El club de las brujas

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lunes, 13 de diciembre de 2010

ONCE: PARIS MON AMOUR


Juanorra todavía tardó varios días más que De Angelis en levantar el trasero de la cama. Cierto que le oyó marchar, ella se preciaba por tener el oído más fino del reino, pero emitió un gruñido por despedida y volvió a estirar las patas todo lo larga (o corta) que era, emitiendo graznidos, ronquidos y otras variaciones de sonidos nasales y guturales que le hacían el sueño de lo más animado. A veces roncaba tan pesada y fuertemente, que ella misma se llegaba a despertar sobresaltada, pero le duraba poco el susto y seguía hasta quedarse afónica.

Cuando por fin consiguió incorporarse, el sol estaba en pleno apogeo y la alcoba se había infectado de ratas y gatos que corrían unos tras otros maullando y gritando más que la propia Jota.

-¡Pero qué estruendos, todos fuera de aquí o les corto los cataplines, jodidos!

Los animales salieron más veloces que una cometa, porque el lenguaje de Jota era inteligible para todas las bestias del reino animal, con quienes, por otra parte, tenía tanto que ver. ‘¿Qué hora sería, de qué día?’. ‘¡Rosamunda, engendro, fea caperuza, dónde coño te has metido, por qué no has encendido los ventiladores, las cámaras frigoríficas están apagadas, cerda, verás cuando te coja!’. Siguió desgañitándose las amígdalas pero allí no aparecía ni su hija ni la sirvienta, y no había más que animales, suciedad, mal olor... y el viejo zorro, que también se fue por patas hacía mucho tiempo. Volvió a pensar en él, ¿qué fue lo que le dijo antes del polvete? ¿Pues no fue que le citó con el rey de su amor en París? ¿Y para cuándo sería eso? Bueno, alguna noticia le llegaría, sólo que tenía que tener cuidado para que no diera con ella la envidiosa de su hija, que menuda era, todo el día estaba hablando de ir a la Tierra, de ver sitios bonitos, vamos que se enteraba de que su madre iba para allá y le iba a dar la murga para que la llevara con ella, y eso ni mucho menos, era una chiquilla y bueno, que ella a su edad estaba todavía fregando que te fregarás suelos y comiendo pollas por doquier. En cambio, Rosamunda siguiendo estudios, saliendo de juerga, ¡jo, cómo habían cambiado las cosas! Ahora que, menuda tunda de palos se llevaba en cuanto la encontrara, quizá es que por fin se había comido algún polvorón, cosa dudosa porque entre lo feota que había salido y el poco salero... su madre le auguraba pocos amoríos...

Jota tenía un hambre voraz, como siempre que se levantaba después de haberse pegado un juergón, y nada que comer en la cocina, más que unos ratolines que correteaban por las baldosas entre escondrijo y escondrijo. De buena gana se asaría uno al horno, ¿pero de dónde sacaba un horno limpio? Mejor hacerse un guisote en el bar de enfrente que la dejara colmada de una vez. Y luego adecentaría ella misma el cristo que había montado en su casa, ahora que, ¡bueno le iba a poner el culo a la sirvienta como tuviera la desfachatez de asomar el morro por allí! ¿Dónde se metería esa condenada avispa?

Bajó los escalones como pudo, así, sin vestirse más que con una bata de guata que había en el armario y que le estaba a explotar de prieta.

-¡Jacinto, ponme un guisote que vengo que me tiemblan las piernas de hambre!

-¡Marchando, Jota! Hace días que no se te ve el pelo, ¿a quién tenías amordazado en la cama? Confiesa, ¿es verdad lo que dicen las malas lenguas?

-A todo un pelotón de infantería, Jacinto, que uno a uno han ido entrando y haciéndome la corte hasta que pasé a unos cuantos por la piedra. A unos cuantos yo, y a otros cuantos mi hija Rosamunda.- amor de madre, se dijo, sino la defiendo yo frente a las habladurías de su extrema sosez no habrá quien la pretenda y no me la saco de encima...

-¿Un pelotón entero? Eso no es lo que se cuece en el barrio, Jota, que dicen que tus amoríos son con uno y no con cientos, ¡y vaya uno!

-¡El guisote, Jacinto, y menos cotilleos!

-Pero... anda dime sólo si ése cascarrabias la tiene dura y te invito al guisote...

-¿Serán unas gachas con champagne del caro?

-¡Serán! Venga, suelta por esa boca ...

-Uff, hablar con el estómago vacío no se me da nada bien, y no digamos con la lengua como una lija de seca y rasposa...

Jacinto se frotó las manos y marchó en un santiamén unas gachas, un pan con tomate, unas patatas estofadas con rabo de toro y un cuenco del champagne más carete que tenía. A Jota no la podía estafar, ¡menudo paladar tenía!

Juanorra devoró sin descanso y bebió hasta ponerse a bailar como una peonza de beoda que iba. Jacinto entonces se dio cuenta de que se había pasado de confianza, siempre se la jugaba la bruja, le prometía algo pero luego se ponía tan ciega de comer y beber que se iba rodando a su casa y no se acordaba de nada de lo prometido. Pero esta vez no la dejaría irse hasta que largara algo de lo sucedido con el viejo comandante, su amigo de la infancia y que ahora ni lo miraba en la cara, con tantos galones como llevaba. ¡Pero bien que le tenía contadas la de veces que se citaba con Jota en el barrio, a saber que se traían entre manos esos dos!

-Venga, Jota, no te hagas la sorda ahora, suelta algo o no te fío ni un duro más, ni aquí ni en el super ni en la pollería.

-El zorrón ése tiene cosquillas, muchas cosquillas, en los pies y en los sobacos sobretodo. Basta que le hagas así con el plumero de limpiar el polvo, y se pone más chocho que un algodón.

-¿Y se le pone la cosa empinada todavía, o de eso nada, como dicen por ahí?

-Más que un palo seco, Jacinto.

Juanorra ya estaba revolcándose por los suelos de la risa. Menos mal que la había puesto a comer en un sitio apartado, sino la conocería él. Cuando empezaba con las risotadas ya no había nada qué hacer, no le sacaría más que mentiras y anécdotas para escandalizarle, así que la tumbó a dormir la mona en un sofá para que no montara el espectáculo con los otros clientes.

Mientras tanto, Garcilaso no paraba de mirar la hora. ¿Pero dónde se había metido la cachonda de Jota? De Angelis le dijo que ella estaría al tanto para una conferencia visual a esa hora en su casa, pero que si quieres arroz, ya sabía él que Juanorra no estaría a la hora convenida en el sitio justo, ¿así cómo iban a planear la escapada? Pues él tenía que encontrarla, es que se ponía enfermo, seguro que estaba jugando una partida, o con una melopea de tres pares de narices, ¡cómo se ponía de pensar en ella!

-De Angel, cariño, ¿qué fue de tu eficacia? ¡Mi amor no contesta a la videoconferencia, si ya sabía yo!- dijo, localizando a su amigo.

-Todo controlado, tortolito, tú no te muevas que te la encuentro en un periquete, esa zorrilla está hinchando el buche, ya verás...

-¡Ay que me pasan las horas y se me acortan las vacaciones, búscala deprisa!

Al minuto después tenían un soldado aporreando la puerta del restaurante de Jacinto. El propio barman se había decidido a echar una siestecita después de cerrar el bar, y allí que estaban los dos duerme que te dormirás.

-¡Está cerrado!-gritó-¡vuelva para la hora de la cena!

-¡Busco a Juana Expósito Fundador!

-¡Corcho Jota, que te llaman ahí fuera!-le espetó a la bruja dándole un buen codazo.

-¡Rayos, Jacinto, púdrete en tus agobios y diles que no estoy!

-¡Aquí no hay nadie con ese nombre!

-Dígale a la hembra Expósito Fundador que la esperan para una videoconferencia, y por todos los infiernos que tenemos que encontrarla.

-¿Una videoconferencia?-Jota pegó un brinco que aplastó las finas nalgas de Jacinto y le dejó los huevecillos hechos papilla-¡voy pitando!

Como no encontraba la bata se colocó un mantel cubriéndole las partes más pudendas, y salió con las carnes al aire y el pelo alborotado y grasiento. El pobre soldado que había dado el aviso pegó un salto atrás al ver aquello, que más que una mujer parecía un animal salvaje.

-¿Qué pasa? ¡Tú eres igual de feo y yo no me espanto, vaya con estos críos de tres al cuarto, tendríais que haber visto cómo eran las brujas de los buenos tiempos en que los niños se hacían caca sólo de verlas! ¿Dónde vamos?

-Me han encargado que la conduzca hasta una furgomóvil, y desde allí la contactarán enseguida vía digital.

-¿Está lejos ese furgón o puedo ir así?

El soldado le echó una mirada. Juanorra iba descalza, una vasta pelambrera le cubría casi todo el cuerpo y el chichi se lo había tapado con un mantel de color rojo, además de aquel olor indescifrable...

-¡Vale, vale, no digas nada, espérame aquí que voy por unas pantuflas y un chaquetón.

‘Y date una ducha’ pensó el chaval, pero calló prudentemente. Sin embargo, Juanorra bajó con el mismo hedor que había subido, y que, aunque él no lo supiera, formaba parte de ella y su atractivo. Tan sólo cuando iba a ver a su amado pluscuamperfecto se embadurnaba de perfumes caros y cremas, pero sin ducharse tampoco. Garci decía que aquellas pestilencias le ponían cachondo, ¡ése sí que era un macho!

Partieron enseguida, y después de bajadas y subidas por las callejas del barrio llegaron a un descampado donde lucía un flamante camión verduzco del ejército satánico. De Angelis sabía cómo organizar las cosas, desde luego.

-Bueno, pues ahora entra ahí dentro, y se queda esperando mientras contactan con Ud. No pueden tardar mucho.

-¿Y tú?

-Yo estaré aquí fuera vigilando, por si las moscas, además no se me permite escuchar ni ver la videoconferencia.

Era un camión todo confort, anda que los militares no se lo montaban del todo mal. Ella sólo había visto las carracas que danzaban por Nowhere’s land, y desde luego no vestían este cuero, asientos mullidos, música high tech, ¡juahh! El remolque era aún más lujoso... asientos abatibles y consolador incorporado, ¡así no había quien pegara ojo! Había un montón de libros y revistas, pero estaban en inglés, a buenas horas, era demasiado sofisticado para su culturilla de tres al cuarto. ‘¿Hablarían en París como aquella criaducha que tuvo tan refinolis?’, empezó a elucubrar. ¡Bah, al cuerno! El lenguaje del folleteo se comprendía en todas partes por lo mismo.

Escuchó un leve siseo y pensó que habría animales espiándola. Pero no, era el vibrador encima de la mesa, aquello más que un remolque parecía el salón de la casa de los Thyssen que salía en las revistas. Cogió el vibrador con la mano. ¡Jua jua! Hacía cosquillas. Empezó a apretar botones a ver qué más sabía hacer aquel condenado, y de pronto se oyó:

-¡Coño Juanorra, quieres dejar de jugar!

Se pegó un susto de muerte y se dio la vuelta. Así como por arte de magia la pared se había convertido en una gran pantalla multiforme y coloreada.

-¡Viejo zorro! ¿Qué haces tú ahí? ¿Dónde está mi bello y feroz amante?

-Pues anda, que si no es por mí, ahora se pone, ahora...

-¡Princesa, cochinilla, miel de mis amores...!

Jota ya empezaba a ponerse las manos en las partes bajas y a chillar como una rata en celo.

-Espera, espera, tenemos que hablar. Luego podemos pasar a la acción, pildorita.

-Dime, ángel de amor. Mi pubis es todo oídos.- dijo todas las palabras finolis que sabía.

-Nuestro encuentro se acerca, y ese chochito será del Bello Garcilaso en menos que canta un gallo. Tienes que prepararte y partir esta noche. Ahora tengo que irme antes de que me descubran pero sigue las instrucciones del soldadito que te hemos enviado y no lo pierdas de vista, es tu salvoconducto.

-¿Ese imberbe?

-¡No discutas vieja bruja, que bastante difícil me lo habéis puesto ya, es lo menos arriesgado que he podido encontraros! Ninguno quería ir contigo porque están rencorosos de lo mal que pagas los favores... -dijo De A metiendo baza.

-¡Zorro, ésta era una conversación privada! Pero está bien, sólo por una vez me pondré solícita y dócil. ¡Nos vemos en París, amor de mis amores! No sin antes... mírame a los ojos... ¡ay por Satán y por todos los diablos que me voy que me voy que me voy...!

Se escucharon bufidos y rebufos en todos los auriculares, en unos más finos que en otros, y hasta el servidor del correo suspiró de gusto. ¡Endiablada hembra!

Ahora había que darse prisa y salir de allí en volandas, la noche estaba al caer y no podía perder ni un minuto más antes del encuentro.

-¡Tú, soldadito, vamos, partamos sin dilación!- espetó Juanorra sacando sus robustas patorras del megacamión.

-¡Shhssshhhss, señora, por su padre, no grite!

Jota recordó que había prometido a Terminator que sería gentil y buena viejita hasta llegar a puerto. Luego ya tendría tiempo de desmelenarse en los antros parisinos. Así que sonrió al crío aquél, mostrándose desdentada y con cuatro fundas de oro falso. El chico pensó que este marrón le había caído encima porque era su año de prácticas, pero bien sabía él que era una misión importante, y que como tuviera algún fallo lo dejaban tuerto y alguna cosa más. ¡Ya podía esmerarse porque la misión no era moco de pavo!

-¡Partamos!

jueves, 8 de julio de 2010

SIETE: PARIS MON AMOUR


‘Vaya cosas raras que se le ocurrían a su prima’, se dijo Rosalinda para sí mientras se apresuraba en salir de aquella choza. Además, ¡también era mala suerte que la hubiera pillado con las manos en la masa! Con lo difícil que resultaba cambiar de aspecto y de carácter en un mismo día, y ni siquiera un respiro, ¡ya le estaban pidiendo favores! Igual no era tan gran idea convertirse en un hada buena. Pero no había que olvidarse de que ella sólo había mutado el envoltorio, lo demás era otro cantar.

Betún tenía unas ideas de bombero. ¿Cómo hacerla pasar por princesa terrenal? Es que era de lo más peregrino, no tenía pies ni cabeza y ella era una intrusa que no tenía que haber aceptado ese trato. Si ni siquiera había conseguido auparse todavía en los reinos del Bien y ya tenía compromisos que pagar. Era lo que les pasaba a los afanosos en alcanzar la gloria celestial o infernal, que se metían a cumplir los caprichitos de los otros y acababan cayendo en sus propias trampas. Eso le ocurriría a ella, que la acabarían descubriendo por impostora antes de comenzar a deleitar los manjares de la plenitud. Y nada era peor castigo que un envío a los infiernos por traición. Ni malos hechizos ni vulgares travesuras, ni tan siquiera un exilio forzoso a la Tierra. Lo que ella quería conseguir era imperdonable, transgredía todas las leyes y pactos no escritos y, de descubrirla, ardería por y para siempre, sin otro quéhacer que pudrirse en una mazmorra oscura e incandescente. Tendría que botar allí dentro indefinidamente, pegar alaridos de socorro y, con suerte, sobornar a algún cancerbero que la llevaría a su casa como contrapartida y la convertiría en fregasuelos, pisacolillas, recibepalizas y apagasexos. ¡Uff! Su madre siempre contaba que de pequeña conoció a un hombre así. Un esclavo del abuelo Extremaunción. Llevaba años condenado en las mazmorras cuando el abuelo lo compró por cuatro perras, ajado y carcomido como estaba. Le pegaban constantes lametones al pobre, por sinvergüenza y renegado, decían, y le obligaban a bailar encima de cachos de vidrio hasta que caía roto en pedazos, mientras la familia se desternillaba de la risa. La propia madre de Rosalinda lo contaba con una hilaridad que daba escalofríos.

A Rosarito se le pusieron todos los pelos de punta sólo de recordar las desgracias acometidas por su propia familia a un traidor. ¿Qué no harían si les deshonrara uno de los suyos? En fin, había llegado hasta aquí y tenía un aspecto brillante y depurado. No tenía pues por qué temer, nadie la descubriría y conseguiría sus propósitos. Se había dotado de una gran serenidad con la transformación y la sola presencia de su prima egipcia había conseguido volver a desestabilizarla. ¡No señor, arriba los ánimos y a buscarse un plan!

No sabía si pasar por su casa a recoger un hatillo con sus cosas, pero pensándolo bien, ¿qué cosas? ¿Sus vestidos horteras o sus combinaciones deformes? ¿Qué pertenencias tenía ella que pudieran no deslucirla en el Cielo? Aunque, bien pensado, para presentarse con una túnica como ésta, también se necesitaba valor. Era transparente y acuosa, con alguna que otra mancha de chorizo al vino tinto. ¿Qué hacer? No tenía ni un céntimo, así que soñar con un caro vestido de las tiendas chic era impensable. Es más, cualquier tela que encontrara en el Infierno la delataría a las puertas del Cielo. Pues sí que es verdad, no había pensado en un detalle tan tonto como la ropa con que se iba a presentar. ¡Ni siquiera sabía cómo iban vestidas las hadas de verdad! A ver, ¿dónde había visto ella hadas de verdad? ¿Es que tenía alguna a mano? Había algunas series en la televisión que mostraban princesas y hadas con varitas mágicas y lentejuelas, pero no creía que fueran así en la realidad. Y las verdaderas diosas nunca se hacían fotos ni posaban para los reyes del mal. Una vez había pillado a su madre una foto de Garci con unas modelos australianas, pero aquéllas, a pesar de ser extremadamente guapas, no eran divinas sino simples humanas con rostros apabullantemente hermosos, ¡y estaban desnudas!

Pues la cosa no tenía fácil arreglo, y ella con ese rostro de musa sagrada es que no se podía pasear por las calles como si tal cosa, lo primero la iban a violar en un santiamén, y luego la denunciarían por estar en tierra de bandidos. Tenía que conseguir un disfraz o algo así. Se puso un pañuelo en la cabeza que había arrebatado a su prima antes de que llegara, y se cubrió el pelo rojizo y parte del rostro lo mejor que pudo. El sol todavía era abrasador así que, por suerte, seguían estando las calles desiertas. Apenas había pasado una hora desde que entró en casa de Betún, en realidad.

En eso que se disponía a echar a andar, escuchó un estruendo que ni los mismísimos rayos y truenos de Satanás. Miró hacia el lugar de donde provenía ese espantoso ruido y escuchó una voz que no podía ser otra que la de De Angelis. ¡Maldición, el mejor amigo de su padre pululando por el barrio! ¡A saber qué tejemanejes se llevaba entre manos el número uno de los mafiamen de las profundidades del Mal! ¡Y en un barrio tan impersonal como éste, qué mala suerte estaba teniendo con tanto encuentro fortuito!

-¿Pero qué ven mis ojos? ¿Una brujita mañanera? ¡A ver niña, quítate ese pañuelo que te vea bien la cara!

-¡Oh, Señor, se lo ruego, estoy aquejada de una lepra contagiosa y destructora! ¡Se lo ruego, no me humille teniendo que mostrar esta pesadilla a sus soldados, por el mismísimo Satanás se lo suplico!

-¿Qué? ¿Todavía existen esas enfermedades transmitidas por los humanos? ¿Qué eres, por qué tienes eso? ¡Aparta, no te acerques y habla con la boca tapada, por tu padre!

-Sí, Señor, sufro un castigo que no tiene fin, por algo que hicieron mis antepasados.

-Sí, ¿eh? ¿Y qué se te ha perdido por la calle a estas horas, pequeño esperpento?

Sonaron las carcajadas de todos los militares que acompañaban a De Angelis, mientras Rosalinda tuvo que aguantar cómo le metían una espada por debajo de la túnica para verle el trasero.

-¡Pues no tiene malas piernas, la condenada! Mire jefe, ¡si no fuera porque es una leprosa bien que nos íbamos a poner las botas!

-¡Oh, ahhhh!- gritó Rosamunda en su desesperación.

-¡Aparta cabrón! ¿No ves que ahora tendrás que deshechar esa espada para evitar el contagio?

Todo el mundo en el Infierno sabía que De Angelis era un aprensivo de narices, y que si algo no soportaba eran las enfermedades contagiosas. Había estado aguda Rosalinda, no se podía negar.

-Bueno, bueno, vámonos sin perder tiempo. Y tú, vieja podrida, no te pasamos a cuchillo por si las moscas, vete para la leprosería y no salgas de allí nunca más. ¡Si te vuelvo a ver te quedarás sin piernas, más que imbécil!



Rosalinda transpiraba de miedo. Ahora no sólo tenía que cambiarse de ropa sino que necesitaba una ducha, ¿cómo iba a presentarse en los cielos con esta pinta y un olor a sudor tan poco elegante? Pero, pensando un momento más en Mafiamen, ¿qué hacía allí De Angelis? ¿Y si seguía a la troupe y conseguía alguna información que le pudiera ser valiosa en el futuro? El riesgo de que la sorprendieran espiándoles era remoto, puesto que estaban borrachos y zancudos. A duras penas conseguirían avistarla si les vigilaba de lejos y por la espalda, y quién sabe qué podía descubrir.

Así que se agazapó dentro de su túnica, con los rizos del sedoso cabello bien escondidos, y corrió en pos del clan mafioso-militar. Estaban todavía nada más doblar la esquina, discutiendo de quién había sido la culpa de estrellar el jeep contra una farola, y De Angelis daba órdenes sobre cómo fijar los hierros en su sitio y seguir faenando. En unos minutos más consiguió organizarles para trabajar, mientras él se fumaba tranquilo un puro cobijado a la sombra de un árbol, y cuando hubieron terminado les echó unos escupitajos en la cara y se pusieron en marcha. Como el arreglo del motor era chapucero, no avanzaban demasiado rápido entre los surcos y los baches, facilitándole a Rosalinda la labor de perseguirles.

Con gran asombro por su parte, el camino que llevaba el convoy era el mismo que hubiera tenido que hacer ella para llegarse a su propia y mismísima casa. ¿Qué estaba pasando allí? Siguió extremando las precauciones hasta que se adentraron en la calle de los milagros, y no dio crédito cuando les vio marcar el timbre del número siete. ¡Era la casa de Juanorra!

Horrorizada, esperó a ver qué pasaba. Eran más de las dos de la tarde, así que su madre de sobras debía haber llegado de su juerga nocturna y andaría devorando alguna vianda o, peor, durmiendo la mona. Y nada más desagradable que despertarla haciendo la siesta. Le hubiera chillado al propio Satanás de presentarse a esas horas.

De Angelis llamó insistentemente y pavoneándose entre sus acompañantes. Todos parecían asustados de despertar a la bruja con la lengua más viperina y las garras más afiladas de todo el imperio, que bien conocida era. Sin embargo, su jefe parecía tenerlas todas consigo cuando aporreó la puerta y gritó el nombre de aquella afamada y fea vieja perversa. Siguió insistiendo tanto que consiguió despertar a algunos de los vecinos, que se asomaban a las ventanas y al ver tanto jaleo cerraban de inmediato. Nadie se las quería ver de cerca con el Angel redentor, como le llamaban a veces.

-¡Juanorra my dear!- dijo el infernal sujeto, haciendo acopio de su sabiduría idiomática - ¡traigo suculentas nuevas, abre, por todos los príncipes y en nombre de las musas!

Voilà! Había pronunciado la palabra mágica, “musa”, y apenas tres segundos después una llave inglesa poco reluciente y más bien resbaladiza voló desde la ventanuca del cuarto piso esquina derecha. ¡Clink! Los soldaditos de pro que acompañaban a De Angelis no hicieron más que reafirmarse, ¡vaya jefe bravucón que tenían, más valiente que los diablos y con las mejores influencias hasta en los barrios bajos! ¡Nada les detenía a él y a su banda de piratas! Muy ufano, se dispuso a recoger la llave del suelo, e inmediatamente Rosalinda desde su escondite tuvo que contener una carcajada al ver la cara de estupor del capo cuando ésta se le quedó pegada entre los dedos. La cerda de su mamá acostumbraba a comer mermeladas viscosas con las manos a estas horas, y seguro que había arrojado la llave por la ventana con los mismos dedos bien pringosos y chupados. ¡Así que el finolis de De Angelis, que se las daba de señorón de las altas esferas, no había conseguido infundir el respeto merecido! ¡Su madre desde luego que era la más caradura del reino!

Aún después del agravio, De Angelis decidió ignorar sus finezas y proseguir en su empeño. No dejaba de pensar en cómo iba a cobrarle a Garci un favor como éste. ¡Ni diez negocios con nikkeis eran suficiente premio para superar este mal trago, que además sólo había hecho que comenzar! Se dispuso pues a entreabrir el portal de la vieja, sin atreverse a pasarle la llave a ninguno de sus esbirros para que se moquearan del asqueroso mejunje que llevaba untado. Abrió con decisión y les ordenó que esperaran abajo, mientras él trataba de unos importantes asuntos con la bruja. Ni qué decir tiene el contento de los chavales, que, borrachos como cubas, empezaron a chillar y a despertar a todo el vecindario buscando chicas para pasar el rato. Las chiquillas adolescentes salían a los balcones a medio maquillar y azoradas por la novedad, mientras que sus hermanas mayores, más bregadas en estos menesteres, las apartaban rápidamente para ofrecer sus camisones y sus dientes de oro macizo a los jóvenes del Ejército del Mal. Escotadas, pechugonas, arrugadas, carnosas, afiladas, las había de todos los tipos, y todas se mostraban en su plenitud. ¡A pesar de estar el sol muy alto todavía, no eran tantos los días en que los prestigiosos soldaditos del primer escuadrón se paseaban por estas aceras tan poco glamourosas! En pocos minutos toda la calle estaba alborotada y los besuqueos y palmeteos se sucedían de un extremo al otro. Los balcones eran puro deleite de voyeuristas de mal gusto, y hasta el asfalto jadeaba humedades.

¡Vaya jolgorio que se va a montar a mi costa!, pensó De Angelis mientras subía pesaroso las escaleras que le conducían al piso de la fea Juana. Desde luego estaba más fatigoso que la última vez que vino por aquí. ¿Acaso vivía ahora más arriba la vieja leyenda? ¿O eran sus piernas y los años, que no pasaban en balde ni para los demonios más acicalados? Desde luego que tenía que hacer más deporte, a la vista estaba, se notaba el corazón acelerado, como si fuera un vulgar terrícola.

-¿Qué quieres, viejo despellejado? ¿Te sudan los huesos por mí o es que tienes alguna noticia que darme? ¡Anda habla que te cierro la puerta en las narices como sea otra cosa!

¡La respiración entrecortada del Angel redentor desde luego no era la de una gacela ligera y ágil! Sin embargo, ya le daría él a esa zorra unos buenos azotes para que le guardara el respeto debido a la autoridad más inmediata. ¡Vaya curvas que se le habían puesto con los años a la Juanita, por otra parte! Estaba como un queso de bola, y chorreaba mermelada por la boca ¡puaj! Quizá las noticias podían esperar y antes se podían dar un revolcón de mil demonios; aún recordaba los achuches de la vez anterior. Dos cerditos parecían, él atado a la pata de la cama y J haciendo unos sutiles trabajitos que le hicieron temblar por dentro y aullar por fuera, ¡madre mía! Era mejor no acordarse, le volvían los sudores fríos sólo de recordar los dedos como cuchillas y las peludas piernas de la vieja haciéndole cosquillas, ¡qué de sensaciones! No es que a él le fueran mucho las mujeres, pero ésta de fémina no tenía nada, si acaso de bestia. Fue después de aquella semana infernal cuando se la recomendó a su amigo Garcilaso como la plata más fina del reino, y desde entonces, oye, les habían entrado unos amores el uno por la otra que él no había vuelto a catar las suculentas grasas de…

-Bueno qué, ¿sueltas prenda o te voy a tener que torturar…?- se le escapó una sonrisita a la bruja, tampoco ella había podido olvidar las barbaridades que le hizo en la última rencontre, ¡qué sudores y qué amargura más placentera! Desde luego no era tan guapo como Garci, ni decía esas cosas tan poéticas que ella no entendía ni jota, pero ¡vaya miembro tenía el amigo, fofo pero más suculento que comer con los dedos! Estaba chorreando sólo de pensarlo.

-Bueno, pues a lo que íbamos. Hablemos de negocios, Juanita. Enfúndate esos muslos que perderé la cabeza y estoy para pocos trotes. Un achuche tuyo es que me deja inconsciente para una semana, así que no son horas éstas… ¡quita de ahí la mano, vieja zorra, que me pierdo y no estoy en lo que estoy! Ni sabes la de trabajo que tengo todavía para hoy, aún me toca subir para los cielos y cerrar un negociete que, si sale, me va a poner en la gloria maldita y en el top ten de la lista de elegidos de Satán, se le van a poner los cuernos más afilados que nunca cuando sepa lo que tengo entre manos… ¡Y tu Garci me mete en estos líos precisamente hoy, claro que sin él mi negociete al carajo igualmente! Así que cuanto antes te diga lo que tengo que decirte …

-Pero lucero, éste no es mi Angel Redentor de otrora, ¿qué han hecho contigo? ¿O es que ya no soy la que te pone más cachondo, condenado?

-Nada, nada, a otro zorro con esas carantoñas, tú resérvate que tienes mucha faena que se te avecina. Te traigo esta carta de los Cielos. Fíjate si será su necesidad que me ha hecho venir a mí para ponerte en guardia. Parece que el Bello Garci está como un caramelito pensando en tus delicias, así que tú verás.

-¡Nada me gustaría más, pero anda que están los tiempos buenos para idilios prohibidos! Satán y sus secuaces llevan un control riguroso de las entradas y salidas, y como no viajes con VIP o seas de la guardia militar, bueno ¿qué te voy a contar a ti?

-Sí, el otro día pillamos a una reinona, una drag queen de ésas, tratando de sobornar a un custodio para entrar en el Infierno por la puerta falsa. Debió pensarse que así vestida, o vestido, pasaría como uno más entre nosotros. ¡Jahh, a mí con esas tretas, si me las sé todas! Le he prometido al Jefe que aquí no se cuela un solo humano más, por muy perverso que sea, como no venga de esclavo. Así que ya no hay privilegios ni para científicos ni para pensadores, es más, los estrategas militares también están restringidísimos. Antes eran lo más inn, captar a un genio de la guerra aunque fuera terrestre, estaban valoradísimos y si fichabas a uno subías diez puntos de golpe en la escala del Ejército. ¡Pues ni ésos valen ya! ¡Ni siquiera la guerra está de moda! Con lo que ya te figurarás lo difícil que se han puesto las cosas para De Angelis&Co., es que no ganamos para disgustos.

-¿Y si yo me doy el piro de aquí por unos días?

-¿Ir tú por los Cielos, con esa pinta de vieja bruja que te gastas? ¿De qué, vieja chocha?

-¿Y quién te ha dicho a ti que mí me interesan los Cielos para algo? Putos ángeles, si no fuera por esa musa mala que me hace perder la cabeza, un zambombazo que les daba yo a todos esos cursis, ¡vamos que vomitaría sangre antes de poner una patita en ese antro de virtud!

-No, si desde luego no está hecha la miel… Bueno, pues vaya, ¿qué ocurrencia has tenido entonces?

-Pues pensaba en algo más lascivo, una noche en Pigalle, o en el barrio rojo de Amsterdam, o una cita en el Bronx…

-¿Estás pensando en citarte con Terminator en la Tierra, como hacíais de pipiolos?- reparó De Angelis asustado y animado a un tiempo. -¡Claro, es una idea genial! ¿Por qué no se me habrá ocurrido a mí?

-Lo ideal sería un escenario bélico. Una buena tunda de palos entre tribus rivales, ¿cómo se llamaba aquel genocidio africano, Ruanda Burundi? Un festival como ése no he visto yo igual, aquí es que nos relamíamos por la tele viendo la sangre, las cabezas cortadas, los miembros mutilados…

-Sí, ésa sí que fue una buena matanza. ¡Qué tiempos! Pero de todos modos como en las épocas medievales no he vuelto a ver nada tan hermoso. Eran unos cuerpo a cuerpo fabulosos, donde la sangre humana es que estaba para chuparse los dedos. Y además nos venían uno a uno, se mataban a cañonazos y no con esas bombas de ahora. ¡Hala, tiran un racimo y de golpe y porrazo se nos acumula la faena! ¡Miles de moribundos debatiéndose entre el Infierno y la nada! ¡Y sino con la moda de las inmolaciones por Alá! ¿Qué mosca les habrá picado? Mueren como héroes, y buenos son luego para que les convenzas de que se vengan contigo a fregar suelos, quitar ladillas y lavar culos de vieja. ¡Jahhh! Se ponen violentísimos y aporrean las puertas del Bien hasta que caen desfallecidos. Vamos, que si no fuera porque las puertas del Cielo están insonorizadas y a prueba de bomba nuclear, ¡buena la que les había caído ahora con los protegidos de Alá!

-¡Este Dios, o Alá, o como se llame, es que es un caso, mira que no avisarles de nada! De todas formas es que es un tío que no es nada natural, porque Satán, pues tendrá toda la perversión que quieras, pero oye, es legal dentro de sus cosas, lo llamas y se encuentra, le pides algo y te hace una pifia, pero, ¡coño se manifiesta! Además, que se pasea por las fiestas cuando menos te lo esperas, y anima un entierro si es necesario.

-¡Sí señor, ése es mi Jefe! En cambio Dios, te doy la razón, Garci dice que es un tío serio y bondadoso, pero desde luego vamos, soso como nadie. Buena prueba de ello que cuando Garci se va con él de parranda por alguna mision divina, vuelve como pájaro enjaulado y con más ganas de fiesta, alcohol y sexo que unas castañuelas… ¡Si es que esa gente no se relaja! Y además, vaya cara, porque los humanos es que no paran de esforzarse y hacer méritos, ¿y cuántos conoces tú que luego hayan entrado a conocer las mieles del éxito?

-Terminator lo dice bien clarito siempre. ¡Menudo montaje tienen ellos como para que venga nadie a fastidiarles el invento! No trabajan, no se ensucian, no necesitan ni servicio, como aquí, así que, ¿de qué les servirían cuatro matados paletos de pueblo? Vamos, que no es que me den envidia, porque por no hacer faena es que ni comen, sus cuerpos celestiales no tienen necesidad alguna. Sin embargo, insisto en que a los humanos los tienen engañados de por vida, y luego se la pegan contra un muro de silencio. ¡Porque a Dios que le busquen, que le busquen, a ver si se manifiesta!

-Alguno que otro lo ha conseguido, pero de no ser algún genio virtuoso que les sirva para sus fines… Aunque de eso me está vedado hablar…

-¡Ya estamos con los misterios! Garci se comporta exactamente igual que tú, en cuanto empieza la conversación a ponerse interesante os vais por el foro y si te he visto no me acuerdo. ¿Qué carajo de planes archisecretos os lleváis entre manos los unos contra los otros?

-Es una contienda sin fin, bien lo sabes. ¡Mis labios están sellados y ni por una vieja sabuesa como tú haría una excepción!

-¡Ah, qué rabia me da este secretismo! Pero ni el propio Satán conseguirá quitarme el sueño con sus planes universales. Al cuerno con vuestras pesquisas para conquistar el Universo. ¡Nunca será vuestro! ¡Nunca será de nadie! He leído que está en constante recesión-expansión y que es más poderoso que diez Dioses y Satanes juntos, y que ni el Bien ni el Mal conseguirán conquistarlo y atraerlo para su causa. ¡Jah!

-¡Mira qué bien, ahora además de puta te has intelectualizado! ¿Es que en este vecindario de baja estofa reparten prensa ahora? ¿A qué fines?

-El internet funciona para todos, idiota.

-¡Maldito instrumento! Esos humanos lo van a pagar caro, acabaremos con sus medios digitales de largo alcance antes de que puedan hacernos algún daño.

-¿Desde cuándo les habéis cogido miedo a los terrícolas? ¡Esto es nuevo!

-No seguiré chismorreando con una vieja bruja como tú. No puedes saber más de lo que sabes. Así que volvamos al tema que nos ocupa, Juana, ¡por tu padre!

-¡Mi padre! ¡Ese sí que era un héroe! Tú a su lado eres un mequetrefe, así que ni le mentes.

-¡Eres incombustible, vieja arpía! ¿Entonces dónde quieres preparar el encuentro?

-Mejor aún, ¿cómo saldré del Infierno?

-Eso te lo arreglo fácil. Unos trabajitos bien hechos a los guardas Cabeza Cortada y Cabeza Rota, y el mundo es tuyo, pendeja.

-¿A esos dos inútiles? No sé si querrán siquiera, la última vez que les pedí un favor tuve que salir por las patas cuando se me escapó un mordisco y mutilé a uno de ellos.

-¿Qué me cuentas? ¡Si te tienen por una vieja gloria! ¡Cabeza Rota dice que no han vuelto a morderle el miembro con esa fiereza y que haría por ti lo que le pidas!

-Pero si casi se desangra…

-Sería por eso, si no tiene medio dedo de cerebro…

-Pues mejor que mejor. Yo le babeo lo que haga falta, mi Garci se merece eso y mucho más.

-¡Di que sí, chochita! Entonces, ¿dónde quieres que formalice el encuentro? Como zona caliente, desde luego el Oriente Medio está más on fashion que nunca…

-No, mejor no. Recuerda que el príncipe blanco no soportaría un evento muy sangriento.

-¡Si es verdad! Pero bueno, y digo yo, ¿qué le habrás visto tú a ése? Conmigo tenías que haber caído, y menuda la que íbamos a montar…

-¡Sí, sí...! A ti te van los marineros y los culos en pompa, me dejarías a la primera de cambio, tú no me miras como me mira él.

-Pues sí, eso sí que tienes razón. Bueno, venga, ¿entonces qué quieres? ¿Un sitio romanticón o qué?

-París es la ciudad de la que siempre habla el Angel, y allí nunca hemos estado. Claro que... una cita en la Torre Eyffel, pongamos por caso, o en Montmartre, y creo que me darían vómitos. Algo más perverso necesito...

-Aunemos voluntades, pues. Que sea París, la ciudad del amor, pero en un antro repleto de alcohol y putas. ¿Qué opinas?

-Supongo que en un lugar así, aunque fuera París, sabré cómo moverme.

-Tampoco creas, a la larga no hay tanta diferencia en el look de una puta de Pigalle y una divina infernal. Metido en faenas ya es otra cosa, y desde luego tu fealdad es que es inigualable... pero sí, allí te sentirás más cómoda y conseguirás que nadie te identifique con las fuerzas del Mal más oscuro.

-No se hable más, pues, viejo carcamal. ¡Y ahora démonos un revolcón, quiero ver esa salchicha que tienes escondida, a ver si está tan pelleja como tú!

Juanorra comenzó a desvestirse con desparpajo, mostrando sus carnes flácidas y ajadas, los pechos colgantes, las nalgas peludas y las patorras de puerco espín que habían hecho de ella una negra leyenda. De Angelis se relamía las barbas de gusto mientras contemplaba la antesala de la gloria. Se le removieron las tripas y el culo se le hizo mantequilla mientras se carcajeaba con las cosquillas que le hacía la vieja.

lunes, 28 de junio de 2010

SEIS: Garcilaso el Bello, enamorado.


Garci pisaba las hormigas como si no fueran con él. Le molestaba que lo despertaran haciéndole cosquillas en las plantas de los pies y con pequeños mordisquitos de roedor barato e insignificante. Eran seres a los que no les veía el sentido. Y por mucho que en el Cielo esas cosas no pudieran pasar, él las estrujaba suavemente contra el suelo como si tal cosa, mientras silbaba para no escuchar el espantoso sonido de sus cuerpos al deshacerse. Pobres seres miserables y mortales, ¿y no podían haberse quedado en la Tierra, o siquiera en los Infiernos donde hubieran perecido con los calores? Le pasaba igual que con las moscas; tampoco entendía su significado en un lugar tan divino como el Cielo, en donde nada carecía de estética, ¿por qué de repente esos seres feos pululando y molestándoles a todos? Sin embargo, por mucho que nadie encontrara el sentido a la existencia de hormigas y moscas en el Cielo, sus habitantes eran tan estupendamente bondadosos que no se les hubiera ocurrido nunca pedir su destrucción al Padre. Pero Garci era más sincero que todo eso, y si le molestaban esos seres, pues se cargaba unos cuantos de vez en cuando, que no pasaba nada y se quedaba uno la mar de a gusto después de darles muerte. Especialmente perecían de inmediato aquéllos que osaran interrumpir su siesta de verano. Eran algunos días tórridos, no muchos, que se producían en el Cielo cuando algún ser infernal se había acercado demasiado a ellos, con cualesquiera pretensiones de entrada al Reino. Los demonios desprendían tanto calor que bastaba la aproximación de uno de ellos a las puertas del Bien para convulsionar todos los sistemas de refrigeración automática y disparar las alarmas. Enseguida se enteraban todos de que el sistema de seguridad había intentado ser violado, cosa claramente imposible de conseguir, por otra parte. Y ese día, y varios de los siguientes, subían las temperaturas cinco o seis grados, lo suficiente para que ángeles, hadas y demás seres celestiales acusaran un calor anormal al que no estaban acostumbrados para continuar con sus quehaceres diarios, así que se llenaban velozmente todas las piscinas del Reino para sofocar sus sopores y que no notaran la más mínima inconveniencia, como correspondía a la vida en el Paraíso.


Se desperezó Garci y dibujó una sonrisa pensando en su próximo viaje camino de los Infiernos. Hacía tiempo que no veía a la feota de Juanorra, con tanta Polinesia y exploración de playas nuevas donde preparar a las musas de la new age, apenas había tenido tiempo de pegarse unos revolcones como Dios manda, con perdón del Creador. Y la vida anodina de ángel pues estaba bien a ratos, pero no era nada comparada con una buena bacanal de sexo infernal. Además, esos calores le venían pero que muy bien para perder los kilitos de más que la buena vida le proporcionaba. En el Cielo no había forma de sudar, nada te podía hacer subir la temperatura, y mucho menos las vírgenes inmortales de que se rodeaba, que ni sentían ni padecían.



Kiminski, el poeta checo, la había palmado no haría ni cuatro días. Se enteró a la vuelta de la Polinesia, y de veras que lo sintió porque era un tipo amable y sin complicaciones. Sólo había que estar a su lado, beber un poco y charlar de nada y todo mientras se fumaban unos puros. Después él le cogía la delantera a la escritura y deliraba durante días enteros a veces, sin causar molestias ni más dedicación que la de estar allí. Garci a veces se adormecía con tanto alcohol y el silencio de la pluma estilográfica de Kiminski, hasta que éste le despertaba de un alarido, pues se le marchaba la concentración. Pero eso era todo. A saber ahora qué artista le estaría encomendado por los mandatos divinos y con qué rarezas se encontraba en su nueva labor. Y antes de que le llegara destino, tenía que pegarse una buena juerga de las suyas, porque lo que va delante, ¡pues va delante!



Estaba en éstas deliberando, e imaginando las afiladas curvas de Juanorra, cuando llamaron a la puerta de su torre. ¿Quién quería molestarle tan temprano? ¿Un mensaje quizá? ¿El nuevo artista que ya estuviera esperándole? ¡Oh cielos qué horror!



Bajó los cuatro pisos que le separaban de la calle de un salto y se dispuso a abrirle las puertas a quien quiera que fuese con una mirada inquisitiva y molesta:



-¿Síiiii?

-¿El Bello Garcilaso al habla?

-En efecto, ¿qué desea?

-Le llega un paquete ardiente y móvil, ¿lo deposito aquí fuera?

-¡No! Le abro ya mismo. ¿Qué es esto? ¿De dónde lo trae?

-Llegó como una bomba de relojería a nuestras oficinas de correo celestial postal. Hoy en día es raro que nos utilicen a nosotros en vez de a los transportadores digitales, más rápidos sin duda. Así que debe ser algo que le llegue de la Tierra, no tiene otra explicación. Quisimos abrirlo, porque siempre comprobamos los paquetes postales por si hay errores o algo peor. Sin embargo, este parece ser un regalo muy especial pues tiembla cada vez que alguno de nuestros operarios intenta manipularlo. Nuestros detectores de metales no lo identifican, y dio negativo igualmente en los nucleares, así que no hemos averiguado su peligrosidad potencial. Sin embargo, nada pudimos hacer puesto que se derrite cualquier objeto que acercamos a él. No comprendemos de dónde puede haber llegado ni cómo pasó los controles, pero lo cierto es que viene muy clarito su nombre y dirección. En fin, señor, aquí se lo dejo y que Ud. tenga un buen día.



Garcilaso despidió al cartero con una propina en plumas de oca, muy sabrosas para fundir en un caldo regenerativo y que raramente se encontraban en los mercados habituales, con lo que quedó en paz y prometió no abrir el pico acerca del extraño paquete postal que había entregado.



Garci supo inmediatamente que era otra de las locas ideas de Juanorra. Cualquier día la iban a pillar y se meterían los dos en un buen lío. ¡Pero menuda era ella si se le metía algo entre ceja y ceja! Y ahora que ya hacía más de un mes que no mantenían ningún contacto, debía de haberse puesto loca de contenta al enterarse de su regreso a tierras celestiales. Como estaban cerca de fechas navideñas, tan celebradas en el Paraíso e igualmente denostadas en el Infierno, a escondidas le debió haber preparado un guiso de culebrines y ratas de playa que estaría para chuparse los dedos. Se lo habría conservado burbujeante y con un licor amargo de tortuga, razón de que aquéllo quemara tanto que en la oficina postal no pudieran ni entreabrirlo. ¿Cómo lo habría logrado introducir esta vez y a saber qué tretas y sobornos habría llevado a cabo para conseguirlo? ¿Pero qué importaban los vericuetos de Juanorra, siempre indescifrables? Lo que importaba es que era la señal de bienvenida y que se iba a poner la panza de lo lindo con aquellos guisotes. ¡Luego ya lo quemaría, ya, con su amante más insana!



Lo primero era escribirle una carta corta de agradecimiento y enviársela por ondas, o mejor por internet. Lo malo del sistema internet es que pasaba por conductos de la Tierra que no le gustaban nada, y podía ser interceptado por algún inepto que lo confundiera con un mensaje del más allá o el más acá, o peor, con alguna payasada de extraterrestres. Los humanos es que se creían el centro del universo y tenían que controlarlo todo; a veces llegaban a resultar más ridículos que los propios demonios.



Pues bueno, utilizaría mejor el conducto de su amigo De Angelis, que a buen seguro no se hallaba lejos de sus dominios y tendría algún pibito para hacerle los recados de toma y daca de uno a otro Reino. De Angelis era el mejor contrabandista del Reino del Mal, y siempre sobornaba como quería a los guardas de uno y otro bando, que le tenían más miedo a él que al mismísimo Satanás in person. Así que traficaba con lo que le viniera en gana y en beneficio del mejor postor, un auténtico mercenario. ¡Ah, pero bien que les venía a las conspiraciones de las fuerzas del Mal y del Bien cuando tenían que ponerse de acuerdo en alguna misión sobrenatural y desmedida! No había un negociador como De Angelis. Se conocía las menudencias y miserias de ambos bandos y podía sobornarles con sus peores secretos y fechorías. No tenía precio su colaboración. Por eso Garci siempre le tenía de su lado. Para él era fácil, pues todo lo que deseaba De Angelis en la vida era descansar con una buena botella del mejor vodka ruso, un caviar iraní de primera para acompañar y cientos de cuerpos con silicona por todas partes que le doraran la píldora y le besuquearan sin cesar. En realidad, De Angelis de coito poquita cosa, como no fuera con mancebos fuertes y robustos. Con las niñas tetudas ni pensarlo, solamente las quería para sentirse rodeado y orgulloso, a la vez que el alcohol y sus efluvios le acababan de apagar los restos de vigor que quedaran en su miembro viril. Así que no era tan difícil de complacer, y las hadas, que ya le tenían archisabido el truco, se dejaban convencer por Garci-Terminator, con la promesa de un buen agasajo postrero, en forma de joya o viaje de placer.



Escribió unas letras cortas, pero muy en la línea que le gustaba a Juanorra:



“Querida perra fea y atrevida: tu santo varón inmaculado está que se pone los dientes largos esperando probar tus lindezas más amargas, y mientras tanto me comeré este guiso exquisito que con tus manos largas y afiladas has preparado para mí, en espera de mayores deleites y lujurias que te destrozarán en mil pedazos, como más te gusta. Tu cachondo amante divino. G.”



¡Ay que ver lo que le gustaba esa bruja desmedida! Ni la Polinesia ni mil balinesas embadurnándole los huesitos, no había ninguna, ni mortal ni inmortal, que se le pudiera comparar. ¡Juanorra era otra cosa, y se le ponían las carnes suaves y ardientes de pensar en ella! Por cierto, ¿qué habría sido de aquella niña-engendro que concibieron juntos por un enorme error de protección fallida? ¿viviría todavía? A decir verdad, nunca después de verla de bebé volvió a preguntarle a su novia bruja por aquel fetito tan amable. Era un bebé que ni pedía, ni lloraba, ni molestaba. Era feíta, pobre, ¡qué feíta le pareció! Tanto, que nunca quiso admitir en su fuero interno que fuera suya. Había que ver, desde luego que los genes de Juanorra debían ser de roble, porque lo que es de él, el fetito es que no sacó nada de nada. Quizá los senos, le había comentado muy posteriormente la madre alguna vez. Cuando comenzó a crecer parece que le despuntaban dos montañas del kilimanjaro de lo más esponjosas y nada parecidas a las de las otras infantes. Y luego ese halo de dulzura infantil, nada común tampoco en las verdaderas brujitas. En fin, voilà, ¿quién podía saber qué habría sido de esa medio hija suya? En el fondo, qué importaba ya, habían pasado tantos años que sería más fea aún que su propia madre, que ya es decir. Al pensar esto, a Garci se le pusieron ojos de carnero degollado otra vez, y se avergonzó inmediatamente de pensar con tanta lascivia de su propia hija. ¡Qué carajo, no tenía remedio su desfachatez! Quizá le preguntara por ella a Juanorra en su próximo encuentro.



Se puso un turbante que le favorecía excesivamente y salió a dar un paseo, por si se encontraba con De Angelis camuflado en alguno de sus bares favoritos. Los bares de oxígeno eran lo más inn, así que probó en dos o tres, y preguntó en las barras a algunos amigos comunes de la magia-mafia; pero nada, hacía por lo menos dos semanas que no sabían nada del canalla de su amigo.



Tuvo que desistir y pensar en utilizar algún otro sistema para llamar su atención. Sí, un buen negocio de tráfico de armas, o quizá una trata de rubias blancas rusas, y De Angelis se presentaría a la menor ocasión de oler un tufo así. De modo que ideó un intercambio entre la mafia japonesa y los terroristas peruanos de Sendero, que le hubiera puesto los pelos de punta al mismísimo Fujimori en sus buenos tiempos, y lo dicho, en cuanto se extendió el rumor de que había un acuerdo de miles, millones de dólares en juego, y prostitución a gogó, el mejor conspirador de todo el reino infernal se presentó ipso facto y con un cabreo de mil amores.



-¿Qué ven mis ojos? ¡Un negocio tan suculento y nadie me avisa para cortar el pastel! Garci, debí suponer que un día me traicionarías, ¿tú metiéndote en estos berenjenales y sin darme participación?

-Para, para, mi parte es tu parte, ya lo sabes de siempre. Me importa un pito todo este negocio de armas y putas, ya te las compondrás tú con los japos y los nikkeis, que me aburren mortalmente. Yo sólo quería atrapar tu atención porque tengo una misión para ti que me interesa mucho más.

-Mi buen amigo, dime qué necesitas. Te atenderé con gusto y después pasaré a conversar con todos estos idiotas y a poner las cartas sobre la mesa.

-Es Juanorra, que me tiene loco. Tienes que bajar hasta su casa y hacerte de rogar para que te diga dónde y cuándo nos encontramos. Y de paso le llevas esta misiva de mi puño y letra para que se le ponga el chochito de mermelada. Si no me traes noticias suyas en menos de veinticuatro horas tendré que bajar yo mismo, disfrazado o como sea, y eso sería demasiado peligroso con los tiempos que corren. Ya sabes que tu boss Satán me la tiene jurada y ha distribuido fotos mías por toda la policía local para que me apresen en cuanto me vean.

-Y no quieras saber la que te espera si te cogen, te tiene preparados los peores castigos infernales y ni yo mismo podría salvarte. Te la tiene jurada desde que le birlaste la última víctima para sus fines más delictivos.

-Sí, aquel pobre científico que, después de haberse declarado agnóstico toda su vida, le llega la muerte pisando los talones y se quería convertir al cristianismo y entrar en el reino de los Cielos. Tuve que explicarle no sólo que eso era imposible salvo para algunos insectos, que bastante asco me dan, sino que era mejor una muerte completa que la promesa del Infierno inmortal. Fue una operación durísima, porque el tío es que se resistía a desaparecer, y allí estaba el mismo Satanás en persona para convencerle de las delicias del Mal. Erre que erre con que sería aclamado, famoso, y que todas las glorias le serían dadas por los tiempos de los tiempos. Y yo gritándole que no escuchara, que le esperaba una vida de esclavo a las órdenes de un demonio tirano que le exprimiría el cerebro hasta que no le quedara una gota de sabiduría. Dios me puso el listón muy alto en aquella operación de contraespionaje, pero había que impedir del modo que fuera que el Mal se hiciera con semejante genio de las fórmulas nucleares, porque ni Dios sabía qué locuras demoníacas podían haberse derivado. Probablemente nos hubiérais asestado un duro golpe a nuestro bienestar celestial, que en nada nos hubiera beneficiado, ni a ti ni a mí.

-¡Eso ni que lo digas! Yo estaba atemorizadísimo con la idea de perder mi mejor mercado, que no son ni los hombres ni los animales, todos esos tienen un poder muy limitado a la hora de ordenar armas, misiles, drogas… nada comparable a los ángeles hastiados de su vida monótona y rosácea. Ni qué decir de la inteligencia con que estáis dotados, los dones que os caracterizan y los poderes de que gozáis. Sin esta clientela, apaga y vámonos, De Angelis&Co. tendría que cerrar sus puertas.

-Bueno, bueno, siempre seremos un tándem. ¿Te decides a bajar o qué?

-No sé qué decirte, ahora hago mucha falta para cerrar el pacto con los japos. Y tengo que preparar la Cumbre que se nos avecina, no me vayan a coger la delantera. ¿No te sería igual si envío a uno de mis lacayos? Por ejemplo Pasqualis va que ni pintado para estas operaciones.

-¿Pasqualis cabeza rota? ¡Ni soñarlo! Es presa de sobornos varios y no arriesgaría mi seguridad con ese mequetrefe. Propónme otro. En cuanto a la Cumbre, la tenemos chupada si coordinamos bien nuestras fuerzas contrapuestas, comme toujours my friend...

-Nada, ya veo que no habrá manera. Está bien, por ser tú me desplazo yo mismo. Mientras te hago el trabajito, distráeme pues a los caballeros, dales un par de whiskys bien fríos a cada uno y unos puros caribeños. Y si me retraso más de la cuenta, les consigues unas nenitas que pongan cara de bobas y se dejen tocar el culito. ¡No los pierdas de vista!

-¡Y tú no me falles!