
¡Pero qué aspecto más estupendo
tenía todo! Era más de lo que había podido soñar jamás, vamos que no tenía
parangón siquiera con ninguna de las series de la tele, y es que, a fin de
cuentas, los hacedores de películas ni habían asomado el morro por aquellas
vistas celestiales jamás. Desde luego, lo que era venir con enchufe, nadie,
absolutamente nadie, le había cuestionado sus credenciales de entrada, ni
siquiera le habían pedido un carnet, ni una contraseña, ni nada de nada.
Simplemente se miraron el uno al otro, los guardianes de la puerta, y le
espetaron una sonrisa como si la conocieran de toda la vida. ¡Y el aspecto que
se traía! Ni en las mejores tiendas de París habia visto unas telas tan lujosas
como las que la arropaban ahora, ¡quién sabe por qué misteriosas razones se
había encontrado con ese atuendo y a las puertas de Celeste! Lo último que
recordaba era una habitación de un hotel en París y una ducha bien fría, pero
le parecía indescifrable el camino que había seguido desde entonces hasta aquí.
¿Quizá lo había deseado tanto que su ansiedad lo tornó posible? Y este aspecto
inmejorable, con la piel tersa de un hada, el pelo cobrizo y ensortijado como
el de Garci, las manos refinadas y con esos dedos largos de pianista, y las
piernas de gacela... no daba crédito a su suerte.
Nada más traspasar las ornamentadas
puertas de oro macizo se encontró con el paraíso. Su cuerpo material dejó de
pesarle y se le mostró transparente, mitad azulado mitad rosáceo. Esto casi la
molestó, con lo que se había empeñado en poseer una silueta de top model y
cintura de avispa, allí arriba parecía que lo corpóreo careciera de entidad y
las almas vagaran libres entre nubes, terrenos verdosos y ausencia de fuerza
gravitatoria. Poco a poco se le acopló la visión a las agualosas incertidumbres
de palacio. Las hadas, que tanto había imaginado como vedettes del mundo de la
moda, eran marmóreas y de una belleza tan gélida como perfecta. No eran formas
de silicona ni muslos carnívoros lo que las caracterizaba, sino que estaban
dotadas de una fuerza atractiva que la pobre Rosalinda no sabría cómo describir
a la vuelta, su vuelta, si es que había un retorno, claro. Pero de eso nada,
toda la vida, su eterna vida circular, ansiando este momento de exaltación, y
ahora no hacía más que temblar de miedo.
Ciertamente que no era como lo
había esperado, un circo de seres apetentes y fuentes de las que emanara
coca-cola y champagne francés, y bellos querubines haciéndole la corte con
románticos gestos, y tartas de trufa coronadas de nata para torsos estilizados
e inengordables... Hedonismo, culto al cuerpo, relax y vacaciones permanentes,
y corazones que no te la fueran a jugar apenas les hubieras dado la espalda...
Celeste, sin embargo, resultaba ser
un lugar etéreo e infranqueable, de difícil descripción. Lo que no era, desde
luego, un espacio ruidoso, salvo por los sones de Bach y flautas que se
escuchaban de fondo, como en hilo musical. Preguntó si había alguna playa,
porque se pirraba por una cervecita mirando al mar, como en las películas otra
vez. Pero bueno, que ni había mar ni servían alcohol, le dijo un ángel
espantado de tanto mal gusto. ‘Bueno
relájate, estás demasiado agitada todavía’, se dijo Rosalinda, ‘y estas cosas
digo yo que llevan su tiempo’. En realidad, la brujita no había salido nunca,
no ya del Infierno, sino de su barrio Nowhere’s, así que no era de extrañar que
la hubiera embargado un sentimiento de melancolía mezclado con secreta añoranza
por los lugares comunes. Si ya lo decía el refrán, que más vale malo
conocido... ‘y yo empeñada’, se dijo, ‘vamos emperrada, en salir de mi casa y
correr aventuras. Pues toma aventuras, aquí estoy, como un canario en medio del
océano y, lo que es peor, sin billete de vuelta’.
Se miraba y remiraba la piel, pero
transparentaba de una forma que no había manera de saber si era bella por fuera
o por dentro, todo colores y formas voluptuosas. Lo que sí, una sensación de
calma total y de sueño. Más que de sueño, de adormecimiento consciente. ¿No
habría ningún bar en la zona en donde le sirvieran un café frappé? Vaya, ahora
le había dado esta especie de antojo humanoide, ¿a santo de qué venían ahora
deseos tan materiales en medio de la delicia del paraíso? Preguntó a unos
ángeles que la rodearon haciendo volteretas en el aire, pero no supieron
contestarle y, como si hubiera dicho una tontería, se fueron corriendo entre
sonrisas y cantos de sirena. Desde luego qué gente más alejada de las cosas
terrenales. ‘Claro, también tú’, se dijo, ‘que estás en Celeste, ¿qué quieres?’
Según había leído era el reino de los deseos cumplidos, más bien de la ausencia
de deseos puesto que todo lo que se podía anhelar ya estaba al alcance de uno.
Vale, eso estaba bien, pero ella tenía ganas de probar un café helado y no
había Dios, por cierto de mentarlo, que le dijera cómo conseguir uno.
‘Esta bien’, se dijo, ‘me
tranquilizo como sea. ¿Y si me doy un bañito en esa piscina tan apetecible que
se divisa desde aquí?’ Se quiso encaminar hacia allí, pero no sabía cómo
avanzar. Piernas no se veía ningunas, ni tronco ni manos, así que, ¿cómo se
movía uno en estas circunstancias? Observó el movimiento de unas hadas que
pasaban por allí y llegó a la certeza de que no había más que tener voluntad de
hierro y mirar hacia el lugar deseado. Primero fue avanzando a trompicones,
pero poco a poco recobró un paso virtual más relajado y apenas en unos
instantes estaba pegada a un bello lago repleto de cisnes. ¡Vaya, allí los
únicos que tenían una forma dibujada con precisión parecían ser los animales!
Pocos había, la verdad, pero eran bellos por fuera, como ella había imaginado
que sería todo en Celeste.
Entrar en el agua se le hacía más
difícil, y más que entrar, disfrutarla, porque, sin cuerpo que refrescar, ya me
dirás qué necesidad tenía de mojarse. Pero, más que nada, era por probar si
verdaderamente había perdido su condición brujeril y había mutado en hada de
todas todas. Si así era, al tocar el agua sentiría un placer refrescante, como
siempre había soñado. Pero si aún quedaban resquicios de su condición anterior,
le rechinarían los dientes invisibles de dolor al contacto con el elemento líquido
más odiado en el Infierno, tanto más cuanto más fría estuviera. Los demonios
huían del agua tanto como los gatos; sólo se lavaban en casos contados, con
agua caliente y preparada con cal, pero nunca en mar abierto, ni siquiera
piscinas naturales o lagos, y menos sin tocar fondo puesto que no sabían nadar.
¡Así se les quedaba la piel!
En la ducha de su madre ya probó
con el agua fría antes de iniciar el viaje, y no le desagradó en absoluto, pero
no dejaba de ser agua calcárea. Y en el río, cuando fue a lavar la bata después
de quedar a tope de barro por culpa del general De Angelis, tampoco sintió
dolor, pero sólo se mojó las manos. Así que todavía no las tenía todas consigo
de haber mutado de veras, y la prueba le daba un miedo horroroso, pero tenía que
hacerlo. Se sumergió sin pensarlo más tiempo, y notó, para su regocijo, un
frescor inmediato. Nada, no sentía ningún dolor ni muscular ni óseo. ¡Bravo,
era un hada como la mejor! ¡Hurra, victoria, maravilla sexual de la naturaleza!
Quiso palmotear y chapotear como si fuera un pato, pero como le faltaba cuerpo,
o sea entidad física, se contentó con pensar en el sonido que daban las palmas
de las manos al chocar entre sí. Ahora, que se sintió un tanto compungida por
la falta de sensación táctil que experimentaba. Estaba visto que tenerlo todo
era imposible, aquí como en los Infiernos.
¡Uy, vaya atractivo angelote que le
había rozado la pierna derecha! Pero bueno, ¿qué pierna? Si ella no se veía
ninguna, y sin embargo, había notado aquel roce como si fuera pura
electricidad...
-¿Eres nueva por aquí, preciosa?-
le espetó de golpe. ¿Pero de dónde había surgido aquel ente gaseoso tan
apañado? Tenía la voz de un “castrato”, pero las formas de un gentleman y el
look interesante, aunque difuminado, como todos los seres que veía en Celeste.
Aún así, era el primer ser vivo que le dirigía la palabra por allí.
-Soy un hada- probó a decir.
-¿Y tu aura dorada?
-¿Qué aura?- aquí se sintió pillada
por las circunstancias, ¿de qué le hablaban?
-¡Jah, vaya hada estás hecha! ¿A
quién quieres engañar? Eres una infiltrada, si lo sabía en cuanto te he visto
moverte como un pato mareado. Apuesto a que has llegado con el grupo de
turistas que entró ayer por la tarde y te has despistado de ellos para vivir la
experiencia por tu cuenta, ¿eh? Pues yo te puedo poner las pilas que
necesites...- dijo con tono socarrón y rozándole otra vez la pierna que no
tenía.
¿Qué era mejor, seguirle la
corriente o mandarle a tomar viento fresco? Claro que, era su único amigo allí,
y digamos que andaba algo necesitada de contactos. Mejor entonces echarse el
rollo con él y utilizarle para unas cuantas lecciones prácticas de cómo moverse
en Celeste. Además, que era tan marmóreo como las hadas que había visto
paseando por los jardines, pero había química con él, le daba buen feeling
cósmico.
-Eres muy hábil, comotellames.
-Soy Cóndor, ¿y tú, bella turista
intrépida?
-Soy Melanina.
-¡Anda, vaya nombre tan tonto, pero
si eso es un pigmento de las células animales! Aquí es muy apreciado porque nos
da un color de lo más chic. Ya sabrás que los habitantes de los cielos somos
paliduchos, entre violáceos y rosáceos según las alturas, pero básicamente nos
pirramos por coger colorcillo mundano, últimamente es muy fashion. En fin, yo
sólo digo que con ese nombre no llegarás muy lejos por aquí.
‘Vaya, quería haber dicho Melanie,
como la actriz de la tele, pero demasiado tarde’.
-Bueno, ¿y cómo debería llamarme,
según tú?
-Ni nombre de diosa ni de hada, que
les cogen muchos cabreos, pero algo así como una actriz megafamosa, ¿qué te
parece Audrey?
-¿Au qué?
-Pero bueno, ¿es que no has visto
‘Desayuno con diamantes’? Audrey, ¡como Audrey Hepburn! Aquí hasta las diosas
la imitan, y le hicimos una estatuilla con aura dorada cuando murió y la
trajimos para el paraíso, ¡que ríete tú de los oscars de Hollywood!
-¿Y qué tal Rosalinda?- dijo ella
tímidamente, esperando una risotada o algo peor.
-¡Me gusta! Es discreto, quizá un
pelín cursi, pero te va bien, te imprime carácter. Y otra cosa importante, no
está muy visto así que te mirarán con curiosidad cuando lo pronuncies. ¿Piensas
quedarte mucho tiempo por aquí?
-Lo justo, ya veremos.
-Claro, claro, ¿oye, no serás
periodista? Paparazzi, ya sabes.
Cada vez estaba más perdida con la
conversación.
-¿Papa qué?
-No, ya veo que no. Es que yo me
pirro por salir en uno de esos programas de famoseo de tu tierra. Aquí estamos
enganchados, ¡vamos lo que daría yo por darme un garbeo por allí y salir en la
tele, aquí se morirían de envidia! Pero sólo las musas viajan...- suspiró
lamentándose.
Era un poco mundano este angelote,
pero aquí tenía una buena oportunidad para entrar en materia.
-¿Las musas? Y tú, ¿no eres una
musa?
-Uff, tienes que estar muy cerca de
Dios para eso, y qué quieres, yo soy corrientito, pero no como esos modelines
que le van detrás todo el día mariposeando, moviendo las alitas al viento...
-¿Que le hacen la pelota?
-Eso cuando menos. Además, que es
muy cansado lo de ser musa, todo el día viajando de aquí para allá, con el bip
colgado de la oreja y al servicio de cualquier artista impertinente y
narcisista. Si llama la inspiración pues hala, ni que estés en medio de la
siesta o ligando con una pibita, tienes que salir disparado y ponerte al
servicio de las artes.
-Sí, sí, ya será menos, seguro que
hay maneras de escaquearse y echar una canita al aire...- dijo ella, pensando
nada más que en el jeta de su padre.
-¡No, por menos de nada el Creador
te pega un sopapo y te baja el rango! ¡Anda que no hay disciplina en Celeste!
Solamente hay un príncipe que está a la derecha del Padre, y hace con El lo que
le viene en gana, pero los demás, anda que se van a desmelenar...
-¿Y quién es ése?- dijo Rosalinda
con orgullo, esperándose la respuesta.
-Se llama Garcilaso, y es el
ejemplar más bello de todos los ángeles musa del reino. Lo parieron y rompieron
el molde, se dice por aquí. Mira, que se me eriza el vello de pensar en él.
-Pensaba que te gustaban las
pibitas, como dijiste.
-Y así es. Pero la erótica del
poder y la belleza es hermafrodita. El bello Garcilaso no tiene porqué ser solo
un macho o una hembra, es mucho más que todo eso, como Dios, como todos los
grandes.
-Pero también tendrá un sexo, ¿o
no?
-Sexo múltiple, así son las musas.
Y Garcilaso con más razón. Hasta a Dios lo tiene embobado con su labia, sus
maneras, su discreción; aunque, de un tiempo a esta parte, anda perdido por las
fuerzas del Mal, y eso no le traerá nada bueno... Pero estamos hablando
demasiado, ¡vaya confianzas, no sé qué me has dado, niña! Es que tienes unos
ojos que me han hipnotizado, ¡pero ni que fueras una bruja... buff... tiempo!
¿Quieres que salgamos del agua?
-Está bien, pero me temo que no
tengo nada para secarme, y por poca consistencia que tenga creo que tendré
frío.
-Claro, vamos corriendo a mi casa,
ahí enfrente, y te daré algo para secarte. Como veo que no te aclaras mucho con
el movimiento, si me permites te llevo en volandas. Después te doy alguna clave
sobre cómo desplazarse en este mar de nebulosas.
-¿Siempre tenéis este paisaje tan
gaseoso?
-Esto está muy alto, may dier, y
suerte tenemos de que se conserve este microclima que hace que ni llueva mucho
ni haga demasiado frío ni calor. Afuera de las puertas del paraíso hace una
rasca de mil demonios, con perdón. De todos modos, lo de las neblinas es
consustancial al medioambiente de estos parajes. Ahora, en los días señalados
del calendario santo se nos ofrecen claros y soles que da gusto vernos, todos
brincando por aquí con nuestros cuerpos materializados y desnudos.
-Ah, ¿entonces lo de la pérdida de
materia no es definitivo?- Rosalinda pegó un respiro.
-Pero pensabas que... no, claro, es
cosa del medioambiente, como te decía, miss. Verás dentro de casa como te ves
divina. Bueno, cuando te aclimates también gaseosa te encontrarás divina,
claro, pero lleva más tiempo acostumbrarse a los outdoors.
‘Anda que no le gustaba ni nada a
este cursi hablar con anglicismos. En la Tierra casi era un descanso que
supieran inglés, porque el parisino era imposible de comprender, pero aquí como
que no hacía falta... ¿“outdoors” qué puñetas querría decir?’.
-Bueno, ya estamos chez moi. Anda,
sécate esa bella cabellera con esta toalla. ¡Pero bueno, si pareces una
princesita!
Rosalinda se miró asombrada. De
repente a la luz artificial había recuperado su torso esbelto, y la mata de
cabello como los chorros del oro, y un cutis terso de porcelana... ¡y su
cintura de avispa! ¡Ahora sí que se sentía como la Cenicienta del cuento,
preparada para el baile de palacio! Y vaya con el angelote, pues no estaba nada
mal tampoco. ¡Sólo esperaba que no se deshiciera el hechizo con las campanadas
de la medianoche!