El club de las brujas

El club de las brujas

lunes, 13 de diciembre de 2010

ONCE: PARIS MON AMOUR


Juanorra todavía tardó varios días más que De Angelis en levantar el trasero de la cama. Cierto que le oyó marchar, ella se preciaba por tener el oído más fino del reino, pero emitió un gruñido por despedida y volvió a estirar las patas todo lo larga (o corta) que era, emitiendo graznidos, ronquidos y otras variaciones de sonidos nasales y guturales que le hacían el sueño de lo más animado. A veces roncaba tan pesada y fuertemente, que ella misma se llegaba a despertar sobresaltada, pero le duraba poco el susto y seguía hasta quedarse afónica.

Cuando por fin consiguió incorporarse, el sol estaba en pleno apogeo y la alcoba se había infectado de ratas y gatos que corrían unos tras otros maullando y gritando más que la propia Jota.

-¡Pero qué estruendos, todos fuera de aquí o les corto los cataplines, jodidos!

Los animales salieron más veloces que una cometa, porque el lenguaje de Jota era inteligible para todas las bestias del reino animal, con quienes, por otra parte, tenía tanto que ver. ‘¿Qué hora sería, de qué día?’. ‘¡Rosamunda, engendro, fea caperuza, dónde coño te has metido, por qué no has encendido los ventiladores, las cámaras frigoríficas están apagadas, cerda, verás cuando te coja!’. Siguió desgañitándose las amígdalas pero allí no aparecía ni su hija ni la sirvienta, y no había más que animales, suciedad, mal olor... y el viejo zorro, que también se fue por patas hacía mucho tiempo. Volvió a pensar en él, ¿qué fue lo que le dijo antes del polvete? ¿Pues no fue que le citó con el rey de su amor en París? ¿Y para cuándo sería eso? Bueno, alguna noticia le llegaría, sólo que tenía que tener cuidado para que no diera con ella la envidiosa de su hija, que menuda era, todo el día estaba hablando de ir a la Tierra, de ver sitios bonitos, vamos que se enteraba de que su madre iba para allá y le iba a dar la murga para que la llevara con ella, y eso ni mucho menos, era una chiquilla y bueno, que ella a su edad estaba todavía fregando que te fregarás suelos y comiendo pollas por doquier. En cambio, Rosamunda siguiendo estudios, saliendo de juerga, ¡jo, cómo habían cambiado las cosas! Ahora que, menuda tunda de palos se llevaba en cuanto la encontrara, quizá es que por fin se había comido algún polvorón, cosa dudosa porque entre lo feota que había salido y el poco salero... su madre le auguraba pocos amoríos...

Jota tenía un hambre voraz, como siempre que se levantaba después de haberse pegado un juergón, y nada que comer en la cocina, más que unos ratolines que correteaban por las baldosas entre escondrijo y escondrijo. De buena gana se asaría uno al horno, ¿pero de dónde sacaba un horno limpio? Mejor hacerse un guisote en el bar de enfrente que la dejara colmada de una vez. Y luego adecentaría ella misma el cristo que había montado en su casa, ahora que, ¡bueno le iba a poner el culo a la sirvienta como tuviera la desfachatez de asomar el morro por allí! ¿Dónde se metería esa condenada avispa?

Bajó los escalones como pudo, así, sin vestirse más que con una bata de guata que había en el armario y que le estaba a explotar de prieta.

-¡Jacinto, ponme un guisote que vengo que me tiemblan las piernas de hambre!

-¡Marchando, Jota! Hace días que no se te ve el pelo, ¿a quién tenías amordazado en la cama? Confiesa, ¿es verdad lo que dicen las malas lenguas?

-A todo un pelotón de infantería, Jacinto, que uno a uno han ido entrando y haciéndome la corte hasta que pasé a unos cuantos por la piedra. A unos cuantos yo, y a otros cuantos mi hija Rosamunda.- amor de madre, se dijo, sino la defiendo yo frente a las habladurías de su extrema sosez no habrá quien la pretenda y no me la saco de encima...

-¿Un pelotón entero? Eso no es lo que se cuece en el barrio, Jota, que dicen que tus amoríos son con uno y no con cientos, ¡y vaya uno!

-¡El guisote, Jacinto, y menos cotilleos!

-Pero... anda dime sólo si ése cascarrabias la tiene dura y te invito al guisote...

-¿Serán unas gachas con champagne del caro?

-¡Serán! Venga, suelta por esa boca ...

-Uff, hablar con el estómago vacío no se me da nada bien, y no digamos con la lengua como una lija de seca y rasposa...

Jacinto se frotó las manos y marchó en un santiamén unas gachas, un pan con tomate, unas patatas estofadas con rabo de toro y un cuenco del champagne más carete que tenía. A Jota no la podía estafar, ¡menudo paladar tenía!

Juanorra devoró sin descanso y bebió hasta ponerse a bailar como una peonza de beoda que iba. Jacinto entonces se dio cuenta de que se había pasado de confianza, siempre se la jugaba la bruja, le prometía algo pero luego se ponía tan ciega de comer y beber que se iba rodando a su casa y no se acordaba de nada de lo prometido. Pero esta vez no la dejaría irse hasta que largara algo de lo sucedido con el viejo comandante, su amigo de la infancia y que ahora ni lo miraba en la cara, con tantos galones como llevaba. ¡Pero bien que le tenía contadas la de veces que se citaba con Jota en el barrio, a saber que se traían entre manos esos dos!

-Venga, Jota, no te hagas la sorda ahora, suelta algo o no te fío ni un duro más, ni aquí ni en el super ni en la pollería.

-El zorrón ése tiene cosquillas, muchas cosquillas, en los pies y en los sobacos sobretodo. Basta que le hagas así con el plumero de limpiar el polvo, y se pone más chocho que un algodón.

-¿Y se le pone la cosa empinada todavía, o de eso nada, como dicen por ahí?

-Más que un palo seco, Jacinto.

Juanorra ya estaba revolcándose por los suelos de la risa. Menos mal que la había puesto a comer en un sitio apartado, sino la conocería él. Cuando empezaba con las risotadas ya no había nada qué hacer, no le sacaría más que mentiras y anécdotas para escandalizarle, así que la tumbó a dormir la mona en un sofá para que no montara el espectáculo con los otros clientes.

Mientras tanto, Garcilaso no paraba de mirar la hora. ¿Pero dónde se había metido la cachonda de Jota? De Angelis le dijo que ella estaría al tanto para una conferencia visual a esa hora en su casa, pero que si quieres arroz, ya sabía él que Juanorra no estaría a la hora convenida en el sitio justo, ¿así cómo iban a planear la escapada? Pues él tenía que encontrarla, es que se ponía enfermo, seguro que estaba jugando una partida, o con una melopea de tres pares de narices, ¡cómo se ponía de pensar en ella!

-De Angel, cariño, ¿qué fue de tu eficacia? ¡Mi amor no contesta a la videoconferencia, si ya sabía yo!- dijo, localizando a su amigo.

-Todo controlado, tortolito, tú no te muevas que te la encuentro en un periquete, esa zorrilla está hinchando el buche, ya verás...

-¡Ay que me pasan las horas y se me acortan las vacaciones, búscala deprisa!

Al minuto después tenían un soldado aporreando la puerta del restaurante de Jacinto. El propio barman se había decidido a echar una siestecita después de cerrar el bar, y allí que estaban los dos duerme que te dormirás.

-¡Está cerrado!-gritó-¡vuelva para la hora de la cena!

-¡Busco a Juana Expósito Fundador!

-¡Corcho Jota, que te llaman ahí fuera!-le espetó a la bruja dándole un buen codazo.

-¡Rayos, Jacinto, púdrete en tus agobios y diles que no estoy!

-¡Aquí no hay nadie con ese nombre!

-Dígale a la hembra Expósito Fundador que la esperan para una videoconferencia, y por todos los infiernos que tenemos que encontrarla.

-¿Una videoconferencia?-Jota pegó un brinco que aplastó las finas nalgas de Jacinto y le dejó los huevecillos hechos papilla-¡voy pitando!

Como no encontraba la bata se colocó un mantel cubriéndole las partes más pudendas, y salió con las carnes al aire y el pelo alborotado y grasiento. El pobre soldado que había dado el aviso pegó un salto atrás al ver aquello, que más que una mujer parecía un animal salvaje.

-¿Qué pasa? ¡Tú eres igual de feo y yo no me espanto, vaya con estos críos de tres al cuarto, tendríais que haber visto cómo eran las brujas de los buenos tiempos en que los niños se hacían caca sólo de verlas! ¿Dónde vamos?

-Me han encargado que la conduzca hasta una furgomóvil, y desde allí la contactarán enseguida vía digital.

-¿Está lejos ese furgón o puedo ir así?

El soldado le echó una mirada. Juanorra iba descalza, una vasta pelambrera le cubría casi todo el cuerpo y el chichi se lo había tapado con un mantel de color rojo, además de aquel olor indescifrable...

-¡Vale, vale, no digas nada, espérame aquí que voy por unas pantuflas y un chaquetón.

‘Y date una ducha’ pensó el chaval, pero calló prudentemente. Sin embargo, Juanorra bajó con el mismo hedor que había subido, y que, aunque él no lo supiera, formaba parte de ella y su atractivo. Tan sólo cuando iba a ver a su amado pluscuamperfecto se embadurnaba de perfumes caros y cremas, pero sin ducharse tampoco. Garci decía que aquellas pestilencias le ponían cachondo, ¡ése sí que era un macho!

Partieron enseguida, y después de bajadas y subidas por las callejas del barrio llegaron a un descampado donde lucía un flamante camión verduzco del ejército satánico. De Angelis sabía cómo organizar las cosas, desde luego.

-Bueno, pues ahora entra ahí dentro, y se queda esperando mientras contactan con Ud. No pueden tardar mucho.

-¿Y tú?

-Yo estaré aquí fuera vigilando, por si las moscas, además no se me permite escuchar ni ver la videoconferencia.

Era un camión todo confort, anda que los militares no se lo montaban del todo mal. Ella sólo había visto las carracas que danzaban por Nowhere’s land, y desde luego no vestían este cuero, asientos mullidos, música high tech, ¡juahh! El remolque era aún más lujoso... asientos abatibles y consolador incorporado, ¡así no había quien pegara ojo! Había un montón de libros y revistas, pero estaban en inglés, a buenas horas, era demasiado sofisticado para su culturilla de tres al cuarto. ‘¿Hablarían en París como aquella criaducha que tuvo tan refinolis?’, empezó a elucubrar. ¡Bah, al cuerno! El lenguaje del folleteo se comprendía en todas partes por lo mismo.

Escuchó un leve siseo y pensó que habría animales espiándola. Pero no, era el vibrador encima de la mesa, aquello más que un remolque parecía el salón de la casa de los Thyssen que salía en las revistas. Cogió el vibrador con la mano. ¡Jua jua! Hacía cosquillas. Empezó a apretar botones a ver qué más sabía hacer aquel condenado, y de pronto se oyó:

-¡Coño Juanorra, quieres dejar de jugar!

Se pegó un susto de muerte y se dio la vuelta. Así como por arte de magia la pared se había convertido en una gran pantalla multiforme y coloreada.

-¡Viejo zorro! ¿Qué haces tú ahí? ¿Dónde está mi bello y feroz amante?

-Pues anda, que si no es por mí, ahora se pone, ahora...

-¡Princesa, cochinilla, miel de mis amores...!

Jota ya empezaba a ponerse las manos en las partes bajas y a chillar como una rata en celo.

-Espera, espera, tenemos que hablar. Luego podemos pasar a la acción, pildorita.

-Dime, ángel de amor. Mi pubis es todo oídos.- dijo todas las palabras finolis que sabía.

-Nuestro encuentro se acerca, y ese chochito será del Bello Garcilaso en menos que canta un gallo. Tienes que prepararte y partir esta noche. Ahora tengo que irme antes de que me descubran pero sigue las instrucciones del soldadito que te hemos enviado y no lo pierdas de vista, es tu salvoconducto.

-¿Ese imberbe?

-¡No discutas vieja bruja, que bastante difícil me lo habéis puesto ya, es lo menos arriesgado que he podido encontraros! Ninguno quería ir contigo porque están rencorosos de lo mal que pagas los favores... -dijo De A metiendo baza.

-¡Zorro, ésta era una conversación privada! Pero está bien, sólo por una vez me pondré solícita y dócil. ¡Nos vemos en París, amor de mis amores! No sin antes... mírame a los ojos... ¡ay por Satán y por todos los diablos que me voy que me voy que me voy...!

Se escucharon bufidos y rebufos en todos los auriculares, en unos más finos que en otros, y hasta el servidor del correo suspiró de gusto. ¡Endiablada hembra!

Ahora había que darse prisa y salir de allí en volandas, la noche estaba al caer y no podía perder ni un minuto más antes del encuentro.

-¡Tú, soldadito, vamos, partamos sin dilación!- espetó Juanorra sacando sus robustas patorras del megacamión.

-¡Shhssshhhss, señora, por su padre, no grite!

Jota recordó que había prometido a Terminator que sería gentil y buena viejita hasta llegar a puerto. Luego ya tendría tiempo de desmelenarse en los antros parisinos. Así que sonrió al crío aquél, mostrándose desdentada y con cuatro fundas de oro falso. El chico pensó que este marrón le había caído encima porque era su año de prácticas, pero bien sabía él que era una misión importante, y que como tuviera algún fallo lo dejaban tuerto y alguna cosa más. ¡Ya podía esmerarse porque la misión no era moco de pavo!

-¡Partamos!