El club de las brujas

El club de las brujas

lunes, 24 de septiembre de 2018

VEINTISEIS: LA CUENTA ATRÁS DEL FIN DEL MUNDO



Garci se resistía a volver a mirar por su pantalla digital mientras esperaba el comienzo del espectáculo. ‘¿Qué hora era?’ se dijo nervioso, ‘pues más de las ocho, las ocho y dos minutos, ¿qué estaba pasando? Preguntó a un garçon, que sudaba por todos los poros de su piel, y le contestó que ‘siempre había un margen de cinco minutos para crear expectación, monsieur’.
-¡Pues esta vez como sigamos creando expectación vamos a salir nadando!
-Certainment, monsieur.
‘Desde luego que estos camareritos venían de buenas escuelas de hostelería, porque no perdían la compostura ni con estos calores en pleno mes de enero.’ No se podía seguir resistiendo a echar una ojeada a la pantalla digital, y más le valdría no haberlo hecho. El Sena se había desbordado por completo y las aceras tenían medio metro de agua por lo menos, sin que pareciera que las tragaderas de las alcantarillas estuvieran haciendo ningún papel esencial. Giró en dirección hacia las montañas y se quedó estupefacto. Era época de invierno, los Alpes se suponían nevados y bien nevados, y sin embargo sólo veía ríos de agua bajando por las laderas y llevándose por delante niños, perros, casas y coches. ¿Pero qué espantoso juego había en marcha? Era un deshielo en toda regla, solo que fuera de temporada y en plan catastrófico. Los polos, no se hacía con los polos de la Tierra en ninguno de los campos visuales, y por doquier se encontraban temperaturas altísimas peores que las del Infierno; era como si el mismísimo Satanás le hubiera dado a los mandos de jaque mate a la humanidad. Y De Angelis sin mover ficha ni mostrarse en escena. ¿Podía ser que se la hubiera jugado él también? Entonces sí que era el fin de los tiempos...

De repente, una voz en off anunció a La Faraona. ¡Esa tenía que ser su Juana, vaya que sí! Se bebió el whisky de dos lingotazos y se dirigió a la primera fila, que no se dijera que él no estaba allí el primero de todos, aunque fuera lo último que hiciera en este agotado mundo. Sin embargo, no pudo llegar porque le cortaron el paso dos especie de orangutanes humanos. La primera fila estaba reservada en su totalidad por un viejo jeque árabe y su séquito.
-¿Pero qué séquito? ¡Si está él solo!
-Déssolé, monsieur Duciel, les instructions sont assez précises. Il ne peut pas être derangé.
En estas disquisiciones estaba Garci cuando salió la Faraona en todo su esplendor de carnes y pelambreras. ¡Qué poderío, pero qué reguapa estaba! A la porra con la humanidad y sus problemas, tenía que perder este exceso de responsabilidad tan incómoda, ¡más aún si quería darse a la fuga con su novia!
-¡Bravo, olé!- exclamó Garci, perdiendo absolutamente todas sus elegantes formas.
El jeque de la primera fila se giró, mirándole con cara de pocos amigos. Pero bueno, ¡si no tenia ninguna pinta de árabe! A ése le tenía él visto, vamos, como que era uno de los soldaditos comandados por Angelis. ¿Habría entonces guardado la primera fila con el único fin de proteger a su amada? ¡Vaya embrollo! Lo que tenía que hacer era sacarla de allí cuanto antes y buscar un lugar seguro para la huida. Le haría señas como sólo él sabía hacer para que no se despistara con el jeque y se le aproximara con disimulo. Pero voilà, el jeque se le volvía a adelantar y le ofrecía una botella de champagne a su salud. Jota, que se ponía a beber a morro de la botella sin ningún decoro. Ahora estaría como unas cabras de contenta, si no había más que darle una copita de Moet Chandon y ya la tenías bailando flamenco y por soleares hasta las tantas. ¡Con esto no la sacaban del tablao ni con el agua al cuello. Estaban perdidos!
*
Dea se movía como un perro enjaulado de parte a parte del pasillo. Ese cabrón de soldadito seguro que se había emborrachado, eran más de las ocho y cuarto y seguían sin aparecer. Según sus cálculos no quedaban más que unos minutos para que un torrente de agua inundara los bajos del hotel Ritz, así que, o venían con más prisa que vergüenza, o iban a quedar todos como pollos en remojo. Y un demonio mojado era más inofensivo que un gato sin uñas ni dientes. Al cuerno con sus planes triunfales pues de apresar a la dichosa Energía oscura. ¿Sería verdad entonces lo del efecto invernadero, que se estaba quemando el planeta Tierra y todas esas mandangas que tantas risas les habían causado a él y al jefe? 
No sabía ni qué hacer ni, lo que es peor, a quién recurrir. A Satán no podía venirle con menudencias de este tipo, máxime cuando la había pifiado con él hasta el fondo y tenía su honra de comandante por limpiar. A Garci no le podía contar sus planes porque le tildaría de rastrero, lameculos, egoísta y traidor. ¿Y si echaba para atrás y urdía un plan con él de conquista universal? Quizás era el mejor momento de darse el piro los dos juntitos, y desde algún lugar lejano preparar un golpe de estado comme il faut. ¡Sí! Esa podía ser una estrategia de futuro. Además, ¿a quién quería engañar? ¡El no era más que un cero a la izquierda sin el terremoto de Garci! Sus dos cerebros se complementaban, se necesitaban y se repelían al tiempo, como la sal y el azúcar, o el aceite y el agua. Nunca lo conseguiría dándole la espalda, ¿cómo había estado tan ciego de protagonismo para no darse cuenta de tamaña evidencia?
Así que se apresuró al bar del hotel. Todavía llegaba a ver parte del espectáculo a su lado, le contaría lo que había visionado por pantalla sobre catástrofes naturales por doquier, y pensarían en una escapada conjunta fuera de los confines del Bien y del Mal. El solo no podía hacer algo así, pero Garci tenía poderes suficientes como para viajar por el Universo sin ser visto ni atrapado, y si todavía estaban a tiempo, le convencería para llevarle con él. Lo malo era que no querría alejarse de Juanorra así como así, o quizá cuando viera la seriedad del asunto se le pasarían los amoríos de un plumazo. Notó como si los pies se le hundieran en el fango al andar, y comprobó con horror que las moquetas del primer piso ya estaban encharcadas por completo. Le rechinaron los dientes al notar el agua calándose por sus calcetines, y comenzó a pegar grititos como una rata asustada mientras corría hacia el bar. Las pestilencias de las cloacas atufaban el pasillo tal que si estuviera paseando por Nowhere’s land un día cualquiera; ¡desde luego que Juanorra debía de sentirse como en casa!
*
-¡Tengo miedo, mamáaaaa! Por Satanás que esa pareja de zafios me las pagará, ¿pero quién nos manda a nosotros meternos en este fandango? Pero si tú y yo, querido Archi, somos ratas de biblioteca, estudiosos del Cosmos, teóricos del Universo y sus principios. ¡Por todos los maleficios, sáquennos de aquíiiiii! ¡Dale a los botones otra vez!
-¡Anda que vaya gallina estás hecho! ¡Mucho querer desbancar al general De Angelis, y mira como te pones al primer contratiempo! Total, por un ascensor parado y unas lluvias... Yo, si no fuera por estos calores, que los llevo fatal, pues me hacía una siestecita incluso aquí en el ascensor, aprovechando la oscuridad... Lo único que me tiene preocupado es si despierta la chiquilla, ¡anda que vaya momento, desde luego!
-Si tú tuvieras estos dolores que me entran a mí con el agua, estoy que no doy pie con bola, necesito aire acondicionado que me reseque o me va a salir un reuma de tres pares de narices. Si continúo viendo agua me crujirán todas las articulaciones... ¡es desesperante! ¡Quién lo hubiera dicho, en enero y contra todas las predicciones metereológicas!
-De eso nada, que ya habíamos advertido y requetedicho que el calentamiento global era un fenómeno muy, pero que muy, serio. Y hala, los de arriba que si quieres arroz...
-Pero venga, Archi querido, ¿no me digas que a ti no te han venido a ver los políticos del ala progresista para que extremaras tus teorías más de lo debido?
-Bueno, algún sobornillo me ha caído, pero digamos que un cincuenta por ciento de lo que dije tenía buena parte de razón... y fíjate tú, ¡vamos que nos quedamos cortos!
-Tanto teorizar, tanto teorizar sobre la energía expansiva, la vis atractiva de la fuerza gravitatoria, el big bang y el big crunch... y ya sería triste que pereciéramos sin ver el final, aquí, en un triste ascensor de técnicas rudimentarias. ¿Y si nos evaporamos por arte de magia? Yo estoy perdiendo mis poderes por momentos con tanta agua, pero tú...
-Podríamos salir de este mundo terrenal en un pis pas, pero no me voy yo de aquí sin esa brujita, ni mucho menos. Anda, que canta ella sobre nuestros propósitos, y date por desterrado al país de nunca jamás, a vagar por el universo como si fueras una pulguita en constante ir y venir. ¿Recuerdas lo que les pasó a los últimos traidores?
-Demasiado bien. Tu jefe y mi boss se pusieron a jugar con sus cabezas a las canicas, y lo mismo iban en una dirección que en otra, hasta que pidieron clemencia divina y tu Dios les acogió, todo amor y virtud. Claro que para lo que quedaba de ellos, quién sabe si les hizo un favor o no. Tienes razón, no podemos dejar ningún cabo suelto. Aguantaré este dolor de articulaciones como un jabato y a ver si nos sacan pronto de este trasto, como si fuéramos dos ciudadanos más de a pie. Pero te advierto que me estoy haciendo pis. 
*
A Satán le había entrado una tremenda modorra, con tanta cerveza y el aire acondicionado al mínimo, así que se durmió, en medio del caos generalizado que había formado con su sed de venganza. Si es que estaba volviéndose un viejo chocho, no había más que verle, tirado en el sofá multimandos, con la baba caída y sorbiendo mocos entre ronquido y ronquido. Y mientras, el panorama no era muy alentador. El mundo terrenal agonizando: muertes por asfixia, incendios en los bosques, ríos que se salían del tiesto... la gente amedrentada se apiñaba en los techos de las casas o en los pisos más altos, hasta que una ola o un vendaval los arrastraba a ellos y sus enseres engulliéndolos con voracidad. Por Oriente y por Occidente se escuchaban plegarias desesperadas, rezos, ritos, invocaciones a Dios y al Diablo, gritos de hosana y suicidios colectivos en nombre de la naturaleza... Y no digamos las cosas por el Infierno cómo se estaban poniendo: allí se habían echado los diablos y las brujas a la calle y estaban sembrando el terror de esclavos y animales, sin concierto ni orden ninguno. Los rumores de que los jefes habían desaparecido, y Satán andaba borracho otra vez en su alcoba, habían despertado a todos los camorristas y eternos cuatreros de cuarta fila, que se estaban haciendo con el mando de la jungla por primera vez.
*
El único sitio donde se conservaba la calma total era en Celeste. Aquí sí que ni muertes, ni guerras, ni catástrofes naturales. El reino celestial es que no se había inmutado con tanto padecimiento ajeno, y ninfas, hadas y espíritus benignos continuaban hastiados en su armonía habitual. Brillaba un ligero sol nada molesto, las aguas placían calladamente entre músicas de Mozart y los ángeles cantores entonaban risueñas melodías. En cuanto a Dios, yacía cómodamente en una de sus tumbonas, con un daikiri y un habano apagado, escuchando un partido de rugby y adormecido con la brisa tan agradable que soplaba. Hoy se había despertado sin tanta artrosis como otros días y había querido que le diera el solecito, y de paso mostrarles a sus fieles que seguía al pie del cañón aunque le flaquearan las piernas de vez en cuando. Le fastidiaba un tanto la ausencia de su mano derecha y chico para todo, el bello Garcilaso. Sin embargo, bien sabía de los desahogos seminales de ese golfillo, así que no debía preocuparse por una juerga más o menos; ya volvería a presentarle sus respetos cuando se le acabaran los escarceos amorosos, como siempre hacía. El ángel y primera guardia del reino era una pieza clave en la defensa del orden cósmico, pero no se le podía atar corto o se volvería contra El.
En esas estaba cuando vinieron a incordiarle, pero como era todo misericordia y oidos para los que gritan, se quitó los auriculares dignamente y escuchó lo  que tenía que decirle una musa que mostraba cara de honda preocupación.
-Mi Señor, ¿ha ordenado su Bondad el fin del mundo?
Dios le miró sin contestar, pero visiblemente alterado por la pregunta.
-Mi Señor, sobrevolaba cerca de la Tierra para acercarme a una misión artística y he debido suspenderla con gran dolor de corazón. El hombre que clamaba mi presencia ha perecido ahogado, y así muchos más lo han hecho. Entonces decidí acercarme más para saber qué estaba pasando allí, pero el sol está abrasando la Tierra con tal fuerza y persistencia que, de acercarme otro kilómetro, me hubiera desintegrado.
Dios no dijo nada, tan sólo miró al siervo con infinita melancolía, quizá temiéndose lo peor, y se retiró con su bastón hacia sus aposentos. Desde el principio de los tiempos en que todo fue creado, y, más aún, desde que inventó a los hombres o sufrieron una forma evolucionada tan racional, ya no sabía si fue el huevo o la gallina quien precedió al otro, era consciente de que la humanidad tenía un principio y un fin. Sin embargo, ahora se había hecho viejo en el mando y sentía frío. Le invadió un desasosiego sordo, y echó de menos alguien con quien hablar antes de tomar una decisión. Quizá Garcilaso hubiera sido su esperanza de continuidad. Pero estaba a sus cuitas, se había vuelto mundano y no podía contar con él desgraciadamente para hazañas bélicas de tanta importancia. Y lo mismo ocurría con la sucesión. Ponerse a la cabeza del reino del Bien, en justo contrapunto con las fuerzas del Mal, requería una dedicación exquisita y absoluta. Como había sido la de El. No cabía más ni menos que todo el Amor con mayúsculas al servicio de su reino, y en pro de los hombres que le mostraran la debida consideración. Y siempre al acecho, no fuera a ser que al Maligno, ese viejo carcamal, se le ocurriera alguna barbaridad.
Una vez se enamoró. Se llamaba Venus e irradiaba energía positiva. ¿Pero qué es el Todopoderoso si no se dedica a todos sus súbditos por igual? ¿Cómo podía agasajarla sin perder el control y cojear en su misión bíblica? Y así se había tenido que olvidar de amantes singulares para concentrarse en la salvación del mundo. ¡Pero qué solo se estaba en la cumbre!
Invocó desde su santuario al único ser sobre la faz del mundo que estaba tan solo como El, a su enemigo acérrimo el Príncipe de las Tinieblas, porque tenía que saber si era el Maligno quien había estado provocando estragos e incendiando el único planeta que se tenían repartido entre las fuerzas sobrenaturales del Bien y del Mal, o bien la dichosa Energía Oscura, de la que todos los sabios hablaban, se había destapado en todo su esplendor. De uno u otro modo, le pillaba la catástrofe con pocas ganas de combatir a quien fuera el artífice. Tanto habían hablado de un retiro, voluntario antes que forzoso, que ya se había hecho a la idea de pasar a mejor vida en otra galaxia donde no le conocieran como el Padre de todas las criaturas, y pudiera desprenderse de la pesada carga de la responsabilidad por el devenir humano.
Satanás, el viejo cascarrabias, debía estar tumbado a la bartola sin comunicación ninguna, porque no conseguía conectar con él, claro que se había quedado sordo como una tapia últimamente, así que bien podría ser que estuviera roncando después de alguna fechoría monumental.
Si el planeta Tierra se iba a hacer puñetas, Universo habría claramente ganado la partida, con o sin aliados extranjeros como esa extraña Energía, o las supernovas, que se habían puesto tan de moda en el ciclo vital. El no entendía mucho de cosmología, para eso tenía a los técnicos, pero lo que sí sabía cierto es que un hombre es igual a un cliente potencial, a ganar o a perder frente a las fuerzas del Mal. Y sin hombres con fe que potenciar, no hay eternidad que se resista a diluirse entre consignas más inmediatas y pragmáticas, como ser feliz aquí y ahora, vive y deja vivir, o haz el amor y no la guerra. Que no eran del todo equivocadas, y orientadas correctamente podían incluso conducir a las creencias del Más Allá, pero lo cierto es que se habían descuidado mucho de fidelizar a las gentes de bien, y éstas se habían refugiado en convicciones que fueran palpables.
En fin, entonar el mea culpa, en definitiva, y hacer examen de conciencia, eran todos ellos factores positivos antes de retirarse, pero la verdad es que se estaba encantando en su propio soliloquio, mientras había tanto que hacer allí abajo. Pues nada, a despertar, manos a la obra y a arremangarse que venían curvas. Por El no iba a quedar. Si se iba lo haría honrosamente, como correspondía a su misericordia infinita harto proclamada. Puso el televisor de onda larga y se estremeció ante los gritos de miles de familias que lloraban implorándole clemencia para sus almas de bien. ¡A El! Se sintió tan mal que sólo le quedaba una salida, aunque le fuera en ello la poca salud que le quedaba: despojarse de sayas y túnicas doradas, para hacer lo que antaño le era tan familiar, el trabajo de campo.

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