojos de lechuzo que se le quedan, le importan un rábano las miserias y quehaceres de los hombres, no digamos los divinos, y que el mundo gire a su alrededor, y si te soy sincero, me parece que le quiere dar una oportunidad al Universo ése para ver si hay suerte, coge protagonismo y es su momento para retirarse por el foro. ¡Para que veas!

-¡Pero ésa es una gran noticia! Tú boss atontolinado con la brujería blanca, el mío achacoso y facilón, pues es nuestro momento, Archi. Y la Tetitas nos servirá el plan en bandeja.

-¿Qué plan?

-Ahí te la lanzo. Un reino, y no dos, el Bien y el Mal confabulados en dos cabezas dirigentes, mitad mitad. Y tú y yo al mando.

-¿Pero has perdido el juicio? ¡Nos pasarían la cabeza por la trituradora! ¿Y la Tetitas ésa, o como se llame, qué pinta en esto?

-Es el experimento, ¿no lo entiendes? Es la prueba de que las sinergias del Bien y del Mal pueden cruzarse y crear seres superiores. Si mis cálculos no me fallan, esa chica es una eminencia por explotar, porque tiene todos los genes de lo peor y lo mejor de la inmortalidad. Si conseguimos adquirirla para nuestros fines experimentales, tendremos la clave del éxito en nuestra mesa de mezclas.

-Sí, claro, ¿y si se entera Garcilaso de que tenemos a su hija de conejillo de indias?

-No creo que a Terminator le importe un pimiento su hija, ni que sepa el santo de su nombre. Se ha convertido en un follador a mansalva y no hay quien le pare, y en esas circunstancias el pito te impide pensar, por muy ángel que seas.

-¿Ah, sí? ¿Y el primer espada del Infierno? ¿Cómo le pararás a ése los pies para que no te desbanque?

-Demostraré que es un farsante y le serviré a Satán la cabeza de la bruja madre en bandeja, que con mis sutiles torturas cantará como una almeja la trama que se traen. No sé todavía cómo, pero los descubriré. Tú vigila los pasos de Terminator, que a buen seguro andará siguiendo los de la vieja bruja.

-Dicen las lenguas que Garci se ha tomado unas vacaciones terrenales, y que pidió una habitación en el Ritz de París para siete días con sus noches. ¡A saber qué artista rica le ha ligado!

-¿Y si no ha sido una artista esta vez? Además, las artistas ricas ya no necesitan inspiración de musas, tienen a sus esbirros para que les hagan el trabajo sucio. ¡Esto tiene que ser cosa del amor!

-¿Quieres decir que se ha citado con Juana?

-Menos mal que a veces eres audaz. ¡Pues sí, eso pienso! Y si les pillamos tú y yo, el tanto que nos apuntemos será de órdago a la mayor. ¿Has dicho en el Ritz? Prepara un atuendo que nos vamos al paraíso terrenal, amigo Archi.

-¡Pero si tengo un montón de tareas aquí! La fórmula del elixir de la juventud está casi acabada; no obstante, hay algunas deficiencias del producto que me gustaría contrastar antes de lanzarla al mercado norteamericano… Hemos cogido prestadas, ejem, algunas ideas de los científicos norteamericanos en cuanto a células madre embrionarias reparadoras, sin embargo, no se adaptan tan bien como esperábamos a los estómagos regenerativos, y claro, por poco que coman, no dejan de quemar combustible y desgastar los motores... Si llega a oidos de Dios que los humanos pudieran encontrar la fórmula de la inmortalidad fuera de nuestro control, no quieras saber lo que me haría...

-Cuanto más hablas, más razón tengo. La Tierra es nuestro mercado natural, ¿no? El culto a la juventud eterna es la primera aspiración de que hemos dotado a los humanos, ¿sí o sí? Y vaya, si consiguen entender cómo regenerarse sin ayuda, ¡que nos veo de patitas en la cola del INEM! Entonces, ¿qué mejor que viajar al meollo del asunto y probar de una vez el elixir que has desarrollado?

-Tengo mis temores, porque todavía observo deficiencias en los efectos más inmediatos. Resulta que, de cien casos, hay un diez por ciento cuyas consecuencias son regresiones a la tierna infancia, y eso con suerte, así que, en vez de estabilizarse en los veinte, pongamos, te pasas un milímetro de la dosis y ya te has cargado el sistema digestivo, y el invento. Tengo que conseguir un mecanismo más eficaz antes de efectuar pruebas tan arriesgadas en carne humana. Lo cual es una pescadilla que se muerde la cola, porque mi jefe por un lado quiere resultados, pero por otro no quiere daños colaterales, así que mi equipo y yo estamos entre la espada y la pared.

-¡Qué idea, Archi! ¿Y si le diéramos ese brevaje a la hija de Juana? Con diecisiete años se nos revelará un poco, pero con doce o trece haríamos de ella una auténtica cobaya sin resistencia para nuestros fines.

-Eres perverso y rápido, ¡pardiez que si lo eres! Al no ser humana, los efectos son más difíciles de prever, pero si funciona desde luego que me coronan. Y a Dios no le importará una brujita más o menos, no les lleva la cuenta.

-Eres un cursi, ¡pero te quiero! No se hable más, prepara un atuendo conveniente y nos vemos en la Plaza Vendôme, en frente del Ritz en menos de un periquete, no hay tiempo que perder.

-Bueno, quizá que los novios no hayan llegado todavía.

-Mejor, así tendremos más tiempo para preparar nuestra treta. Iremos de mujeres, ¿qué te parece?

-Me gusta mucho ir de fémina, con alto tacón y de pelirroja.

-Siempre has tenido tu aquél de ramera, científico loco.

-Te dejo que me voy a hacer la pedicura, la manicura y una depilación a láser.

-Pues yo con estos pelos como cerdas, más bien me pasaré la gillete y arreando. Seré una fémina con hormonas masculinas y bien velluda. Me encargo de la reserva y nos encontramos en la brasserie de Pierre a las siete en punto de la mañana. Au revoir mon ami. ¡No me falles!

jueves, 14 de julio de 2011

TRECE: ROSALINDA ATERRIZA COMO PUEDE


Habíamos dejado a la soldado ROSALINDA embellecida por una pócima mágica y a borde de un navío que la llevaría del Infierno a la Tierra, al París en donde su padre Garcilaso,  ángel bello donde los hubiera, se encontraría con la feota de su madre, la bruja Juanorra, o Jota para los bajos fondos. Aquí vuelven después de un corto período vacacional... Rosalinda tiene que convencer al capitán del navío de que es un soldado profesional, y no una brujita asustada que nunca antes salió de su casa...

A saber qué llevaban aquellas viandas que se había tomado. Fue atracarse de dulces y salados, y caer inmersa en un profundo sueño que la había dejado baldada. Tenía el cuerpo hecho unos zorros, como si hubiera pasado por galaxias y tiempos pretéritos presentes y futuros, que, pensándolo bien, debía ser más que una sensación. Ella que se había hecho ilusiones con ver las estrellitas por las ventanas, o los pececitos si iban por mar, como todo hijo de vecino que viaja de nuevas, y se había quedado roque como una tonta provinciana. ¡Qué valor! ¿Qué hora sería? ¿Qué época y qué estación del año? En el Infierno siempre hacía un espantoso calor y los tiempos circulares te hacían perder la costumbre de preguntar en qué año vivías, al fin y al cabo, la eternidad era un bloque y podías saltar de un espacio a otro del calendario a tu antojo sin que cambiara nada. Pero tenía entendido que la Tierra era otro cantar, y que todo evolucionaba poco a poco y ordenadamente.

Un golpe en la puerta la sacó del atontamiento que llevaba:

-¡Misión cumplida!

¡Vaya! Tenía que vestirse rápido otra vez con aquellas ropas viejas y sudadas, aplastarse bien sus esponjosas tetas y recogerse el cabello debajo de la boina verde de soldadito. Una vez que estuvo lista/o se apresuró a salir del camarote. ¿Cuánto tiempo había permanecido allí dentro?

-¿Cuánto ha durado el viaje?- preguntó al capitán, que alegremente leía la prensa en cubierta, fumaba una pipa y bebía café. Parecía estar de mucho mejor humor que al partir del Infierno.

-Hola, chico. Desayuna un poco, debes de tener el estómago agujereado. ¡Qué manera de dormir!

-Sí-contestó Rosalinda toda azorada/o- no sé qué me pasó.

-Tranquilo. Es lo normal. Estos viajes ultrasónicos te dejan hecho papilla, el cuerpo se resiente tanto que sufres un desmayo apenas salimos de nuestros confines, y viniendo a la Tierra más aún, porque este planeta tiene una fuerza de gravedad que nuestra naturaleza desconoce. ¡Puta Tierra que te atrapa en sus redes!

-¿Eh?- dijo la blanca flor desubicada/o.

-Digo que aquí, en confianza, cuando has probado a vivir en la Tierra, esto engancha, muchacho, ya lo comprobarás por ti mismo. Hay muchos que vienen a una misión, como tú, y luego no hay quien los encuentre para la vuelta a casa. Se encuentran con que este planeta es jauja, y su ventaja de ser inmortales, ¡la pera, vamos! ¡Y las pibitas, pues más guapas que las brujas, por descontado, y menos divas que las hadas, así que… ya comprobarás en tus carnes si miento o no!

‘¡Menudo lobo de mar que estaba hecho el capitán!’, pensó. ‘A mí me van a pillar en estos menesteres, vamos, que yo en cuanto elija el traje me las piro para los reinos divinos, anda que he sufrido yo las vicisitudes de la transformación para quedarme con los vulgares humanos, ja!’ Sin embargo, no quiso contradecirlo y asintió con una dulce sonrisa, olvidando por un momento que era un mozalbete y no una princesa. El capitán, por su parte, pensó que aquel soldado era de lo más afeminado, pero con De Angelis nunca se podía saber, porque tanto le daba a la leche que al café.

-¿Estaban ricos los bollos, hijo? Anda, ahora tienes que prepararte, que en unos minutos te dejo en el mismísimo centro de París. Deberán ser las cuatro o cinco de la mañana, están con las primeras luces, ideal para desembarcar.

-¿De qué año? ¿De qué siglo? ¿Llegaremos a algún puerto?

-¿Puerto de mar en París? Oye, tú eres de los que se quedaste dormido en las clases teóricas de la instrucción, n’est-ce pas? Bueno, ahora te vas a enterar de lo que vale un peine, porque los gabachos no perdonan a los intrusos y se lo hacen pasar fatal. Ya te puedes buscar una pibita que acepte tus rudas caricias y te allane el camino, o no podrás llevarte ningún gato al agua.

‘Este tío es que tenía un lenguaje de lo más enrevesado, ¿n’est-ce qué? ¿pibita? ¿gato al agua? Bueno, no entendía ni jota, pero tanto le daba porque ella lo que quería es ir de tiendas y con dinero se llega a todas partes.’

-¿Y en qué parte de París me dejarás?- dijo para cambiar de tema.

-Lo más seguro es aterrizar bajo tierra. Utilizan unos cachivaches muy prácticos que atraviesan todos los bajos de la ciudad en esta época, así que te deposito en una boca de metro y santas pascuas. Allí te compras un mapa y saldrás en un periquete a la zona que quieras.

-¿Y esta nave puede hacer eso?

-Mi nave hace maravillas, bebito. Lo mismo va por aire que por mar que bajo tierra, incluso se deshace en partículas radiactivas en un momento de crisis. A nosotros no nos afectaría ni un ápice, pero a los humanos los desintegramos en un santiamén. Bueno, pues ponte un traje de paisano y arreando.

-No tengo.- todos los vestidos que Rosalinda/o había camuflado en el hatillo eran de mujer.

Empezó a sonar con insistencia una alarma que surgía del control de mandos.

-¡Mi capitán! Una llamada urgente de Control de Aduanas.

La soldado se levantó con horror de un respingo. ¡Qué contrariedad! ¿Y si la habían descubierto? Tenía que salir de allí cuanto antes, no se fueran al traste sus planes, ahora que había estado tan cerca. La nave ya había enfilado en dirección al centro de París, pero las compuertas estaban herméticamente cerradas, y cualquiera sabía la clave para escapar de aquel tanque. Claro que un descubierto a estas alturas sería su fin, como bruja, como hada, y como soldado, acabarían con ella. Pero, por otra parte, el capitán parecía un tío enrollado, aunque si su cabeza estaba en juego… En ésas estaba cuando el capitán volvió a aparecer por la puerta.

-Bueno, caballerito, ahora entiendo alguna cosa más- dijo con rintintín.-¿Así que en misión especial, eh? Me han llamado de la central, que eres un prófugo y que has robado billetes de la compañía de DEA. Y ya sabes, el que roba a un ladrón… ¡es un cabrón, ja ja ja!

-¡No me denuncie, se lo suplico! Le contaré la verdad, se lo juro.

-Empieza a largar, y veremos qué puedo hacer contigo. De momento, atadle unos grilletes a los pies, tú y tú, como medida de prudencia.

-Yo soy un pobre diablo. Me he enamorado perdidamente de una francesita mortal, no podía dejar de pensar en ella, y aquí estoy, arriesgando el culo por estar con ella. ¡Sólo serán unos días, y volveré! ¡Pasaré por todas las esclavitudes y prisiones que haga falta para purgar mis pecados, pero se lo ruego, primero déjeme verla, tan sólo dos días en tiempo humano! Eso será suficiente, y después todos los castigos y puniciones que me inflijan, ya no me importarán.

El capitán se enjugó las lágrimas.

-¡Ay, que te has enamorado! ¡Yo viví una cosa parecida por Marlene! ¡Qué piernas, qué poderío, qué lengua, qué mujer! Lo dejé todo, arriesgué mi brillante carrera militar, hubiera sido un alto cargo, y a mi mando esperaban las tropas del primer regimiento. De Angelis nunca hubiera ascendido a ese puesto de estar yo en mis cabales. Pero todo lo dejé marchar por esa alemana, la gloria, los honores, las cruces…

-¿Y qué pasó?- preguntó Rosalinda, conteniendo la respiración.

-Marlene me utilizó, y una vez caí a sus pies, me dejó por una mujer española, ¡por una mujer! Yo había ya perdido todos mis galones, y aquí me tienes, en un vulgar puesto de mando de trapicheos. ¡Así es el amor por una mortal! Hijo, ten mucho cuidado, cautela. Mas no puedo impedirte partir. Son malas, son perversas, no lo olvides, tú crees que volverás y que dominarás la situación, pero no es así, ella te envolverá en perfumes, en un amor como sólo ellas lo saben hacer, y te hechizará más que cientouna brujerías tuyas. Pero vete, sé que en una tesitura así serías imparable, y yo ya estoy viejo para pelear con un soldadito y sufrir daños.

-¿Pero, y si no me capturas, qué será de ti?- Rosalinda había conseguido enternecerse y casi los trajes no eran nada comparados con que aquel sentimental fuera castigado por su culpa.

-Mentiré como en mis buenos tiempos, me saldré por la tangente, ve sin cuidado que el viejo zorro me debe muchos sobornos a estas alturas. ¡Faltaría más! Dime, ¿dónde piensas llevar a la pibita?

-De tiendas- dijo Rosalindo sin pensarlo siquiera. ‘Las mujeres siempre quieren ir de tiendas, digo yo, aquí en la Tierra como en el Infierno, así que en esto no me pilla’.

El capitán palmoteó. -¡Excelente idea, llegarás lejos soldadito! Pero prepárate a rascarte los bolsillos, en esta ciudad no te fiarán como en tu pueblo. ¿Cómo te las arreglarás con el dinero?

-Llevo un buen fajo de los billetes de DEA- dijo ella en confianza.

-¡Ignorante provinciano! ¿Y con eso piensas llevarla de compras? ¡Vas a hacer el ridículo!

-¿Por qué?- Rosalindo no había siquiera puesto en duda que De Angelis era una eminencia en cualquier lugar del mundo, y que su dinero corrupto sería bienvenido en todas partes. Sin embargo, ahora pensándolo dos veces, era la clásica trampa en que caería un pueblerino como él –o como ella- que jamás ha salido de su casa. Así que se sonrojó muchísimo.

-¡Anda que si no te llego a preguntar! Pero no te azores, que yo cometí errores peores en mi primera escapada. Menos mal que aquí estoy yo para sacarte del aprieto. Mira, chico, el dinero de contrabando, con franqueza, te lo voy a cobrar caro, así que tú decides, pero como no sea así, mal te veo la luna de miel con tu tortolita…

‘Estaba claro que le iban a dar sopas con ondas, pero, ¿qué remedio le quedaba?’ Le miró con ojos desamparados mientras el capitán, sin ninguna delicadeza, le echó mano al bolsillo para sacarle los billetes y cobrarse su botín. Era una forma un poco brusca de decirle que no se fiaba de él, y como no se lo esperaba, hasta le dio una carcajada con el toqueteo. Es más, si no llega a ser porque el capitán estaba a lo suyo y no le interesaban otros pormenores, a punto estuvo de descubrir la falta de hombría de su protegido.

-Cincuenta, sesenta, setenta mil…bien, me quedo cien billetitos y no se hable más.

-¡Pero ése es todo mi capital!- no era verdad, llevaba otros cincuenta de reserva en el calcetín, pero había que pelear hasta el último centavo, tal y como se estaban poniendo las cosas.

-No rechistes, que ya sabes lo que puedo hacer. Yo, a cambio, te paso todos estos francos franceses, que bien podrán darte para comer unos días.

-¿Y para las tiendas de mi corazoncito?

-Tu corazoncito tendrá que vestirse en las tiendas de Pigalle, que bien picantes que son. Ya verás qué picardías, no has visto nada igual en tu vida.

-¿Refinados?- dijo ella, pensando en su entrada triunfal en los Cielos.

-¡Uy, ni te lo imaginas!- para un paleto de pueblo, pensó, es más que suficiente, y todo lo demás que vieras y gastaras sería un desperdicio en tus manos. –Por cierto, ¿dónde vive esa lindeza? ¿Tendrás su dirección?

-¿Eh?- ¡vaya despiste, eso no lo había pensado. –Pues en Pigalle.

‘Si ya lo decía yo, se ha ligado a un putón verbenero con ganas de marcha loca’.

-¡Qué fenomenal! Pues bueno, no se hable más, allí que te deposito en un santiamén. Ponte este chisme, es para saltar en marcha, porque mi nave no se puede detener y a la velocidad que iremos más te valdrá haber sacado buena nota en los cursos de pilotaje y planeo de la escuela superior.

‘¡Ahhhggg, pero si esas clases sólo las tomaban los chicos! Las brujitas estudiaban seducción, encandile, embrujo, y a cambio ellos las llevaban en sus aeroplanos. Como mucho como mucho, a ir en escoba aprendían, y no todas porque, al menos en Nowhere’s land, las escobas a motor eran la última moda y no había quien quisiera seguir las durísimas clases de vuelo simulado. Pensándolo bien, vaya machismo que imperaba en las profundidades del Mal, pero a ella tanto le daba ya. Claro que si ahora se tenía que estrellar y acabar vulgarmente con su belleza otra vez por culpa de un accidente… ¡vaya mala suerte sería!’

-¿No me lo digas? ¡No sabes planear, lo leo en tu cara de pavor! ¿Pero qué tipo de soldado eres tú? ¡A ver, que ya me estoy mosqueando más de la cuenta, quítate la chaqueta, que quiero ver qué cruz gamada llevas en el pecho! Una cosa es ayudar a un soldado bravo pero díscolo, como yo lo fui, y otra muy distinta a un impostor, que ni sabe de instrucción ni de nada…¡Venga, o te quitas la chaqueta o te la arranco yo!

‘¿Pero cómo diantres se salía de ésta? ¡Con lo suave que estaba el capitán y la había tenido que fastidiar otra vez! A éste no le podía venir con que tenía la lepra, porque lo pasaba a cuchillo en menos que canta un gallo después de haber pasado tantas horas juntos en la misma nave.’

-Pero no puedo hacer eso. Se moriría Ud. del olor putrefacto que despediría si me desnudase.

-¿Es que no te duchas, cerdo? Bueno, aquí he visto de todo, así que no tumbarás a este lobo de mar ni con olor a pies ni a sobaco. Así que vamos. Si la cruz no está grabada en sangre, serás un traidor y te llevaré de patitas por delante a la mazmorra más podrida que encuentre.

‘No dio clases de planeo, es evidente, pero sí que las dio de embrujos de última hora y emergencia. Así que había que ponerse manos a la obra y jugarle una mala pasada al capitán. Por otra parte, él lo había querido.’ Lo miró con ojos de cordero degollado, acercándole el aliento a las barbas y tratando de no vomitar. Él sí que olía mal.

-¿Eh, pero qué haces? ¿Por qué me miras así?

-Mi capitán, si quería que me desnudara tenía que haberlo dicho antes. ¿Pero no había notado mi anhelo por Ud. desde hace un buen rato?

Rosalinda/o se desabrochó el botón de la bragueta y le quitó el cinturón al capitán, que no salía de su asombro. El aliento gastado del soldado lo estaba dejando ko, y no sabía por qué. El nunca había sido maricón, o quizá una o dos veces de joven que le tocó por obligación, pero por gusto jamás de los jamases. Sin embargo, aquel embaucador tenía algo especial, desprendía las mismas feromonas que las brujas. Mientras Rosalinda le hacía cosquillas al capitán en el cogote, exhalaba un vaho caliente por la boca que dejó toda la habitación impregnada de aroma de eucaliptus. Era la mejor performance de brujería que había ejercido en toda su inmortal vida. El capitán fue lentamente cerrando los ojos y comenzó a emitir unos sonoros ronquidos que retumbaron en toda la cámara. Después se cayó todo lo largo que era en los brazos de la audaz soldado, que lo depositó en el suelo sigilosamente mientras se felicitaba de su éxito. ‘Pronto, ahora tienes que cambiar de voz y hablarles por los altavoces a los arribadores, para que lleguen a destino sin que noten la ausencia del capitán’. Se había fijado en cómo él manejaba los mandos, así que le imitó lo mejor que pudo. Lo difícil era silenciar los fuertes ronquidos que sonaban de fondo.

-Rumbo Pigalle, como estaba previsto. ¡Ejem! Avisen cuando todo esté listo.

-A la orden, mi capitán. Dos minutos y cuatro segundos para saltar.

‘¿Dónde coño habría un protector, o un airbag, en fin, alguna cosa para amortiguar el leñazo que se iba a pegar?’. Lo único que pudo encontrar fue una sombrilla de sol. ‘¿Y si se la llevaba por si acaso? En alguna película terrícola de Mary Poppins había visto a los humanos volar con aquel cachivache lo mismo que ellas con las escobas, así que más valía probar. ¿Y qué sería un metro?’. Sonó la alarma, así que era el momento. Incluso el capitán comenzaba a abrir los ojos, así que tenía unos pocos segundos antes de que toda su furia cayera sobre él/ella.

‘Hala, allá voy’. Una compuerta trasera se abrió como por arte de birli birloque, debía ser su momento, y allá que se lanzó de culo y sin mirar, eso sí, antes le robó un pequeño fajo de billetes franceses más al capitán. Era lo justo.

Notó cómo el aire caliente la envolvía en el viaje, todo eran humos y miserias. ‘¡Buahh, vaya pedazo de cochinada era la Tierra!’. Antes de que se diera cuenta de nada, ni pudiera pensar en abrir la sombrilla entre tanta negrura, se pegó un buen porrazo contra un elemento metálico en veloz movimiento. Entre su caída libre y aquel objeto que parecía avanzar perpendicular a ella, el mamporro la dejó medio sin sentido, así que por poco no lo cuenta. Sin embargo, Rosalinda era dura de pelar, y en cuanto se vio que aquello corría como un gusano endiablado, decidió tumbarse encima y quedar pegada a su piel hasta que cesara el movimiento. Lo peor eran las paradas que hacía aquel bicho. Cada dos por tres pegaba un terrible frenazo y se quedaba quieto. Entonces, cuando ella pensaba que el peligro había cesado y podía bajar sana y salva, el condenado chisme se volvía a poner en marcha frenética como antes. Tenía un mareo que ya le flaqueaban las fuerzas, y en uno de los traquetreos de arranque, se le deslizaron las manos y todo su cuerpo cayó rodando a los andenes. No sabía qué era aquello, pero si toda la Tierra olía así de mal, como a gas asfáltico, y estaba tan oscuro, no entendía muy bien esa pasión del capitán por este planeta. Seguro que todo lo había dicho para sacarle los cuartos. ¡Y ella que se sintió enternecida con la historia de Marlene! Desde luego que se tenía que apartar del Infierno, porque todo lo que tenía antes de fea –que no ahora- lo tenía de tonta, y así qué carrera iba a haber hecho ella.

Se quedó alucinada de lo que vio con sus ojos. Piojosos durmiendo, borrachos en cajas de cartón apiñados y con una botella en la mano, una loca y sucia mendiga que le quería robar de los bolsillos. ¡Pero si era mucho más asqueroso que Nowhere’s land en hora punta! ¡Así que la Juanorra ponía los ojos de chiribitas cuando le hablaban de darse un garbeo por la Tierra! Debía ser un exitazo su madre por allí.

-¡Eh, quita vieja chocha!

-¡Mignon, mignon, viens ici, n’échappe pas!

¡Por Satán, no entendía ni palota! Y todos los carteles que pillaba por las paredes de aquel antro estaban en parisino, debía ser. Había que ver, y eso que en el cole le enseñaron que con el inglés se iba a todas partes. ¡Je! Su madre tuvo una criada que venía de París una vez. ¡Pues no presumía ni nada Juanorra con aquello! Incluso tomó algunas clases su madre, que mira que era negada para aprender idiomas, ¿cómo era aquello que se le quedó grabado y repetía a todas horas? ‘Enchantée’. ¡Eso era! ¿Qué querría decir? Sonaba refinadísimo y su madre parecía otra cuando decía esa palabrota, pero claro, a saber si era un insulto, un agravio, con su madre nunca se sabía…

En eso que vio a unos chiquillos correr. Los críos siempre sabían todos los escondites buenos, así que podía seguirlos y ver dónde iban a parar. Tenían unas canicas de colores. Si en el fondo esto de la Tierra era como de estar por casa, ¡la de veces que había visto ella a sus hermanos con las canicas! Iban dándoles rebotes cada vez más lejos, y se pegaban unas corridas que Rosalinda estaba acabando su paciencia. Aquello era un laberinto de pasadizos iluminados por tubos de neón y gente maloliente, con un calor muy similar al de su morada. ¿Y si todo era una tomadura de pelo y seguía en el Infierno? No podía ser que todo fuera tan parecido, aunque la lengua que hablaban aquellas personas… Su aspecto, desde luego, no desdecía mucho de lo que ella conocía ya, pero aquella lengua. En el Infierno nunca había oído decir que hablaran más de un idioma, si no fuera el inglés para comunicarse con los esclavos. Le siguieron entrando más y más dudas, y justo cuando estaba a punto de rendirse y preguntar a los niños cómo se llamaba aquel endiablado barrio, los vio dirigirse a unas escaleras empinadísimas y mecánicas. Parecía que fueran a salir de aquellos pasadizos, así que se esperaría todavía unos minutos. Y no había terminado su pensamiento, cuando la luz la dejó casi cegata de tanto esplendor. ¡Demonios, mierda, su madre, vaya jodida! ¿Esa luz era el Cielo mismo o qué? Rosalinda no había visto tanta claridad nunca jamás, y hasta le dolían los ojos y se puso a lloriquear de picor que sentía.

Se terminaron las escaleras y cayó de bruces en el asfalto. Pero esta vez no era piedra maloliente ni humeante, como abajo, sino unos adoquines grisáceos de lo más elegantes. Caían unas gotas que más parecían hilos de lluvia que lluvia de verdad, a juzgar por lo poco que molestaban, y la luz del primer sol escondido la tenía más embaucada que cien aventuras de corsarios y piratas. En la tele había visto cosas así alguna vez, pero la realidad desbancaba todas las imágenes del celuloide. Miró a su alrededor: una hermosa plaza, agua en una fuente, pocas personas caminando, un perro, unos gatos, sobrios edificios que no parecían de cartón sino de cemento, y hasta un bar con mesas en una esquina, donde algunos transeúntes se paraban a leer la prensa y tomar café. ¡Mejor que en el cine! Se quedó así mirando un buen rato. Y desde luego, que el calor sofocante de los bajos no tenía nada que ver con el clima de aquí arriba, ¡ufff! Se respiraba que daba gusto y, es más, hasta se estaba quedando un poco fría a pesar de las muchas prendas que llevaba encima. ¿Cómo le sentaría un café al cuerpo serrano que se gastaba? No sabía cómo llamarían a aquello, pero desde luego tenía la misma pinta que el de su casa, así que lo diría en inglés que seguro que la tenían que entender. Y sino, lo señalaría con el dedo.

Se apresuró a entrar en la tienda y pidió a una señora que servía cigarrillos también:

-¿Coffee, please?

-C’est de l’autre coté, madame.

-¿What? –alcanzó a decir.

-Other side, madame.

‘¿Eso quería decir…? Vale, si me lo señalas es más fácil, encanto, que me vaya al otro lado de la barra, ¡pues claro!’.

Finalmente le pusieron el condenado café. Y le cobraron por ello un billete entero. Ah, no, calla, que le daban unas monedas de cambio. Bueno, estos tíos eran más rápidos cobrando que Jacinto en su restaurante de la calle de los Milagros. Ahora, que sabía un millón de veces mejor, eso también había que reconocerlo. Estaba cremoso y dulzón de tanto azúcar que le echó, sabía riquísimo. Bueno, tenía que empezar a pensar. ¿Cuál era su plan?