El club de las brujas

El club de las brujas

miércoles, 26 de octubre de 2011

QUINCE: EN PARIS POR SOLEARES


-Pero bueno, ¿este viaje es que no tiene fin o qué? Yo quería pegarme un buen revolcón, pero esto es peor que ir al fin del mundo. No recordaba tantas dificultades desde los tiempos de la Reconquista española. ¡Y tú eres un inútil! ¿Cómo puedes salir en misión sin un whiskito, unas patatitas bravas, unos atunes en vinagre…? Llegamos al paraíso terrenal y no se te ocurre más que meterme unas píldoras de largo recorrido, ¿pero qué te he hecho yo? Además, creo que estas mierdas me han inhibido el deseo sexual, o como diablos llames tú a las ganas de follar. Sólo tengo que gases y pedorretas.

-¡No hace falta que lo jure, señora! ¡Está el ambiente cargado a tope! Pero las pastillas se las di para combatir la melopea que se traía en la frontera, menos mal que le confiscaron los vigilantes la petaca. El alcohol le hubiera hecho explotar las vísceras y hubiera sacado por la boca hasta la primera papilla en la nave. ¡Anda que, vaya modales!

-¿No lo dirás por cómo te he tratado, gañán?

-Si no fuera por mi jefe el primer comandante, bien lo saben los Infiernos que no hubiera podido resistirme a pasarla a cuchillo, ¡vamos, qué humillación!

-¡Jua jua! Te revolvías como un cochinillo cuando te até al volante de la nave y te hice cosquillas en los cataplines. No me divertía tanto desde que vi a una esclava bailar encima de las brasas el verano pasado.

-Es usted una descerebrada, si llego a mover un ápice de mi rumbo con las convulsiones que me entraron, estamos ahora en Plutón o estrellados contra el Sol, quién sabe. Si ya sabía yo que una misión así, tan importante, dármela a mí que soy novato, tenía gato encerrado. Bueno, milagrosamente estamos aquí, en menos de una hora la habré depositado en su destino, y podré irme feliz perdiéndola de vista.

-Necesito que follemos, me pica el chichi.

-¿Pero no había dicho que…? Es igual, eso no está entre mis obligaciones de soldado. Aguante un poco, mujer, que estamos en medio de la calzada y nos detendrían por escándalo público.

-¿Es que aquí no se puede follar a tutti plen cuando se te antoje? ¡Pues vaya escondite al que me trae Garci!

-¡Shh, sin gritar! En los espacios públicos los mortales son muy pudorosos, que aquí el sexo es cosa de intimidad y no para airearlo a los cuatro vientos. Al menos eso me enseñaron en la academia, señora, así que deje mi bragueta tranquila y no me ponga la mano en el culo, ¡por todos los demonios! ¿No ve que si seguimos así nos vamos a perder? Y esta condenada ciudad es muy grande.

-Y asquerosamente bella. ¿Dónde están los prostíbulos, la gente de mal vivir, los chulos y las putas? Si es que ya sabía yo que a París no teníamos que venir porque me encontraría rara… Además, estoy harta de andar, ¿y si nos teletransportamos a otro lugar?

-No podemos hacer eso, porque nos descubrirían. El hotel Ritz tiene que estar a menos de una manzana ya. Aguante un poco más.

-Tengo sed, quiero un vinito o una cervecita, ¡por tu padre! Este Angelis me va a oír, vamos que te han educado en un campo de concentración a ti, o eres más espartano que un romano de los de antes. Pero yo sé lo que te pasa, con ese acento tan de vaca española en francés, pues te da vergüenza que no te entiendan.

-¿De vaca española?

-Si tú supieras, ¡qué poca culturilla de a pie que tienes! En mis tiempos mozos tuve yo una criadita que venía de París, y la de cosas que me enseñó. No veas cómo voy a quedar con las amistades de Garci, no se espera él lo refinada que me va a encontrar. Y los gabachos cuando alguien habla mal su idioma pues le dicen que lo habla como una vaca española, yo qué sé porqué.

-La verdad que con la ropa que le hemos puesto en la Aduana, que ha quedado mucho más presentable. Aunque hubiera ayudado que se hubiera dado una ducha antes. Yo no tendré culturilla de ésa, pero lo de los jabones y la limpieza es universal, y hasta los demonios se cuidan cada día más en la cosa de la higiene personal. ¡Es que echa un tufo!

-¿Qué sabrás tú? Pues a mi Garci le ponen estos efluvios, así que chitón, ajo y agua.

-¿Ajo y agua? Otra de sus frases, seguro, pero no me lo diga. ¡Mire, ahí está!

-No puede ser, no puede ser, no puede ser.

-Bien clarito que lo dice, “hotel Ritz”, y es la plaza Vendôme, como decía el mapa. Mi trabajo me ha costado pero de equivocaciones nada. Ahora que, mirándolo bien, es muy lujoso, ¿verdad?

-¿Muy lujoso? ¡Pero si no me dejarían entrar ahí ni en cien años!

-Con estas lentejuelas… si no fuera porque ha roto las medias y se ha cargado los tacones, la cosa podía pasar, digo yo, y con una recomendación del ángel ése…

-No me dejarán entrar y será un bochorno. Este amor mío es que tiene salidas de peteneras. Una cosa es que esté enamorado, y otra que me confunda con una princesa. Pero la tía Jota encontrará la solución. ¡Ahora lo veo! Esto es un reto, como Garci sabe que me van las cosas estrafalarias, pues se ha propuesto invitarme al sitio más retro y más chic de toda la ciudad, y bien sabe él que conseguiré entrar, aunque tenga que marcarme un baile flamenco. ¿He dicho flamenco? ¡Claro, entraremos disfrazados de artistas!

-¿Escucho ‘entraremos’? ¿Por qué tengo la sensación de que no me iré de vacaciones en media hora?

-Si quiere jugar, va a saber lo que es bueno. No sólo me vestiré de faralaes sino que tendremos un gran éxito. Venga, saca la pasta, nos vamos a comprar ropa de sarao, niño.

-Un momento, un momento. ¿Por quién me ha tomado? ¡Yo soy un soldado, un militar, y mi misión ha terminado!

-¿Me crees tan imbécil de dejarte marchar estando yo en apuros? ¡Tú no te largas hasta que yo haya entrado por la puerta de la chambre de Garci y lo haya desnudado con mis propias manos! Tu misión está incompleta por ahora, así que da gracias de que no tienes que inventarte un plan de acción porque ya lo tengo yo. ¡Venga, a disfrazarse!

-¿Y dónde encontraremos un atuendo de baile español?

-Pues en un tablao flamenco. Si vieras la de noches que me han palmeado a mí en mis buenos tiempos, teníamos un abuelo gitano que compramos a unos bereberes y que nos cantaba por soleares. Así empezó la afición, ¡y en menuda bailaora que me convertí!

-¿Usted bailaora de flamenco?

-A mi Francisco le dio por comprar gitanos andaluces para el negocio, y montó un chou que no veas el éxito que tenía. ¡Era el novamás de Nowhere’s land! Y claro, con tanto cante jondo y tanta sevillana, no me resistí a ponerme encima del tablao yo también. “Las noches de la Juana”, pues no era conocida ni na, pregunta, pregunta a tu padre, seguro que se acuerda de esta vieja leyenda. Les comía la oreja a los gitanos aquellos que los tenía locos de contentos. Y los clientes, ¿pa qué te voy a contar?

-Bueno, que se nos va la pelota. Visto que baila usted de mil demonios, ¿qué sugiere?

-Entremos a ese bar, nos tomamos un aperitivito de nada y consultamos la guía local, a ver si localizamos un tablao que haya por aquí. Vamos allí, chingamos unos trajes, y nos presentamos en el hotelazo como Amaya y Jacarandó.

El soldado, que también se estaba quedando con la lengua seca de tanto palique y marcha, accedió por fin a tomarse un respiro en aquel bar humano, así que entraron y pidieron unos tentenpies.

-Y claro, vestidos de luces y con esos nombres, ¿nos admiten?- prosiguió el soldado, ya con la boca más fresca.

-En los hoteles siempre hay un bar, pedazo de cabeza hueca. Tú y yo entramos por la puerta del servicio, y una vez dentro, nos ponemos los vestidos y ¡hala, a montar el sarao en el bar!

-¡Pero nos sacarán de allí a patadas, será una humillación!

-No, si mi bello Garci está en el ajo. ¡Menudas influencias tiene, es el mandamás del Ritz, como si lo viera! Yo le envío un mensaje misterioso a su chambre y le digo que tiene que estar en el bar del hotel a las ocho en punto, pongamos, sin especificarle nada más. ¡Y si quería sorprenderme, será él quien se quede prendao de mi ingenio, je!

-Desde luego, señora, ya empiezo a entender por qué la llaman “la leyenda”, es usted una caja de sorpresas. Mucho le tiene que gustar ese Garci para tanta parafernalia.

-No es una cuestión de gusto, cariñito, es que tiene un salero y un savoir faire, que tú no lo tendrás ni aunque vivas cien años.

-Al final me voy a pensar que sabe más francés usted que yo. ¿Savuarfer?

-Eres un apolillado estudiante y rata de biblioteca, te hacía falta salir por ahí con la Juanorra para saber lo que es la vida. ¡Tanto estudio, tanto estudio, estos pollitos de la escuela militar es que no sabéis hacer la O con un canuto!

Comenzaron a mirar en la guía, y buscaron por “flamenco”, por “tablao”, por “sevillanas”, vamos, que aquello era más difícil que comerse unos chopitos con tomate. Y, a punto de desistir, a Juanorra se le ocurrió una idea todavía más loca. Saldrían a bailar sin ropa. Jua jua, aquello sí que no se lo esperaba Garci…¡Y a ver cómo la sacaba de ésta! Pues no le había hecho una encerrona citándola en un sitio tan finolis, ¡se iba a enterar de cómo las devolvía la vieja! Igual acababan en la cárcel, o en la “prison” que era lo mismo, con unos gendarmes de la gendarmerie francesa. A ella tanto le daba mientras pudieran estar juntos, y pensándolo bien, mejor una putrefacta celda llena de olores y meaditas, que estos lujos tan incómodos para ella. Mira que le dijo que quería ver los putiferios de los barrios bajos, pero él nada, a ponerla a vomitar de tanta cursilería. ¡Ya cambiarían las tornas dentro de un rato, ya!

El soldadito estaba horrorizado, pero, de uno u otro modo, veía cercano el final de su misión, y no tendría que seguir aguantando a aquella arpía más que unas cuantas horas ya. Aunque, para ser del todo sincero consigo mismo, cosa que hacía pocas veces, aquella bruja no era tan malvada como se la habían pintado. Incluso se podría decir que le había decepcionado ligeramente, con tantos miramientos por un ángel. El los odiaba y tenía que combatirlos a todos. Es más, todavía se estaba pensando si eliminar a éste o, como le había dicho el Redentor, saltarse las reglas y dejarle en paz en manos de Juanorra. Angelis le convenció diciéndole que sería la propia bruja la que, después de cepillárselo por delante y por detrás, le daría una buena estocada en su ego peor que la muerte. Pero él estaba empezando a dudar, porque veía a la bruja demasiado enamoriscada para hacerle sangre al angelito ése. Bueno, en cualquier caso, hacía bien en quedarse a vigilar. Si no era ella quien después de los polvorones le hiciera daño, él mismo se encargaría de empuñar la espada que lo destruyera, y así lograr su primera victoria frente al Bien. Si se paraba a analizarlo, puede hasta que fuera su primera misión para probarle, para ver si tenía las agallas suficientes de su rango y graduación, así que no podía permitir que las cosas quedaran a medias, y Angelis se sentiría orgulloso de que le hubiera traicionado en aras de una victoria para el Reino.

Seguiría bien de cerca a los tortolitos después del chou, y más le valía a Juanorra pegarse la juerga pronto, porque él no permitiría que aquel pretencioso siguiera triunfante por mucho tiempo, burlándose de los Infiernos como si tal cosa. Después de poner la colita a remojo, como quien dice, se las vería con el combatiente soldado Herr Jones Krugger, y de ahí al estrellato. Fama y gloria le esperaban después de derribar al temido Terminator. Eso, y unos buenos billetes que había prometido el sabio Valenciennes, su mentor en el último curso de la escuela de cadetes, para el más bravo de los graduados que lograra vencer a los príncipes de Celeste.