El club de las brujas

El club de las brujas

viernes, 24 de septiembre de 2010

OCHO: el Universo, el Bien y el Mal



En capítulos anteriores... Rosamunda se convirtió en Rosalinda a través de un hechizo que ella mismo se cocinó, y planea salir del lugar infecto en el que habita en el Infierno y ser un hada celestial, como su papá... su madre Juanorra, la más fea del Reino del Mal, ligó de nuevo con el Bello Garcilaso, un ángel perverso que está loco por sus patas de puercoespín, y mientrastanto los jefes del Infierno y del Cielo, alias Satán y Dios, han encontrato un enemigo común que amenaza con destruirles: se llama Universo y no tiene credo ni religión.

¿Dónde se habría metido su fiel De Angelis? ¡Maldito demonio! El batallón más importante de su ejército de élite y precisamente hoy, nada, ni rastro de ellos. Sus secuaces habían salido a buscarles desde hacía dos horas, pero no hallaban noticias. Ni las cámaras rastreadoras, que se hallaban por todos los barrios de la periferia, tampoco daban señal alguna. Lo cierto es que todo el mundo sabía dónde se encontraban el Angel redentor y su tropa. Todos, menos Satán. ¡Pero cualquiera les descubría! La última vez que alguien se fue de la lengua, lo pagó bien caro y no había podido volver a articular palabra de por vida eterna. ¡Vamos, ni pensarlo! Primero parecía que ganabas unos puntos de cara al Jefe, por chivato, pero una vez que volvía a hacer las paces con su mejor sabueso, ¡ni qué decir de las represalias que De Angelis se gastaba!



Satán estaba que ladraba de rabia. Quién sabría porqué. Se le habían hinchado las bolsas del cuello que parecía un cochino a punto de ser trinchado. Pero él sí sabía bien porqué. Aquella reunión entre el Cielo y el Infierno había sido planeada durante meses. Y por fin, después de largas negociaciones, tiras y aflojas, habían llegado a un consenso. Pero quien de verdad conocía la salsa de las negociaciones y los detalles, la letra pequeña, quien había estado en todo el tinglado, era su mejor comandante y sólo él. Satán tenía demasiadas cosas en qué pensar, demasiados actos supremos e indignos a los que acudir, así que las minucias no podía controlarlas. Por tanto, ¿cómo diantres se iba a presentar sin su súbdito primero? Seguro que Dios ya había llegado al encuentro, asquerosamente puntual y fastuoso como siempre, rodeado de bellas hadas y del locuaz Garcilaso, con sus relamidas arengas sobre las bondades de su Jefe supremo. ¡No los aguantaba, le daban picores de pensar en sentarse a la misma mesa! Pero había que hacerlo. La propia subsistencia del Infierno estaba en juego. No digamos lo que le había costado al rey del Bien aceptar una cosa así. En toda la eternidad es que jamás se habían puesto de acuerdo, lo que se dice de acuerdo, ni una sola vez. Peleas y confabulaciones los habían mantenido bien despiertos, siempre el uno frente al otro, contra el otro, tratando de imponerse por encima del adversario. Se complementaban y se proporcionaban mutuo equilibrio. Eran las dos caras de una misma moneda, la Eternidad, y, a decir verdad, la desaparición de uno suponía in extremis la aniquilación inmediata de su opuesto. ¿Qué sentido hubiera tenido el Cielo sin saber de la existencia de un Infierno a quien combatir? ¿Qué era el Bien si no se confrontaba con el Mal?



Y, muy a su pesar, había un tercero que les estaba ganando la batalla. Se llamaba Universo y era inabarcable, infinito. Y lo que es peor, carecía de religión ni de signo político. Universo era aséptico, cruel en su absorción y les estaba ganando el terreno, en definitiva. Como no tenía cara ni representante ni quien le gobernara, no había forma de llegar a un acuerdo, ni de virtudes ni de territorios. Entre Dios y Satán se tenían bien delimitados los espacios y hasta las víctimas. A veces se arrebataban el uno al otro según qué piezas valiosas, pero eso no importaba, de un modo u otro el equilibrio entre ellos estaba garantizado. Así había sido por los tiempos de los tiempos. El uno por el otro se garantizaban la mutua supervivencia, e incluso se hacían concesiones cuando los tiempos lo requerían. No desconocía Satán, aunque se hacía el sueco, que los primeros capitanes de ambos equipos, Garci por una parte y De Angelis por la otra, eran íntimos amigos y compartían más que coincidencias y amantes. Pero incluso esto era parte del trato entre los dos clanes, conformaba el mutuo entendimiento y hasta el juego sucio.



Sin embargo, Universo estaba amenazando con acabar con la pax mundialis de que disfrutaban, cada uno desde su terreno. Así que los dos reinos habían pasado los últimos meses debatiendo esta importante cuestión y consiguieron redactar una Declaración Magna de Buenas y Malas Ideas&Intenciones que ahora, por fin, se disponían a firmar. Era un Manual de Uso que les permitiría actuar y combatir a Universo desde la unidad de sus actuaciones. Parecería desde fuera que seguían batallando, pero la realidad es que lo harían conchavados y frente a la amenaza real de la desaparición del mundo bipolar, y con ello su progresiva pero segura extinción.



Bueno, pues apremiaba el tiempo y Dios era imperdonable con los retrasos. Satán tendría que viajar solo y apañárselas sin su ayudante. Pero ya se las vería con él a la vuelta, su furia sería inconmensurable y no habría fácil perdón para un sátrapa como De Angelis. Esta vez no se dejaría convencer con un subidón sutil de tono sexual. El comandante sabía cómo hacerle hervir la sangre de pasión, pero nada de eso, esta vez mantendría sus erecciones controladas y sería irreductible. Un desplante así era imperdonable. Y además, todos los inútiles que no habían sabido darle noticias de su paradero, mutilados de inmediato. ¡Venga, que no se dijera que Satán estaba perdiendo las riendas! Dio las órdenes pertinentes para que cuando volviera de la Cumbre no quedara ni un solo camara men con ojos, ni un rastreador con narices. ¿De qué servían si no podían hacer su oficio en condiciones? Todos condenados por este escarnio y reemplazados por carne joven y menos adoctrinada por el comandante. ¡Ya!



Enseguida se puso en marcha, dejando atrás gritos, lamentos y súplicas de perdón, pero Satán era implacable en sus decisiones. Se enfundó unos auriculares que le retransmitieran en directo las mutilaciones mientras hacía el viaje, y estuvo escuchando aullidos hasta que se quedó profundamente dormido, al hilo de unos masajes afrodisíacos que le perpetraron las esclavas de la nave.



*



Mientras tanto, en lugares más barriobajeros de las tierras del Mal seguían los festines carnavalescos. Las chicas de porno land iban por el cuarto orgasmo y los gritos se habían vuelto espeluznantes in the street. Rosalinda no aguantaba más agazapada entre los matojos de la esquina de la calle. Con estos calores y tapada hasta las orejas para no ser descubierta, iba necesitando algo más que una ducha. Y ese maldito De Angelis que no bajaba de casa de su madre, ¿pero qué estaría pasando allí? Mucho se temía que hubieran montado una buena, o bien se habían dado de palos o estaban en el catre pegándose un lote. Lo cierto es que ella no era capaz de seguir esperando ni un minuto. El hechizo a que se había sometido tenía unos plazos de caducidad que había que respetar, y no disponía de todo el tiempo de la eternidad para llegar a tierras celestiales, así que tenía que darse prisa. Lo primero era consultar el libro de los embrujos que había dejado olvidado, y saber de cuántas horas disponía para acometer sus planes. Lo segundo era darse una ducha y arrebatarle a su madre aquella bata de moaré plateada que llevó cuando se casó por primera vez. Había estado dándole vueltas, y era la única cosa decente que se podía poner para salir de allí y viajar a la Tierra a comprar modelitos. Pero claro, entrar mientras su madre y el comandante estaban de bacanal romana, pues era de lo más arriesgado. Su madre ni la reconocería y la acusarían de invasora, con lo que no quieras saber la que le esperaba. Aún así, tenía que arriesgarse, no se le iba de la cabeza que el hechizo no duraba eternamente en el Infierno, y tenía que salir de allí lo más pronto posible.



Además, contaba con la ventaja de que De Angelis se había dejado el portal abierto, dato nada desdeñable y que le indicaba que, probablemente, también la puerta de su casa estaría sin echar el pestillo, conociendo la poca vergüenza de su progenitora y del golfo mayor del reino. Con suerte estarían en faenas y ni la verían entrar... Así que, dicho y hecho, se enderezó y empezó a caminar oculta entre el velo y los rizos del cabello. Como se imaginaba, ningún soldado borracho le prestó la menor atención. Muchos de ellos ya habían desfallecido hacía rato, y yacían en aceras y balcones roncando, y los más valientes fornicaban sin parar y con los ojos en blanco. Entreabrió el portal y subió las escaleras, sin que se escuchara ruido alguno. Tal como preveía, la puerta de su casa se abrió a la primera de cambio, aunque sin poder evitar el clásico chirrido de siempre. Se quedó quieta en el umbral, pero nada, ni un alma. Entró de puntillas y pegó un respiro al atisbar la alcoba de su madre, apestaba a alcohol, a mermelada de naranja, y a semen podrido. La bruja estaba tumbada boca arriba, agarrada a un pitillo apagado en su mano derecha y al trasero del general con la izquierda, que a su vez dormitaba entre ronquidos y, lo más chocante, con el dedo pulgar en la boca, como un chupete. ¡Vaya exclusiva que le hubieran pagado en la prensa rosa de tener una cámara a mano! ¡El gran y terrorífico De Angelis dormía chupándose el dedo! La bella Rosalinda casi estalla de la risa, pero pudo reprimirse y siguió de puntillas hasta el cuarto de baño. Se desnudó silenciosamente y cerró la puerta para que no les despertara el agua al caer. A ver qué tal le sentaba una ducha fría a estas alturas. Como bruja, el agua helada le haría rechinar de dolor de huesos, aún con estos calores. Pero, si de verdad fuera un hada, una ducha fría sería alegría para el cuerpo. Encendió el grifo con cierto temor, y hete aquí que su hechizo no era una patraña, ¡hurra! Se dejó atrapar por el chorro helado durante un buen rato, sin temblarle ni los dientes, hasta que se le acabó el termo y el agua caliente la sorprendió de un chispazo. Cerró el grifo y bailó mientras se secaba esos muslos serranos. A pesar de que el agua de las casas en el infierno estaba preparada con cales y otros productos, para no dañarles excesivamente sus funciones básicas, no dejaba de ser una primicia que la hubiera soportado fría sin el menor tembleque, cosa que en sus tiempos de bruja de qué. Y otra cosa, no podía dejar de mirarse sus largas y bronceadas piernas, las nalgas simétricas y prietas, las curvas de su trasero redondeado que intuía y los labios carnosos y rojizos que se había visto en el espejo de Betún, antes de que la sorprendiera. ¡Era un deleite reflejarse sin enmudecer de susto! No debía perder un minuto más en este antro maloliente y perverso.



Fue al vestidor de Juanorra y encontró un tanto raída la bata de moaré. Claro, su madre no respetaba nada, seguro que se había pegado algún arrechucho con ella puesta. Pero ahora no tenía tiempo de remendarla. Si la acompañaba con un chal seguro que daba el pego, así que rebuscó entre sus pellejos y encontró uno negro que le hacía el papel. ¡Pero qué requetebién que le sentaban todas las prendas! ¡Estaba deseando llegar a París, la ciudad de la haute couture, a probarse las lindezas que tantas veces había visto en las revistas de contrabando! Siempre había suspirado por esos trapitos, y ahora estaban al alcance de su cuerpo. Claro que no de su bolsillo, pero en eso ya pensaría más adelante.



Coronó el habillamiento con unas sandalias que le regalaron para su graduación como brujilla iniciada (cuánto se habían reído todos de sus dedos como morcillas con ellas puestas) y se puso otra vez de puntillas para salir de allí por piernas (que ya no por patas, como antes, afortunadamente). ¡Oh, se le olvidaban dos cosas esenciales! La primera y más importante, consultar el libro de los hechizos; sin embargo, no quería arriesgarse a entretenerse leyendo y que se despertaran los amantes. Con su madre no había cuidado, porque después de una buena juerga dormiría varios días y noches sin rechistar, pero del comandante no podía fiarse, quién sabe si ese viejo pervertido tendría buen dormir. Mejor lo llevaba con ella y lo ojeaba en un lugar más seguro. Y lo segundo, no podía seguir luciendo ese aspecto angelical en el reino del Mal. Tenía que cubrirse la cara de algún modo convincente, así que rebuscó por los cajones hasta que dio con el semblante perfecto. Tenía una careta que utilizó para el último carnaval, que mostraba el rostro de una pobre leprosa. Todavía recordaba el impacto que causó con aquello en la fiesta, ¡vamos que nadie se le acercó en un perímetro de metro y medio hasta que les convenció de que era de mentiras! Y es que los demonios huían despavoridos de las enfermedades contagiosas sin cura, y en particular de la lepra y la sarna, que no sabían cómo combatirlas. Por mucho que trataban de captar a médicos terrícolas que les pusieran solución (eran enfermedades importadas del planeta de los humanos) no había manera, todos eran ateos y no les convencía nada lo de acabar en el Infierno. Y lo peor era que los demonios eran inmortales, así que enfermedad que atrapaban, les perseguía por los siglos de los siglos.



Pues bueno, una careta como ésta espantaría a todos los curiosos, y sino fíjate cómo había dado buen resultado con el Redentor y su trouppe, supuestamente los más sabihondos de todos. Era una idea buenísima. Se la puso y emprendió el camino.



Al pasar cerca de la alcoba de los enamorados no hubo ningún imprevisto, los ronquidos ahora se emitían a dúo. De Angelis ya no tenía el dedo en la boca, sino peor, ¡en el culo de su madre! Mejor pirarse cuanto antes, pensó la aspirante a hada, antes de ver a qué indecorosas posturas podían llegar. Toda la habitación era un desparrame de prendas y artículos de perversión, pero entre ellas encontró una interesante; del bolsillo del pantalón del amante de su madre asomaba una mullida cartera de piel blanca (¡vaya horterada!). ¿Qué hacía, se arriesgaba a cogerla? No había terminado el pensamiento y ya estaba andando de puntillas entre gallumbos y condones para alcanzarla. La abrió y se encontró un fajo de billetes que, a buen seguro, eran de contrabando, porque se leía “DEA&CO” en todos ellos y la cara de De Angelis estampada como si fuera un reyezuelo. Era, a buen seguro, su venganza personal por no ser más que un segundón en el reino del gran jefe Lucifer. Rosalinda no se lo pensó ni un momento y agarró un buen manojo de papelinas, fueran falsos o no daban el pego comparados con los que ella había visto de verdad, y algún uso les encontraría más adelante.



Salió sigilosamente de la casa, y ya en la calle se le escapó un portazo, pero ¿qué importaba ya? ¡Era libre! En el primer recodo del camino se pararía a leer bien todos los pasos antes de cometer ningún error imperdonable y, una vez lista, daría rumbo a París, ¡la ciudad del amor, el champagne y la alta costura!

4 comentarios:

  1. La imagen de Juanorra y De Angelis dormitando tras la fornicación no tiene precio, jajaja Espero impaciente que envíes a Rosalinda a Paris y nos cuentes su experiencia.
    Besos

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  2. JO GRASS: pronto la envío en un supersónico avión... qué tipa la Juanorra, le da igual fresa que chocolate...

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  3. De la Juanorra no me extraña nada; ella, en si misma, ya es una extravagancia y de las guarras, pero yo quiero ver la fascinación de Rosalina en la ciudad de la luz. A ver cómo se las arregla en el paraíso del chic y el glamour!

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  4. JO GRASS: a ver si la pobre puede llegar, que con tantos inconvenientes que le salen en su camino...

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